Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida

Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han vivido fascinados por el modo de existir de los gatos. Estos pequeños felinos hacen muy raramente algo que no sirva a un fin determinado o que no les procure un placer inmediato. Su modo de estar en el mundo, contemplativo pero realista y práctico, contrasta con la insesatez humana, siempre en busca de ideales inalcanzables.

Relata Heródoto que cuando una casa egipcia ardía en llamas, sus habitantes se preocupaban antes por sus gatos que por sus propiedades. Los egipcios tenían buenas razones para desear que los gatos los acompañaran en el viaje hacia el inframundo, pues los felinos no conocen otra cosa más que la vida hasta que están en el umbral mismo de la muerte. Los gatos no se dejan someter al temor por el final: viven el presente y se entregan a él con una tibia placidez. No por casualidad el culto a los gatos comenzó muy temprano, y se sabe que ya en el siglo IV a.C. existía un «templo del gato viviente» en la necrópolis de Hermópolis, donde los gatos eran momificados. Fueron tantas las momias felinas encontradas que acabaron exportándose a Europa como fertilizante. La tierra que pisamos es ya una tierra de gatos.

Los seres humanos pasan su vida continuamente angustiados por el modo correcto de existir. Desde hace siglos, con Aristóteles, la razón ha sido la característica fundamental que define a la humanidad. Somos «animales racionales». Sin embargo, es la razón, y de su mano la imaginación, lo que hace que ficciones como el bien, la justicia, la bondad, la amistad o el amor no nos dejen vivir en paz. Siempre aspiramos a alcanzar algo que casi nunca llega o que, de llegar, nos decepciona. El animal humano jamás deja de ambicionar ser algo que no es, con la frustración que este hecho conlleva. Los gatos, al contrario, no precisan de los servicios de la filosofía o del pensamiento racional. Tan sólo siguen su naturaleza, por lo general calmada pero atenta. Mientras, los humanos persiguen denodadamente la felicidad, que no saben siquiera si existe. Los gatos, por su parte, mientras no existen amenazas a su alrededor, pasan su tiempo instalados en una apacible tranquilidad, estado en el que cifran su presente y su bienestar.

Si los gatos lograsen entender la permanente búsqueda humana por el sentido, ronronearían deleitados por tan tremenda absurdidad. Mientras, los humanos son incapaces de descansar hasta que no se han agarrado a un significado de la vida que trascienda su existencia.

Como defiende John Gray en su ameno libro Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida, quizá la filosofía no sea más que un síntoma de nuestra permanente ansiedad por encontrar lo imposible. Tanto las religiones como la filosofía responden al mismo ahínco: calmar nuestro nerviosismo teórico y espiritual. Por eso, «lejos de representar una señal de su inferioridad, la ausencia de razonamiento abstracto en los gatos es una marca de su libertad mental». Al revés, los humanos alaban sus edificios intelectuales y viven supeditados a ficciones lingüísticas (el ser, la finitud, la eternidad, etc.). La gran carga humana es, justamente, su condición racional. Parece que si los gatos pudieran aprender filosofía no estarían en absoluto interesados en ella. Nos dirían que la consciencia está sobrevalorada, pues cuando se convierte en autoconsciencia no hace otra cosa que interponerse en el camino hacia la vida buena. La mente de un gato es indivisa, se centra en el presente: «Los gatos no necesitan examinar sus vidas», escribe John Gray, «porque no dudan de que vivir valga la pena. La autoconsciencia humana ha generado esa agitación perpetua que la filosofía ha intentado, en vano, mitigar«. 

De hecho, al contrario de lo que se suele pensar, no han sido los humanos quienes han domesticado a los gatos, sino al revés. Los felinos son quienes nos han dominado, pues gracias a su contacto con nosotros han dejado de depender de la caza para subsistir, aun cuando sigan siendo cazadores natos. Si tuvieran que abandonar a sus compañeros humanos, enseguida retomarían su natural condición de depredadores. Simplemente… les hacemos la vida más cómoda. En contraste con los perros, a los que sí hemos domesticado, los gatos no se han vuelto humanos. Más bien interactúan con nosotros como si fuéramos sus iguales (o incluso sus inferiores, una suerte de súbditos que los adoran y alimentan); pueden llegar a querernos a su manera, pero en lo más profundo de su ser se distinguen de nosotros, pues siempre mantienen su independencia.

Los gatos no planifican su vida: la viven tal y como se les va presentando. Los humanos, sin embargo, no pueden evitar convertir la suya en un relato que, casi siempre, les acaba decepcionando.

Los gatos no se someten a los humanos porque no necesitan líderes. Cada ejemplar, por su cuenta, es un líder nato, explica Gray:

Ni obedecen ni veneran a las personas con las que tantos de ellos cohabitan actualmente. Aunque ahora dependan de nosotros, se mantienen independientes de nosotros. Si nos muestran afecto, no es un cariño interesado. Si no disfrutan de nuestra compañía, se van. Si se quedan, es porque quieren estar con nosotros.

En definitiva, mientras los humanos nos pasamos la vida reprimiendo nuestra naturaleza, los gatos siguen libre y alegremente la suya. En muchas ocasiones son despreciados porque viven con una aparente indiferencia hacia quienes los cuidan: los alimentamos y agasajamos y, en el mejor de los casos, sólo obtenemos de ellos su enigmática compañía:

Si los tratamos con respeto, nos toman cariño, pero no nos echarán de menos si nos vamos. Sin nuestro apoyo, no tardan en volver a asilvestrarse. Aunque muestran escasa preocupación por el futuro, parecen preparados para sobrevivirnos. 

Cuando los humanos decimos que nuestra meta en la vida es ser felices, damos a entender con ello que en realidad somos infelices, puesto que buscamos aquello de lo que carecemos. La felicidad siempre se sitúa en el futuro, en el horizonte, y esperamos a que se realice en algún momento. Mientras tanto, como ya apuntó Séneca, la vida se nos escapa y la ansiedad por lo que nunca llega se va abriendo paso. A juicio de John Gray, y aunque la filosofía se ha presentado tantas veces a lo largo de la historia como un remedio (como un fármaco para el alma), la filosofía no es más que un síntoma del trastorno que pretende curar:

Los demás animales no necesitan distraerse de su condición. Esa felicidad que en los humanos es un estado artificial, es para los gatos su condición natural.

Y añade John Gray:

Los seres humanos son frágiles porque no pueden evitar planificar y decepcionarse. Los gatos no necesitan forjarse una imagen distorsionada de sí mismos ni preocuparse por la no existencia: viven sin miedo ni angustia y no luchan por estar en constante actividad.

Y es que los gatos jamás se aburren, defiende el autor de este entretenido volumen. Si no encuentran estímulos a su alrededor, tienen suficiente con ellos mismos: se acicalan, observan su alrededor o, simplemente, duermen. Los humanos, al contrario, como defendió Arthur Schopenhauer, cifran su existencia en un péndulo que va del dolor al aburrimiento. Por contra, los gatos son siempre felices siendo lo que son, siendo ellos mismos, mientras el ser humano se martiza constantemente intentando encontrar la felicidad (que anhela mas no alcanza) y huyendo de sus propios instintos (que ha de negar y a los que no suele dar rienda suelta). Por eso, justifica Gray, «los amantes de los gatos no los adoran porque se reconozcan en ellos: les encantan por lo diferentes que estos animales son de ellos».

Los gatos viven. Los humanos creen que lo hacen. Las personas pasan sus días tratando de aparentar ser el personaje que se imaginan ser, por lo que su existencia deja de pertenecerles y se convierten en esclavas de sus propias creaciones. Por eso, si un gato pudiera darnos algunos consejos, serían más o menos los siguientes, en opinión de John Gray: 

– La vida no es un relato (no es una ficción que nos contamos), sino lo que ocurre en ese relato (importan los hechos, lo que sucede). Si piensas que puedes escribir tu vida de principio a fin, te darás de bruces contra la frustración. Vive el momento y no te ahogues en preocupaciones por cosas que, seguramente, nunca ocurrirán.

– No tienes por qué amar a otros humanos. Aprender a ser indiferente también es una virtud, pues vivirás con más tranquilidad e incluso te permitirá ser amable con quien te rodea.

– Busca el placer por el placer. Dueme si te apetece. Pasea por el placer de pasear. Buscar en todo una utilidad es el principio de la esclavitud. 

– No es cierto que no tengas tiempo suficiente. Más bien, no lo administras como debes. Deja de servir a otros y pensar en sus intenciones; mejor, atiende a tus propios fines y sírvete a ti mismo.

– Deja de perseguir la felicidad porque quizá jamás la encuentres. Lo importante es el bienestar. No pases tu vida corriendo detrás de quimeras. Hoy es lo que importa. Ahora es la única posesión. 

– No pretendas convencer a ningún humano de que sea razonable, pues todos se creen en posesión de la verdad y nadie creerá estar equivocado. Vive tranquilo, sin enojarte por la presuntuosidad de los otros.

– No hay por qué encontrar un sentido para todo. Ni siquiera para nuestro sufrimiento. Las cosas suceden, y basta. Quien justifica su dolor con cualquier ficción acaba por apegarse a él.

5 comentarios en “Filosofía felina. Los gatos y el sentido de la vida

  1. La comparación con los felinos me recordó en muchos aspectos al budismo zen, el cual plantea muchas cosas que hacen los gatos (según el texto); vivir el presente, despegarse de los constructos mentales y estar inmerso en la actividad en proceso, entre otros

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  2. Esto le pasa a todos los animales, no sólo a los gatos. Viven el día a día, el presente y no le dan más vueltas. El ser humano también podría ser así, de hecho, los individuos de las tribus primitivas también lo hacen, con la salvedad de que su conciencia les faculta para pensar y crear, pero los comecocos, ansiedades y amargamientos no existen para ellos, porque ocupan su mente en buscarse la comida y al igual que los animales, si tienen son psicosis, pero nunca neurosis, que es algo consustancial al ser humano y que es lo que les hace infelices.

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  3. Los gatos son geniales, presienten, ven cosas que nosotros ni idea. Tener un gato en casa y poder observarlo cada día, entenderlo y que el confíe en ti, es un privilegio.
    La gente que odia a los gatos porque no le hacen caso, son dictadores o ignorantes. Ellos tienen ideas propias no siguen pautas ajenas.
    los gatos (todos) físicamente son una maravilla de la naturaleza.

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  4. Excelente texto. Siempre, desde niña, he tenido gatos
    (Ahora mismo tengo 4) y mi admiración por ellos crece. Las personas creen que no son inteligentes y por eso no responden cuando los llamamos, por ejemplo; no, es que no van o si van según les de la gana.

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  5. Soy amante de los gatos, el texto es agradable pero esta demasiado edulcorado, y me explico, los gatos o los felinos que viven en la naturaleza son depredadores, sus vidas están lejos de ser cómodas o apacibles. Nietzsche tenia una cita que venia a decir que los humanos ven a los animales con envidia, pero es una envidia incompleta o imposible, porque si bien envidiamos su aparente inocencia e ignorancia, nosotros no la querríamos.

    Sea como sea, nos ha tocado la aparente desgracia de ser animales racionales, igual que a las cebras les toca ser animales herbívoros que serán devoradas vivas por los leones carnívoros.

    Ser racional tiene sus ventajas, uno puede reducir o evitar seguir los instintos animales no reproduciéndose o quitándose la vida en determinadas circunstancias adversas. Los animales no tienen este superpoder, que de hecho solo en estos casos que menciono sirve de algo, pero en general es un lastre.

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