Estado y política en Schopenhauer: la imposible conquista de la libertad

schopenhauer-carlos javier gonzalez serrano.jpgEl pensamiento de Schopenhauer es un monumento a las vicisitudes humanas, a los problemas que, en la existencia, nos acechan sin descanso: la muerte, la desesperanza, el amor, la cultura, el desánimo, la guerra, la mentira, el arte, el derecho, etc. Mientras que la ética se ocupa del obrar justo o injusto,preguntándose cómo debe actuar el hombre, la ciencia política y la teoría legislativa han de centrarse, sin más, en el padecimiento de la injusticia. El Estado no debe fomentar la moralidad, sino limitarse a prevenir las malas acciones de sus ciudadanos mediante la amenaza de castigos, de esa manera velará por la justicia creando y aplicando un ordenamiento jurídico coercitivo.

Introducción y selección de Carlos Javier González Serrano, presidente de la SEES y director de Schopenhaueriana. Traducción de Pilar López de Santa María.

Extracto de la introducción:

[…] Schopenhauer declara así que la mayor y más importante manifestación que el hombre puede mostrar en el mundo no es su conquista (Welterobrer), sino un sobreponerse a él (Weltüberwinder), lo que redunda en una silenciosa e inadvertida conducta de un hombre imbuido por aquel conocimiento que le induce a suspender su voluntad. Sin embargo, no hemos de creer que esta situación es irreversible (al modo de una propiedad adquirida), pues hay que recobrarla una y otra vez mediante una sempiterna lucha (Kampf): nadie puede disfrutar de una paz duradera sobre esta tierra plagada de demonios. […]

La filosofía no puede hacer más que interpretar y explicar lo existente, llevar el ser del mundo que se expresa a cada cual de manera comprensible in concreto, es decir, como sentimiento, a un claro conocimiento abstracto de la razón. […] [E]n este libro de ética no hay que esperar preceptos ni una doctrina de los deberes; y aún menos se ha de formular un principio moral general, algo así como una receta universal para crear todas las virtudes. Tampoco hablaremos de ningún deber incondicionado […] ni de una «ley para la libertad» […]. No hablaremos en absoluto de deber: pues así se habla a los niños y a los pueblos en su niñez (MVR I, § 53).

[…] El Estado se convierte en un instrumento contra el padecimiento de la injusticia, en un aparato jurídico restrictivo. Definición hoy acaso obsoleta o insuficiente, por las turbulencias políticas a las que asistimos a diario (corrupción, injusticia de ciertas leyes, etc.). Tener que vivir rodeado de semejantes (semejantes que a la vez nos son tan extraños) nos obliga a reconocer, a juicio del pensador de Danzig, que el único remedio contra la injusticia es que todos renunciemos al goce obtenible mediante su comisión, y cuyo medio más efectivo es el pacto social o ley. Por ello, ética y política no encierran el mismo cometido: mientras que la primera se ciñe al obrar justo o injusto, proponiéndose como cuestión a responder cómo ha de actuar el hombre para ser justo, la ciencia política y la teoría legislativa han de centrarse sin más en el padecimiento de la injusticia. De este modo, la ética indaga nuestra intención, la voluntad del sujeto agente; por su parte, al Estado no le preocupa nuestra disposición de ánimo, sino más bien la acción, lo que acontece finalmente, es decir, el suceso potencialmente condenable.

La verdad es que debemos ser miserables y lo somos. Además, la principal fuente de los peores males que atañen al hombre es el hombre mismo: homo homini lupus [el hombre es un lobo para el hombre]. Quien se hace cargo de esto último, contempla el mundo como un infierno que supera al de Dante y en el que cada uno ha de ser el diablo del otro; ciertamente, alguno se halla más inclinado a ello que otros […]. En general, el comportamiento de los hombres ante los demás denota por lo regular injusticia, extrema iniquidad, rudeza e incluso crueldad: la conducta opuesta sólo se da excepcionalmente. Sobre esto descansa la necesidad del Estado y la legislación, y no sobre nuestras patrañas. En todos los casos en que no se halla bajo el dominio de la ley se muestra enseguida la brutalidad propia del hombre frente a sus semejantes, nacida de su ilimitado egoísmo y a veces incluso de la maldad (MVR II, Cap. 46).

En definitiva, el Estado no prohíbe la idea de querer asesinar o envenenar a alguien, ni mucho menos intenta extirpar nuestras malas inclinaciones, sino que se limita a prevenirlas con la amenaza de castigos ineludibles. El jurista y el moralista, aun ocupándose de la misma materia (el obrar humano), lo hacen con enfoques diametralmente opuestos: aquél parte del padecimiento de la injusticia, de la vertiente pasiva de la acción, mientras que el moralista toma como comienzo de su análisis el obrar, la parte activa del proceso. Por tal razón el Estado no queda convertido en una institución orientada al fomento de la moralidad: no se erige contra el egoísmo, sino contra sus consecuencias.

8 comentarios en “Estado y política en Schopenhauer: la imposible conquista de la libertad

  1. Cómo es la estructura del libro? Una introducción suya seguida de una selección de textos de Schopenhauer? O también hay comentarios a esa selección?

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  2. Gracias por el artículo.

    Estoy en la lectura de Schopenhauer y desconocía tanto SEES y Schopenhaueriana, esto me ha dado una alegría increíble. ¡Es como un tesoro!

    Por otra parte, en mi lectura de Schopenhaer, nunca me he encontrado con algún tratado de política o estado, sino que comentarios más bien tangenciales a estos temas. Por lo tanto me parece interesante leer cómo se expresa e interpreta Schopenhauer bajo esta arista.

    Saludos.

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