El suicidio como manifestación del desapego a la vida: algunos apuntes de su base biológica

Death_and_the_miser._Oil_painting_by_Frans_II_van_Francken._Wellcome_V0017591.jpgSomos un pozo repleto de abismos, y en esos abismos se disuelven un sinfín de realidades inapelables con las que tenemos que luchar a lo largo de nuestra vida. Por suerte, no siempre les hacemos caso y las miramos de refilón. Grandioso es nuestro cerebro, que nos protege de ellas.

Gracias al poder atenuante de nuestra mente, andamos por nuestro devenir diario y nos alejamos del tormento que nos supone tener que formularnos continuamente preguntas que no tienen fácil respuesta, aunque a veces perdemos el halo de protección que nos permite sobrevivir y mirar hacia al futuro con optimismo sin dejarnos caer en la amargura de tales designios.

La ventana emocional que nos separa de la profunda y dolorosa reflexión de las cuestiones existenciales la traspasamos cuando ocurren circunstancias límite en nuestra vida, aquellas que nos golpean de cerca y nos hacen parar por unos instantes nuestra marcha y observar nuestro entorno. Pero, en circunstancias normales, no estamos preparados para sumergirnos en el análisis de las coyunturas que nos rodean y que hacen que entendamos la vida como una oportunidad finita, con un principio, pero también con un final… que a veces puede ser absolutamente voluntario.

Precisamente sobre este último aspecto es sobre el que quiero reflexionar en estas líneas, es decir, el momento en el que nos dejamos arrastrar por «la gran noche» (en expresión de Philipp Mainländer) y tomamos la decisión de caminar hacia la nada, es decir, asumimos con un posible acto más de nuestro comportamiento el suicidio, siendo éste la más radical de todas las manifestaciones del desapego a la vida.

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Philipp Mainländer

Las tendencias suicidas no son conductas extrañas: todos, en cierta manera, las hemos experimentado en algún grado y en algún momento de nuestra vida. Lo que sí resulta extraño es que el individuo que albergue tales tendencias consiga finalmente materializarlas. ¿Qué fuerzas son, por lo tanto, las que nos mantienen en la vida? O visto desde punto de vista inverso: ¿cuáles son las razones que nos conducen hacia el fin de la misma?

Somos entidades biológicas, y como tales albergamos en nuestro interior una prima materia cuya constitución funciona bajo los mismas normas básicas; esto es, existen leyes naturales que nos gobiernan, las mismas para toda la escala evolutiva, y en ellas podemos encontrar evidencias tanto de las fuerzas que nos alejan de la vida como de aquellas que nos arrastran a seguir luchando por la supervivencia.

El ser humano es el ser vivo más complejo de todos; su nivel de organización en toda su escala de complejidad muestra una manifestación de fuerzas contrapuestas en sus entrañas. A nivel micro, por ejemplo, existe el concepto de muerte celular programada, la apoptosis, un evento curioso del que se va conociendo cada vez más información. Es un proceso de altísimo interés a nivel de desarrollo embrionario mediante el cual nuestros órganos y estructuras se van moldeando durante la gestación (curiosamente, la vida se gesta en parte gracias al sacrificio de la muerte). Por otro lado, es considerado también como un mecanismo de defensa frente a las neoplasias (formaciones anormales) y, por lo tanto, un arma de lucha por la supervivencia del organismo en su conjunto, puesto que muchas células tumorales que detectan su enfermedad deciden quitarse la vida para establecer un «cordón sanitario» que defienda al organismo superior.

Death muerte.jpgPodemos mencionar en este sentido otro hecho curioso que ocurre durante la carcinogénesis (el proceso de formación del cáncer), en el que existe una lucha atroz por la supervivencia por parte del conjunto de células tumorales. Es el proceso conocido como «angiogénesis», la capacidad del tumor de producir vasos sanguíneos que permitan el sustento de nutrientes del tejido enfermo y dotarlo de una capacidad de proliferación que le permita expandirse burlando todos los mecanismos de encapsulación y neutralización defensiva del organismo.

Hay, por lo tanto, una batalla existencial a todos los niveles de las entidades vivas entre el ser, es decir, las manifestaciones de la vida, y el no ser, o, lo que es lo mismo en este contexto, la nada, a la que se accede tras pasar el umbral de la muerte.

En el ser humano se ha descrito que las tendencias suicidas son el resultado de una compleja interacción multifactoral que afecta a nuestra conducta, cuya base biológica se conoce bastante bien. Si hablamos de conducta tenemos que hacer alusión a nuestro cerebro y a las funciones cognitivas superiores que desarrolla dicho órgano: la mente.

Si buscamos respuestas en la estricta base bioquímica que pudiera explicar este comportamiento, el sistema serotoninérgico (la acción de los neurotransmisores derivados de la serotonina y sus receptores neuronales) que se encuentran ubicados en ciertas regiones de nuestro cerebro (la corteza prefrontal, el hipocampo, el hipotálamo, los núcleos septales y las amígdalas entre otros) parece estar implicado en la aparición de las tendencias suicidas. Alternaciones en el funcionamiento de dicho sistema provoca la aparición de actitudes agresivas y de desinhibición, las cuales son necesarias para llegar a materializar el acto del suicidio.

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Pero ¿cuáles son las causas de la aparición de tales alteraciones?

Debemos apoyarnos en el modelo general de la genética conductista para intentar buscar una explicación fehaciente, al menos para el asunto biológico; así, nos podemos referir a la implicación de la expresión de nuestros genes como respuesta a la influencia del ambiente que les rodea con manifestaciones en nuestro comportamiento. Esa interacción es la responsable de cualquier tipo de fenotipo, incluyendo las respuestas conductuales.

Cuando en alguno de estos factores se establecen ciertos condicionantes, pueden aparecer modificaciones en el sistema bioquímico anteriormente descrito, y, por lo tanto, desencadenarse el cuadro de comportamiento suicida.

Lo más obvio lo encontramos en algunos fenómenos fisiopatológicos, en cuyas causas afectarán tanto factores genéticos como ambientales: se sabe que las más acusadas depresiones, la esquizofrenia y los trastornos de personalidad cursan con alteraciones en este sistema de emisión y recepción molecular de estímulos.

No obstante, también existen circunstancias aparentemente normales alejadas de los trastornos anteriores que pueden llevarnos a actuar de esta manera tan radical. Vamos a adentrarnos ahora en los recovecos del funcionamiento mental de nuestro cerebro para intentar dar algunos apuntes de interés.

Desde un punto de vista funcional, disponemos de tres tipos de cerebros: el de los razonamientos (aquel conjunto de pensamientos que emerge en el plano de la conciencia), el de las emociones (a caballo entre este mismo plano y el de la inconsciencia) y el de los instintos (ocupando plenamente nuestro «lado oscuro» de la mente).

En cualquiera de sus manifestaciones –es decir, el de un pensamiento elaborado que conduzca hacia el suicido, el de una respuesta emocional lo suficientemente fuerte como para arrastrar a la persona a cometer el acto de quitarse la vida, o simplemente un arrebato instintivo, y según los psicólogos–, los caminos que llevan hasta ese comportamiento radical serían dos:

-La vía estrés-diátesis, que justifica las conductas suicidas debido al disparo de desencadenantes genéticos, enfermedades previas, experiencias y hábitos de vida.

-La vía del proceso, en la que las circunstancias puntales del individuo le pueden llevar a madurar progresivamente la idea y, finalmente, a cometer el suicido. Por este camino se llega pasando en primer lugar por la vía de estrés-diátesis.

Un testimonio realmente curioso de este camino meditado lo podemos encontrar en las palabras de uno de los filósofos que con más ahínco han defendido el suicido como acto de redención. Philip Mainländer (5 de octubre de 1841, Offenbach del Meno, Alemania, 1 de abril de 1876, Offenbach del Meno), escribía lo siguiente en su monumental Filosofía de la redención:

Quisiera en adelante destruir todos los motivos fútiles que puedan amedrentar a los hombres para buscar la noche sosegada de la muerte, y cuando pueda tranquilamente quitarme de encima la existencia, cuando mi nostalgia de la muerte se acreciente sólo un poco más, entonces mi confesión podrá tener la fuerza de apoyar a cualquiera de mis semejantes en su lucha contra la vida.

Hay que decir que Mainländer podría ser considerado como «un caso de manual» para los estudiosos del comportamiento suicida, ya que el recorrido programado del de Offenbach hacia su «gran noche» siguió el itinerario tradicional que se describe anteriormente, es decir, previo paso por la vía del estrés-diátesis, ya que hay evidencias de las tendencias suicidas en su propia familia (tres de sus hermanos se suicidaron), lo que explicaría la influencia del factor genético en la decisión final de quitarse la vida. El camino hacia el suicidio, en su caso, fue un camino meditado y argumentado sobre la base de una doctrina filosófica propia que sirvió para el autoconvencimiento final.

Así, de toda esta amalgama de datos, podemos concluir que el apego y desapego a la vida se manifiesta a modo de fuerzas que afectan a todas las entidades vivas en su devenir existencial, actuando como «energías» de naturaleza contrapuesta que nos retienen en la vida o nos arrastran hacia la nada. En el caso del ser humano, esta lucha fraticida se observa en cualquiera de sus escenarios de complejidad, siendo especialmente difícil de entender a nivel conductual, sobre todo cuando hablamos del acto más definitivo de todas las manifestaciones posibles de ese desapego a la vida: el suicido.

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