¿Cómo hablar de ética, moral o deber al prójimo cuando la individualidad es puesta en duda de tal manera que es definida, en resumidas cuentas, como una fantasmagoría forjada en lo desconocido? Más aún, ¿cómo plantear una concepción del mitsein (del estar-con) donde el Otro es también reflejo de nuestra falsedad?
Carlos Javier González Serrano no recula ante la envergadura de unas preguntas que parecen infranqueables y, por ese motivo, la selección de textos schopenahuerianos que realiza debe definirse como una encomiable indagación en la esencia tanto de lo político y lo ético. Certera y majestuosa selección, debería añadirse, ya que es capaz de rastrear en las huellas de Schopenhauer ese ser ético-político que parece escaparse en todo momento cuando se penetra en el discurso schopenhaueriano. Y es que pocos especialistas o pensadores afines a la obra del pensador de Danzig superan al conocimiento, vigor y profundidad que Carlos Javier González tiene respecto a la filosofía schopenhaueriana (véase, por citar un ejemplo de los muchos que podrían citarse, su excelente análisis de la concepción artística y estética de Schopenhauer en Arte y música en Schopenhauer. El camino hacia la experiencia estética). De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, El mundo como voluntad y representación o los Parerga y Paralipómena son textos en los que González Serrano retorna una y otra vez, ahondando en cada lectura las innumerables capas de sentido que los conforman, hasta destilar finalmente la esencia más abismática y, por consiguiente, más desconocida, aunque también más rica para sus interlocutores. Cada lectura suya es, en definitiva, una enseñanza que nos aporta respecto el legado schopenahueriano.
Y esa tentativa, temeraria pero generosa, la desarrolla en el libro que ha editado recientemente, La imposible conquista de la libertad. Ética, política y Estado. En él persigue y reconstruye, busca y crea a través de los textos de Schpoenhauer la concepción político-moral del pensador de Danzig. Ahora bien, es complejo hablar de ética cuando nuestro mundo es, en su vertiente racional, consciente y explícita, puro hechizo. El mundo, en tanto que es considerado desde el anverso de la representación (Vorstellung), es un sortilegio y, como tal, nuestra individualidad, así como nuestra convivencia con el otro, es algo sumamente inquietante al mismo tiempo que ficticio. Sin embargo, como reverso, considerado desde sus entrañas inconquistables, el mundo también es voluntad (Wille) y, por ello, esencia que todos compartimos. La voluntad nos revela que nuestro ego es una concreción interesada, que nuestro conocimiento es un simulacro y que nuestra singularidad es una fantasmagoría. Pero el Otro también lo es. En palabras de Carlos Javier González,
Mediante el conocimiento llegamos a comprender que ese prójimo ante nosotros somos ya nosotros mismos. Por ello, la esencia del amor puro se identifica con la compasión (mitleiden). El sistema de filosofía de Schopenhauer se clausura con la negación (Verneinung) de la voluntad, con la total y desinteresada resignación. El mundo como representación comparecerá, a fin de cuentas, como algo relativo, como una realidad dependiente de una voluntad originariamente libre, su fundamento en sí. Cuando tal conocimiento hace acto de presencia tiene entonces lugar una transformación en la voluntad: cesamos de querer el mundo y la vida, de querer en general, y ya no hay motivos, sino que este conocimiento se convierte en un aquietador de la voluntad que acaba por apartar a esta de la vida –la voluntad se convierte en noluntad– (p. 23).
Analizando el estoicismo, epicureísmo así como otras éticas formalistas, deontológicas, Schopenhauer ve que la santidad es la única manera de ser íntegro en la obnubilación de la cotidianidad. El santo, capaz de aniquilar su voluntad, de amputar cualquier deseo para transitar únicamente por el sendero de la compasión, puede conducirnos a la redención. Ahora bien, este camino es trillado, complejo y saturado de dificultades. La compasión asumirá una especularidad esencial entre el prójimo y lo que yo soy, afirmará, en última instancia, la absoluta identificación entre ese Otro al que me dirijo y lo que presuntamente constituye mi individualidad. Es decir,
La auténtica bondad de ánimo, la magnanimidad y la virtud desinteresada provienen exclusivamente de un conocimiento intuitivo e inmediato, que cada cual ha de asumir por sí mismo. Mediante ese conocimiento llegamos a comprender, al fin, que el prójimo que está ante nosotros, ese otro, esa pura ajenidad, es también nosotros, es parte de un todo al que pertenecemos. La esencia del amor puro se identifica, por tanto, con la compasión, con la total comprensión del sufrimiento ajeno (pp. 34-35).
Por todo ello, la política, en la concepción de Schopenhauer, es el reino de la (necesaria) falsedad que se produce continuamente en este mundo (de representación). La política, tal y como la establecieron Hobbes o Rousseau, nace de un miedo atávico, de un egoísmo estructural, en el que la libertad debe ser canjeada, a fin de cuentas, por la seguridad. La politeia debe ser una garantía de protección, una reclamación perpetua de integración que solvente tanto los desvaríos como el temor que sacude al sujeto en tanto que sujeto. El Estado reprime buscando salvaguardar, mata para garantizar la vida (mortificada) de los individuos. El problema, una vez más, es que siempre nos encaminamos desde y hacia lo superficial, nos movemos en el horizonte de la falsedad que construye la Vorstellung. Lo político, en tanto que organización de la vida individual, es un simulacro de enormes consecuencias cuyo fin es perpetuar la falsedad de la representación. La política, nunca mejor dicho, es, en definitiva, representación.