La historia «oficial» del arte, al igual que ocurre en el caso de la filosofía o la literatura, presenta un canon de autores que, por unas razones u otras, han pasado a engrosar un índice más o menos intocable -y pretendidamente objetivo- en el estudio de las mencionadas disciplinas.
Los encargados de diseñar los planes de estudio de la enseñanza media, y no digamos de la universitaria -que con la reforma de Bolonia se han visto reducidos a su mínima expresión-, se ven obligados a desarrollar un panorama temático lo suficientemente amplio que aporte a los alumnos un elenco de conocimientos que permita a éstos hacerse cargo de la historia y enjundia de cada materia en cuestión en el seno de la historia de la humanidad.
Como no podía ser de otra manera, esta forma de estudiar el devenir idiosincrásico de cada disciplina -por muy grandilocuentes objetivos que se proponga- no acierta sino a ofrecer una formación que, de tan multidisciplinar y picotera, casi impide (e impediría del todo, si no fuera por los sobresalientes profesionales de la enseñanza con los que contamos en España) un mínimo de rigor a la hora de afrontar el estudio de la filosofía, la historia o la historia del arte o, en definitiva, cualquier disciplina humanística.
A pesar del difícil momento económico por el que pasa el sector del libro, contamos en España con una lista nada despreciable de editoriales que nos empujan a inmiscuirnos en auténticas terras incognitas que nuestro cada vez más diezmado sistema educativo no tiene reparos en dejar vírgenes.
Herder, sin duda uno de los sellos más importantes del panorama editorial español, acaba de publicar un volumen en el que su autor, Raimon Arola (profesor de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona), se hace cargo de una de esas figuras que, fatal y criminalmente, se hallan proscritas de los mentados planes de estudio: se trata del visionario pintor y escritor francés Louis Cattiaux. ¿Por qué esta condición de artista «subterráneo»? Quizás encontremos una incipiente respuesta en las palabras que Arola escribe en la presentación del libro:
La búsqueda de Cattiaux anunció […] el sentido del símbolo como una realidad que cristaliza, con sus luces y sombras. Una realidad que obliga a precisar con el máximo rigor posible las características de las nuevas morfologías que tratan de la única experiencia espiritual inherente al hombre.
Una búsqueda, la del sentido del símbolo, que vemos reflejada en una de las obras más conocidas, bellas y enigmáticas de Louis Cattiaux, La bella durmiente del bosque o la alquimia reposando:
La titánica indagación espiritual que Cattiaux lleva a cabo a través de su obra ha servido para que muchos la clasifiquen, de manera parcial y errónea, como «esotérica», un término, a juicio de Arola, que «se ha degradado hasta llegar a ser sinónimo de superstición, una especie de magia infundada sin relación con la religión, ni con la filosofía, ni con las ciencias humanas».
La transmisión de la esencia oculta bajo las formas exteriores es el origen de los símbolos de Cattaiux; una y otra vez lo expresa en su obra: tras el mundo de las apariencias existe una luz sepultada que, con la ayuda del cielo, el artista manifiesta para colaborar en la creación pura.
Tenemos, pues, un primer ingrediente polémico que, de primeras, hace atractiva la figura de Cattiaux: el atrevimiento de enfrentarse, sincera y genialmente, al sustrato anímico del ser humano a través de la revelación. Una revelación que estuvo muy presente en la redacción de su obra principal (también publicada en edición magnífica por Herder): El mensaje reencontrado. «Un libro muy especial», como apunta el autor de este ensayo, en el que Cattiaux hace patente la nostalgia del hombre de este tercer milenio por conocer simbólicamente (en contraposición al mero conocimiento científico) y que nos abre la posibilidad de vivir de un modo distinto nuestra relación con la realidad.
Lo cierto es que Louis Cattiaux redactó El mensaje reencontrado, como decimos, bajo el influjo de cierta inspiración que incluso le lleva a excusarse de una manera del todo singular y elocuente:
Los defectos y las insuficiencias del Libro se han de imputar a nuestra debilidad y a nuestra indigencia excrementales, que pertenecen a la nada cenagosa. Las cualidades y bellezas de la obra se han de atribuir a nuestra luz sustancial y a nuestra inspiración esencial, que pertenecen a Dios.
Inmersos en esta “nada cenagosa” (¡expresión maravillosa!), ¿qué nos cabe esperar? Cattiaux consideraba un paso necesario introducirse en los mundos ocultos, acaso vedados definitivamente, que se nos presentan como fronteras no-traspasables para nuestra capacidad cognoscitiva. “Para el joven Cattiaux -escribe Raimon Arola-, el conocimiento de estos mundos tenía sentido en la medida en que podían desvelar el Ser interior y todopoderoso que conduce al hombre nuevo. Identificaba esta búsqueda con una philosophia perenne en la que lo particular de cada individuo se encontraba con lo trascendente y universal”.
Las pinturas de Cattiaux son cada vez más herméticas y personales, al tiempo que se separa de las preocupaciones propiamente artísticas de sus contemporáneos, cosa que implicará una mínima aceptación de su obra. […] La pintura de Cattiaux no consigue convivir de manera natural con el devenir cultural del momento, su estilo varía y sus temas se vuelven más y más herméticos. […] En sus escritos de aquella época da a entender que una profunda soledad se apodera de él, si bien es precisamente ella la que le acerca a Dios.
Una intención, la de de emplear el arte como vehículo de transición entre nuestra realidad aparente y una trascendente o superior (aunque, en cualquier caso, exista una prodigiosa relación entre ambas), que hermana llamativamente a Cattiaux con autores de la talla de William Blake o V. Kandinsky. Recordemos las palabras de este último en De lo espiritual en el arte: «La verdadera obra de arte nace misteriosamente por vía mística. Separada de él, adquiere vida propia, se convierte en una personalidad, un sujeto independiente que respira individualmente y que tiene una vida material real». Y como explica Arola, en conexión con este fragmento de Kandinsky:
La función del arte según Cattiaux sería, pues, encontrar y desvelar los signos divinos ocultos en el mundo. Una vieja idea relacionada casi siempre con la magia y las ciencias ocultas pero menos con la creación artística, quizá por eso Cattiaux escribió lo siguiente en Física y metafísica de la pintura: “El arte es mágico o no es”. Entendiendo, eso sí, la magia como la ciencia de Dios.
Una lectura muy recomendable, en la que la amena y rigurosa pluma del profesor Raimon Arola nos invita a escuchar una de las voces menos conocidas -pero más profusas, delicadas y enjundiosas- del panorama artístico y ensayístico de la primera mitad del siglo XX, Louis Cattiaux, a través de un volumen exquisitamente editado (como es costumbre en Herder), que incluye más de 40 imágenes a todo color en las que se repasa la obra del autor francés. Un libro que, seguro, está llamado a convertirse en la mejor puerta de entrada en español al trabajo de Cattiaux.
El arte es el conducto que nos comunica con lo Universal.
Louis Cattiaux, Física y metafísica de la pintura
Es un enorme placer encontrar blogs como éste. Desconocía no sólo la obra, sino hasta la existencia de este artista (lo cual se relaciona con la primera parte de tu post, aunque yo me encuentre en Argentina, lo que expones vale igualmente para aquí y para casi todo el mundo) al que le prestaré más atención.
Me interesó mucho más al saber que se relaciona a este hombre con Blake y Kandinsky; es por eso que puedes estar seguro de que buscaré más información sobre él, ya que estos dos inmensos artistas siempre han provocado en mí una profunda fascinación (aunque debo reconocer que bien lejos estoy de los estados místicos y del misticismo en general). Sobre todo William Blake de quien estoy recopilando mucha información ya que últimamente estoy escuchando a un músico que tiene tres o cuatro discos inspirados por la obra de este «artista total» que fue Blake.
El libro parece ser una fuente inagotable de ideas y la verdad es que veré si es que aparece algún ejemplar por aquí, cosa que me parece más bien difícil. Pero un libro que aborde el arte y la filosofía me parece lo más cercano a la perfección.
Estupenda entrada.
Saludos.
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