Algunos poemas de Hermann Hesse (II): «Siempre he andado sin meta»

Después de la publicación en 1919 de su novela Demian, aparecida por vez primera en Alemania bajo la autoría de «Emil Sinclair» –protagonista de los hechos que en ella se relatan–, Hermann Hesse (que poco después desveló ser el creador de la historia) obtuvo fama inmortal. Aunque ya en 1904 había salido a la luz su primera novela, Peter Camenzind, que le había granjeado no pocos elogios y la categoría de joven dotado para la literatura, fue la fuerza poética de sus escritos la que lo encumbró definitivamente a la altura de genios de su tiempo como Thomas Mann, Stefan Zweig (con ambos mantuvo una estrecha amistad, que podemos hoy sondear gracias al testimonio de sus cartas) o el mismísimo Rilke.

Hermann Hesse

Hesse supo engarzar como nadie el espíritu del Clasicismo y el Romanticismo (Goethe, Hölderlin, E.T.A. Hoffmann, Eichendorff, Gottfried Keller, Novalis, Klopstock) con los nuevos aires y preocupaciones de la poesía de principios del siglo XX, colmada de una agridulce melancolía que ya presentía los horrores de las dos guerras mundiales, pero que no quería dejar atrás los pasajes de épocas literarias doradas (y que, incluso, intentó vivir de ese recuerdo para poder habitar aquel funesto presente, tan plagado de desgracias y de desconfianza hacia la potencia destructiva del ser humano, destapada definitivamente a través de las figuras tiránicas que empujaron a Europa y al mundo al borde del abismo).

Un sueño 

Salas cruzadas tímidamente,
centenares de rostros desconocidos…
Lentamente, una tras otra,
las luces palidecen.

Cuando su brillo se enturbia
y se apaga con el crepúsculo,
un rostro me parece familiar:
la nostalgia del amor encuentra
conocidos los rostros
que otrora fueron extraños.

Escucho nombres de padres,
hermanos y compañeros,
también de héroes, mujeres y poetas
que yo admiré de muchacho.
Pero ninguno de todos ellos
me concede siquiera una mirada.

Las llamas de una vela
se desvanecen en la nada y
dejan en el entristecido corazón
el murmullo de poemas olvidados,
oscuridad y lamentos que retornan
sobre los días consumidos,
convertidos en leyenda y en sueño
de una luz gozada en el pasado.

Es por eso Hesse una figura de transición, absolutamente clave, entre lo que no se podía (ni quería) olvidar y los impulsos de un nuevo mundo que se vislumbraba pero que no acababa de nacer. Su singularidad y altura como novelista y como poeta vienen dadas por esa condición limítrofe (puesta de relieve y desarrollada con detalle en El lobo estepario), transida de un humanismo entremezclado con ecos románticos que, sin embargo, no pueden dejar de presentir los desastres por venir… si bien, a pesar de ello, la esperanza siempre queda como telón de fondo. Una esperanza que nunca es definitivamente quebrantada. Acaso eso fuera el ser humano para Hesse: un animal que, a fuerza de esperar, se pierde en los oscuros paisajes de su alma, iluminados en ocasiones por fulgurantes rayos de bondad y visiones de lo mejor. Como dejó escrito en uno de sus poemas («Steppenwolf» [El lobo estepario]): «¿Acaso todo cuanto puede alegrarme la vida un poco está lejos de mi alcance?».

Hesse libros

Tras la primera selección de poemas de Hermann Hesse que publicamos en El vuelo de la lechuza, ofrecemos una nueva muestra de su obra poética en versión de Carlos Javier González Serrano.

Hoja marchita 

Toda flor desea su fruto,
todo amanecer se encamina al crepúsculo,
nada eterno hay en la tierra,
excepto la transformación y la fuga.

También el más bello verano
quiere sentir alguna vez el otoño y lo caduco.
Detente, hoja, sé paciente y silenciosa
cuando el viento desee llevarte.

Sigue jugando tu juego, no te detengas,
deja, tranquila, que las cosas ocurran.
Permite que el viento que te arranca
sople y te conduzca a casa.

Hacia la meta 

Siempre he andado sin meta,
nunca deseé concederme descanso,
y mis caminos eternos me parecieron.
Comprendí al fin que caminaba en círculo,

y me sentí cansado del viaje:
toda mi vida cambió en aquel instante.

Errante voy hacia la meta,
pues bien sé que en cualquier camino
la Muerte me tiende su mano.

En la niebla 

Resulta extraño caminar en la niebla…
Solo está cada arbusto, solitaria cada piedra,
no hay árbol que contemple a su semejante,
todos estamos solos.

Lleno de amigos estuvo otrora para mí el mundo,
cuando mi vida resultaba aún sencilla;
ahora que cae la niebla,
nada resulta claro.

En verdad, no hay sabio
que no conozca la oscuridad,
a quien, inevitable y silenciosamente,
lo separó de todo lo demás.

Resulta extraño caminar en la niebla…
Vivir es sentirse en soledad.
Ningún hombre conoce a los otros,
todos estamos solos.

Montañas en la noche 

El lago se ha extinguido,
oscuros duermen los juncos
susurrando en sueños.
Sobre el campo, extendidas,
interminables montañas amenazan.
No descansan.
Hondamente respiran, se mantienen
unidas unas contra otras.
Hondamente respiran,
colmadas de oscuras fuerzas, irredentas
en su pasión devoradora.

Oda a Hölderlin 

Amigo de mi juventud, a ti vuelvo agradecido
de atardecer en atardecer, cuando entre los saúcos
en el jardín que duerme no suena más
que la fuente susurrante.

Ya nadie te conoce, amigo; en estos nuevos tiempos
muchos se han alejado del silente encanto de Grecia,
sin plegarias ni dioses,
y sin alborozo el pueblo camina sobre el polvo.

Pero en una secreta bandada de fervientes ensimismados
a los que Dios llenó el alma de añoranza
todavía resuenan las canciones
de tu arpa divina.

Cansados del trabajo regresamos prestos
a la extasiante noche de tu canto,
cuyas ondeantes alas nos protegen
con un sueño dorado.

Nuestra eterna nostalgia,
que nos conduce a los templos de los griegos,
más nos encanta con el ardor encendido de tu canción,
más dolorosamente arde en pos de aquellos sagrados tiempos pasados.

Escrito en la arena 

Que lo hermoso y lo encantador
sea tan sólo aliento y tormenta,
que lo delicioso, lo maravilloso
y lo propicio no duren:
que las nubes, flores, pompas de jabón,
que los fuegos artificiales y las risas de los niños,
la mirada de una mujer en el espejo
y tantas cosas tan maravillosas
desaparezcan, apenas descubiertas,
que duren no más que un instante:
¡ah, eso lo sabemos con tristeza!
Lo duradero e inmóvil
no nos parece tan valioso:
piedras preciosas de fuego gélido,
pesada barra de oro reluciente;
las mismísimas estrellas,
que permanecen alejadas y extrañas, no nos resultan
semejantes a nosotros, seres transitorios:
no llegan a lo más profundo del alma.
Es como si lo hermoso y lo amable tendiera a la destrucción,
cerca siempre de la muerte,
y que lo más valioso, las notas musicales
que desde el nacimiento
corren y se extinguen,
son nada más que ligero aliento, torrentes, huida.
Y dolorosamente derribados por un leve soplo,
no permanecen más que el tiempo
que dura un latido;
sonido tras sonido, casi apenas entonados,
manan y se esfuman.

Y así se entrega a lo fugaz
lealmente nuestro corazón,
a la vida, a lo que surge de continuo,
y no a lo que, rígido, dura.
Muy pronto lo que permanece nos fatiga,
joyas, rocas y el cielo estrellado,
a nosotros, errantes del eterno cambio,
almas y pompas de jabón,
al tiempo unidos, y fugaces,
a quienes el rocío de una hoja rosa,
a quienes el cortejo de unas aves,
la muerte de las nubes,
el brillo de la nieve, el arco iris,
la mariposa voladora;
nosotros, a quienes el roce sonido
de una risa fugaz
nos parece una fiesta
o nos causa dolor.
Amamos cuanto nos es semejante, y entendemos
lo que el viento escribe sobre la arena.

Noche solitaria

Vosotros, hermanos míos,
pobres hombres, cercanos o alejados;
vosotros, que a la luz de las farolas
soñáis con un consuelo para vuestras penas;
vosotros, silentes, que unís las manos,
orando, renunciando, sufriendo
en las pálidas noches estrelladas;
vosotros, que padecéis o permanecéis despiertos,
navegantes sin astros ni ventura,
rebaño errante sin cobijo,
extraños y, sin embargo, mis hermanos,
¡devolvedme el saludo que os ofrezco!

Cumpleaños

Hemos nacido a medias, no del todo,
somos un simple ensayo de lo Eterno,
aunque creemos, a pesar de ello,
que cada criatura se encamina a un fin,
que de la Unidad parte y se dirige al Todo.
Efímeros y débiles
nos ha creado la Naturaleza,
y es, sin embargo, meta y esperanza de todo ser piadoso
hacerse en Dios fuerte y eterno.

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18 comentarios en “Algunos poemas de Hermann Hesse (II): «Siempre he andado sin meta»

  1. Pingback: Algunos poemas de Hermann Hesse (II): “Siempre he andado sin meta” — El vuelo de la lechuza – Anagnórisis

  2. mi autor preferido durante muchos años, fue un encuentro delicioso lleno de encantos literarios. Aún ahora de vez en cuando recorro sus libros y me encanta dar referencia de ellos. Leer estos poemas fue una agradable sorpresa.

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  3. Me ha gustado mucho leer estos poemas ,yo leí en una ocasión la casa roja, y la releí muchas veces, es un libro de bolsillo, me gustó tanto la manera de describirlo todo, lo viví como si estuviera en aquel lugar.

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  4. Pingback: 10 poemas para conocer a Hermann Hesse – Cubil Literario

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