Friedrich Gottlieb Klopstock (1724-1803) fue uno de los más imitados y célebres autores de la cultura alemana del siglo XVIII, todavía poco conocido y leído en el ámbito hispanohablante debido a la inexistencia de traducciones de sus obras más importantes: sus magníficas y extensas odas y la Mesíada de 1748, de indudable inspiración miltoniana. De él llegó a decir el mismísimo Goethe: «Yo le veneraba con toda la piedad que hay en mí: le consideraba como un antepasado».
Tanto en lo personal como en lo literario, Klopstock sirvió de inspiración para numerosos autores contemporáneos y posteriores de aquella Europa que ya se debatía entre la Ilustración y los primeros estertores del Romanticismo. De sus inmortales versos bebieron Hölderlin, Novalis, Schiller, los hermanos Schlegel y un largo etcétera. No sería de extrañar, incluso, que Leopardi (en sus escarceos con la lengua alemana, que sin embargo nunca llegó a dominar del todo) leyera a Klopstock, si tenemos en cuenta que éste dedicó una de sus más bellas odas al infinito: «¡De qué manera se eleva el corazón cuando te piensa, Infinito [Unendlicher]! ¡De qué manera se hunde cuando baja la mirada hacia sí! ¡Contempla entonces, gimiendo, noche y muerte!». Expresiones que también nos recuerdan al dictum novaliano: «Buscamos por todas partes lo incondicionado, y sólo encontramos cosas». El insondable camino hacia ese Absoluto, hacia lo infinito e indeterminado, sólo tiene una dirección, que a la vez es doble: hacia dentro y hacia arriba. El misterio de la Naturaleza se esconde en lo más hondo del corazón humano; pero una vez que ese misterio se ha dado, se ha manifestado, nos empuja a ascender, a dejar de una vez por todas este mundo tan lleno de contradicciones, azar y caos (como brillantemente hizo notar Friedrich Schlegel).
Y la poesía es sin duda una de las más privilegiadas herramientas para llevar a cabo este salto mortale que conduce a una iluminación extrema, a un punto de unión entre la eternidad y la finitud. Así, otro de los más encendidos lectores de Klopstock, Arthur Schopenhauer, escribía en uno de sus cuadernos personales: «Conoce la verdad en ti, conócete a ti mismo en la verdad, y verás en un instante que eras tú lo que durante tanto tiempo e inútilmente habías buscado, la anhelada y soñada patria en lo general y en lo particular, y te reconocerás entonces envuelto con asombro en ese lugar: allí roza el cielo a la tierra» (HN, I, p. 17, 1812). Uno de los más excelsos poemas de Klopstock es una celebración de ese tiempo en el que la naturaleza, precisamente, se hace uno con el ser humano, cuando en lo perecedero enraíza lo eterno: «La fiesta de la primavera» (todo un himno para el desdichado Werther de Goethe).
Sin duda fue Schiller uno de los autores que más énfasis hicieron en la importancia de la obra de Klopstock para inmiscuirse en la relación viva y perenne que nos mantiene unidos a lo inexpresable de la existencia. En la Mesíada o El Mesías, Klopstock se pregunta si no será la poesía el modo más certero de acercarse a la revelación divina. Como asegura muy certeramente Safranski, Klopstock pone en la «fuerza vital de lo religioso» una razón de peso que «fomenta en el poeta los altos vuelos de la fantasía y la riqueza de pensamientos», si bien el poeta, antes que nada, ha de dejarse imbuir por ese ahínco. La vocación poética (y en definitiva religiosa, casi epifánica) es mezcla de talento y, sobre todo, penetración de y en lo más hondo de nuestro fuero interno, donde mora el secreto de la vida. Allí damos, a juicio de Klopstock, con ese elemento Infinito inenarrable, inalterable, que dota de sentido a todo cuanto existe: entonces, «Todos los productos de la imaginación despiertan, todos los pensamientos piensan cosas mayores».
Ya hemos mencionado a Goethe, quien, refiriéndose a Klopstock de nuevo, afirmaba que «Sale aquí todo lo divino, angélico y humano que anida en la joven alma». Werther y Lotte tenían a Klopstock por un auténtico guía, casi como una revelación de lo maravilloso, hasta el punto de que, en un momento de la inmortal obra de Goethe, cuando los protagonistas juntan sus manos, gritan al unísono: «¡Klopstock!». El poeta alemán ejerce de maestro que conduce de lo pequeño a lo grande, de lo inmediato a lo lejano e inescrutable. Así, escribe Werther en su diario: «Cuando siento más de cerca en mi corazón el hormigueo del pequeño mundo entre los tallos, las innumerables e insondables formas, todos los minúsculos gusanos y mosquitos, siento la presencia del omnipotente». El propio Schiller, agradecido, no duda en confesar que jamás perdería «la estima que se debe a una aparición tan única, a un genio tan extraordinario».
El autor de esta página se ha permitido traducir, con el objetivo de mostrar un pequeño ejemplo de la obra poética de Klopstock, una de las piezas que considera más importantes en el conjunto de sus Odas. En ella, intitulada «A Fanny [An Fanny]», compuesta en 1748, se nos muestra un Klopstock casi enajenado, rendido al apasionado y no correspondido amor que sintió por una familiar cercana. En este poema encontramos todas las vertientes del genio alemán, todos sus focos de interés: la auténtica fraternidad –que sólo se satisface en el sentimiento más puro de amor–; la eterna pugna entre vida y muerte, entre eternidad y caducidad; el anhelo de lo Infinito, de lo Absoluto (en este caso convertido en un amor que sobrepasa las fronteras de la tumba, similar al que pusiera de manifiesto Novalis en sus Himnos a la noche); y, en fin, la esperanza de una redención en la que el caos se haga armonía.
A Fanny (traducción literaria de Carlos Javier González Serrano, inédita en español)
Cuando algún día me sorprenda la muerte, cuando mis huesos en el polvo
se hundan, cuando vosotros, mis ojos –desde hace tanto
arrojados a la tumba sobre el destino de mi vida,
y ahora deshechos en lágrimasoren allí silenciosamente– no volverán a mirar hacia lo alto,
donde está el futuro; mi pretérita fama
–fruto de la fuerza de mi juventud
y de mi amor por el Mesías–ahora se ha disipado, o sólo por algunos
en este mundo es conservada:
entonces cuando también tú, mi Fanny,
hayas muerto y la alegre y tranquila sonrisade tus ojos y su animada mirada se hayan igualmente extinguido;
y tú, desconocida por la muchedumbre,
a pesar de que toda tu vida
esté repleta de excelsos actosdignos de fama póstuma en una inmortal canción…
¡Ah, entonces –si has sido tan dichosa
como yo lo he sido amando– no dejes que el orgullo
prevalezca sobre la nobleza!¡Así llegará el día en que vuelva a despertar!
¡Así llegará el día en que vuelvas a despertar!
Entonces ninguna fatalidad podrá separar las almas
que la naturaleza destinó a ser una.Dios ponderará así felicidad y virtud por partes iguales
en la balanza que sostiene en su mano soberana,
y lo que en el tumulto de las cosas parece discordante
se mostrará en eterna armonía.Allí donde te erijas jovialmente
acudiré presto hacia ti. Que yo no vague errante
hasta que algún serafín me conduzca directamente
a tu presencia inmortal.Vosotros, hermanos, me recibiréis
con un fraternal abrazo. ¡Mis ojos se llenarán de lágrimas,
lágrimas de alegría por estar junto a ti,
llamarte por tu nombrey poder abrazarte! Entonces, ¡oh inmortalidad!,
nos pertenecerás por entero. ¡Ven, que la canción ya no suena!
¡Venid, placeres indeciblemente dulces!
Tan indecibles como lo es ahora mi dolor.Igual que el río, discurres, ¡oh vida! Se aproxima
la hora en la que nos encontremos bajo el ciprés.
Y todos vosotros, bendecid melancólicamente el amor.
De súbito, ¡nubes y oscuridad!
Reblogueó esto en Neosocratismo.
Me gustaMe gusta
Pingback: La inédita genialidad de Klopstock – Neosocratismo
Reblogueó esto en luispablodetorrescabanillas.
Me gustaMe gusta
Grandioso articulo sobre Klopstock no sabia la majestuosidad de su obra, ahora de declaro un seguidor de ese gran intelectual alemán.
Me gustaMe gusta
Pingback: Algunos poemas de Hermann Hesse (II): “Siempre he andado sin meta”
Busco “Oda al patinaje” que tanto impresionó a Goethe
Me gustaMe gusta