Apología de la muerte voluntaria: Hermann Burger y el «Tractatus Logico-Suicidalis»

hermann-burger suicidio muerte.jpgAún muy poco conocido por el público hispanohablante, el prolífico y excéntrico escritor suizo Hermann Burger (1942-1989) tomó la decisión de suicidarse, tras provocarse una sobredosis de barbitúricos, después de haber escrito un manual en el que explicara, con todo lujo de detalles, en qué consiste la «mortología» (Totologie, en alemán): el Tractatus Logico-Suicidalis. Martarse a uno mismo, obra en la que trabajó apenas dos años antes de darse muerte y traducida ahora al español por Andreas Lampert para la editorial Pre-Textos. Teniendo en cuenta que se trata de la primera traducción al idioma de Cervantes de un texto completo de Burger, el trabajo de Lampert es del todo laudable y, para los interesados en este tipo de literatura, absolutamente recomendable.

No es este un libro en el que el lector haya de encontrar consuelo; Burger no traza un camino por el que quien desee hallar reposo, tranquilidad y sosiego deba transitar. Sus formas son, de principio a fin, abiertamente descarnadas; sus pensamientos son expresados directa y tajantemente. Sin embargo, y por otro lado, se trata de una lectura muy necesaria para comenzar, de una vez por todas, a desenterrar los tabúes que rodean y casi condenan el suicidio: una suerte de maldición sigue cayendo, en nuestros días, sobre quien decide salir de la vida por esta vía, y se sigue negando, en muchas ocasiones, su plural y multiforme complejidad. En este libro, Burger se propone, a partir de su experiencia, «hacer constar en acta lo que sé», después de haber «echado una ojeada tras los bastidores de mi existencia», y afirma con rotundidad, «que tal vez sean los de la Humanidad».

Como si de un Philipp Mainländer contemporáneo se tratara (el filósofo alemán, seguidor crítico de Schopenhauer, también se suicidó y situó en la muerte la única puerta de acceso hacia nuestro auténtico destino, la nada), Burger asegura en las primeras líneas de su Tractatus que «Denominamos mortología a la teoría y la filosofía que estudian el predominio total de la muerte sobre la vida«. Lo que, de nuevo, recuerda a aquella «voluntad de morir» (Wille zum Tod) mainländeriana que, más tarde, y silenciosamente, Freud convertiría en el «instinto de muerte». Y es que, a juicio del autor suizo, no hay escapatoria ni, mucho menos, algo parecido a una «muerte natural», pues la Parca siempre arrasa una vida, siempre siega algo vivo y, por tanto, ese corte tajante entre dos mundos no puede ser catalogado como «natural», sino todo lo contrario:

¿Acaso es «natural», por ejemplo, que a Georg Büchner se lo llevara, a los veintitrés años, una variedad de la fiebre tifoidea, el tifus exantemático? No fue «natural» que Schiller muriese a los cuarenta y seis años, y mucho menos que la vida de Kafka fuera cercenada a los cuarenta y uno. La mortología no quiere tener nada que ver con este tipo de «naturaleza».

O más adelante:

La muerte nunca es natural, ni siquiera para el hombre de noventa y siete años. En cuanto está a la vista, se convierte, para el candidato, en un disgusto insoportable, en una guillotina.

Pues:

El hombre no se muere, lo matan biológicamente, es decir: en cualquiera de los casos, es asesinado.

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Galardonado en vida con el prestigioso premio Hölderlin (y más tarde con el Ingeborg Bachmann), germanista y periodista de profesión, miembro de la Escuela Politécnica de Zúrich (a la que accedió con un discurso sobre la figura del lobo estepario en Hermann Hesse, a quien estudió e idolatró), depresivo crónico, padre de varios hijos, poeta y novelista, rico fetichista de la casa Ferrari, habitual de clínicas psiquiátricas, conferenciante, miembro de la Academia Alemana de la Lengua y la Literatura… Un maremágnum que, quizá y poco a poco, lo condujo hasta aquel 28 de febrero de 1989, día en que se suicidó.

Dolor y voluptuosidad, sufrimiento y placer: la doble cara de la existencia. Recordando al pintor Edvard Munch, a quien cita en varias ocasiones, Burger asegura –en una expresión para recordar (del todo freudiana)– que la vida es el escenario donde por antonomasia se manifiesta «una sexualidad de la muerte, una libido de la muerte, una añoranza con la muerte».

En este Tractatus logico-suicidalis, título que juega con el de la afamada obra de Ludwig Wittgenstein (Tractatus logico-philosophicus), Burger da una vuelta más de tuerca a aquella «lógica de la vida» que ya denunciara Jean Améry en Levantar la mano sobre uno mismo. Una lógica que arremete, precisamente, contra cualquier intento de entender al suicida y su acción. Burger dialoga de manera permanente con Améry, a quien interpela y por quien se siente interpelado, y a quien reconoce como autor de una obra «completamente mortológica». Améry se suicida en 1978, tras una traumática experiencia en Auschwitz, Buchenwald y Bergen-Belsen.

Aunque, a la vez, Burger declara sin tapujos la guerra a la vida, de la misma manera en que, a su juicio, lo hace la muerte. En un nuevo giro mainländeriano (resulta extraño que Burger no mencione en su Tractatus a Mainländer, lo que hace pensar que no lo leyó), asegura que «La ecuación mortológica establece que: el absurdo de la existencia es igual al absurdo de la nada». Y apuntilla:

La meta de toda la vida es la muerte, la vida es la muerte vestida de bufón, lo inanimado estuvo antes ahí como algo animado, la pulsión de muerte aspira a una restitución de lo arcaico.

Hermann Burger .jpgBurger asegura que «al suicidante se lo excomulga de la sociedad», es apartado de ella y queda, de alguna manera, expatriado: el suicida es el apátrida por excelencia, quien no sólo ha decidido salir de la vida, sino quien, una vez muerto, es expulsado para siempre de ella y de sus dominios: «Si consigue su propósito, al suicida se lo tilda de criminal; si fracasa, de loco». Todos olvidan que «el hombre no pertenece a nadie más que a sí mismo; tiene a cualquier hora el derecho de ajusticiarse».

Como apunta muy acertadamente Andreas Lampert en el esclarecedor epílogo del volumen, Burger «nos muestra con claridad la manera hipócrita en que la sociedad reacciona al hecho de la muerte voluntaria, emitiendo consignas de aliento en nombre de la ‘salud’, de ‘Dios’ o de la ‘vida’: todos creen saberlo todo, como siempre; creen tener la razón, también como siempre». Aunque no lo cite explícitamente, Burger hace alusión a la muerte «bien elegida» a la que Nietzsche se refiere en sus obras: «La muerte voluntaria es un privilegio de lo humano; la dignidad de la vida nos requiere que determinemos nosotros mismos el fin«, escribe el suizo. Y añade, entre el sarcasmo y una ira contenida: «Sencillamente, esperar la propia muerte es, desde el punto de vista de la mortología, un acto de pereza parasitaria«.

El Tractatus de Burger es una obra directa, irreverente, rebosante de claridad y sentido, arrolladora y originalísima. Aunque, eso sí, quizá no resulte apta para espíritus con exceso de sensibilidad. Burger dialoga con Kafka, Kleist, Freud, Améry, Heidegger, Camus, Wittgenstein y, muy abundantemente, con Cioran, en un libro que pretende demostrar un llamativo axioma «anti-cartesiano»: «Muero, luego existo». Fundamental para entender que, como escribe el propio Burger, «El suicidio no es nunca una salida; es siempre un abismo, una ‘razón de fondo’ que el candidato opone a todas las demás ‘razones'».

Y es que la vida, muy schopenhauerianamente, nos ata con sus hilos y nos hace difícil ver más allá de su aplastante lógica:

¡Qué difícil! ¡Qué difícil! Los demonios de la vida nos tienen en vilo mucho tiempo, pretendiendo seducirnos a toda hora para que continuemos.

3 comentarios en “Apología de la muerte voluntaria: Hermann Burger y el «Tractatus Logico-Suicidalis»

  1. El problema de quienes defienden el derecho a la muerte voluntaria es que lo hacen por haber degustado la amargura de un esfuerzo sin sentido, y esta experiencia va apostillada siempre de tendencias depresivas, bipolares, límites, con lo cual la profundidad de la reflexión queda desprestigiada y deslegitimada para los que se creen por encima de estos devaneos mentales. Como si el suicidio fuera solo el resultado de una patología mental, y no captaran que puede ser la opción de quien habiendo llegado a las profundidades del abismo decide que no hay nada más que tenga realmente sentido.
    Una lástima, porque intuyo que pocos toman en serio reflexiones de gran calado si el tema es el suicidio.

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    • La mayor parte de las deslegitimaciones se dan en forma desprecio por las reflexiones, aduciendo que han sido producto de tendencias depresivas, bipolares y límites. Parecería que para que las reflexiones sobre el suicidio fueran válidas sólo podrían suicidarse los felices. Ese comentario es de los que no toman en serio las reflexiones, disfrazado de rigor, uno, más sutil, por el que la vida enreda a la gente.

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