James Macpherson, el falso Homero del norte

James_Macpherson_by_George_Romney.jpgCorre el año 1769 y un joven intenta domeñar la tormenta que bulle en su interior, mientras las olas plomizas del Mar del Norte levantan espumarajos al chocar contra la quilla del barco que lo lleva hacia París. Arrecia el viento y, a pesar de vaivenes y empujones, avanza el navío con velocidad. En los ratos tranquilos, lee un libro que cambiará radicalmente su destino de escritor y filósofo, para convertirlo en uno de los fundadores del movimiento del Sturm und Drang, con el cual se anuncia ya el futuro romanticismo alemán. En esa obra creerá ver el modelo de una literatura originaria, donde todavía pueden apreciarse los rasgos y la lengua de una civilización arcaica que imperó durante siglos en Europa al margen de griegos y romanos, quienes, sin embargo, la consideraron bárbara. Y sentirá que es posible crear una escritura auténtica que consiga desbancar el predominio de la alambicada cultura francesa que, a fuerza de racionalismo, está invadiendo su país. El joven se llama Johann Gottfried Herder y la obra es un traslado al alemán de una supuesta traducción al inglés que el poeta escocés James Macpherson hizo, después de recopilar las Canciones de Ossian en gaélico, unas baladas donde se cuenta la vida de los celtas del siglo III y las proezas del rey Fingal, narradas por su hijo Ossian, bardo y autor de los poemas.

Ciertamente, el asunto presenta tantos vericuetos que huele a chamusquina. De hecho, el filósofo David Hume y Samuel Johnson, uno de los más reconocidos críticos literarios de entonces, desconfiaron de su legitimidad, aunque la obra tuvo un impacto enorme en su época y pronto alcanzó una segunda edición. Herder escribió un breve ensayo sobre ella y tres traducciones de sus versos. En la última escena de la novela epistolar Las desventuras del joven Werther, Goethe introdujo la lectura de un fragmento realizada por los dos personajes principales, quienes se emocionan profundamente al ver reflejada en él la imposibilidad de su relación, hasta el punto de que el protagonista se atreve a besar a su amada, quien lo rechaza, mientras se anticipa ya el desenlace fatal. Por otra parte, el poema fue una de las lecturas favoritas de varios escritores románticos, como el escocés sir Walter Scott y el inglés Lord Byron, o incluso de Napoleón Bonaparte, para quien se pintaron tres cuadros alusivos, uno de cuales, firmado por Ingres, se colocó en el techo de la alcoba que ocupó al llegar a Roma. En España sirvió de inspiración a José de Espronceda para componer el poema épico Óscar y Malvina. Pese a todo, la traducción fue un fraude porque, si bien la obra de Macpherson estaba basada en elementos de tradición oral y algunos pocos textos antiguos reelaborados, en su conjunto era una creación libre, una invención propia. De ahí que Borges afirmase:

Fingal puede no ser una reconstrucción de una auténtica epopeya celta; lo indiscutible es que se trata del primer poema romántico de la literatura europea.

A la vista está qué pudo interesar entonces de la obra de Macpherson. La opinión que Goethe vierte en Werther lo confirma, a la vez que hace un resumen de los versos más notables de Ossian. No se puede ser más explícito:

Ossian ha sustituido a Homero en mi corazón. ¡A qué mundo nos transportan los sublimes cantos de aquel poeta! ¡Vagar por los matorrales, aspirar el aire de fuego que columpia en las nubes las sombras del firmamento a los pálidos rayos de la luna, oír quejarse en la montaña la voz de trueno del torrente de la selva, y los gemidos de las plantas medio abrasadas por el viento, confundiéndose quejas y gemidos con los suspiros de la joven que agoniza al pie de cuatro piedras cubiertas de musgo, bajo las cuales reposa el héroe glorioso que fue su amante! ¡Oh!, cuando en aquel desierto contemplo al bardo encanecido por los años, que busca las huellas de sus padres y sólo encuentra sus sepulcros, mientras, sollozando, vuelve la vista hacia la estrella de la tarde, medio escondida entre el oleaje de una mar tempestuosa; cuando veo que renace el pasado en el alma del héroe, que como en los tiempos en que la misma estrella irradiaba sobre los bravos guerreros exploradores, o la luna ayudaba con su propia claridad al regreso de sus naves victoriosas, cuando leo en su frente un profundo dolor, y le veo solo en el mundo caminando trémulo hacia la tumba, saboreando una suprema y dolorosa alegría en la aparición de los fantasmas inmóviles de sus padres; cuando le oigo gritar, fijos los ojos en la tierra seca y en la hierba doblada por el viento: «El viajero vendrá; vendrá el que me ha conocido en mi esplendor, y preguntará dónde está el bardo, preguntará qué ha sido del hijo de Fingal. Y su pie hollará mi tumba mientras su voz llamará en vano»… Entonces, amigo mío, quisiera, como leal escudero, sacar la espada, y con ella librar a mi príncipe de las angustias de una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después a mí mismo para enviar mi alma en pos de la del héroe.

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En este punto se constata lo que dijo Kant –el maestro de Herder–, refiriéndose al conocimiento: «la razón sólo reconoce lo que ella misma produce», de modo que estos hombres encontraron en la obra de Macpherson aquello que servía para comprobar su propio pensamiento. De hecho, en el poema se cumplen todas las futuras reivindicaciones del Sturm und Drang. Frente a la vida artificial y cortesana que impone desde sus modelos literarios el clasicismo francés, aquí se muestra el contacto directo con una naturaleza poderosa, en estado casi salvaje, indicio de una infinitud caótica, convulsa y «sublime», que rebasa al hombre desdibujando la claridad de su intelecto entre los pliegues brumosos, apenas iluminados por el resplandor lunar, donde habitan los ancestros y otros espíritus. Esa naturaleza desbordada, al margen de mediciones y cálculos utilitarios, sólo puede afrontarse desde el sentimiento, porque éste constituye el vínculo originario con el mundo circundante. Por su carácter no conceptual, la emoción permite al bardo cantar la heterogeneidad de lo existente, expresar su visión desde la diferencia, desde su más íntima subjetividad. Lo hace con una rudeza primitiva, exenta de la elegancia hipócrita o la galantería aceptada socialmente entonces. Y en esa espontaneidad se revela precisamente la inspiración del genio. Su fuerza emana del dolor, porque, mientras la felicidad diluye al individuo en el amor a los demás, el sufrimiento lo esculpe señalando las fronteras que no puede traspasar. De ahí que las tristes canciones de Ossian, rebosantes de melancolía, se encuadren mejor en el ámbito de la lírica y, en general, abran el camino hacia el Romanticismo.

No obstante, los contemporáneos recibieron la aparición de estos versos como si hubiese acaecido el descubrimiento de la genuina poesía épica de los celtas. Y, aunque Macpherson sostuvo que los textos remitían al siglo III, cuando el poder de los druidas ya había sido desterrado de Gran Bretaña, la mayoría de los lectores, sobre todo los alemanes, sintieron que allí bullían todavía las concepciones mágicas de aquellos sacerdotes de los bosques. Muchos se identificaron hasta el punto de creer que descendían de los celtas –como el poeta Klopstock y sus seguidores–, lo cual no era del todo erróneo a tenor de las investigaciones, muy posteriores, que situaron uno de los centros europeos más antiguos de esa cultura en la ciudad de Hallstatt, al sur de Baviera. Pero incluso en ese caso, era evidente que las hazañas bélicas de Fingal y sus compañeros no estaban narradas como si se tratara de una epopeya. El rey tenía coraje, pero también era tierno y generoso con sus amantes, amigos, padres e hijos. Ossian, que al fin y al cabo era el vástago de un perdedor, se lamentaba por ser víctima en ese cambio de suerte.

Hundido en la noche, el príncipe cantó desde las ruinas del palacio de Morven la historia de aquella injusta derrota, ocurrida a pesar de la gallardía del jefe y sus guerreros. Gaul, el más hábil de todos, aparece en esa letanía como un antihéroe, que termina atrapado por el destino en una situación absurda. Ni siquiera puede mostrar su bravura en defensa de su rey porque llega a costas enemigas cuando éste ya ha partido victorioso y tiene que enfrentarse solo a los pobladores en un combate desigual, imposible de librar y carente de honra. Éstos al final lo abandonan cubierto de heridas en la costa, donde es encontrado por su esposa. El rescate fracasa, porque Gaul fallece en el trayecto y con él también ella muere de pena. Así, el canto pinta la imagen de la desolación ante la pérdida de un pasado de esplendor y el inútil esfuerzo de Ossian por impedir su desaparición. A través de los recuerdos de Fingal, se intenta recuperar del olvido y el ultraje la memoria del mejor combatiente:

¿Por qué agotar tu luz esplendorosa
sobre Morven? ¿Por qué, sublime astro?
Los héroes no contemplan ya tu lumbre,
los ojos de los muertos se han cerrado
en una eterna noche, y sólo brillas.
¡Oh tibio sol, sobre sus huesos blancos!
¡Cómo se han extinguido tus fulgores,
Morven! Desvanecidos, apagados
están como la llama de la encina,
que al consumir los troncos con su abrazo,
alumbrara radiante tus salones,
hoy morada de sombras y de espanto.
Lo mismo que tus huéspedes alegres
se han hundido en la tierra tus palacios,
y sobre el templo del placer, despliega
la muerte desolada el negro manto.

                                             (Traducción de Antonino Chocomeli Codina, 1874)

375px-Jean_Auguste_Dominique_Ingres_009.jpgAnte la perfección y belleza de estos versos traducidos en hexámetros, no deja de sorprender la ingenuidad intelectual de un Herder que cree en su transmisión oral en tiempos tan remotos y precarios así como en la veracidad de su contenido. No hay duda, sin embargo, de que su lectura fue una experiencia iluminadora que le sirvió para confirmar que todos los pueblos aportan a la historia un elemento único e irremplazable, un rasgo individual predominante por encima de las características del espíritu colectivo a las cuales otorga un sesgo especial, y que ha de ser captado emocionalmente, por empatía. Sobre este primer contacto con una lengua arcaica –aunque no haya sido directo–, se fundará su idea de que el lenguaje es consustancial al ser humano, puesto que actúa como un configurador de la racionalidad. Así puede decirse que en estas vivencias late el germen del pensamiento herderiano, el origen práctico, concreto, que poco más tarde provocará el nacimiento de la filosofía alemana de la historia, poniendo los cimientos para las reivindicaciones nacionalistas ante el imparable avance del imperialismo cultural francés. De ahí que Herder escriba en su Extracto de un intercambio de cartas sobre Ossian y las canciones de los pueblos antiguos:

También yo, igual que usted, estoy fascinado con la traducción de Ossian para nuestro pueblo, tanto como si se tratara de una obra épica original. Un poeta tan lleno de sublimidad, inocencia, candor, acción y felicidad de la vida humana, tiene ciertamente […] que influir y mover corazones.

Desde la perspectiva de los lectores alemanes, aquí se encuentra el acicate para el inicio de una revolución en el lenguaje y en las artes. En consecuencia, preferían pensar que se trataba de una epopeya celta que había logrado sobrevivir refugiada en la titánica memoria de un pueblo, dejando un rastro apenas perceptible en los eslabones de la tradición oral. Pero cabría preguntarse aún qué llevó a Macpherson a buscar en Ossian un heterónimo, a convertir las leyendas en realidad y finalmente dar a luz a este Homero del norte.

Que la poesía lírica es el género literario idóneo para manifestar la individualidad y exponer públicamente la propia personalidad resulta evidente desde su surgimiento tanto en Grecia como en otras culturas. Por eso, cualquier alteración de la identidad constituye una llamada de atención, cuyo trasfondo psicológico carece de interés en la medida en que atañe exclusivamente a la subjetividad personal y no poética. Son muchos los escritores que han renunciado a mostrarse y siguen haciéndolo a día de hoy, si bien siempre como una estrategia, la de manipular la identidad para negarse a sí mismos y ejecutar en la obra lo que desearían hacer en la realidad: desaparecer. La cuestión es… ¿en función de qué? Las malas lenguas dijeron que Macpherson negó su autoría de los poemas y los atribuyó a un bardo legendario para que alcanzasen mayor popularidad. Pero normalmente, esa autodestrucción aspira a algo más, a una disolución del ego a fin de trascender sus limitaciones, viviendo la existencia de otros y expresando su punto de vista o ejecutando un don que procede de otro mundo, quizás divino. Es evidente que en Macpherson se aúnan las dos razones porque Ossian, además de ser un individuo que, a ojos de los lectores, representa una colectividad, la del pueblo celta, es también un bardo. Y los bardos no eran simples trovadores sino que en las jerarquías sociales celtas estaban estrechamente ligados a los druidas, ya que, como ellos, tenían el don de la profecía.

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Repasemos por un momento los hechos históricos que rodean el nacimiento de estas canciones, que fueron escritas en tiempo del dominio inglés sobre Escocia, tras el sofocamiento de las revueltas jacobitas, presenciadas por Machperson en su infancia. Estas cruentas rebeliones se desarrollaron entre 1688 y 1746. En ellas, los escoceses defendieron su soberanía militarmente ante las invasiones inglesas, aunque los combates derivaron en sangrientas luchas civiles implicadas en la recuperación del trono para la dinastía católica de los Estuardos, como la matanza de Glencoe, donde se traicionaron las leyes de hospitalidad entre clanes, se masacró a los varones y se quemaron las casas, provocando la huida de las mujeres y los niños, quienes murieron de frío en las cumbres montañosas. Como consecuencia de la victoria inglesa, el gaélico fue eliminado de los espacios públicos, mientras la lengua de los conquistadores se imponía en la legislación, en los actos colectivos y en la educación oficial. Es evidente que el falso poema de Ossian constituye algo más que un acontecimiento literario. Es un acto político, un grito de libertad, una protesta contra el avasallamiento de los ingleses y un reclamo del derecho que tienen todos los pueblos de mantener su identidad: unas costumbres, una forma de vivir, vestir, actuar, expresarse. Y, sobre todo, una lengua propia. Curiosamente, los ingleses denunciaron la ilegitimidad de la saga por ser obra de Macpherson mientras que los irlandeses la consideraron auténtica, pero no escocesa, es decir que para ellos el poema representó una usurpación del ciclo feniano de su propia mitología.

Desde luego, el verdadero autor no logró ni la independencia de su país ni su recuperación lingüística con estos escritos, pero –como buen bardo– auguró el renacimiento del espíritu de su pueblo que, transformado en una incitación para los alemanes, dio comienzo a su propia revolución cultural.

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2 comentarios en “James Macpherson, el falso Homero del norte

  1. Tanto los objetor, nuestras experiencias y nosotros mismos, quedamos desfigurados por efecto del lenguaje, ya que nuestra subjetividad fabula y nos sentimos arrastrados por ella, Entre las cosas y las palabras estas llevan amplia ventaja deformando a los indefensos objetos.

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