La vertiente literaria de Karl Marx fue desde muy pronto ninguneada e incluso silenciada por gran parte de la corriente marxista más apegada a los textos políticos y económicos del autor alemán. Muchos de sus seguidores vieron en los primeros pasos del joven Marx una debilidad que –supusieron– debía ser dejada a un lado.
Sin embargo, Marx cultivó desde muy temprano no sólo la lectura de clásicos literarios (fue durante toda su vida un tremendo devorador de libros de toda clase), sino que también ensayó diversas formas de dar rienda suelta a una vocación que, más tarde, se vería truncada por sus quehaceres académicos y profesionales. La necesidad de comer y obtener ingresos económicos no fue la única razón para que Marx abandonara su incipiente carrera literaria: su fuerte sentido de la responsabilidad le empujó a dirigir una sincera carta a su padre asegurándole que se apartaría del camino de las musas para optar por otro más científico y acaso más rentable.
Si bien esta última premisa nunca se cumplió (Marx vivió gran parte de su existencia espoleado por numerosas penurias), sí logró graduarse en Berlín (ya fallecido su progenitor) y se casó con el gran amor de su vida, Jenny von Westphalen, a quien dedicó no pocos de los versos que escribió en sus años universitarios. Un periodo que el autor de El Capital vivió con enarbolada intensidad, llegando a ser en alguna ocasión avisado y aun sancionado por las autoridades académicas, frecuentando las lecturas románticas (hermanos Schlegel, Novalis, Heine) e idealistas (Fichte, Schelling, Hegel) y, como hemos apuntado, redactando numerosos poemas en los que la pasión, en todas sus formas, es protagonista.
Armonía (Harmonie, fragmento)
¿Conoces esa mágica y dulce imagen
en la que las almas fluyen entre sí
y se derraman en un melódico,
suave y agradable aliento?
Se encienden entonces en un rosa púrpura
y buscan refugio, tímidas, en algún tierno musgo.
Estas creaciones, ateniéndonos a un criterio filológico, no alcanzan una calidad poética sobresaliente, aunque nos hablan mucho y bien del taller sentimental en el que el alma de Marx bullía incandescente. Y es que, como apunta en uno de sus poemas, «Medir el mundo en torno a líneas / jamás conducirá hacia su espíritu». Una metáfora que más tarde emplearía en sus escritos más técnicos, aludiendo al empeño por estudiar la historia como el escenario donde desaforados intereses, la enfermedad, la injusticia y la desigualdad campan a sus anchas. Ni la historia ni la economía política pueden ser estudiadas como si de una pura abstracción se tratara: está en juego la vida de la humanidad.
Si bien el propio Marx, pasado el tiempo, no dejaría de contemplar sus creaciones poéticas como un pecado de juventud (una rebelión frente a sí mismo –en gran parte suscitada por la lectura de Heinrich Heine– que mucho tiene que ver con una crítica al romanticismo más puramente burgués, al que incluso él mismo sucumbió), nunca renegó, sin embargo, de aquellos sentimientos que se vio obligado a poner en forma de verso. Sobre todo porque fueron suscitados por su primero amiga y después amada Jenny, con quien contrajo matrimonio en 1843.
En uno de sus «Cantos salvajes» Marx escribía su poema «Amor nocturno» (1837), describiendo la pasión desbordada que sentía por su enamorada (fragmento):
Frenético, él la abraza,
y mira oscuramente en sus ojos.
«Ardes dolorosamente, querida,
y en mi respiración suspiras».
«¡Ah, has bebido de mi alma,
y en verdad mío es tu resplandor!
Mi joya, brillas por entero,
y resplandece tu sangre de juventud».
«Tú, la más dulce, tan pálido tu rostro,
tan maravillosamente extrañas tus palabras,
ves al través de la gracia de la música
cómo se deslizan los universos más elevados.
Como asegura en uno de sus poemas más célebres, «A Jenny», casi en términos matemáticos: «Amor es Jenny, Jenny es el nombre del amor». O en sus sonetos dedicados a la susodicha: «Toma estos cantos / en los que todo es melodía, / alberga este amor que, humilde, a tus pies se postra». El amor se trueca casi en obsesión:
¡Mira!, podría llenar un millar de volúmenes
escribiendo sin más «Jenny» en cada línea,
e incluso éstas podrían encubrir todo un mundo de pensamiento,
un hecho eterno y una inmutable voluntad.
Las alusiones de Marx a la falta de «paz» y «silencio» (Ruhe, Frieden, Still) son continuas en sus poemas. Se encuentra atenazado por un sentimiento inenarrable e inefable al que intenta dar salida con palabras que él mismo siempre considera insuficientes, traicioneras: «Me hallo sujeto a una infinita contienda». Así lo manifiesta en «Mi mundo»: «¿Por qué las palabras intentan forzarse en vano, / siendo no más que sonido y borroso féretro…?».
Marx muestra todos los síntomas de un joven universitario enamorado, más que de su amada, del propio amor. Una sensación que por vez primera se le presentaba de forma violenta y desesperada y a la que tuvo que hacer frente echando mano de sus lecturas, mientras aliviaba su frenesí componiendo versos cargados de trágico lirismo: «¿Qué andas soñando aquí y allá, / qué te atrae de tan distantes tierras?».
¡Ah, resulta inútil hablar,
estúpido es comenzar!
Pero miro en tus ojos brillantes,
más profundos que el suelo del cielo,
más claros que la luz del sol,
y entonces la respuesta me es dada.
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Gracias por tan interesante artículo.
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De Marx, no me extraña esta faceta, en absoluto. Su filantropía y magnífica sensibilidad siempre, a mi modesto juicio, fueron evidentes. ¿De qué otro modo se pudo escribir algo tan profundo y fundamental como sus obras amorosamente revolucionarias?
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Tendria que decir tantas cosas, que me quedaria sin palabras.
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