En su curriculum vitae, Gabriel Zaid (Monterrey, 1934, uno de los autores más relevantes de la cultura iberoamericana) nos habla de una extraña obsesión que le asaltó cuando, siendo joven, descubrió la biblioteca pública de la ciudad en la que vivía. En un guiño hacia la tranquilidad que Virginia Woolf consideraba necesaria para poder reflexionar, nos explica que aquella biblioteca, paradójicamente, no le ofrecía una gran oferta libresca; tampoco había demasiada gente. Lo más importante, sin embargo, era que nadie le interrumpía. Nunca olvidaría el olor a tinta de imprenta:
Aquel olor tenue, recatado, acentuaba el silencio, que no era silencio, porque las puertas daban a una calle céntrica y a la plaza principal; pero que yo vivía como silencio, porque estaba ahí, entre libros, sumergido en aquel viaje, aquel incienso.
Me mareaba en los pasillos, entre los anaqueles cargados de libros de la biblioteca del Instituto Tecnológico de Monterrey, a cuyo interior tenía acceso, gracias a una concesión muy especial, que me permitía explorarla horas y horas, y marearme. […] ¿Por qué me mareaba? Según el oculista, la miopía era tan leve que podía usar o no usar lentes. Años después, pensé que era el mareo de una ambición: leer todos los libros.
Zaid confiesa que desde que comenzó a leer «la vida empezó a parecerme una serie de interrupciones» que le costó tiempo aceptar. En lugar de dejar este «vicio» de la lectura, lo llevó consigo a todas partes. Y es que no sólo leía libros, sino que intentaba leer la propia realidad: «Componer el mundo, releerlo, reescribirlo, acabar con la fealdad, la estupidez, la injusticia, que lo vuelven ilegible», tal fue su cometido desde entonces.
Para Zaid la lectura no encierra una actividad pasiva que comprende dos polos independientes que se relacionan momentánea y coyunturalmente: el texto leído y el propio lector. Más bien, como apunta el escritor Fernando García Ramírez, la lectura es para él «una actividad vital, creadora, liberadora y práctica que compromete a la totalidad de la persona».
Quien lee no sólo posa su mirada sobre palabras en las que ha de encontrar un sentido, sino que también ordena, recuerda, descubre, aprende o compara y, sobre todo, pregunta e interpreta. En definitiva: no bastan los ojos para poder leer.
La uniformidad nos aburre y empobrece, pero la diferenciación absoluta nos aísla. La diversidad enriquecedora se construye a partir de una base común. Esa diversidad va muy bien con los libros, y es su ventaja frente a los medios masivos.
Fue Gabriel Zaid quien, con el cometido de extender esta experiencia total de la lectura, difundió y desarrolló el concepto de cultura libre. A su juicio, ésta consiste en el saber independiente y horizontal que se opone, de manera frontal, al saber jerarquizado propio de las instituciones académicas, en especial de la universidad.
En este sentido, son las mismas universidades, junto con los Estados, la Iglesia y ciertos sectores de la prensa, los que abogan por destruir la noción de cultura libre, abocándonos a una homogeneidad de saberes y competencias que nada tienen que ver con la amplitud de miras que ofrece un auténtico ejercicio de lectura. Y es que, como sugiere Zaid, «toda palabra lleva a otra, todo poema implica otros, todo libro es parte de esta conversación interminable, inabarcable que llamamos cultura».
El problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir. Lo cual implica (porque la lectura hace vicio, como fumar) que nunca le han dado el golpe a la lectura: que nunca han llegado a saber lo que es leer.
Con aire entre cómico y trágico, que induce a la vez, y por partes iguales, a la carcajada y a la indignación, Zaid muestra igualmente el lado perverso de la lectura. Si bien «el centro de la vida literaria está en leer, que es una actividad mental y solitaria, aunque puede vivirse como un diálogo» –asegura–, hay quien hace de la no-lectura todo un arte (como si el ejercicio de la cultura se tratara de un barniz), y enumera algunos casos llamativos (por lo triste e irrisorio): 1) hay quien hace vida social en el mundo literario sin leer (personas que, sin haber leído apenas, se vanaglorian de haber tenido contacto con todo tipo de libros y autores, y hacen de ello su modo de vida); 2) por otro lado, hay quien publica noticias sobre autores a los que jamás han leído (y Zaid se pregunta, «¿Dónde acontece la vida literaria sino en la página leída?»); 3) «Consagrar sin leer», o lo que es lo mismo, sentar cátedra sin conocimiento de causa (uso, por cierto, muy propiamente español); 4) por último, y por paradójico que parezca, hay quien publica libros sin haberlos leído (Zaid pone un ejemplo absolutamente grotesco: una vez conoció el caso de una editorial que había publicado un libro que no había sido leído por ninguno de sus trabajadores. Hay quien, sin embargo, se justifica explicando que si leyera todo lo que publica, apenas publicaría nada. Que juzgue cada cual).
Zaid pone sobre la mesa todo tipo de razones por las que hemos de leer más y más intensamente. No sólo libros. También las miradas de amigos y enemigos, las calles, los acontecimientos sociales. Porque todo encierra un sentido listo para ser interpretado, para ser recogido y, en definitiva, para ser leído por unos ojos que no sólo tienen sed de letras, sino también de actos.
La cultura no es una especialidad. Es el camino de hacer habitable el mundo y entendernos. Un camino que hacemos y que nos hace, nunca hecho del todo, siempre dado en parte y en parte por hacerse, en la historia personal y en la colectiva. Las especialidades no son totalidades, sino partes de ese recorrido. La convergencia no se logra acumulando especialidades, sino rebasándolas.
Me encantó!! Gracias por compartir tan excelente y enriquecedora información. La compartiré con mi comunidad escolar.
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En una sociedad plagada de ideologías, egoísta, y volcada a los aparatos; este artículo es una llamada a prestar atención sobre la importancia de la lectura, gracias por compartir.
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