«Rupertine del Fino»: cuando la filosofía se viste de novela

Hay autores que desnudan el alma. De ello se percata el lector que busca abismos en todas las lecturas a las que se enfrenta. Este es el caso del filósofo, poeta, dramaturgo y novelista alemán Phillip Mainländer (1841-1876), un pensador casi desconocido para las letras en castellano que, sin embargo, tuvo una influencia más que notable en otros pensadores más conocidos como Nietzsche (¡qué sería de sus conceptos de aurora o la muerte de Dios sin las lecturas Mainländer!) o de Cioran.

Autor de una no muy extensa obra dada su efímero paso por el mundo, de su palabra emergen un compendio de «relampagueantes» ideas (haciendo así uso de su retórica), tan sugerentes como radicales, que dieron forma a un modelo filosófico propio en las que se observa la impronta de su mayor influencia, el también filósofo alemán Arthur Schopenhauer.

De todas «las esferas» de su sistema, por su originalidad y belleza, destacan su metafísica, su ética y su estética, cuyas ideas principales debemos presentar si acaso como un esbozo, puesto que es esencial de cara a comprender el verdadero sentido de la novela que discutiremos más abajo.

Mainländer

En su teoría sobre el sentido del Ser, Mainländer entiende el mundo como un devenir en el que nos encontramos los seres que en él habitamos. Esta Gracia (o desgracia), se debe a la muerte del ente que existía antes del mundo (Dios) en una etapa pre-mundana. El Dios primordial, que solamente existía en una continua y tediosa existencia, decidió morir, y de su cadáver emergieron todas las pluralidades que forman parte de este mundo.

Para el filósofo, la vida es un continuo movimiento desde el Ser al No-ser, y en ese movimiento tiene mucho que ver la influencia de «la cosa en sí» de la que hablaba Kant, transformada conceptualmente en la voluntad de Schopenhauer, y a la que Mainländer la define como una fuerza individual que nos compone y nos arrastra hacia el vacío de la nada.

Este principio fundamental ha de ser comprendido por los seres humanos, ya que solamente así alcanzarán un estado al que el filósofo define como «la paz del corazón», es decir, el entendimiento de que es mejor la nada a cualquier cosa, puesto que la vida no es más que un campo de batalla en el que cada uno de los seres del mundo lucha con el resto hasta su debilitamiento total. Todo esto es debido a la fuerza de su voluntad individual, la cual forma parte de cada fragmento del cadáver de Dios, es decir, de cada uno de nosotros mismos. El Ser, por lo tanto, estará condicionado por una naturaleza egoísta que le lleva a querer vivir eternamente, y por lo tanto a rechazar (y a temer) la muerte, aunque el resultado final siempre será su aniquilamiento total. Digamos que esa necesidad de vivir no es más que un señuelo con el que la voluntad nos consigue arrastrar (y engañar) hacia un desenlace finito del todo irremediable.

Mainländer defiende en su Estética la manera en la que el hombre puede redimirse a sí mismo de este gran peso, y eso pasa por la pérdida del miedo a la muerte. Ahí estaría la clave de su «redención», para lo cual sería necesario adquirir un estado «sublime» de consciencia. Tal sublimación se podría alcanzar, según Mainländer, gracias a tres rasgos diferentes de caracteres: a) al del héroe, un individuo que siente amenazada su vida y que sin embargo no tiene reparos en dejarla si es necesario; b) el del sabio, quien se ha dado cuenta de esta revelación y, por lo tanto, no le otorga a la vida ningún valor, por ello la niega, aunque toma una actitud pasiva ante ella; c) cosa que no ocurre en el caso del héroe-sabio, el tercero de los caracteres sublimes según Mainländer, en donde el sabio adquiere la consistencia de héroe, es decir, el de un ser que actúa, que utiliza su propia vida para ayudar a la humanidad y redimirla desde la enseñanza y sin temer su fatal desenlace. El héroe-sabio actuaría como una especie de profeta, un «filósofo práctico» que aglutinaría en su haber los rasgos éticos de la filosofía mainländerliana (patriotismo, justicia, amor al prójimo y castidad), y que ha de entregar su vida a la humanidad para ayudarla en su devenir por el mundo. Como apunta Carlos Javier González Serrano en el epílogo de Rupertine del Fino: «el sabio ‘mira fijamente a los ojos, con alegría, a la nada absoluta’. A ella se encamina sin miedo y consciente de su destino, consciente del destino del universo, que quiere hacer suyo».

En ese mensaje, ha de estar presente la revelación de que estamos formados por la egoísta voluntad de vivir individual, a la cual tienen acceso privilegiado los artistas. Como podemos deducir, el arte, al igual que en el caso de Schopenhauer, también adquiere un valor trascendental en la filosofía mainländerlina. Ambos autores lo entienden como una puerta de acceso hacia las esencias que se ocultan tras el velo del mundo físico de las representaciones («el arte es el reflejo transfigurado del mundo», dice nuestro autor), y el artista es aquel que es capaz de conectar con él mediante sus especiales habilidades para la contemplación, creación, esbozo de ideas y presentación de las obras, que no son más que los espejos transfigurados en donde se reflejan los destellos de la voluntad.

Todo este saber que aquí meramente sugerimos por necesidad, junto con el resto de sus postulados en campos como la Física, la Analítica o la Política, quedaron plasmados en su obra enciclopédica de más de mil páginas titulada como Filosofía de la redención, obra que vio nacer justo antes de decidir quitarse la vida a la edad de treinta y cinco años, y tras haber escrito previamente Rupertine del fino, una corta pero bellísima novela con la que intentó acercar su pensamiento a un público no tan especializado en cuestiones filosóficas.

Dicha novela, como toda la obra de Mainländer hasta hace muy poco, ha pasado totalmente desapercibida para los lectores en castellano, aunque acaba de salir publicada felizmente por Guillermo Escolar Editor una traducción del especialista mainländerliano Manuel Pérez Cornejo.

Rupertine del Fino Mainländer

En el plano estético, podemos afirmar que se trata de una novela singular, alejada de los cánones «prosísticos» habituales, y que se encuentra muy en las antípodas en cuanto al estilo de escritores sobre los que Mainländer dejó una enorme impronta, tales como Thomas Mann. No sería muy aventurado sostener que el  Nobel de Literatura y autor de La muerte en Venecia se inspirara en esta novela que ahora analizamos, que seguro leyó.

Llama la atención que la obra esté repleta de citas de otros autores clásicos como Goethe, de enorme influencia para Mainländer, un recurso que también utiliza en el ensayo en el que desgrana su sistema filosófico.

Con una estructura capitular breve en donde lo que más se cuida es el análisis psicológico de los personajes, pero contada en tercera persona, desgrana una historia trágica que le sirve de excusa para ir presentando sus ideas. La base de la trama es la de un relato de amor a tres bandas en la que la protagonista principal, Rupertine del Fino, se mueve entre dos aguas bien distintas: una, en la que azotan las corrientes circulares de la vida, con su incesante fluir mundano, y cuya marea es representada por la figura de su gran amante, Otto, a la sazón un artista reconocido y consagrado a su arte en aquellos espacios de tiempo en los que adquiere los valores propios para acometer su obra, pero que no duda en entregarse igualmente a los placeres terrenales cuando es menester, y que bien inducen en él un inestable devenir que arrastra a «Rupa» por los senderos de una «vida demoníaca» en constante movimiento, y que tal y como dice el propio protagonista, le coloca «en el medio del ardor y del hielo que agita a los corazones humanos».

Al otro lado, emerge un océano de quietud, un devenir pausado, en calma, representado por el primo de Rupertine, Wolfgang Karenner, un «filósofo práctico» en busca del «santo grial» del conocimiento (término muy mainländerliano, por cierto), que le acerque al estado sublime del héroe-sabio que ya hemos descrito.

No es de extrañar que haya sido el amor el tema elegido por Mainländer para representar los principios fundamentales de su filosofía, sobre todo, en el campo de la metafísica. Para comprenderlo, podemos ahondar en la idea que para este sentimiento fluía en el corazón del movimiento romántico alemán, movimiento que, por otro lado, tanto influyera en nuestro pensador. El propio Schlegel responsabiliza al amor de ser el causante de un caos existencial en quien lo experimenta, al tratarse de un estado de sublimación que nos apartaría del prosismo de la vida rutinaria, la quietud, el sosiego y del tedio. De esta manera, y enlazando con la filosofía mainländeriana, se trataría pues de una manifestación plausible de la voluntad y, por lo tanto, de la fuerza que arrastraría hasta su aniquilamiento total a los personajes de la novela.

El desenlace de la novela es un fiel reflejo de la idea mainländerliana del sentido que la vida, o, mejor dicho, del sentido de la muerte, y que tan bien se recoge en su famoso aforismo: «todos nuestros caminos terminan en la tumba». La muerte no ha de ser vista como un acontecimiento temido; hay que llegar a ella bajo los auspicios de la paz del corazón, redimidos por completo. Otto, tras una vida desaforada repleta de demonios vive un final exasperante, ahogado por los abismos de sus excesos mundanos.

Rupertine, en cambio, decide ir a morir al aguardo de la quietud y el sosiego que le procura su primo Wolfang, porque tal y como recita en los momentos previos a su muerte:

No puede ser de otra manera:
todos los hombres deben padecer.
Lo que en la tierra vive y se mueve
la desdicha no puede detener.
El peso de la cruz
oprime nuestros hombros,
hasta la tumba,
y allí terminará.
¡Contento debes estar!

Este final, sin duda, podemos interpretarlo además como un presagio para lo que posteriormente ocurriría en la vida del autor, ya que al poco tiempo de escribir esta corta pero excelsa novela acabó por seguir el camino de la tumba de forma voluntaria, una vez alcanzada esa ansiada paz del corazón que tanto anhelaba.

2 comentarios en “«Rupertine del Fino»: cuando la filosofía se viste de novela

  1. Buenas tardes,
    ME GUSTA, a pesar de algunas discrepancias, especialmente en lo tocante a que la vida sea «un continuo movimiento desde el Ser al No-ser».
    Lo que me importa es que es un artículo de contenido interesante y bello continente.
    Saludos

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  2. Hablar de la utopía de dios es propio solo de mentes superiores que han logrado estar por encima del bien y del mal, esa dialéctica sigue siendo catalogada por los idealistas como satánica

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