En uno de sus más famosos cuentos, Borges narra la historia de dos teólogos encargados de defender la ortodoxia cristiana frente a las herejías. A pesar de guerrear contra idéntico enemigo y ser compañeros en el mismo bando, uno de ellos moría de envidia por alcanzar la posición que ocupaba el otro, por lo que entabló con él una batalla secreta de competencia, celos y envidia. Finalmente, a través de una tortuosa maniobra, consiguió denunciarlo sin que se advirtiese su intención y así logró que lo acusaran de heresiarca y fuese sentenciado a morir en la hoguera. Al llegar al reino de los cielos, Dios conversó con él y lo confundió con su mortífero amigo, no por error sino porque en la mente divina los dos teólogos formaban una sola persona, de igual modo que la luna, siendo un único astro, presenta una faz conocida y luminosa, pero otra ignota y oscura. Salvando la exageración que impone dramatismo a esta ficción para volverla más atrayente, podríamos citar varios casos similares en la historia de la música y en la de su hermana discursiva, la poesía. De inmediato viene a la memoria la problemática relación entre pares que se volvieron adversarios o a los cuales su entorno convirtió en enemigos, como Salieri y Mozart, Góngora y Quevedo u Octavio Paz y Efraín Huerta. Lo interesante es que en todos estos ejemplos parece que se opusieran dos actitudes contrarias ante un mismo arte: una, que afronta la creación desde la gravosa seriedad, otra, que pretende hacerlo desde la ligereza del humor, y que –al decir de Borges– serían inseparables, como dos caras de una misma moneda.
En el caso de Efraín Huerta, el punto de unión con Paz fue el amor por la poesía. Su supuesta enemistad se debió a diferencias políticas, ya que el primero se mantuvo fiel al comunismo e incluso al estalinismo, mientras que, tras su viaje a París, el segundo abandonó las convicciones juveniles para volverse antimarxista y surrealista. Sin embargo, aunque entre ellos hubiera divergencias ideológicas, la mutua animadversión –si existió– nunca se mostró bajo la luz pública. Más bien se trata de un mito ficcional, creado a partir de rumores y construido, sobre todo, desde la insinuación de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes. Pese a ello, es difícil que Huerta no haya tenido la sensación de ser opacado por la pronta fama de Paz, quien fue compañero suyo de generación (nacidos en el mismo año 1914, igual que José Revueltas), de estudios en la Escuela Nacional Preparatoria, de andanzas poéticas en la revista Taller, cuando ambos asociaban al arte el compromiso político, y hasta padrino de su primer matrimonio. Así lo expresó en «Ay, poeta»:
Primero
Que nada:
Me complace
Enormísimamente
Ser
Un buen
Poeta
De segunda
Del
Tercer
Mundo.
Es innegable que Huerta resultó eclipsado por el prestigio internacional de Paz, pero en los últimos años hemos asistido a su recuperación por parte de los jóvenes poetas mexicanos, que ven en él a uno de los grandes maestros de la lírica del siglo XX tanto para su país como para Latinoamérica. Esta consideración se debe a que Huerta recurrió al lenguaje popular sin afectar la belleza de sus composiciones y, de este modo, enfrentó el elitismo de la poesía simbolista y romántica –por entonces aún en boga– pero sin caer en el realismo socialista –muy promocionado por entonces–, sino en una visión veraz de la vida, cruel e irreverente, que se nutre de los personajes e historias de la ciudad de México. En su deambular cotidiano, los «hombres del alba» construyen pero a la vez arrasan su entorno y a sí mismos. Son borrachos, prostitutas, delincuentes, gente sin techo, aunque también gente común, trabajadores que se levantan temprano, barrenderos que recogen los desechos nocturnos, enamorados que, tras la noche, ven despuntar el sol. En suma, habitantes del límite. Sobre la base de la crónica urbana, la poesía de Huerta fue dibujando los contornos de su ciudad por adopción, un México que acoge y expulsa, que se ama con pasión pese a fastidiar y herir el alma, donde conviven la esperanza junto con el desencanto. Quizás por eso, con ella fue diseñando un peculiar estilo, capaz de afrontar esa contradicción a través del humor, como la única salida lúcida ante situaciones que no pueden eludirse ni cambiarse, sólo aceptarse. De ahí, nacieron los poemínimos, pinceladas de vida que en su interior ofrecen un universo completo, considerados hoy antecedente poético de los tuits. Los escribió siguiendo el modelo de los epigramas, es decir, con la intención de crear composiciones poéticas muy breves, que expresan un solo pensamiento ingenioso o satírico con gran precisión y agudeza:
… durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podían ser algo así como epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (de 8 años), al leer algunos declaró lo siguiente: «Son cosas para reír». Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio Paz (58 años) lo definió de esta manera: «Son chistes». Me alegró en extremo que, separados por medio siglo de experiencias y cultura, Raquelito y Octavio hubieran coincidido.
Prescindiendo de la evidente ironía de Huerta para con Paz en este texto, ciertamente los poemínimos son lo que tradicionalmente se llamaba «epigramas». En la lengua castellana, esta especie poética se asoció muy pronto con el humor. De hecho, la lírica jocosa surgió en el Barroco al resquebrajarse el endeble equilibrio alcanzado tras la expansión que España realizó durante el Renacimiento. Entonces la tensión provocada por los nuevos usos sociales y económicos se reflejó de inmediato en la poesía mediante una ruptura de la armonía entre forma y contenido. Ambos se potenciaron de manera independiente y, de este modo, surgieron dos movimientos: el culteranismo (liderado por Góngora) y el conceptismo (por Quevedo). La utilización de juegos de palabras, como el retruécano o las paronomasias, el doble sentido, la hipérbole y las ocurrentes asociaciones de ideas, recursos habituales en la poesía de aquel período, canalizaron con facilidad los registros humorísticos, que iban desde la broma al sarcasmo, desde la crítica irónica a la burla humillante y dañina, la que ocasiona escarnio público. Entre los escritores, el uso del epigrama cómico se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, para finalmente refugiarse, carnavalesco, en la canción gaditana bajo la forma coral de las chirigotas. A nivel popular, la costumbre nunca ha dejado de tener éxito (basta ver los letreros de algunos comercios o cantinas del mundo hispanohablante). El adalid de esta tradición fue, sin duda, Francisco de Quevedo, quien parece haber escrito una ingente cantidad de epigramas. Muchos de ellos se perdieron, ya que solía hacerlos por simple divertimento, pero nos quedan otros tantos que dan la pauta de lo que debió ser su producción, como los dedicados a Góngora, y los poemáximos –por decirlo en términos de Huerta– Poderoso caballero es don Dinero, Poema al pedo, Érase un hombre a una nariz pegado, Desengaño a las mujeres, Halla en la causa de su amor todos sus bienes y algunas otras lindezas, que destilan el racismo, la visión machista, el materialismo y la picardía de la época. No hay que olvidar que el propio Quevedo distinguió en su lírica jocosa dos aspectos complementarios: lo burlesco y lo que atañe a la moralidad, es decir que la diversión encubre siempre la crítica y un cierto interés pedagógico.
En un contexto más flexible, que a veces desiste del enjuiciamiento moral, los poemínimos de Huerta se valen de estos instrumentos barrocos para plasmar de modo inigualable el contraste entre lo ideal y lo real, mostrando el caos, la confusión, el absurdo o la ambigüedad de emociones, la misma que debió despertarse colectivamente ante la realización de una revolución que, además de sus parabienes, debió enfrentar dificultades y miserias. Como ejemplo, he aquí una verdadera fiesta de paranomasias, donde el poema se construye por alusión a otros términos con sonidos similares pero de distinto significado. Sin dejar de expresar una contundente verdad, los ecos de esas palabras sugeridas y la relación con el contexto donde suelen aparecer es lo que hace estallar la risa:
Resignación Amenaza Redil Definición Distancia
Buenos Bienaventurados Como Siempre Del
O malos Los poetas Buena Alardeé Dicho
(Más malos Pobres Oveja De ser Al
Que buenos) Porque Descarriada Un Lecho
Todos mis Poemas De ellos Que soy Impecable Hay
Son del Será Me vendo Masoquista Mucho
Demonio El reino Bien Trecho
Público De los Suelos Al mejor Resulta
Pastor Que soy
Un
Implacable
Maoísta
En su Arte Poética, Aristóteles admitió que la risa es un rasgo exclusivo del ser humano, en pie de igualdad con la razón, o sea, estrechamente vinculado al lenguaje y la vida en sociedad, por tanto, con pleno derecho a entrar en la poesía, si bien él sólo se ocupó de la comedia. Muchos siglos más tarde, Bergson volvió sobre el tema para precisar que no se trata sólo de que el hombre sea el único animal capaz de reír, de manera deliberada y no mecánica, sino de hacer reír a los demás. Al asociarse con la inteligencia, el humor, en sus diversas manifestaciones, se convirtió en una forma de conocimiento, que despliega una visión más aguda y compleja de la realidad, pues se construye por contraposición. Para poder reírse hay que tomar distancia, porque nadie que esté preso en una situación es capaz de bromear sobre ella. Se requiere un alejamiento que permita captarla y captarse en un contexto más amplio, haciendo posible una cierta indiferencia que coloque por encima de la relación inmediata entre el individuo y su mundo, que es de naturaleza emocional. En este sentido, el humor, como la reflexión, constituye una actividad de segundo orden pero, a diferencia de ella, relativiza en lugar de absolutizar lo que en cada caso representa la posición del Yo. Como consecuencia, la risa elevada al nivel del arte tiene la capacidad para socavar el orden establecido, por lo que siempre resulta provocadora, crítica y peligrosa. Quizás por eso, su intromisión en la lírica se ha infravalorado, desprestigiando a la poesía jocosa como si se tratara de su lado superficial, débil e inferior. Y, sin embargo, la lírica es el género literario que le ofrece óptimas posibilidades de expresión, dado que en ella acontece la máxima subversión del lenguaje. Así, por ejemplo, los poemínimos se desvalorizan al ser calificados de simples chistes o incluso de antipoemas y, atendiendo a su brevedad, no se quiere reconocer el esfuerzo que entraña su composición. Lo que ocurre es que, en el fondo, el humor denuncia la actitud de la poesía que idealiza, ésa que podríamos llamar quijotesca, porque vuelve sublime incluso el dolor y el sufrimiento, intentando construir positiva o negativamente el significado del mundo, aunque, precisamente por eso, lo cierra. En cambio, con su afán de corrosión y relativismo, la poesía burlona se parece más a la figura de Sancho Panza. Libérrima, sin pretensiones ni altisonancias, abre el sentido reconociendo la pequeñez y la perplejidad desde la que cada uno se enfrenta a su propio entorno e incitando… quizás… a una posible recomposición, que, si no se da en la realidad, al menos sí surge en el interior de cada uno al aliviar la tensión mediante la descarga de la risa y prepararnos… sólo tal vez… para una futura actuación desde el gozo y la alegría.
Mansa hipérbole Caballo Tótem
Los lunes, miércoles y viernes Pido Siempre
Soy un indigente sexual; Permiso Amé
Lo mismo que los martes, Para Con la
Los jueves y los sábados. Dormir Furia
Los domingos descanso Esta Silenciosa
Noche De un
A Cocodrilo
Rienda Aletargado
Suelta
Horrible muerte Hermafrodisíaco Francisco I (Paráfrasis) Tláloc
Bestia peluda Hombres Sucede
La Misantropía No Todo Que me canso
Me dio Me Se ha De llover
De puntapiés Faltan Jodido Sobre mojado
En la Mujeres Menos Sucede
Entrepierna No El amor Que aquí
Morí Me Nada sucede
Confortado Sobran Sino la lluvia
Con todos Estoy lluvia
Los auxilios Completo lluvia
Espirisexuales lluvia
Gracias. que gran espacio.
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