Abordar el pensamiento de Paul de Man (1919-1983) es una tarea que siempre posee un cierto cariz desbordante y no podía ser de otro modo tratándose de una figura capital de la crítica y la teoría literaria que se desarrolló dentro de la esfera del Deconstruccionismo. Junto a otros teóricos de la literatura como Joseph Hillis Miller Jr. o Geoffrey Hartman, de Man contribuyó enormemente a desarrollar la célebre Escuela de Yale, afrontando el texto literario desde una peculiar perspectiva formalista como un artificio retórico que se suspende sobre una patente abisalidad de sentido. De este modo, es el intérprete quien ha de establecer un significado respecto al texto, el cual es un laberinto semántico desplegado por distintos tropos. De ahí el interés que van a tener para de Man algunos de ellos, como la ironía, la metáfora y el símbolo.
Un buen ejemplo de esto último es un interesante ensayo de su primera etapa titulado El doble aspecto del Simbolismo (The Double Aspect of Symbolism), que resulta una buena excusa para adentrarse en la concepción del símbolo según de Man. Aunque se trata de un trabajo temprano y que se sitúa lejos de su faceta álgida como deconstruccionista, las reflexiones que vierte en este escrito son merecedoras de nuestra atención.
El ensayo comienza exponiendo un problema recurrente en el ámbito de la literatura y es que términos como Romanticismo o Simbolismo se han vuelto demasiado difusos en cuanto a su definición. Si bien en un cierto esfuerzo filológico pueden apuntar hacia movimientos más o menos identificables a nivel histórico, no mentiríamos si dijésemos que estas denominaciones se han vuelto bastante vagas en cuanto a su sentido. En parte esto se debe a la complejidad que supone el hecho de que marquen una intensa conciencia histórica que penetra todo a su alrededor y que representa un reto notable para el estudioso literario, tal y como sugiere de Man en algunos de sus ensayos.
Este conflicto lo explica acertadamente de Man cuando se refiere al Simbolismo como un movimiento literario propio de la segunda mitad del siglo XIX y que se desarrolla, principalmente, en Francia; o, por otro lado, «referido al uso metafórico del lenguaje poético, el simbolismo tiene un significado tan amplio que sería difícil señalar cualquier poesía que no fuera poesía simbolista». Al final, de Man parece decantarse por una especie de término medio entre ambas opciones, aquella que le permite identificar a varios poetas que «erigieron ciertas cuestiones sobre la naturaleza del lenguaje poético». Y aquí es donde comienza a aparecer un elemento clave de cara a la tendencia simbolista: la conciencia. Esto lo sugiere de Man a partir de dos aspectos. El primero sería el que atañe al lenguaje:
Bien podría ser cierto que toda literatura es simbólica, pero no es seguro que toda literatura haya sido consciente de ello, y es menos obvio que toda literatura haya sentido la naturaleza simbólica de su lenguaje como un problema que hace su propia posibilidad de existencia altamente problemática, pero también de excepcional importancia y valor para la conciencia humana en general.
El conflicto que implica el carácter simbólico del lenguaje parte de la escisión inherente a la existencia y la propia realidad. La palabra apunta al objeto, pero no es el objeto y evidencia una actitud infructuosa por atrapar lo inasible. De todos modos, el lenguaje resulta inevitable de cara a la conciencia, el cual representa el logos de ésta.
Pero como habíamos especificado antes, la conciencia que define el simbolismo posee una doble dimensión. La lingüística es la que acabamos de resumir, pero ahora tocaría avanzar hacia la deriva ontológica de la misma:
El poeta simbolista parte de la aguda conciencia de una separación esencial entre su propio ser y el ser de lo que sea que no es él mismo: el mundo de los objetos naturales, de otros seres humanos, la sociedad o Dios. Él vive en un mundo que ha sido escindido y en el cual su conciencia está opuesta, como sea, contra su objeto en un intento de medir algo que no es posible alcanzar.
Esta escisión entre el sujeto y lo que lo rodea o trasciende tiene un largo recorrido, ya sea desde Heráclito, el Neoplatonismo, los gnósticos o Immanuel Kant, pasando por el Idealismo alemán de Johann Gottlieb Fichte o Friedrich Schelling hasta llegar al Romanticismo alemán de la mano de Friedrich Hölderlin y Novalis cuyos ecos resonarán en Friedrich Nietzsche a través de las categorías de lo apolíneo y lo dionisíaco. Esta conciencia del individuo respecto a una alteridad presente o trascendente que le resulta difícilmente accesible en una situación finita de disgregación, es el camino para un intenso sentimiento de la escisión que marca la existencia: el Yo y el No-Yo, la libertad y la naturaleza, el espíritu y la materia. De este modo, el poeta simbolista va a afrontar esta escisión, que adquiere una proyección existencial, través del lenguaje. Ahora bien, a partir de dos actitudes distintas, según de Man. Una de ellas la representarían, principalmente, Charles Baudelaire y William Butler Yeats; la otra, Stéphane Mallarmé y Friedrich Hölderlin.
El primero de los dos aspectos del simbolismo queda bien expuesto a través de las siguientes palabras:
Si el poeta se encuentra a sí mismo en este estado de separación y soledad, su conciencia aislada de la unidad del mundo natural, su primer y natural impulso será usar el lenguaje poético como medio para restaurar la unidad perdida. Él puede entonces contemplar el símbolo como una clave para reintegrar la unidad de la cual él ha sido exiliado. Algo en la estructura del símbolo lo permite, ya que establece la identidad entre dos entidades que normalmente son experimentadas como siendo diferentes.
La concepción del símbolo que señala aquí de Man tiene una práctica correspondencia con la metáfora. Pero es que en la obra del teórico belga, los límites entre alegoría, metáfora y símbolo se diluyen completamente, algo que contrasta con otros teóricos coetáneos que parten de enfoques distintos. No sería inconveniente mencionar aquí a Paul Ricoeur, cuya concepción de la metáfora sí coincidiría con ésta definición de lo simbólico-metafórico que presenta de Man. Para el filósofo francés, la metáfora sería «el acercamiento inédito entre dos campos semánticos incompatibles según las reglas usuales de la clasificación», tal y como aclara en Hermenéutica y mundo del texto. Tanto de Man como Ricoeur coincidirían en esta visión de la metáfora como unión a través del lenguaje de lo que existe por separado. Ahora bien, si para de Man la metáfora es también símbolo, Ricoeur escribe en Hermenéutica y simbolismo que el símbolo es una «expresión caracterizada por el fenómeno del doble sentido, para el que la significación literal remite a un segundo sentido, al que sólo se accede mediante este reenvío del sentido primero al segundo». De este modo, el símbolo sería, específicamente, una vía de conocimiento para Ricoeur que, partiendo de un elemento concreto, se dirigiría a una abstracción oscura, inasible, basada en un excedente de significación que haría del símbolo un elemento tremendamente ambiguo a nivel interpretativo, tal y como afirmaría también Umberto Eco, entre otros.
Por lo tanto, para de Man, el simbolismo que representan Baudelaire o Yeats se basa en «el uso del lenguaje como un medio para redescubrir la unidad de todo ser que existe en el reino de la imaginación y del espíritu». El símbolo se consolida así como un intento, en parte incompleto, de restituir una unidad ontológica perdida. Citaremos tan sólo un ejemplo de los propuestos por de Man para no extendernos en exceso. Cuando Baudelaire escribe «la Naturaleza es un templo», el poeta establece una unidad entre dos términos a través de una metáfora atributiva. Lo que puede hacer que esta metáfora se interne en cierta medida en la concepción simbólica expuesta por Ricoeur, aunque hay que recordar que tal diferencia no existe para de Man, sería el hecho de que el segundo término de esta metáfora (templo) va más allá de una mera relación de semejanza y, por lo tanto, se adentra en un vasto campo abstracto de connotaciones y sentidos que implicaría una penumbra semántica propia del símbolo como vía de conocimiento en relación con las ideas de Ricoeur.
Este desarrollo del símbolo corresponde propiamente a ese anhelo por alcanzar una unidad cuyo primer impedimento es la conciencia que se refleja en un lenguaje que sólo aparenta dicha unión. De ahí que la resolución ante esta situación sea tan sólo la muerte, muchas veces prefigurada en la poesía de los poetas escogidos por de Man para explicar esta vertiente simbólica. Pero con la muerte no sólo cesa la conciencia, sino también el lenguaje. Y eso es lo que deriva en el simbolismo llevado a cabo por Mallarmé y Hölderlin que, según de Man, rechazan esta postura.
Para que sobreviva lo poético, debe darse la conciencia y el lenguaje. Por lo tanto, la reunificación deseada por Baudelaire y Yeats sólo puede conducir a su desaparición. De Man expone que para Mallarmé el símbolo no es concebido igual que por Baudelaire, ya que…
… no es una identificación entre dos entidades que fueron originalmente separadas. Es, más bien, una mediación entre el sujeto a un lado y la naturaleza al otro, en la cual ambos mantienen sus identidades separadas, pero en la que una tercera identidad, el lenguaje, contiene en sí misma su oposición latente.
Semejante definición del símbolo lo convierte verdaderamente en el elemento poliédrico, caleidoscópico y complejo que lo constituye como vía de conocimiento entre un Yo y una alteridad más o menos distante. El lenguaje, hecho símbolo, se transforma así en puente inestable y cambiante que testimonia la conflictiva dialéctica entre los elementos subjetivos y objetivos que marcan la escisión propia de la realidad, de la finitud, del plano empírico, al fin y al cabo.
Por esto mismo, mientras que el símbolo de la primera vertiente se corresponde con una inclinación hacia la unificación de lo separado que tiene como conclusión el cese mortuorio de la conciencia, esta otra tendencia simbólica pretende partir de la conciencia no para redimir dicha escisión, sino para testimoniarla. Y es que no podemos olvidar que Martin Heidegger escribía en Hölderlin y la poesía a propósito del poeta alemán que la poesía era, precisamente, testimonio del ser.
Es así como de Man establece una interesante y aguda división respecto al valor y sentido del símbolo, aunque a veces peque de cierta indefinición o deje fuera características del símbolo que no deberían ser desechadas. Esta dicotomía queda muy bien resumida cuando de Man escribe que…
… si la poesía de Baudelaire puede ser llamada una poesía del ser, la de Mallarmé puede ser llamada poesía del devenir, y en este contraste se resume el doble aspecto del simbolismo.
Según Popper, «El lenguaje es un dios celoso que no perdona a quien invoca sus palabras en vano, sino que lo condena a la confusión y las tinieblas».
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