Los cuadernos de juventud de Unamuno

Miguel de Unamuno (1864-1936) fue autor polifacético, prolijo, contundente. Desde muy temprano comenzó a escribir como una forma natural de autoconocimiento y consuelo. Su obra recoge, sin duda, uno de los testimonios más valiosos del turbulento final del siglo XIX en España y Europa y del no menos agitado comienzo del XX. Gracias a la editorial de la Universidad de Salamanca, podemos ahora acceder a sus llamados Cuadernos de juventud, en inmejorable edición de Miguel Ángel Rivero Gómez. Como éste apunta en la completa introducción que acompaña al volumen, estos textos permiten llenar una de las más importantes lagunas en el estudio de Unamuno, «la relativa a sus años de formación, que constituye una de las etapas más desconocidas del pensador vasco«, años en los que «fueron cobrando forma los cimientos de su pensamiento y de su obra de madurez».

Once es el total de cuadernos que se conservan de esta primerísima etapa unamuniana, aunque se sospecha que llegaron a existir, al menos, treinta y uno. En ellos encontramos a un Unamuno intimista, cercano, peligrosamente sincero consigo mismo, ácido, crítico, directo, poco dado a la teoría más puramente diletante, transparente, carismático: a un hombre que, en definitiva, está cobrando auténtica consciencia de sus fuerzas espirituales e intelectuales. A tales escritos se refiere de este elocuente modo: «Mis hijos hasta hoy han sido estos cuadernillos fríos, […] sin luz ni vida en que he ido enterrando mis ilusiones, mis ideas, mis sentimientos, mis estudios, toda mi alma». En ellos vierte el producto de su soledad, de sus reflexiones más hondas, de lo inconfesable, lo que hace cobrar al lector una imagen completa del carácter y aspiraciones del joven Unamuno:

Muchos ponderan mi talento. Lo que yo sé lo saben muchos y muchos más saben más de lo que yo sé; pero ninguno tiene más corazón que yo tengo ni sabe sentir más de lo que yo siento. Yo quiero, quiero mucho y con mucha fuerza y de ahí arrancan como de raíz todas mis alegrías y todas mis tristezas.

La producción del autor bilbaíno esconde una singular dificultad a la hora de ser estudiada, no tanto por el lenguaje que empleó en sus obras –por lo general sencillo y cercano, siempre repleto de patentes guiños e invitaciones a la reflexión del lector–, sino por los diversos avatares vitales que Unamuno hubo de recorrer a lo largo de su existencia; sus experiencias quedan siempre impresas a fuego en cada una de sus líneas, lo que las dota de un marcado carácter autobiográfico. Por ello, cuando el lector se sumerge por vez primera en el estudio de sus escritos, resulta habitual una cierta sensación de desorientación y, sin embargo y a la vez, de gran atracción hacia el contenido que allí se encuentra reflejado. Aunque, como explica García Nuño en su fundamental estudio El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno, «bajo el asistematicismos en la exposición, hay una profunda unidad de pensamiento, aunque ésta se encuentra de manera implícita. Se trata de un pensamiento que, si bien no está presentado de manera sistemática, sin embargo, sí es, al menos en buena medida, sistematizable, porque es un pensamiento sistemático».

¡Saber, saber mucho, saber más, cada vez más! Éste ha sido mi sueño, éste es todavía. Pero, ¿qué me dará tanto saber? ¡No! Querer, querer mucho, querer más, cada vez más y saber lo que se quiere. La ciencia más grande es la del querer, y sabe más quien mejor sabe querer.

Unamuno se esfuerza por pensar su presente, ofreciendo no tanto soluciones prácticas (inmediatas) como críticas, que nos conduzcan a redefinir al sujeto propio de su tiempo (y de todo tiempo), lo que nos ayuda a trazar la dirección de las obras unamunianas: hacer frente a los acontecimientos históricos de su época se convierte en una tarea irrenunciable, haciendo suya la misión de brindar una explicación de la acción del hombre en su circunstancia determinada, la que le ha tocado en suerte vivir. Unamuno no se propone dar soluciones definitivas en sus escritos, sino sembrar la conciencia crítica en su lector, de manera que cuente con suficientes elementos para formarse un juicio a la altura de nuestra condición, sin recetas ni dogmas preconcebidos. Estos cuadernos de juventud no son una excepción.

En una de las sinceras conversaciones que Augusto Pérez y su amigo Víctor Goti mantienen en el capítulo XXV de Niebla, ambos concluyen al fin que la condición primordial del pensar auténtico no es otra que la de dudar, «y es la duda lo que de la fe y del conocimiento, que son algo estático, quieto, muerto, hace pensamiento, que es dinámico, inquieto, vivo». Unamuno considera el pensamiento como un proceso que se desarrolla en y a partir del lenguaje, pero no deja de señalar que el verdadero pensar emerge en las palabras compartidas como expresión de una subjetividad –de un yo– en constante e ineludible conflicto. La característica genuina del ser humano es la existencia en sus entrañas de una terrible lucha, la que mantiene consigo mismo: vida en sincera contradicción.

No hay estado de ánimo más estable y tranquilo que la alegría de la tristeza, esa tristeza resignada y dulce que ni ríe, ni llora. […] Lo horrible es la desesperación, el deseo vencido. ¡Qué cosa más hermosa que caminar lleno de esperanzas y caminar y más caminar! Sed dichosos, seamos todos dichosos, y comprendamos que para llegar al goce hay que sufrir y subir por la escalera del dolor. Para llenar un deseo hay que sentir un vacío y nada más dulce que este vacío del alma rodeado de risueñas esperanzas.

El diálogo queda así henchido de la tensión que transmite el movimiento mismo de nuestro vivir. Un tipo de diálogo, del que nos habla Unamuno, ahora muerto en esta España «doliente»: las palabras quedan reducidas a instrumento del politiqueo, del combate de los partidos por el poder –corrompido éste casi definitivamente por intereses económicos, y cuya única estrategia ha devenido en la creación de falsos conflictos que aquellos partidos siempre se hallan muy dispuestos a resolver–. No recuerdan que lo que hizo tan digno de admiración y cariño al mártir san Manuel Bueno, el héroe del que Unamuno nos habla en su acaso más concentrada y trágica novela, fueron las acciones y no las palabras: «el pueblo no entiende de palabras; el pueblo no ha entendido más que vuestras obras», explica Ángela a su hermano Lázaro.

unamuno

Unamuno dejó plasmada en estos escritos toda la heterodoxia, toda la libertad creativa y toda la coherencia de pensamiento por las que se le reconoce como uno de los autores fundamentales de la literatura española. Desde la posición estratégica del fin de siglo XX, Unamuno empleó la escritura como instrumento de reflexión y desarrollo de las ideas y observaciones que continuaría en el resto de su obra. Como sugiere Rivero Gómez, estos cuadernos guardan una doble función: «por un lado, recoger aquellas inquietudes, ideas e intuiciones que en la soledad de su habitación pasaban fugaces por su mente, a fin de que no se perdieran, y por otro lado, poner orden a su ya por entonces agitado mundo interno, que se nutría y renovaba constantemente».

La ciencia y la ambición y la gloria son compañeras frías, secas, sin alma ni vida, que no saben reír cuando reímos ni enjugarnos las lágrimas cuando lloramos. ¡Cuántas veces en mis paseos he sostenido conmigo mismo esta lucha y he sentido el dolor del peso y el no menor de las ansias de que me broten alas! Alas y ancla no puede ser, me decía a mí mismo; yo quiero llegar al cielo, pero me es triste deja el suelo, aquello será hermosísimo, pero esto, ¡es tan hermoso! ¡Fuerza, Dios mío, fuerza! Sólo quisiera remontar el vuelo y llevar tras de mí el ancla y aún cuando fuera la tierra a que ella está adherida.

Estos cuadernos encierran un testimonio único, imprescindible para acercarse al Unamuno de carne y hueso, al hombre que sufrió hondísimas y diversas crisis de pensamiento y de fe, que ya apuntaba a su creencia en una «inmortalidad fenoménica», provocada por una insaciable sed de Absoluto. Unos textos en los que él mismo aseguraba que iba consumiéndose «porque me alimento de mí mismo». Una de las publicaciones más relevantes de 2017.

Yo voy flotando entre recuerdos y esperanzas, empujado por el deseo de vida que aguijonea con tan dulce calorcillo. En los mayores placeres va envuelto el huevecillo del sufrimiento. ¡Con qué sosegado y tierno movimiento me siento balancear, llevado por los recuerdos, traído por las esperanzas!

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