… Ogni più lieto / giorno di nostra età primo s’invola
[… el más feliz / día de nuestra edad desaparece primero]
L’ ultimo canto di Saffo
Apenas unos datos biográficos de Safo, una de las pocas poetas mujeres conocidas hoy de la Antigüedad, han sobrevivido y –en su mayoría– han sido alimentados más por la leyenda que por la historia real. Un léxico bizantino del siglo X, en la primera de sus dos entradas, cuenta que Safo nació en la isla de Lesbos, alrededor del año 612 a.C., fecha por otro lado que confirman los testimonios de algunos escritores contemporáneos y ligeramente posteriores a ella.
Al contrario que en otros autores, la vida de Safo no va ligada a su obra, y es difícil iluminar más detalles si solamente leemos los fragmentos que se han conservado. Sin embargo, uno de los retales que más despunta –y que sin duda ha condicionado su lugar en la historia– es la dirección de un peculiar círculo de muchachas. La naturaleza y el propósito exacto de este círculo no se conocen del todo, pero han dado lugar a numerosísimas interpretaciones; lo más seguro es que Safo dirigiera un grupo de carácter cultural, integrado por chicas jóvenes pertenecientes a la aristocracia de la isla, con las que muy probablemente la maestra hubiera mantenido relaciones. Hecho, por otro lado, manifiestamente común entre los círculos aristocráticos griegos, tanto masculinos como femeninos. Este mínimo dato fue utilizado para crear, ya desde sus contemporáneos, una figura controvertida y misteriosa. Así, por ejemplo, en las comedias de Aristófanes, casi dos siglos después, las mujeres de la isla de Lesbos –entre ellas por supuesto Safo– eran conocidas más por su avidez sexual y sus relaciones homosexuales que por cualquier otra noticia.
Ha de tenerse en cuenta por tanto la variedad de «Safos» que han sobrevivido hasta nuestra época: frente a la Safo delicada y comedida, la Safo que Platón en el Fedón (235c) consideraba «bella» por haberse aproximado a la idea de Belleza-en-sí, se mueve una Safo más próxima a la ficción que a la realidad, alentada por el incandescente deseo sexual y objeto de los rumores que promovían algunos comediógrafos, entre ellos el mencionado Aristófanes. Era esta última una figura sin duda más atractiva para la comedia y la imaginación de la época que la figura real. Además de estas dos Safos antagónicas, nació en torno a la poeta lesbia una leyenda que, de hecho, fue la más extendida incluso desde época clásica y cuya sombra se proyectó hasta bien entrado el siglo XIX. En el ya mencionado léxico bizantino del siglo X, el nombre de Safo aparece en dos entradas: la primera da cuenta de los datos biográficos que ya conocemos, mientras que la segunda explica:
αὕτη δι’ ἔρωτα Φάωνος τοῦ Μιτυληναίου ἐκ τοῦ Λευκάτου κατεπόντωσεν ἑαυτήν.
[Ésta, inflamada de amor por Faón de Mitilene, se lanzó desde la roca del Léucade]
Y concluye:
τινὲς δὲ καὶ ταύτης εἶναι λυρικὴν ἀνέγραψαν ποίησιν
[Algunos escribieron que también hay poesía lírica suya]
Ese tal Faón era un barquero mítico al que Afrodita concedió juventud y belleza a modo de agradecimiento y del cual acabó Safo enamorándose. Ni siquiera los propios griegos sabían cómo el personaje mítico de Faón había confluido con el real, pero la fama de este romance ficticio acabó propagándose con mucha más rapidez y fuerza que cualquier otro rumor sobre la autora. Según la leyenda, aquel amor imposible condujo a Safo a su propia muerte, y provocó que se lanzara al mar desde una roca de la isla de Léucade –al oeste de la costa griega, cercana a Accio y el mar de Ambracia–.
Este suicidio amoroso fue el relato más fructífero de todos y cada época lo adaptó a sus propias ideas y concepciones estéticas. Así lo contaba Ovidio, el poeta latino, en sus Heroidas, escritas en los últimos años del siglo I a. C., cuando una náyade se acerca a Safo y le relata una vieja leyenda:
Quoniam non ignibus aequis ureris, / Ambracia est terra petenda tibi. […] / Hinc se Deucalion Pyrrhae succensus amore / misit, et illaeso corpore pressit aquas. / Nec mora, versus amor fugit lentissima mersi / pectora; Deucalion igne levatus erat. / Hanc legem locus ille tenet. pete protinus altam / Leucada nec saxo desiluisse time!
[Puesto que te abrasa un fuego injusto, / has de marchar a Ambracia. […] / Desde allí se arrojó Deucalión abrasado de amor / por Pirra, e indemne tocó el agua. / No tardó, el amor huyó del pecho indiferente / del sumergido; Deucalión se había librado de su fuego. / Esa propiedad tiene aquel lugar. ¡Rápido, dirígete / a la elevada Léucade y no temas lanzarte desde la roca!]
Víctima de un fuego injusto, Safo fue arrastrada por las olas de una leyenda que se mantuvo casi diecisiete siglos, y que no se llegó a cuestionar hasta que aparecieron los primeros estudios sobre su figura y obra. Uno de los períodos que sin duda más adaptó esta figura a sus concepciones estéticas y vitales fue la literatura romántica. Safo –de quien sin embargo se conocían apenas dos fragmentos por citas de otros autores– arrastró su conocida leyenda y fue la protagonista de varias representaciones teatrales y composiciones poéticas escritas por mujeres: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado o María Rosa Gálvez fueron algunos de los nombres más conocidos que utilizaron la figura de Safo como representante de sus propias inquietudes. En una sociedad como la romántica, en la que el papel femenino estaba limitado al ámbito doméstico y en la que las mujeres eran vistas como objetos para la poesía y no creadoras de ésta, las escritoras románticas supieron encontrar en Safo un referente a la altura del Virgilio o el Ovidio que reverenciaban sus compañeros.
«Así él, muerto, también su amante, tras entonar su último y fatal lamento de cisne, yacen en el suelo» (Ag. 1445-1447). Con esa frialdad hacía Esquilo (siglo VI-V a.C.) admitir su crimen a Clitemnestra ante los todavía recientes cadáveres de Agamenón y Casandra. Por entonces era muy extendida la creencia de que el cisne, antes de morir, entonaba su canto más bello a modo de preciosa despedida. Así, profundo y efímero, era el último aliento de un bello animal.
Este fatal lamento de cisne se entona desde el título en «El último canto de Safo», el noveno de los Canti de Giacomo Leopardi (1798-1837). Leopardi, precoz erudito de la cultura clásica, conocía perfectamente las por entonces escasas noticias que se tenían de la vida y obra de Safo, y logró adaptarlas a sus concepciones e inquietudes estéticas. El poema es un canto desesperado que el autor italiano pone en boca de una Safo injustamente víctima de una leyenda que llevaba arrastrando desde hacía tantísimos siglos y a la que considera la portavoz de una poesía equilibrada, heroica y, sobre todo, antigua:
Placida notte, e verecondo raggio / della cadente Luna [..] / …Oh dilettose e care / mentre ignote mi fur l’erinni e il fato, / sembianze agli occhi miei; già non arride / spettacol molle ai disperati affetti
[Plácida noche y tenue rayo / de la menguante Luna […] / ¡Oh, agradables y queridas / mientras me fueron desconocidas las furias y el hado, / recuerdos a mis ojos!; ya no ríen / los delicados paisajes a las emociones desesperadas]
El canto se abre con una entonación a la noche, frágil y amable, pero sin embargo distante, un delicado paisaje que se resiste a atender los sentimientos inestables de una voz que lo reclama; el sujeto poético, el nuevo Yo que se alzaba en los Canti, solicitó de manera desesperada una nueva forma poética hasta ese momento desconocida, reclamó un lugar para sus emociones, a menudo incontrolables, que sin embargo la poesía clásica en boga hasta entonces no podía ofrecerle.
La Naturaleza sigue su curso estable, indiferente, los que la habitan no pueden más que contemplarla. Y el sujeto de Leopardi es consciente de ello:
Bello il tuo manto, o divo cielo, e bella / sei tu, rorida terra. Ahi di cotesta / infinita beltà parte nessuna / alla misera Saffo i numi e l’empia / sorte non fenno
[Bello tu manto, divino cielo, y bella / eres tú, húmeda tierra. ¡Ay, de esta / infinita belleza ninguna parte / han concedido a la desdichada Safo los dioses / y la impía suerte.]
El dolor crece ante la incapacidad y la consciencia:
A’ tuoi superbi regni / vile, o natura, e grave ospite addetta, / e dispregiata amante, alle vezzose / tue forme il core e le pupille invano / supplichevole intendo
[A tus soberbios reinos, / Naturaleza, indeseada huésped / y amante despreciada, a tus graciosas / formas el corazón y los ojos en vano / tiendo suplicante]
La Naturaleza continúa su camino, estable e indiferente a los cambios. La inmensidad no permite lo concreto y la carne se pudre: «Negletta prole / nascemmo al pianto, e la ragione in grembo / de’ celesti si posa» [Olvidada prole / nacemos para el llanto, y la razón se encuentra / en el vientre de los dioses]. Tal es el dolor de una voz mortal ante la eternidad que la rodea. O al menos eso pretende hacernos creer, porque este llanto, que Safo –como representante de la antigua poesía– entona antes de morir, podría ser la modulación de una nueva, una reivindicación de una forma desconocida que tiene por objeto la elevación de los sentimientos y la reverencia sincera a lo sublime, inestable y mortal.
Leopardi se presenta como el relator del cruel discurso de una Naturaleza inmortal que concede, paradójicamente, vidas mortales. Toma a Safo como principal representante de lo que tiene la capacidad de morir y, sobre todo, se presenta como testigo del amor no recíproco hacia lo eterno, de un canto de cisne bellísimo y efímero que lanza súplicas al aire indiferente mientras se va diluyendo, ante el cual no queda más respuesta que el silencio: «e il prode ingegno / han la tenaria Diva / e l’atra notte e la silente riva» [y el valiente ingenio / se dirige a la diosa del Averno, / a la oscura noche y silenciosa orilla].
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