Imágenes en un billete: sor Juana Inés de la Cruz

No deja de ser paradójico que en un país como México, donde la violencia de género está a la orden del día y el machismo es tolerado e incluso celebrado, circule un billete con la efigie de sor Juana Inés de la Cruz, la primera feminista americana, en el cual puede leerse nada más y nada menos que la estrofa inicial de su redondilla titulada Sátira filosófica:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Billete Juana.jpg
Aunque la imagen revela con toda claridad a una monja, considerada en su tiempo como la décima Musa, se la designa aquí por su nombre bautismal abreviado: Juana de Asbaje –que apenas es conocido–, probablemente con el fin de deslindar Estado e iglesia y así justificar su inclusión en el papel moneda, cuando, en realidad, la gran poetisa barroca es el temprano ejemplo de una mujer embarcada, desde dentro de la institución, en una lucha titánica contra las jerarquías eclesiásticas por la defensa de su derecho al saber y el reconocimiento de capacidades reservadas al varón, como el pensamiento. Pero, a pesar de ello, a pesar incluso de su Carta Atenagórica, de discutible ortodoxia dada su proximidad al gnosticismo (por la admisión de que la Virgen es quien más se parece a Dios y la idea de que el mayor beneficio es la indiferencia divina ante el ser humano, con lo cual se mina la teoría de la Gracia), esta monja nunca renunció a su fe y murió en el Convento de la Orden de San Jerónimo, en el cual estuvo recluida prácticamente toda su vida.

En este poema, sor Juana sigue la tradición cervantina del Quijote, donde se pone en boca de la pastora Marcela el primer y más conmovedor alegato feminista en lengua castellana. Con una retórica apabullante, la bella joven, responsabilizada del suicidio del aldeano Crisóstomo a causa de sus desdenes, proclama que ha nacido libre y que tiene derecho a amar por elección y no por exigencias de otros. En la misma línea, sor Juana señala la contradicción del doble mensaje patriarcal que, por una parte, solicita con insistencia el favor de la mujer y, por otra, castiga duramente a la que lo otorga:

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Y lo hace no sólo ridiculizando la inconsecuencia del varón sino enfatizando la responsabilidad masculina en el comercio carnal. Para ello utiliza el mismo criterio de la legislación sueca actual y de muchas feministas de hoy en día, que pretenden alcanzar una regulación justa de la prostitución mediante la penalización del consumidor, un usuario que –para colmo del absurdo– habrá de pagar con uno de estos billetes, si se encuentra en México:

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?.

Pero, aunque las diatribas feministas de sor Juana constituyan lo más célebre de su repertorio lírico, sólo representan el aspecto cortesano de su producción literaria, –si se quiere– externo y superficial. Su disgusto con los hombres o con las actitudes románticas hacia ella, que, sin duda, no debieron faltarle dada su belleza y la brillantez de su pluma, constituían un mal menor. Tampoco el centro de sus preocupaciones se encontraba en los supuestos amores lésbicos que se le atribuyeron con la Virreina, en cuya corte se desempeñó como poeta oficial. La verdadera batalla no estaba en el frente erótico sino en el intelectual, en alcanzar el conocimiento y conseguir su plasmación en una obra. Ella era, sin más, una filósofa y una artista, capaz de manejar con fluidez asombrosa la argumentación silogística y los recursos barrocos del hipérbaton y el retruécano, autora de poemas, villancicos, tratados de música, reflexiones morales y piezas de teatro, desde comedias hasta autos sacramentales. Y eso fue lo que realmente le granjeó la antipatía de la iglesia, patriarcal desde sus orígenes y siempre temerosa de que la creación y el pensamiento libres pudieran corroer sus férreos dogmas. Mucho más tratándose de una mujer:

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Juana Inés de la CruzHija natural, igual que sus hermanos, Juana Inés pasó su infancia al pie de los volcanes del valle de México en la hacienda Panoaya, que perteneció a su abuelo y que se reproduce en el reverso del billete. Allí aprendió a leer y escribir con tres años a escondidas de su madre, además de hablar náhuatl con los esclavos. Fue una niña prodigio, que recibió lecciones de gramática y pasaba los días entretenida en la biblioteca, por lo cual pronto se aficionó a la lectura de los clásicos griegos y romanos, así como a la teología de entonces. Siendo aún una cría, ganó un libro como premio por la composición de una loa al Santísimo Sacramento e intentó convencer a su madre de estudiar en la universidad vestida de hombre. Su perfeccionismo y ansia de saber llegaban a tal extremo que se cortaba un mechón de pelo cuando olvidaba algo de la lección estudiada, porque –en una asombrosa discrepancia anticipada con Schopenhauer– reprobaba que una cabeza vacía de ideas exhibiese presuntuosa los cabellos largos, como si ellos hubieran crecido alimentados desde su interior. Llegada la adolescencia, se mudó con sus tíos a la ciudad de México. Allí aprendió latín, pero debió renunciar a la universidad y resignarse a la formación autodidacta, pese a lo cual más adelante salió airosa en un examen ante los hombres más doctos de la Nueva España. Por el momento, entró como dama de honor en la corte de la Virreina, hasta que resolvió ingresar en un convento para poder continuar en paz sus estudios. En su primera opción se decantó por las carmelitas, pero no pudo soportar la rigidez de la Orden. Por último, se decidió por las jerónimas, ya que le permitían leer, escribir, realizar experimentos científicos como si estuviera en un laboratorio, recibir visitas y organizar tertulias, donde se discutía, se escuchaba música y hasta se montaban representaciones teatrales. Todo ello en una celda de dos pisos para cuyo mantenimiento contaba con sirvientes, gracias al mecenazgo de los virreyes. Puede que una desilusión amorosa fuese –como algunos sugieren– el detonante de su enclaustramiento, pero, aun en ese caso, la decisión se fundó en el afán de continuar una vida intelectual que estaba negada a las mujeres y era totalmente incompatible con las obligaciones del matrimonio. Muchos son los poemas de amor –o más bien de desamor–, escritos por encargo, en los cuales sor Juana manifiesta el hartazgo ante la soberbia masculina que anhela poseer a la mujer para finalmente humillarla, destruirla en sus inquietudes personales o abandonarla. Pero esto no significa que la decepción obedeciese a un romance frustrado. Su constante referencia a los vaivenes en las relaciones amorosas recoge el carácter ambiguo del amor pasional, que ya era un lugar común desde el odi et amo de Catulo, afrontándolos con un evidente dejo de cansancio, debido al esfuerzo que implican y a la energía que consumen:

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

 

Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.

juana inés cruz alianza.jpgHay que reconocer que, en el terreno de las relaciones humanas, Juana Inés sufrió en carne propia algo más demoledor que un mero desdén o una traición. Padeció el efecto que produce en la sociedad –da lo mismo que sea seglar o religiosa– la conjunción de las dos virtudes que en una mujer más rencor desatan entre ambos sexos: la de la belleza con la extrema inteligencia, precisamente aquellos dones que no se pueden comprar ni conseguir. La envidia y la frustración ante quien alcanza fama y se percibe como innegablemente superior provocaron su constante acoso y recriminación, la permanente calumnia, la prohibición y destrucción de sus escritos, hasta que llegó la claudicación final y ella misma se condenó al silencio. Sus supuestas relaciones eróticas parecen haber sido platónicas, amores entre almas que «distancia ignoran y sexo». Si los poemas dan lugar a equívocos debido a su exaltación es porque –como ella misma decía– «el amor puro, sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el más profano». De hecho, en uno de sus sonetos más bellos, el amado se presenta como simple fruto de la imaginación y la victoria frente a la esclavitud que él impone resulta ser puramente intelectual.

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

Si, por último, observamos los atributos que acompañan el retrato de sor Juana en el billete, como aquello que la define esencialmente, vemos un tintero con dos plumas, la representación de la biblioteca de su celda y un libro de poesías, en el que destaca el inicio de su obra cumbre, Primero Sueño. No podía ser más perfecta su descripción emblemática, porque estos versos fueron los únicos que –según ella dice– escribió por gusto propio, sin mediar petición alguna. Seguramente, la inagotable pasión por conocer, fustigada y denostada por las autoridades eclesiásticas que rodearon a la monja (fuera su confesor, su superiora o el mismo arzobispo), encendió ese deseo suyo hasta convertirlo en una fáustica obsesión que incluso se plasmó en visiones oníricas, que ya nadie podía controlar ni reprimir. Así nació este largo poema metafísico, una silva de estilo gongorino, trasfondo gnóstico y difícil lectura, donde el sueño es concebido como una larga vigilia en la cual el alma, liberada de los sentidos que la encadenan a lo sensible, emprende el camino del conocimiento en medio de la oscuridad nocturna, cuando justamente acechan los mayores terrores y peligros: los fantasmas interiores. Esta nueva aventura espiritual es una muestra de suprema rebeldía, porque implica investigar el lado umbrío y tenebroso de la existencia, por donde tanto les gustaría incursionar luego a los románticos alemanes. El perturbador y espectacular comienzo del poema corresponde al momento de máxima oscuridad, el de un eclipse total de luna:

Piramidal, funesta de la tierra

nacida sombra, al cielo encaminaba

de vanos obeliscos punta altiva,

escalar pretendiendo las estrellas;

si bien sus luces bellas

exentas siempre, siempre rutilantes,

la tenebrosa guerra

que con negros vapores le intimaba

la vaporosa sombra fugitiva

burlaban tan distantes,

que su atezado ceño

al superior convexo aún no llegaba

del orbe de la diosa

que tres veces hermosa

con tres hermosos rostros ser ostenta;

quedando sólo dueño

del aire que empañaba

con el aliento denso que exhalaba.

Y en la quietud contenta

de impero silencioso,

sumisas sólo voces consentía

de las nocturnas aves

tan oscuras tan graves,

que aún el silencio no se interrumpía.

La noche envuelve un paisaje alucinatorio repleto de planos abruptos que transitan entre el cielo y la tierra: desde el volcán a la caverna, desde el monte a la sima profunda. En él resaltan dos símbolos opuestos: la Torre de Babel, donde la humanidad se desintegra en distintos pueblos que ya no pueden entenderse a través de una lengua común, y el de las pirámides, que se consideran señales externas de dimensiones interiores del alma que se eleva hacia la divina causa primera del universo. En conjunto, el poema muestra el drama espiritual que supone la constatación de los límites infranqueables del conocer humano. El alma acomete su ascenso prometeico varias veces, pero todos sus intentos se ven frustrados. Cuando confía en la intuición, vuela bajo la figura de un águila que consigue remontar la altura y planear atónita sobre el mundo, pero pronto cae en picado, como Ícaro o Faetón, víctima de su propio orgullo y temeridad. Entonces naufraga y emprende una segunda navegación apoyándose en el intelecto, que sólo puede esclarecer lo difuso ciñendo las diferencias con violencia a través de esas «mentales fantasías abstraídas de las cosas» que son los conceptos. En el proceso inductivo, el alma sube con esfuerzo los altos escalones de la abstracción grado a grado y, cuando libera de anteojos la vista intelectual, retrocede cobarde, arrepentida de verlo todo, no sólo la cima sino también los abismos. Presa del vértigo y enceguecida por el resplandor de la llama de la eterna verdad, nuevamente paga el precio de su imprudencia y se despeña. Con la salida triunfante del sol, ese tirano que se deja anunciar con trompetas, acaba el sueño y la poetisa se despierta, aunque, evidentemente, la derrota de la sombra es provisoria, porque el ciclo se reanudará. El viaje onírico enseña que el conocimiento sana en pequeñas cantidades, como el veneno, pero en exceso resulta mortífero.

No hay duda de que este poema es el más íntimo de sor Juana y refleja el castigo al que se expone el alma que pretende llegar a la verdad, anunciando lo que poco después le ocurriría a ella misma: la renuncia a la literatura y su completa sumisión a los poderes eclesiásticos. Sólo sabemos que al final de su vida se recluyó en el silencio, vendió sus libros y se deshizo de sus instrumentos musicales y científicos, tras una ratificación de fe y el pedido de perdón a sus hermanas de convento, documentos escritos y firmados con su propia sangre, utilizando una sorprendente rúbrica:

Yo, la peor del mundo.

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6 comentarios en “Imágenes en un billete: sor Juana Inés de la Cruz

  1. Maravilloso el artículo, me ha gustado especialmente la descripción de esos intentos de ascenso hacia la luz. Lo primero probó fue la intuición,es decir creo entender que utilizo la imaginación guiada al estilo de Jung. Después el intelecto… faltaban dos funciones para lograr el ascenso alquímico que son la sensación y la emoción. Cuando se usa la imaginación guiada se producen muchos intentos por vías diversas; por ejemplo el conflicto se presenta a la imaginación como estar frente a un río que no sabemos cómo cruzar. A lo largo de los días volvemos a representar la escena y pueden ir apareciendo cambios, por ejemplo ,vemos que hay piedras para cruzar pero cuando lo intentamos resbalamos y nos caemos… otro día aparece un puente pero vamos a cruzar y es demasiado alto.. ..

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  2. DESPEINADA
    Refulgente tu cabello, revolcado
    por el viento recio de la altura, flotas
    águila valiente, incólume y constante,
    dueña de tu vida y de tu entorno,
    ni un instante reposas remolona.
    Inquieta y vivaracha, tu mirada
    ajustas al rumbo de tu vuelo
    y te posas, tus alas extendidas,
    sobre la fría y rocosa superficie
    de un mundo de zozobras.
    Mas tu ingente mente conectada
    a tu inmenso corazón de noble estirpe
    resiente la áspera corteza de la roca
    embrutecida por la inercie y la molicie,
    y remontas, avivada, tu alto vuelo
    desplegando inmensas alas.
    Tu cabello vuelto luz resplandeciente
    se despliega y trueca con soltura
    abismo por altura y te engrandeces
    pagando el precio inmenso, ineludible,
    de soltar mediocridades limitantes
    y resplandeces, valiente
    y despeinada…

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  3. Pingback: Phillis Wheatley: la esclava que con su poesía dio nombre a un país – Mujer Analítica

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