De estar en el mundo como nieve: la poesía de Paloma Palao

El paraíso está perdido en el esfuerzo.
«El ángel de la música», Música o nieve (1987).

Cuando Gabriel, en el párrafo final de Dublineses, se acerca con la espalda helada a la ventana y contempla los copos de nieve cayendo, la escena toma una especie de tinte profético, como una advertencia desoladora que anticipa el final de todos los personajes de la novela de Joyce y, en una extensión bellísima, el final del lector y su mundo:

Ligeros toques en el cristal lo hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado a nevar otra vez. Con sueño, vio cómo los copos plateados y sombríos caían oblicuos hacia las luces. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el Oeste. Sí, los periódicos estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda.

Consciente de que el relieve entero de la isla se cubre bajo el mismo manto, continúa:

Caía en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas sin árboles, caía suavemente sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suavemente caía sobre las oscuras y turbulentas aguas de Shannon […] Reposaba espesa y al azar en las cruces torcidas y las losas, en las lanzas de la valla, en las espinas estériles. Su alma se desmayó suavemente al oír la nieve cayendo leve sobre el universo y leve cayendo, como el descenso de su último final, sobre todos los vivos y los muertos.

La nieve, como un velo totalizador, caía sobre los vivos y los muertos, uniéndolos sin distinguirlos. El final de la novela, abundante en repeticiones y metáforas, como una nana, es capaz de acercar las sombras a los vivos y los muertos, creando un mundo en que ninguno de los dos llega a diferenciarse. Un mundo en que ambos forman parte de lo mismo y se mezclan y conviven deslizándose.

La acción totalizadora es sorprendentemente difícil de conseguir si no es por la palabra escrita, o al menos eso intentamos decirnos en la vida. La poesía, como labor valiente y en su esfuerzo por habitar las grietas, es capaz también de tejer un manto que aglutine las dos esferas.

En su poesía, Paloma Palao (Madrid, 1944-Ibiza, 1986) consigue urdir estos dos planos: en su caso lo vivo equivale al momento presente y lo muerto al olvido y al recuerdo. En uno de sus primeros poemas, publicado en Poesía Española (1965), la autora confiesa:

Sólo sé que estaría
durmiendo siempre de cansancio;
que no quiero pensar ni preguntarme,
pues soy, de corazón, mi única incógnita.
Pues soy, de corazón, un ser que vive
a cuatro patas con latidos
y angustia de lo eterno.

Paloma Palao.jpg

La «angustia de lo eterno» es lo que lleva a la autora a admitir su condición pequeña, casi insignificante y plenamente consciente de su capacidad en un mundo que la sobrepasa.

Ahora, la editorial Torremozas publica su poesía completa con prólogo de Jorge de Arco, junto a unos apuntes íntimos de su hermano Juan Palao y un anexo fotográfico, donde se encuentra un texto original que pronunció Carmen Conde en la presentación de su poemario póstumo. Paloma publica su primer volumen, El gato junto al agua, en 1971, tras conseguir el accésit al Premio Adonáis de 1970. Aquella «angustia de lo eterno» que preludiaban sus poemas en prensa se desarrolla ahora en torno al tema del recuerdo. En el quinto poema de la segunda parte, describe (V):

Yo no quiero ir de aquí a lo de siempre,
de la rosa de arena a los cimientos,
a los mantos de besos que me ahogaban,
porque tengo los dedos apretados
hacia la tibia brújula del miedo
y quiero estar derecha y no caerme
sobre la lápida helada del recuerdo.

La casa, el hogar, el recuerdo de la infancia… aparecen como lugares lejanos a los que volver. En el siguiente poema (VI), la autora admite:

… Voy volviendo
a la casa –lejana casa– que el miedo
ha consumado y recorro
espejos ya parados, relojes sin la prisa
de contarnos las horas…

Y continúa:

… Aquí dejé
la mano, aquella tarde,
en que el amor me volcó del revés.
Aquí dejé mi voz plantada,
llamando al silencio.

La casa, los recuerdos, son lugares a los que intenta volver y en los que la poeta intenta recomponerse. En la siguiente estrofa, la poeta confiesa:

Estoy ya dentro
andando por las sombras olvidadas,
como migas de pan de viejos
cuentos, para saber volver
con la inocencia herida,
pero en pie.

La voz de Palao es una voz firme y dolorida. Tocada por la conciencia de saberse incapaz de encontrar un sentido pleno. Una voz tocada por la soledad: «A veces me siento / más sola que la muerte», confiesa en el poema VIII. En el penúltimo poema del volumen, la autora se dirige a un interlocutor al que llama «madre», a quien parece reprochar no haber encontrado la plenitud ni el sentido que buscaba al volver a sus recuerdos:

Son importantes tantas cosas
–madre– […].
… Sin embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de una alegría que no pudiste
darme.

Y sigue de una forma preciosa:

… mi estatura
se parte –frente a ti– y sólo
queda un murmullo
de alas vencidas por la vida.

El murmullo precioso de un anhelo. El saberse consciente de una imposibilidad: la imposibilidad de lo completo, del amor y, sobre todo, de recuperar el pasado. En el siguiente volumen publicado, Resurrección de la memoria (1978), finalista del Premio Boscán el año anterior, la poeta escribe (VII):

… Ya la luz
no consuela
mi noche –carne que se abre sobre el deseo–.

Acerca de este libro, Francisco Umbral admitiría que «nadie vive su presente». Lo que ha sido se escapa y la poeta intenta recoger las piedrecitas sueltas que han ido cayendo. En 1967, Paloma finaliza sus estudios de Derecho en la que hoy sería la Universidad Complutense de Madrid y comienza a preparar su carrera diplomática. Hasta entonces, el acceso al servicio exterior estaba por completo vetado, en teoría y en práctica, a las mujeres. En sus Apuntes íntimos, el hermano de la poeta recuerda que sólo una mujer, en 1964, había sido admitida en el servicio exterior del régimen franquista: Rosa Buceta Ostos. El intenso y afanado estudio no consiguió valerle una plaza en la diplomatura española y se quedó a las puertas. Su hermano escribe:

Llegado el día de la oposición, había 20 plazas disponibles. A ella le asignaron el n º 21: aprobada, pero sin plaza. Y lo que es peor, la convencieron de que nunca le darían plaza en el Servicio Exterior.

PalomaPalao.png

Su poesía es una imagen que muestra a la vez lo inalcanzable –en definitiva, lo que no es– y lo que se tiene, que mientras intenta rozarlo.

En 1982 publica Contemplación del destierro, donde aparece Annelein, una figura misteriosa, sin rostro, a la que la poeta se dirige suplicante, con el miedo y la cautela de quien descubre algo por primera vez:

No te vuelvas, Annelein. De todas
las partes de tu cuerpo es tu espalda,
la que mejor compone tu semblante. No
nos enseñes nunca el rostro –Annelein–,
porque así podrás vivir siempre entre nosotros.

Pero este misterioso interlocutor es mucho más complejo que el reflejo de la imagen de la poeta. En el último poema, Annelein se torna y se descubre el misterio: «Ahora tú y yo somos una misma, Annelein». Y continúa en este bellísimo poema de largo aliento:

Te recuerdo como herida por la ambición
de lo alcanzable y afanada en conseguir
lo inútil.

Y continúa:

Verás, ya el agua se adormece en tu mano,
y las palomas de la tarde han cuajado
en la noche. Eras una mujer desmadejada
por el amor, Annelein, pero el amor
era una tortura que nunca presentías.

Para concluir:

… Estoy
sintiendo el zureo de la soledad y advierto
que tu presencia es tan grata, como mi propia imagen.

En 1986, Paloma Palao sufre un mortal accidente de coche en la isla de Ibiza. Un año más tarde, se presenta en la Biblioteca Nacional su volumen Hortus Conclusus, seguramente inacabado, donde Carmen Conde leyó un texto para la presentación:

Tímida y superior en cuanto la rodeara; incomprendida persona que no se esfuerza para aquilatarse. Es la voz más limpia de nuestra poesía actual, así como su creadora, alguien que se dolía de sí misma.

En este poemario los paisajes naturales y humanos se funden, y los cipreses, el roble y el manzano sienten y viven de forma humana. Sobre el pino observa:

Retorcida memoria
que la tarde cobija
y su forma cambiada
en el aire fenece,
y el horizonte gira
al informe crepúsculo
cuando lenta la nieve
el pasado consume
y firmemente asume
su silencio la noche.

La voz de Paloma Palao es una voz oscura, dolida, que cae como la nieve en el dulce zureo del atardecer.

El mismo año de la presentación de Hortus conclusus aparece bajo el precioso título de Música o nieve el penúltimo poemario publicado hasta la fecha de la autora. En «La escarcha» se confirma el anhelo, el murmullo de alas sofocado, que sufría la poeta: «Ya el deseo es mazmorra, / que jazmines no admite». Una voz y una personalidad oscura, compleja y contradictoria. Si retomamos el poema publicado en 1965 nos encontraremos con unas palabras que preludian de forma bellísima todo el desglose de su vida interrumpida:

… Y no sé lo que pasa,
pero sufro; y estoy callada a lo lejos
dentro de mí misma […].
… Y lo he olvidado
todo. Sólo sé que quisiera establecerme
en la garganta de un pájaro,
o en la ancha longitud de las estrellas.

Dentro del dolor, la palabra se transforma en refugio. «La garganta de un pájaro» le sirve a la poeta como protección contra el discurrir avieso del tiempo y sus palabras se convierten en pleno testimonio de una euforia entregada del todo a una pasión no correspondida, a una pasión por lo fugaz, lo efímero e intermitente, que al fin y al cabo es la vida. Su hermano recuerda de nuevo:

Paloma escribió poesía porque […] «para ella, vida y poesía eran la misma cosa». Era un sentimiento propio de mi familia que lo más importante de la vida era la vida misma, y que la vida es mucho más hermosa cuando se la vive con pasión.

La obra de Paloma Palao es pleno testimonio del intento por unir los aspectos de la condición humana: como la nieve que lentamente cae sobre la ventana y toda Irlanda, las palabras intentan abarcar lo que existe y lo que no, o al menos demostrarlo. El batir de las alas intenta consumar lo incompleto e intermitente de la vida, que daña y desgasta, con la plenitud inabarcable. A veces, si consiguen unirse vida y obra, forman un bellísimo estallido que agavilla pequeños retazos de esperanza y dolor. Estos fragmentitos flotan en el aire para que alguien los recoja y utilice. La vida está para vivirse, en toda su felicidad y daño, con todas sus contrariedades y destellos, y la obra de Paloma Palao es consciente de esto.

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4 comentarios en “De estar en el mundo como nieve: la poesía de Paloma Palao

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