Francisco de Quevedo: días de vino y trifulcas. Desmoronamiento. Paz final

Quevedo buscón.jpgCon la vida de Quevedo y la del Imperio Español se puede trazar un paralelismo: nació en el cenit, 1580 (unión de los dos imperios más potentes de entonces, el propiamente español y el portugués, pues también los lusos, en palabras de su gran poeta Camoens, eran españoles) y murió en 1645, dos años después de la derrota de los tercios en Rocroi, muy al norte de Francia, que suele tomarse como el fin de la primacía española.

Al hablar de Quevedo surge como una sombra la figura de su contemporáneo, aunque mayor, Góngora, que, al igual que hoy entre algunos escritores de fama, constituyeron una pareja enfrentada. Relación a veces llena de una invectiva verbal muy severa, una sempiterna trifulca que puede desagradar a muchos lectores. El adusto semblante de Luis de Góngora que observamos en las pinturas nos incomoda y casi asusta, pero el de Quevedo, con sus precisamente «quevedos» (antiparras, lentes) tampoco nos  tranquiliza. Polémica esterilizante.

Precisamente para un autor del siglo XX, Francisco Umbral, Quevedo constituyó su modelo literario. De Cervantes dijo que El Quijote es una novela a ratos bien escrita. Nada de particular; ambos, Quevedo y Umbral, fueron negativos en el sentido peyorativo del término.

Los días de presunto esplendor del satírico barroco, derramados en vino (Góngora lo llamó «Quebebo»), mujeres y arcabuzazos verbales boomerang contra el citado Góngora y algunos otros, con toda la copiosa munición del Barroco puesta al servicio de las descalificaciones burlescas, producen un efecto deprimente. Hoy, con el efecto multiplicador de las redes sociales, estas trifulcas se habrían expandido exponencialmente.

Quevedo, misógino de catón (nada de particular en aquel tiempo) hubo, por otra parte, de sufrir los rigores de la justicia del XVII, ciega no en el sentido de imparcialidad con que se la representa por medio de una mujer con venda en los ojos, sino en el peor de sus significados, pervertidora de su digno nombre: penitencia de más de tres años en San Marcos de León, hoy escaparate turístico de la ciudad, junto a su pulcra catedral, la más «francesa» del gótico español, pero entonces severa prisión-frigorífico de pobres condenados tan inocentes como él mismoDe un poeta (y cultivador de otros géneros) hablamos, así que acuñaremos un  díptico (pareado):

Penas monstruosas para delitos insignificantes, antaño.
Penas insignificantes para delitos monstruosos, hogaño.

Góngora.jpg

Sí, porque la osadía de Quevedo con su autoría o presunta autoría de la carta-memorial hallada bajo la servilleta regia no era para aquel inclemente castigo. Solicitó el ulcerado escritor que al menos se le quitaran los grilletes, y el rey, Felipe IV, se lo tomó con parsimonia, algo así como que ya se vería con el tiempo. Señalamos en esta revista digital al hablar del conde-duque de Olivares la apreciación de Gregorio Marañón sobre este particular, que el valido actuó no pocas veces como pararrayos de los errores del monarca, intocable a pesar de la notoria parálisis de su voluntad. Leemos en otros libros interpretaciones divergentes y hasta estrambóticas. Nos quedamos con la del médico-historiador. Al fin y al cabo, demasiados historiadores nos recuerdan a contables de empresa y poco más.

Pero fuera de ese destructivo Quevedo antipático está el de los poemas de amor y de honda reflexión sobre la vida y su fugacidad. Leamos, así, dos memorables ejemplos:

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo, ví que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día

Entré en mi casa, ví que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada
y no hallé cosa en que poner los ojos

Que no fuera recuerdo de la muerte.

A este soneto se le han dado diversas interpretaciones, incluso de índole sexual. No las descartamos, pero tampoco las vemos convincentes. Quevedo simplemente señala la decadencia de España, aquellos muros no tan antaño fuertes y después desmoronados (él no vio su desmoronamiento completo ni de lejos). Sí, es cierto que el poeta fue desmoronándose, y más rápidamente que su país, pero señalar, como hacen algunos críticos, que ciertos versos del soneto, como «mi báculo más corvo y menos fuerte. / Vencida de la edad sentí mi espada» son un trasunto de su miembro viril decaído podría resultar ir demasiado lejos. Lo que está clarísimo es el sentido de los dos últimos:

 y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuera recuerdo de la muerte.

El dramatismo de estos dos versos nos recuerda cogitaciones de filósofos y demás escritores posteriores que leemos en esta revista digital, sobre todo del ámbito anglo-germano. En cualquier caso, expresan con un patetismo desgarrador el delicado momento del autor. Ignoramos si los conocieron Schopenhauer, Mainländer, Pizarnik, Plath y otros afligidos pensadores, pero destilan un aroma inquietante que nos recuerda a ellos.

Entre los amorosos, nos encontramos con «Amor constante más allá de la muerte», memorable soneto. Coincidimos con Dámaso Alonso y algún otro poeta en que quizá sean de los versos más hondos de la poesía española.

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Y cuando decimos que nos resulta un soneto, digamos luminar, nos referimos sobre todo al último verso:

… polvo serán, mas polvo enamorado.

Verso que suscita una hondísima emoción inefable y, por lo tanto, imposible de transmitir a este escrito.

En su litigada heredad de la Torre de Juan Abad (sur de Castilla-La Mancha), en sus postreros días, tras los rigores helados de San Marcos de León, alcanzará cierta paz este antaño diablo cojuelo perejil de todas las salsas picantes, mientras contempla a una niña en sus inocentes juegos y decires. Paz final tras una vida de claroscuros, de triunfos y caídas. Todos cuantos escriben desde la juventud contemplan con pesar buena parte de lo que en sus años mozos escribieron. Aviso para navegantes.

6 comentarios en “Francisco de Quevedo: días de vino y trifulcas. Desmoronamiento. Paz final

    • Buenos días, amigo Lucio,
      Gracias por tus palabras, amables como siempre.
      Ten en cuenta que por lo general en esta revista se prefiere la construcción de los artículos sobre cuatro pilares muy difíciles de conjugar: concisión, rigor, claridad y cierta amenidad, así que sobran explicaciones colaterales y aparato erudito.
      Por otro lado, entono mi particular mea culpa, pues leído ya el trabajo en el formato de “La Lechuza” observo diversas repeticiones de palabras en poco espacio, debidas a la conjunción de los sucesivos cambios que he realizado en la redacción y mi pertinaz insomnio.
      En cuanto al término «verbal», aunque casi siempre indica «oral», en un sentido amplio incluye también la palabra escrita.
      Espléndido fin de semana

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  1. NO SÓLO GRAN POETA, SINO TAMBIÉN HOMBRE DE DUELOS Y AVENTURAS; POR ESO ARTURO PÉREZ REVERTE LO TIENE COMO PERSONAJE EN SUS NOVELAS DEL CAPITÁN ALATRISTE.

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