El poder del fragmento

Aforistas españolesLa limitación de lo representable se ha configurado en uno de los temas vertebrales de la historia de la cultura. Desde la pintura, filosofía, fotografía, literatura o poesía, se ha abordado está problemática tanto de manera explícita en la obra en cuestión o bien de una manera más conceptual o teórica. Gran parte de la historia de la pintura, por ejemplo, y como es bien sabido, es una tensión más o menos declarada sobre los límites de la representación de la misma, que explota de manera crucial a fines del siglo XIX, en los epígonos del Romanticismo y cuya metralla se expande, sobre todo, en el siglo XX con todas las vanguardias más o menos rupturistas. En filosofía, por ejemplo, y ya desde los albores de la tradición occidental, la naturaleza aprehensiva del concepto, de la palabra, del lógos, fue problematizado de una forma acuciante por Heráclito, Parménides, Sócrates o Platón, por no hacer referencia a toda la problemática de los universales que surge a raíz Aristóteles y que ulteriormente Boecio, Sexto Empírico y gran parte de la tradición medieval problematiza, con Roscelin de Compaigne y Guillermo de Ockham a la cabeza. Y ya no digamos en la Modernidad, donde la potencia del concepto es puesta en entredicho por gran parte del movimiento romántico, Kierkegaard, Nietzsche…, o la contemporaneidad, cuando la lógica del sentido es puesta a prueba constantemente.

Y es que ser capaz de absorber en el interior de los conceptos, o de acariciar en unas pocas palabras, una determinada realidad, o la esencia de un pensamiento, creencia o actitud ha generado verdaderos tormentos a aquella o aquel que se han adentrado en la travesía. Por todo ello, el aforismo se ha erigido en una de las tentativas más tortuosas, pero al mismo tiempo más admirables, en este combate por encofrar lo (in)expresable.

Hay que ser lacónicos, apostar por la sentencia, por la virulencia del fragmento. No hay lugar para argumentaciones, razonamientos o premisas discursivas. De ahí la dificultad, de ahí la admiración. Ya Heráclito e Hipócrates apostaron, en los primeros pasos de nuestra tradición occidental, por esta metodología, si es que podemos hablar con estos términos del aforismo. Para el primero, sólo el fragmento expresa el lenguaje de la naturaleza, tanto interna como externa. Exactamente lo mismo acontece con Hipócrates, quien considera que el laberinto de la subjetividad, con sus patologías y equilibrios, puede ser trazado desde la sentencia lacónica.

Si nos encaminamos a la modernidad e inicios de la contemporaneidad (dejando de lado varios intentos en la antigüedad o en la época medieval), dos nombres sobresalen, sobre todo en el campo de la filosofía: Novalis y Nietzsche. Novalis, en sus Gérmenes o Fragmentos de filosofía, plantea toda su propuesta filosófica sirviéndose del aforismo, mientras que gran parte del trabajo intelectual de Nietzsche se gesta y desarrolla a través de esta técnica.

Atendiendo a esta dificultad (o imposibilidad) de la representación y de los límites de lo expresable, cualquier ejercicio aforístico debe ser destacado y encumbrado, si me permiten el exceso. De ahí que sea tan encomiable y recomendable la última obra que ha preparado cuidadosamente Mario Pérez Antolín, Concisos, y que ha editado tan pulcramente Cuadernos del Laberinto. Con un mimo y un celo absolutamente admirables, Mario Pérez Antolín ha reunido a gran parte de los mejores aforistas españoles de nuestros días. Rafael Argullol, Vicente Verdú, Carmen Canet, Miguel Ángel Arcas o Andrés Neuman, entre otros y otras, aparecen en esta antología en la que solamente hay una máxima: la violencia del fragmento debe ahondar en los estratos más profundos de lo real. Desde el relámpago del instante aforístico debe trastocarse la normalidad, ya que, en definitiva, como afirma Argullol en uno de los aforismos que reúne el libro:

No hay lugar más peligroso que el lugar común: parece el menos arriesgado pero no tiene escapatoria.

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