Batman: genealogía del Hombre Murciélago

BatmanEl peso del tiempo

Tras la aparición de la afamada trilogía de los hermanos Nolan sobre el Caballero Oscuro, resulta conveniente poner algo de orden en la formación de la auténtica identidad de uno de los superhéroes de más regio y dilatado abolengo en el vasto universo DC, quien, como indica David Hernando en su completa guía sobre nuestro protagonista[i], «es algo más que un personaje. Es un fenómeno de masas». ¿Cuáles han sido las razones de tal éxito?

Muy pocos superhéroes han sufrido una evolución tan marcadamente personal como la que podemos rastrear en Batman desde aquel número 27 de Detective Comics (mayo de 1939) en el que por primera vez irrumpió en el panorama del noveno arte.

Es cierto que, en muchas ocasiones, las novedosas ideas de dibujantes y guionistas y los arcos argumentales asociados a ellas se han visto obligados a tomar algunos derroteros que, si bien impactaban en las cifras de venta (en una de sus vertientes, los cómics también son un negocio, no hay nada que esconder a este respecto), no ocurría lo mismo con la opinión de los seguidores más acérrimos del superhéroe, al que, de la noche a la mañana, unían a un estrafalario amigo o debía luchar contra enemigos de dudosa credibilidad.

A pesar de estos devaneos, inevitables por lo demás, en el caso de Batman me he referido más arriba a una evolución personal en contraste con un desarrollo que podríamos denominar generacional o incluso genérico –al que todos y cada uno de los personajes de tebeos, pertenezcan o no al mundo superheroico, han sido conducidos en algún momento-.

Ahora bien, mientras que este desarrollo generacional exigía adoptar las directrices editoriales que venían de arriba (con el objetivo de engordar urgentemente las cifras de venta o para relanzar a algún personaje en claro declive), numerosos protagonistas –que parecían bien afincados en sus series regulares– o figuras más o menos secundarias que tuvieron alguna aparición estelar que mucho prometía, comenzaron a causar baja en la lista de los grandes imperios editoriales de cómics. Podemos mencionar, como ejemplos, a Doctor Centella, Átom, Dr. Fate, Green Hornet, Doctor Medianoche, o la mismísima Helena Wayne (que llegó a portar el disfraz de Huntress).

Se trata de casos en los que la personalidad del personaje no pudo hacer frente a los apaños forzosos a los que se vio sometida. Frente a sucesos de este tipo, Batman ha permanecido incólume, junto a otros mitos del universo superheroico (fueran o no de la competencia, como ocurre con Spiderman, X-Men o Capitán América), mostrando una fuerza legendaria que excede los límites del papel: sus inolvidables historia se han convertido en moneda corriente del acervo cultural de Occidente –más allá de avatares coyunturales y relevos generacionales-.

BatmanUn retrato de mil caras

Aunque nadie pueda negar la fortaleza histórica del Hombre Murciélago, también es cierto que el devenir de su identidad genuina ha soportado innumerables cambios desde su primera aparición en 1939. Y no sólo a través de las historietas presentes en los tebeos, sino también mediante las tramas que reconocemos en medios audiovisuales como series de televisión y películas –por lo que el asunto se complica, si cabe, aún más-. Sin embargo, podemos preguntarnos cuáles son las características principales que han hecho –y hacen– ocupar a Batman un lugar privilegiado en el mundo superheroico.

Sería imposible desplegar en un breve artículo todas y cada una de las claves que han hecho de este personaje de ficción una leyenda viva [ii] del universo DC, pero sí intentaré esbozar un pequeño marco en el que logremos insertar a todos esos «Batmen» con la esperanza de reconocer en ellos, sin género de duda, al originario Batman. Ensayaré, así, una suerte de proceso inverso al que han llevado a cabo los distintos guionistas del Caballero Oscuro: si ellos intentaban ofrecer su punto de vista de la historia de éste, yo procuraré, al revés, desprender a Batman de cualquier rasgo accesorio con el objetivo de destapar las guías maestras del mito en que se ha convertido.

Una de las dificultades principales a la hora de diseñar un retrato definitivo –pero lo suficientemente flexible– del superhéroe de Gotham por antonomasia (que comenzó hace unos años a rivalizar con un Nightwing cada vez más creíble en el Nuevo Universo DC), es el problema de ensamblar en uno a todos y cada uno de los Batman que han surgido en distintos momentos de su historia, y no me refiero al tiempo lineal o cronológico, sino al tiempo generacional: es muy posible que, quien no se dedique a estudiar la evolución de la figura de Batman, se encuentre alineado con unos u otros orígenes y desarrollo vital del superhéroe. Y aquí llega precisamente la dificultad…: que cada cual tiene como verdadera esa perspectiva propia.

A pesar de esta traba temporal, hermenéutica, interpretativa, me permitiré viajar a través de las décadas con los ojos puestos en una única meta: retratar a un Batman –de mil caras– fácilmente reconocible para todos.

3Una ciudad, un detective… y soledad

Si atendemos a las primeras palabras que encontramos en el número 27 del Detective Comics de 1939, leemos algunas líneas que muchos conocerán de memoria: «Batman, un personaje misterioso y aventurero que lucha por la rectitud y para apresar a los malhechores en una batalla solitaria contra las fuerzas del mal de la sociedad. Su identidad es todavía un misterio».

Varios son los elementos interesantes con los que damos en esta breve pero enjundiosa introducción a la primera aventura del Murciélago. En primer lugar, se hace hincapié en el carácter «misterioso» del Caballero Oscuro, quien se halla envuelto, ya desde el principio, en toda una vorágine de cuestiones sin resolver: una identidad por descubrir (y que siempre luchará por ocultar), una sociedad aún desconocida que parece necesitar ayuda de algún justiciero ajeno a la ley vigente y, sobre todo, el carácter solitario del héroe que nos es presentado. ¿Qué hizo de este detective que fuma en pipa y que parece tener gran confianza con un tal comisario Gordon un icono que perdura hasta nuestros días?

Si echamos mano de una serie tan afamada como Prey (Presa, publicada entre 1990 y 1991, con guión de Doug Moench [iii]), observamos cómo el propio Bruce Wayne duda en ocasiones hasta el estremecimiento sobre el papel de Batman no sólo en la sociedad (como justiciero nocturno «que lucha por la rectitud»), sino en su propia vida. «¿Qué clase de hombre busca consuelo en un sitio como este? [iv] […] Estoy solo… en una oscura cueva de locura… porque mis padres fueron asesinados en medio de la noche por una pistola que escupía fuego y truenos una vez y otra y… están muertos». En un momento de auténtico decaimiento, cuando lucha contra el tarado de Hugo Strange, Bruce zanja: «Quizá el sueño debería morir… Batman debería morir… antes de que haga que se derrame más sangre inocente».

También los más cercanos al Hombre Murciélago se preguntan hasta qué punto puede Batman llegar en su persecución de la corrupción inherente a Gotham; una Gotham, por cierto, que si por algo se nos hace tan interesante es por la sempiterna proliferación del mal. Frente a otras historias de superhéroes, en las que el imperio de la ley acaba prevaleciendo frente a las exigencias de los malvados de turno, si algo une a todos los arcos argumentales de los tebeos en las historias de Batsy (sobrenombre cariñoso con el que Joker se refiere a Batman) es la pervivencia de los sobornos, de la perversión y, en general, de la putrefacción del tejido social de Gotham a través del crimen. Así, también en Prey, el aún capitán Gordon se interroga: «Y al final, si no estoy por encima de la ley… ¿lo está él?». ¿Puede un héroe enmascarado, de identidad desconocida y de métodos dudosos, que se jacta de defender los intereses de los buenos ciudadanos de Gotham, actuar por su propio pie en pos de obtener la paz social y acabar con el envilecimiento de una ley al servicio de las corruptelas?

Por lo que toca a la estructura narrativa de estos primeros cómics, sólo hemos de ojear alguna de sus páginas para darnos cuenta rápidamente de las grandes diferencias que los separan de la confección de los tebeos actuales. Y no me refiero sólo a la mayor o menor espectacularidad de los escenarios y de los dibujos, sino al ritmo argumental al que se suceden los acontecimientos. Mientras en aquellos primeros números de Detective Comics observamos una gran dosis de teatralidad, en la que la importancia de la viñeta no recae sobre el fondo, sino sobre los gestos y el contexto global en el que tiene lugar la acción, en los cómics actuales (quizás el punto de inflexión lo marcara Frank Miller en 1986 con The Dark Knight Returns) adquiere mayor relevancia el fondo artístico que la misma trama. Y que no se me malinterprete: quiero decir que se ha evolucionado de una estructura más o menos teatral hacia un tiempo narrativo que se trata de comprimir y expandir (de manipular, en definitiva) con el objetivo de crear una película congelada –cuyos fotogramas son las diferentes viñetas-.

4Ser un criminal… para defender la ley

Ya tenemos los ingredientes fundamentales del primer Batman, cuyo rastro podemos seguir hasta nuestros días: una figura solitaria cuya identidad y motivaciones desconocemos (será en el número 33 de noviembre de 1939 cuando Detective Comics saque a la luz la truculenta muerte de los padres de Bruce), habitante de una ciudad que parece cobrar vida únicamente a través de sus criminales, y un único propósito claro, acabar con el desorden propio de Gotham. Una batalla que, se nos dice, se lleva a cabo en la más estricta soledad.

Pongamos ahora nuestra atención sobre dos testimonios de autoridad sobre el Caballero Oscuro: me refiero a Alan Moore y Frank Miller, auténticos artífices de la búsqueda de la genealogía de Batman.

En 1988 aparece en los quioscos The Killing Joke (tebeo escrito por Alan Moore y dibujado por Brian Bolland). Esta historia, en la que muchos han querido ver, tan sólo, una mera lucha u oposición de contrarios entre el Hombre Murciélago y Joker –como pareja de representantes de lo mejor y lo peor–, va mucho más allá. En ella ambos personajes no nos ofrecen sin más dos posturas ante el fenómeno del caos, sino un completo retrato psicológico del héroe enmascarado. Como explica J.J. Vargas en Alan Moore. La autopsia del héroe [v], lo que Joker pretende explicitar una y otra vez es que «alguien que decide enfundarse en un disfraz de murciélago y luchar contra el crimen no puede sentar cátedra sobre la racionalidad de aquellos a quienes apresa».

Y es que Moore, autor de humildes orígenes (que llegó a tener peligrosos escarceos con el tráfico de drogas cuando era joven), conoce muy bien los peligros que conlleva autoproclamarse baluarte de la justicia. Si Joker se atreve a plantear a Batman la ya inmortal pregunta, «Why so serious?» (que Nolan inmortalizó en la segunda de sus películas sobre Bats, El Caballero Oscuro), es porque el propio Joker acepta el sinsentido del mundo, o de Gotham en particular, mientras que observa cómo Batman sufre y se esfuerza por conminar al mundo a ser como debe ser. En The Dark Knight Returns (Frank Miller, 1986), Bruce se dirige a Superman con estas inolvidables palabras: «Tú siempre dices que sí, a quien veas con una insignia o con una bandera… Nos has vendido, Clark. Les has dado el poder que debería haber sido nuestro. Justo lo que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección: tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me enseñaron que el mundo sólo tiene sentido cuando lo obligas».

Y esta es otra de las características centrales de Batman, que hemos de añadir a las ya mencionadas hasta ahora: la presencia de la ley positiva no es condición necesaria para que se dé la justicia, y mucho menos en un lugar como Gotham, donde el sistema jurídico no duda en amparar sin tapujos todo tipo de crímenes (salvo cuando, en contadas excepciones, llega a posiciones de poder alguien de encomiable integridad moral, como en el caso de –una parte de– Harvey Dent).

De esta manera, el verdadero problema que Alan Moore y Frank Miller nos plantean con sus respectivas versiones del Caballero Oscuro es, por un lado, la risa que provoca en Joker el desmedido interés de Batman por luchar contra unas estructuras sociales y jurídicas que, aun en el caso de que tuvieran un fondo bienintencionado, pueden llegar a permitir –y de hecho lo hacen– la consecución de los crímenes más horrendos. Es la risa del absurdo, del que ha asumido y se ha rendido frente a la «lógica» del mundo, en contra de alguien que no duda en oponerse, bajo su cuenta y riesgo, a las penurias por las que pasa Gotham. Por otro lado, el conflicto de opiniones entre Batman y Superman que Miller nos presenta sirve para evidenciar que Gotham precisa de una instancia superior que no dude en quebrantar toda clase de leyes con tal de limpiar la ciudad de corruptos y asesinos, y es por ello que Batman no pueda sentir más que indignación cuando el Hombre de Acero le explica:

Les he dado mi obediencia y mi invisibilidad [se refiere al gobierno y a la policía]. Ellos me dieron una licencia y el dejarme en paz. No, no me gusta. Pero puedo salvar vidas… y la prensa no se mete.

La conclusión de Batman, como no podía ser de otra manera, es que si debe convertirse en un criminal a ojos de la ley para salvar a Gotham, lo hará sin dudar –aunque ya hemos comprobado cómo Bruce Wayne cae en más de una ocasión en una cierta debilidad que le invita a plantearse si quizás lo mejor sea dejar para siempre la máscara del Murciélago-.

En definitiva: a hombros de Miller y Moore damos con un Caballero Oscuro que ya no sólo lucha contra el crimen, como se nos decía en los primeros números de los Detective Comics; ahora damos con un hombre de carne y hueso, quien por supuesto ha dejado la pipa de fumar, que ha llegado a tener en contra a la prensa, a la policía y al gobierno, y que, a pesar de ello, no tendrá reparo en intentar llevar a cabo su ideal de cómo debe ser el mundo. Un mundo que se destruyó cuando era muy joven con la muerte de sus padres. Ahora reclama un puesto en él no como mero vengador (como muchos no dudan en afirmar), sino como una «fuerza elemental» (así se refirió Miller en más de una ocasión a Batman) que puja por ordenar un caos que parece no tener fin.

Y es que, como ya dejó dicho la escritora estadounidense Anaïs Nin, «No vemos las cosas como son; las vemos como somos».

5

Algunas conclusiones. El reencuentro consigo mismo

Muy pronto, cuando la incipiente DC Cómics se da cuenta del arrollador éxito y creciente popularidad del Señor de la Noche, éste comienza a ocupar todas y cada una de las portadas de los Detective Comics, restando protagonismo al resto de personajes.

Al principio las tramas son sencillas, y se hallan repletas de las características que ya expusimos al comienzo de este artículo: un caso por resolver, misterio, aventuras, soledad, y una oscuridad que quizás nació como complemento de la luz que ofrecían por su parte, en Action Comics, las historietas de Superman. «Quería que Batman pudiera ser herido –confesaba Bob Kane–. Cualquier cosa que hiciera debía estar basada en el atletismo y en el uso de su astuto instinto y afilada observación».

A medida que la sombra del Murciélago crece, necesita igualmente criminales a su altura. Más allá de capos de la mafia y corruptos en busca de pingües beneficios económicos, parece que la figura de Batman provoca el nacimiento de villanos más interesantes desde el punto de vista literario e incluso filosófico, como Joker, Dos Caras, el Espantapájaros, Hugo Strange o el Monje loco, siempre haciendo honor a las palabras que pronunciaría en el número 33 de Detective Comics:

Juro por los espíritus de mis padres que vengaré sus muertes, pasando el resto de mi vida en guerra contra todos los criminales.

El fondo de las historias en las que el Caballero Oscuro se ve envuelto, al principio de corte claramente detectivesco (planteamiento del problema, búsqueda de una solución, acción y desenlace), van dando origen a tramas cada vez más relacionadas con conflictos éticos que no siempre quedan resueltos. Es entonces cuando Bruce Wayne cobra consciencia de que la mera venganza no puede ser el único motor de sus acciones, dando así comienzo la cruzada de «Batman contra sí mismo», un particular viacrucis que el héroe de Gotham transita una y otra vez en pos de encontrar una paz de espíritu que raramente llega.

Bob Kane conocía muy bien la obra de Stevenson El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (publicada en 1886), de obligada lectura para todos los seguidores de Batman, pues es en ella donde se da, a mi juicio, con una auténtica semblanza de los peligros a los que el superhéroe se enfrenta cada noche. La noche no sólo acecha con amenazas físicas (disparos, caídas, golpes, etc.), sino que también presenta a Batman un auténtico dilema: ¿quién soy en realidad? ¿Un mero justiciero en busca de venganza? ¿El salvador de Gotham? ¿La némesis del crimen organizado?

Más allá de la influencia que la obra de Stevenson pudiera haber tenido en la creación del personaje de Dos Caras [vi] (una analogía, por lo demás, bastante facilona y evidente), es Batman quien en innumerables ocasiones sufre un verdadero pavor por que el lado más siniestro del Murciélago se haga con el control definitivo de su personalidad. Al igual que el Dr. Jekyll, quien observa cómo poco a poco el influjo de Mr. Hyde se apodera de su parte mejor, Batman sufre todo un calvario a lo largo de su existencia por descubrir si, en el móvil de sus acciones, hay algo más allá de la venganza que funcionó, en su día, como inicio de su carrera como héroe de Gotham. Y lo sufre casi siempre en soledad, aunque de vez en cuando surja una voz cercana que le recuerda que tiene amigos con los que contar, como en el caso de la lograda Catwoman de Silencio.

7Por paradójico que parezca, teniendo en cuenta que es una de las características principales que componen su identidad, quizás sea este Batman reflexivo y anclado a problemas más o menos existenciales [vii] el que se haya perdido en películas como la última que presentaron los Nolan (con Bane como archienemigo), e incluso en el personaje que nos trae el Nuevo Universo DC de manos de Greg Capullo, Scott Snyder o Tony S. Daniel, documentos en los que parece primar la acción y lo espectacular de la imagen sobre el fondo, y donde es el entorno (más que el interior, el sí mismo) el que ofrece la verdadera (pre)ocupación del Murciélago.

Batman vuelve a centrarse en el exterior para descuidar, de alguna manera, sus motivaciones. Aunque puede que, pensándolo mejor, sea este asunto lo que tanta amargura ha traído a Bruce Wayne desde sus inicios como Caballero Oscuro: que la acción nocturna como enmascarado encubra, de alguna manera, el intenso movimiento de su alma.

Como ya dijo en su día Frank Miller, «Batman es un personaje casi místico», y los lectores y estudiosos de sus aventuras no podemos nunca dejar de lado esta faceta que le encumbra a las primeras posiciones del género superheroico, donde encontramos a un ser atormentado pero, a la vez, convencido de lo que hace –por muchas dudas que le puedan asaltar en el ejercicio de su cruzada contra el crimen-. Batman no es (al menos no sólo) una figura megalómana de tintes obsesivo compulsivos –ni mucho menos psicopáticos–, sino más bien un hombre que, en eterna pugna con los problemas sociales de su tiempo, hace suyos los conflictos de sus ciudadanos en su búsqueda de vivir en paz.

Quizás, como iniciaba este artículo, haya llegado el momento de hacer un alto en el camino para retomar, con mirada renovada, aquellas primeras historias de Detective Comics con el objetivo de aspirar, una vez más, el humo de la pipa que Bruce Wayne exhalaba en su papel teatral, y así recomponer, con paso firme, la identidad de un héroe que amenaza con convertirse en mera cáscara, en monumento de un pasado mejor y, por ello, en un recuerdo que, acaso, siempre quiere revivir. Porque si algo está claro, como el propio Batman confiesa al final de El monje loco (Matt Wagner), es que «la guerra continúa».


[i] Batman. El resto es silencio. David Hernando. Dolmen: Palma de Mallorca, 2004, p. 8.

[ii] Si acudimos a la literatura, Unamuno explicaba en sus reflexiones de Vida de Don Quijote y Sancho que lo que caracteriza a un verdadero personaje de ficción es que puede hacernos actuar en el mundo, por lo que tal personaje puede llegar a ser más real que su propio autor (por cuanto nos mueve a la acción). Es interesante notar la analogía respecto a una figura como Batman, superviviente de tantos y tantos guionistas y dibujantes que, por el contrario, han pasado desapercibidos. Incluso si acudimos a dos gigantes como Bob Kane y Bill Finger, ¿quién no tiene la tentación de preguntar a los acólitos del Hombre Murciélago quién les parece más real, si aquéllos o el propio Batman? Llega un momento, en algunos casos, en que la creación adquiere más realidad que el creador…

[iii] Dibujos, entintado y colores de Paul Gulacy, Terry Austin y Steve Oliff.

[iv] Se refiere, como el lector supondrá, a la Batcueva, situada bajo la mansión Wayne.

[v] Alan Moore. La autopsia del héroe. J.J. Vargas. Dolmen: Palma de Mallorca, 2010, p. 141.

[vi] De lo que David Hernando se hace eco en su obra ya citada, pp. 48-49.

[vii] Lo que, por otra parte, siempre ha acercado tanto a este superhéroe al gran público.

3 comentarios en “Batman: genealogía del Hombre Murciélago

  1. Por mi parte, me parece imprescindible comenzar confesando que hasta el momento sólo he leído «La broma asesina» (Moore, 1988). Sin embargo, he gustado de leer las referencias al trabajo de Miller (a quien he tenido la curiosidad de leer desde antes, pero por su trabajo en Elektra) y a los comienzos del personaje, y me ha sorprendido gratamente conseguir que existe una persona que, sin renegar directamente de ellas, sí duda del trasfondo de la trilogía de Nolan.

    Siempre lo he dicho y pensado, Burton ha sido el único que se ha encargado de darle verdadera profundidad psicológica a Batman y a algunos de sus villanos (los más esenciales, desde un punto de vista) en el cine. Algo que en «Batman Returns» (1992) alcanza niveles apoteósicos (una cuestión que generalmente no sucede con las secuelas).

    La segunda nota que coloca González Serrano tiene una sólida referencia en un documental en el que ha llegado a participar Moore (The Mindscape of Alan Moore, 2005) donde éste reflexiona casi lo mismo que Unamuno, explicando que lo esencial en cualquier historia, por muy fantástica que sea, es que tenga un eco emocional, una parte en la que los espectadores puedan sentirse identificados o puedan al menos reconocer la humanidad de la cuestión (algo que también puntualizó el autor de éste escrito).

    Así suceda que Batman, o «la identidad de un héroe que amenaza con convertirse en mera cáscara», termine meramente como un producto comercial, aún hay la esperanza de que, los que le apreciamos como la «fuerza elemental» que alguna vez representó, tengamos algunas palabras al respecto… ;)

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