Rabindranath Tagore: literatura exótica como puente entre Oriente y Occidente

rabindranath_tagore1Aunque es habitualmente conocido y reconocido por su vasta obra poética, Rabindranath Tagore (1861-1941) redactó una de las novelas más ricas e interesantes del siglo XX desde el punto de vista antropológico, religioso, filosófico y cultural: Gora (1910). En ella encontramos un retrato tan plural como magistral de la sociedad bengalí a través de las aventuras que viven los protagonistas del relato.

Tagore entreteje una historia en la que se muestra una India cuya diversidad de culturas, religiones y razas, de la mano de una fuerte división en castas, se traduce en un desgarro que no se aleja del que el país del Ganges vive aún en la actualidad. Algunos de los diálogos resultan, en este punto, inolvidables e insoslayables desde lo filosófico y lo sociológico: «—¿De modo que usted cree en la casta? —¿Acaso la casta es un invento mío, en el cual yo puedo dejar de creer? Como soy fiel a la sociedad, debo también respetar la casta. —¿Acaso está usted obligado a obedecer a la sociedad en todo? —No obedecerla sería destruirla». El llamamiento universal de Tagore en esta novela proclama la intención de acabar con toda casta y con toda confrontación entre ellas. Además, por otro lado, no oculta su deseo de que la India alcanzase no sólo en lo político, sino también en lo cultural, la independencia definitiva de Inglaterra. Numerosos son los fragmentos que muestran este aspecto que, a la par, entronca con una firme y ácida crítica al machismo arraigado en su cultura:

Te aseguro que todas las palabras altisonantes que los libros ingleses dedican a la mujer se basan exclusivamente en el deseo carnal. El altar donde se venera a la mujer de verdad es aquel que la entroniza como madre, como honrada y pura dueña de casa. Hay una oculta ofensa en las alabanzas de aquellos que la alejan de este altar.

Para Tagore, el principio femenino es la fuerza fundamental que pone en marcha la naturaleza, tanto en lo físico como en lo sentimental. Conocido es, igualmente, el poema que Tagore dedicó a la mujer.

Mujer, no sólo eres obra de Dios,
los hombres te están creando eternamente
con la hermosura de sus corazones
y sus ansias han vestido de gloria tu juventud.

Por ti labra el poeta su tela de oro imaginaria;
el pintor regala a tu forma, día tras día, nueva inmortalidad.

Por adornarte, por vestirte, por hacerte más preciosa,
el mar da sus perlas, la tierra su oro, su flor los jardines del estío.
Mujer, eres mitad mujer y mitad sueño.

En 1913, la Academia Sueca otorgaba el Nobel de Literatura a Tagore, explicando que merecía el galardón «por sus versos llenos de belleza, de frescura y de honda sensibilidad, mediante los cuales ha incorporado con habilidad consumada su pensamiento poético, expresado por él mismo en inglés, a la literatura de Occidente». Llama la atención que no exista ninguna alusión en estas palabras hacia la condición de no-europeo de Tagore (éste nace en 1861 en Calcuta, en el seno de una familia brahmán, culta y acomodada), haciendo sin embargo hincapié en la expresión «inglesa» que el literato y pensador había empleado en el desarrollo de sus escritos. Su abuelo, Dwarkanath Tagore, fue también poeta; además, su padre, Devendranatli Tagore, era un conocido pensador y dirigente de un prestigioso movimiento religioso y cultural, llamado Brahmo Samaj, que propugnaba una integración sincrética entre Oriente y Occidente, con grandes influencias cristianas e hinduistas –movimiento que tendrá gran importancia en el despliegue de los acontecimientos de Gora–.

— […] Los que sostienen que hay sólo una verdad, y por ende una sola y verdadera forma de religión, se olvidan de que la verdad, aun cuando única, es ilimitada. La ilimitada unidad se revela en la ilimitada multitud. […]
— ¿De modo que usted sostiene que la India tiene su propio camino hacia Dios? ¿Y en qué consiste esta particularidad? —preguntó Sucharita.
—Esta particularidad consiste en el hecho de que la India ha reconocido que el Ser supremo no se deja definir, es al mismo tiempo limitado e ilimitado, multiforme y amorfo, infinito en la multiplicidad de sus propiedades y sin propiedad alguna.

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Tagore alcanza mediante su narrativa, y muy en concreto con esta novela, dos metas que podemos enunciar de este modo: por un lado, comunicar su propia captación de la belleza a otros seres, y por otro, imprimir un carácter social del todo inquietante (por lo necesario y perentorio de la tarea) que, por su suavidad y finura crítica, nos hace muy fácil una lectura perspicaz e incluso revolucionaria entre líneas. Hay que tener en cuenta que nuestro autor se sitúa como uno de los principales herederos de la riquísima tradición literaria hindú (Vedas, Upanisad, Sutras, etc.), pero en aquella tradición que defendía la lucha emancipadora.

— […] ¿Están, acaso, los poderes superiores para oprimiirnos y obligarnos a que nos defendamos contra ellos? Somos nosotros los que les pagamos sus grandes sueldos, ¿y debemos encima costearles los abogados para que nos libren de sus garras? En este caso es preferible, por cierto, estar en la cárcel que someterse a semejante justicia.

Gora plantea el conflicto entre dos posiciones condenadas al antagonismo (y, debemos subrayarlo, defendidas por dos casi hermanos, en cualquier caso amigos, Gora y Binoy): de un lado, la defensa de la férrea tradición hindú, en la que el sistema de castas supone no sólo una base fundamental en lo social y religioso, sino también en el plano antropológico; del otro lado, la posición más cercana al mencionado círculo del Brahmo Samaj, cuyas tesis se centraban en tres aspectos: la supresión del sistema de castas, la emancipación de las mujeres y la mejora del sistema educativo –con el consiguiente cambio cultural que de éste se seguiría–. «¡Qué tremenda injusticia hemos cometido –se decía– al hacer de la pureza un asunto tan superficial!», exclama uno de los personajes. O, en otro ejemplo de lo que Tagore desea mostrar:

— […] En resumidas cuentas, ¿cuál es la diferencia entre un brahmo y un hindú? En el corazón de los humanos no hay castas; allí une Dios a sus criaturas y allí mora Él mismo. ¿Tiene algún sentido alejarlo a Él y hacer depender la unión de dos seres de las formas religiosas superficiales?

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Los personajes centrales de la novela no cesan de preguntarse por ellos mismos, por la legitimidad de sus pensamientos y de su papel en la sociedad. Una de las cuestiones fundamentales de Gora es la forja del propio camino: ¿quién soy yo?, ¿cuáles son mis verdaderas convicciones?, ¿cómo compartirlas y vivirlas sin miedo, estigmas o llamadas de atención? Todo ello edulcorado por un fondo terriblemente conflictivo. La lucha (a veces incluso a muerte) entre los defensores de la tradición y los «transgresores» o renovadores que desean acabar con ella hará que el autor retrate caracteres muy cercanos, terriblemente cotidianos (a pesar de la distancia geográfica, lo que hace a Tagore aún más universal), y siempre llenos de corazón, intentando proseguir con una existencia nada fácil –que en ocasiones habrá de bregar con la muerte de amigos, la pérdida del verdadero amor, de familiares, etcétera–. La identidad de los protagonistas goza de esa endeble estabilidad por la que a causa de algún envite del destino todos nos hemos extrañado de nosotros ante nosotros mismos, como saliéndonos de sí: como aseguraba Hannah Arendt, sólo en la acción se despliega la libertad. Aunque en ocasiones la existencia pueda presentar un carácter casi onírico:

En un solo instante toda la vida se le presentó a Gora como un sueño. Los cimientos sobre los cuales, desde la infancia, construyera toda su vida, cayeron hechos polvo, y ya no sabía quién era y dónde estaba. Lo que él llamaba pasado parecía haber perdido toda su realidad, y aquel luminoso futuro que esperara ansioso durante tanto tiempo, se había desvanecido como por encanto. Tenía la sensación de ser como una gota de rocío que aparece sobre la flor de loto para volver a desparecer enseguida.

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