Crisis económicas, capas sociales desfavorecidas económicamente, desigualdades e injusticias flagrantes, un mundo doblegado ante el poder del capital… Corren tiempos propicios para retomar la lectura de uno de los clásicos de la literatura sociopolítica, económica y filosófica, de uno de los estandartes de la lucha obrera y de la defensa de los derechos de los trabajadores: Karl Marx (1818-1883). Además, en 2018 se celebra el doscientos aniversario de su nacimiento. Incluso se ha estrenado una película, de corte espectacularista pero en cualquier caso interesante y necesaria, en la que se narra el despertar reivindicativo del genio de Tréveris junto a Friedrich Engels: Der junge Marx (El joven Marx). O también, por último, se reedita en Alianza Editorial el imprescindible texto de Isaiah Berlin sobre Marx, una soberbia y monumental biografía intelectual: «la historia que quiero contar es sencillamente la de la vida y las opiniones del pensador y luchador» que fue Marx.
Uno de los principales problemas al que se enfrenta no sólo el estudio, sino también el recuerdo de Marx, es que cierta tradición lo ha convertido, en muchas ocasiones, en un mero ideólogo. Aunque hay que tener muy en cuenta que Marx prescinde en la redacción de El Capital, ya desde sus primeros compases, de cuestiones psicológicas o individuales (de prejuicios, podríamos decir), al explicar que es la propia ley del capitalismo la que determina y obliga al capitalista a disfrutar de lujo y ostentación. Y así es porque, asegura, la compulsión a acumular es tal en nuestra sociedad que el capitalista precisa constantemente de más y más créditos bancarios que permitan producir a cada momento cantidades a su vez más y más monstruosas de productos, que propicien, en paralelo, un consumismo más y más voraz. Una rueda de Ixión que jamás se detiene. Todo ello en el contexto de una sociedad global cada vez más estratificada, en la que las desigualdades sociales y económicas suponen poco más que un dato estadístico.
Y es que, hay que apuntar, como escribe Johannes Rohbeck, que «la teoría marxiana de la justicia no concierne tanto a la distribución de los bienes cuanto a su producción, así como a la disposición sobre las condiciones de producción«. Uno de los más atrevidos y fundamentales legados de la obra de Marx es que su concepto de trabajo social engloba tanto el ámbito técnico como el ámbito social: «él mismo vio su aportación científica más original –continúa Rohbeck– en el descubrimiento del carácter social del trabajo humano«.
En el terreno de la economía política, la investigación científica libre encuentra no sólo al mismo enemigo que en todas las demás esferas. La naturaleza particular de la materia que trata levanta contra ella, en el campo de batalla, las pasiones más violentas, mezquinas y odiosas del corazón humano, las furias del interés privado (Libro I, Tomo I, Prólogo a la primera edición alemana).
Desde el comienzo de El Capital (en el «Prólogo» mismo, por ejemplo), Marx pone sobre la mesa que:
… aquí se trata de personas solamente en tanto son la personificación de categorías económicas, portadoras de relaciones de clase e intereses determinados. Mi punto de vista, que concibe el desarrollo de la formación económica social como un proceso histórico natural, puede, menos que ningún otro, hacer responsable al individuo de unas relaciones de las que socialmente es su criatura, por mucho que subjetivamente se alce sobre ellas.
Pero la investigación del capitalismo, a juicio de Marx, se halla expuesta –en expresión tan contundente como célebre– a «las furias del interés privado» y, por eso, allí donde nos ocupamos de la economía política, «la investigación científica libre encuentra no sólo al mismo enemigo que en todas las demás esferas»: la hipotenusa que estudia el matemático, sin embargo, no sangra, ni sufre, ni desfallece, ni se desespera, ni pierde a su familia o a sus amigos, ni suda, ni mucho menos muere, por el hecho de ser objeto de estudio. El pueblo, gimiente y doliente, sí cae avasallado por las condiciones de producción mientras el investigador lleva a cabo sus pesquisas.
Los escritos más tempranos de Marx pueden caracterizarse por dos notas fundamentales: son atractivos y sugerentes (contienen ideas germinales que merece la pena analizar en mayor profundidad) y, a la vez, son opacos, es decir, su significado no es en absoluto transparente. Gran parte de aquellas primeras obras fueron prontamente olvidadas incluso por su propio autor; sus contemporáneos tampoco repararon apenas en ellas. A comienzos del siglo XX, explica David Leopold, «hasta el más ferviente admirador de la obra de Marx» desconocía la existencia de textos como La sagrada familia, La ideología alemana o, incluso, El manifiesto comunista. Además, apunta, Leopold, «las circunstancias en las que se editaron y se distribuyeron por primera vez no eran del todo favorables. Aparecieron en una época en la que cada vez se identificaba más el marxismo con la experiencia soviética y con el corpus teórico oficial u ‘ortodoxo’ que se articulaba en torno al régimen. El lenguaje y las inquietudes de los primeros escritos no tenían cabida en la versión autorizada el marxismo».
Marx también ejerció el periodismo y lo empleó como catapulta para diseminar sus ideas. En estos imprescindibles artículos se recoge un atractivo y vivo análisis del contexto en el que se desarrollaron las tesis más importantes de Marx. Es de notar, como explica Mario Espinoza Pino, que las relaciones de Marx con el periodismo no fueron nunca sencillas: «Ya desde sus primeros artículos […] el joven periodista habría de enfrentarse a toda clase de adversidades». Una de ellas, quizás la primera, le condujo a plantar cara a la censura practicada a la prensa por parte del entonces monarca prusiano, Federico Guillermo IV, defensor del agonizante feudalismo europeo, quien, sin ningún tipo de reparos, denunció y persiguió los ataques contra su gobierno. Espinoza Pino explica que «El vigoroso estilo del joven periodista, panfletario al tiempo que profundamente analítico, le convertiría inmediatamente en enemigo de aquella sociedad autoritaria. Una sociedad que no le toleraría por mucho tiempo».
En un artículo publicado por Marx el 1 de agosto de 1854 en el New York Tribune, su autor afirmaba, en un tono que rozaba la amenaza, que:
La lucha parece destinada a hacerse nacional y a entrar en fases que la historia no ha conocido, porque hay que tener en cuenta que, aunque es posible que provisionalmente sea la derrota lo que aguarde a las clases trabajadoras, operan ya grandes leyes sociales y económicas que con el tiempo deben garantizar su triunfo.
Marx no duda en arremeter contra los capitalistas y los componentes de la clase media, quienes, a su juicio (en una afirmación que bien podría haberse redactado en la actualidad), «han aprendido a odiar y a temer los movimientos políticos ostensibles: ‘Los hombres respetables, caballero, no nos unimos a ellos’, dicen con hipocresía». Una hipocresía que sólo lleva al estancamiento de la clase trabajadora y a la imposible lucha por sus derechos. Aquella problemática clase media, nos explica Marx, se escuda en su dependencia de la aristocracia: tan sólo actúan –y no pueden hacer otra cosa, aseguran– bajo el influjo del monopolio y los privilegios de los capitalistas. Ante tal panorama, del todo desesperanzador, Marx concluye con un marcado acento de denuncia:
Cuantos intentos ha hecho el Parlamento para que la mano de obra trabaje en condiciones más humanas se ha topado con la oposición de la clase media, que siempre los reciben con la misma cantinela: ¡comunismo!
¿A qué «leyes sociales y económicas» se refiere Karl Marx en las líneas de uno de sus artículos de 1854? Si echamos mano del primer tomo de El Capital, en su prólogo a la primera edición alemana, leemos que su intención es la de «indagar el modo de producción capitalista y sus correspondientes relaciones de producción y circulación», e inmediatamente después se refiere a una serie de «leyes» que «se imponen con férrea necesidad». Marx pretende, de este modo, revelar –no de modo oracular o profético, sino amparado por el método científico– las leyes económicas por las que se rige el movimiento de la sociedad moderna.
Unas leyes que, por económicas, afectan precisamente al funcionamiento de la sociedad en su conjunto, y que en su condición de «naturales» (necesarias) no pueden ser abolidas, pero, asegura Marx, «sí se pueden acortar y atenuar los dolores del parto».
El feudalismo de Inglaterra no perecerá bajo los procesos de disolución apenas perceptibles de la clase media: el honor de esa victoria queda reservado a las clases trabajadoras. Llegado el momento de su intervención en el escenario de la acción política, entrarán en liza tres poderosas clases que se enfrentarán entre sí: la primera representa la tierra, la segunda el dinero, la tercera el trabajo. Ahora se está imponiendo la primera, pero la segunda acabará por agachar la cabeza ante su sucesora en el terreno del conflicto social y político (Marx, «La clase media inglesa», 1854).
Los artículos periodísticos de Marx permiten al lector del alemán a entender de manera histórica los cambios y evoluciones que sufrió su pensamiento a lo largo de su compleja carrera intelectual. «No es la filosofía –apunta Espinoza Pino–, sino su labor periodística la que se implica constantemente en los conflictos políticos, sociales y económicos de su época. El periodismo de Marx en su laboratorio, su taller en la historia, donde crea hipótesis, recoge datos, elabora acontecimientos y se interroga por las causas de éstos. Es el espacio donde se forjan sus ideas, donde emergen sus posiciones políticas de manera más viva. Uno de los lugares privilegiados para entender la praxis política de Marx y sus procedimientos de investigación».
El deseo de Marx fue siempre el de unir la economía y la ética. Aunque, como leemos en el breve y muy recomendable estudio de Rohbeck, «por buenas razones Marx no llegó a escribir ningún libro de ética; en lugar de ello, formuló una crítica a la moral imperante de la época. Esta crítica de la moral seguía siendo actual en el contexto de Nietzsche y Freud. Desde entonces, la moral pertenece al discurso social del poder«.
Los textos que el pensador de Tréveris destinó a la prensa son auténticas piezas de coleccionista, aún muy desconocidas, en las que encontraremos al Marx más humano y pujante, pero también al contumaz intelectual que se enfrenta al poder establecido (cuando la censura o la persecución política no se lo impedían), blandiendo como única arma su pluma, cargada de ideas que desea no sólo propagar, sino también y sobre todo poner en práctica.
El trabajador tiene la desgracia de ser un capital viviente y, por tanto, menesteroso, que en el momento en que no trabaja pierde sus intereses y con ello su existencia. […] El trabajador produce el capital, el capital lo produce a él; se produce, pues, a sí mismo, y el hombre, en cuanto trabajador, en cuanto mercancía, es el resultado de todo el movimiento. Para el hombre que no es más que trabajador, y en cuanto trabajador, sus propiedades humanas sólo existen en la medida en que existen para el capital que le es extraño (Manuscritos de economía y filosofía, «Segundo manuscrito»).
La investigación de Marx sobre la realidad es de una ferviente actualidad. Fue un avezado cronista que, lejos de participar de los intereses gubernamentales o periodísticos de turno, ejerció su profesión periodística hasta las últimas consecuencias (incluso cuando se veía asediado por una pobreza que llegó a ser preocupante, incluso peligrosa). Su testimonio resulta ineludible y necesario para caer en la cuenta de que el compromiso que Marx demanda no es sino la condición necesaria que hace posible la más difícil –pero la más necesaria– de las luchas: la lucha por la libertad.
Si algo muestra el estudio de las obras de Marx es que no intentó llevar a cabo una utopía, ni instó a sus lectores a cumplirla: cada una de sus líneas no es más, ni menos, que una sincera y animada invitación a analizar, críticamente, las condiciones del capitalismo. Como leemos en el estudio de Rohbeck, «el pensamiento no es absoluto y no puede desligarse de la experiencia vital, sino que se estructura mediante la ejecución de acciones concretas». No hay, ni puede haber, filosofía cuya actividad no intente transformar el mundo. Para mejorarlo.
¿Por qué estas luchas? ¿Por qué en estos momentos? ¿Por qué habrá más? Porque las fuentes de vuestra vida están cegadas por la mano del capital, que apura la copa dorada hasta el final y no os deja más que los posos. […] ¿Qué otorga al capital tanto poder? Que tiene en sus manos todos los medios de empleo. […] Sólo un movimiento masivo de todos los oficios, un movimiento nacional de las clases trabajadoras, puede lograr la victoria (Ernest Jones (1819-1869), poeta, novelista y agitador político, fuertemente influido por Marx y Engels, defensor del movimiento socialista británico).
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Muy buen artículo, hay que volver a Marx, volver a escucharlo.
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Es un buen artículo, y siento no tener tiempo para decir más que esto: lo bueno, regular o malo que hicieron otros en el siglo XX invocando a Marx es cosa de esos otros. Matizo: lo bueno, desde luego, surge de la correcta comprensión del pensador de Tréveris. Lo regular y malo de su, consciente o inconscientemente, incorrecta interpretación.
Fructífera jornada
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