El dopaje en la historia, la literatura y los cómics

Hablar en la actualidad de dopaje supone acercarse, sin duda, a uno de los temas más problemáticos y polémicos a los que se ha enfrentado el deporte, y la sociedad en general, en los últimos decenios. Aunque desde luego no se trata de un asunto nuevo. Si echamos un vistazo a la historia, comprobamos enseguida que desde muy antiguo se han empleado sustancias que, de una forma o de otra, han ayudado a intensificar alguna de las potencias humanas (fuerza física, consciencia y capacidad de concentración, vigor sexual, etc.) para con ello lograr distintos fines. Como explica la doctora Romero Flores en su artículo introductorio Doping en el deporte”,

La utilización de sustancias o de otros medios para mejorar la marca es tan antigua como el deporte de competición. Por ejemplo, la mitología nórdica cuenta que sus legendarios Bersekers aumentaban su fuerza combativa mediante la bufotenina, extraída del hongo amanita muscaria. Se sabe que los atletas que participaban entre los siglos IV a VIII a.C. en las Olimpiadas de la antigua Grecia utilizaban dietas especiales y pociones estimulantes para fortificarse, extirpaciones del bazo y otros medios para mejorar el rendimiento. Estos atletas griegos tenían unas ganancias económicas tan importantes (equivalentes a medio millón de euros actuales) que algunos de ellos buscaban medios ilegales para ganar a cualquier precio. En la era precolombina, los incas mascaban hojas de coca en sus ritos, trabajos y luchas. Hacia finales del siglo XIX se sabe que algunos ciclistas utilizaban a menudo estricnina (Nuez vómica), cafeína, cocaína y alcohol. La cafeína es usada desde 1805 en natación, atletismo y ciclismo.

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Por su parte, al asomarnos al Diccionario de la Real Academia Española, observamos cómo la definición del verbo dopar hace alusión específica a la administración «de fármacos» o «sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo con fines competitivos».

Sin embargo, para comprender este fenómeno en todas sus dimensiones, debemos preguntarnos de dónde proviene esta necesidad por «estimular» y «potenciar» nuestras capacidades, así como quién la promueve y, quizá más importante, con qué fin se lleva a cabo la acción dopante: ¿es ésta una experiencia exclusiva del mundo del deporte, o la encontramos en otros campos humanos? Tomando pie en tales interrogantes, el presente escrito desea realizar un muy incipiente acercamiento al complejo universo del dopaje a través de algunos ejemplos tomados de lo que llamamos novela gráfica o, en términos más coloquiales, cómic. Como informaba la agencia EFE en noticia del 13 de noviembre de 2013, «Kilian Jornet, cinco veces campeón del Skyrunner World Series, el circuito internacional más prestigioso de carreras por montaña, declaró que la sociedad ‘glorifica a los deportistas y los hace superhéroes'».

En un original y contundente análisis sobre el ciclismo, el catedrático danés Verner Moller (Un diablo llamado dopaje, Cultura Ciclista, Tarragona, 2012) explica que…

El deporte de élite no es en esencia bueno; al contrario, es en esencia bello. En este punto adquiere sentido la distinción entre deporte de élite y deporte de masas. El deporte de élite empieza en el momento en que el deporte deja de ser un medio y se convierte en un fin en sí mismo. Llega a ser una cosa cercana a una obsesión para el deportista, y el principal ingrediente de su vida: se convierte en algo cercano a un arte.

Con esta distinción, sin duda atrevida aunque por ello tan interesante, Moller parece aludir a la inevitabilidad del dopaje en el deporte de élite tal y como en ocasiones lo concebimos (y lo conciben algunos deportistas) hoy en día: como una lucha sin cuartel, dadas ciertas reglas, cuya misión es la de obtener no sólo un galardón, premio o distinción, sino también y sobre todo la de alcanzar el más puro y descarnado éxito. A pesar de ello, y en contra de lo defendido por Moller, hemos de apuntar al hecho de que el dopaje despierta en la población una natural aversión hacia quien lo practica (un aspecto que queda sagazmente parodiado en el excelente número de Mortadelo y Filemón intitulado El dopaje… ¡qué potaje!). Así, y a pesar de la parte de verdad que encierran las palabras de Moller, hemos de afirmar que el dopaje, si tenemos en cuenta la información que llega a hacerse pública, no deja de constituir en la actualidad una actividad marginal que ensucia la actividad profesional de numerosos deportistas (la mayoría, si tenemos en cuenta el recrudecimiento de los controles antidopaje) que toman en serio su trabajo y que, más allá, defienden la actividad deportiva como un genuino modo de vida.

En este sentido es interesante acudir a la literatura de la Grecia clásica, donde damos con un enjundioso fragmento de Eurípides en el que, precisamente, el poeta arremete contra el «violento» modo de vivir de los atletas profesionales (que no dudan en forzar su cuerpo para lograr la victoria), en una línea argumental muy similar a la que siguen Platón y Aristóteles (por mucho que éstos, en efecto, ensalzaran la actividad física moderada como adecuada para las mujeres embarazadas o para la educación de los niños). A este respecto son de muy recomendable lectura los breves pero excelentes artículos, disponibles en internet, del profesor Fernando García Romero: «El cuerpo del atleta en la antigua Grecia» y «El deporte griego y el deporte actual: influencia, semejanzas y diferencias». Escribía Eurípides en Autólico, obra actualmente desaparecida:

De los innumerables males que hay en Grecia, ninguno es peor que la raza de los atletas. En primer lugar, estos ni aprenden a vivir bien ni podrían hacerlo, pues ¿cómo un hombre esclavo de sus mandíbulas y víctima de su vientre puede obtener riqueza superior a la de su padre? Y tampoco son capaces de soportar la pobreza ni remar en el mar de la fortuna, pues al no estar habituados a las buenas costumbres difícilmente cambian en las dificultades. Radiantes en su juventud, van de un lado para otro como si fueran adornos de la ciudad, pero cuando se abate sobre ellos la amarga vejez, desaparecen como mantos raídos que han perdido el pelo. Y censuro también la costumbre de los griegos, que se reúnen para contemplarlos y rendir honor a placeres inútiles… ¿Pues qué buen luchador, qué hombre rápido de pies o qué lanzador de disco o quien habitualmente ponga en juego su mandíbula ha socorrido a su patria obteniendo una corona? ¿Acaso lucharán contra los enemigos llevando discos en las manos o por entre los escudos golpeándolos con los pies expulsarán a los enemigos de la patria? Nadie hace esas locuras cuando está frente al hierro. Sería preciso, entonces, coronar con guirnaldas a los hombres sabios y buenos y a quien conduce a la ciudad de la mejor manera siendo hombre prudente y justo, y a quien con sus palabras aleja las acciones perniciosas, suprimiendo luchas y revueltas. Tales cosas, en efecto, son beneficiosas para la ciudad y para todos los griegos (texto recogido en el artículo “El cuerpo del atleta en la antigua Grecia”, de Fernando García Romero, disponible aquí).

Dopaje grecia

Aunque estamos acostumbrados a que el dopaje sea tratado como un asunto restringido de individuos entregados a la competitividad y afanados por el éxito deportivo (y subsiguientemente, a juicio de Moller, económico), lo cierto es que el dopaje ha llegado a convertirse, incluso y a veces, en una cuestión de Estado. El Mundo publicó en 2013 un singular artículo titulado «El dopaje en la Guerra Fría» en el que se mencionaba un estudio del Süddeutsche Zeitung. En esta investigación se habla de un «sistema de doping desarrollado en Alemania desde los tiempos de la Guerra Fría financiado por el Estado […]. Según los investigadores, los políticos no sólo lo toleraron sino que en algunos casos llegaron a promoverlo». El caso de Rusia es paradigmático. Datos muy reales que, sin lugar a dudas, nos acercan conceptualmente al mundo del cómic y, en concreto, a una de las marcas insignia de la industria Marvel: el Capitán América.

Capitán América 1

El primer y elocuente número del Capitán América

El caso de Steve Rogers (Capitán América) nos muestra a las claras hasta qué punto el dopaje puede convertirse en un asunto de Estado. Este héroe del cómic norteamericano de superhéroes ve por primera vez la luz en marzo de 1941, cuando una Europa que ya contempla los excesos de la razón se encuentra inmersa en plena Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos a punto de entrar en frontal conflicto armado con Alemania. El nazismo inventó una forma de criminalidad que, se puede decir, pervirtió el concepto mismo de crimen: éste es cometido en nombre de una norma racionalizada y no, por ejemplo, como en el caso de Sade, como una transgresión de los convencionalismos sociales o como una pulsión no domesticada. Günther Anders (1902-1992) pensaba que todos nosotros podemos vernos implicados, sin saberlo e indirectamente (cual piezas de una máquina), en acciones cuyos efectos seríamos incapaces de prever y que, de poder preverlos, no podríamos aprobar. Si algo ha provocado la tecnificación de la existencia es la posibilidad de que seamos, en expresión de Anders, «inocentemente culpables» (escribía Thomas Mann en Doktor Faustus, XXXIII: «Si el silencio obligado de los pocos que saben entre la masa ignorante y ciega es ya de por sí siniestro, resulta verdaderamente aterrador el espectáculo de una muchedumbre donde todos saben y se callan, donde cada uno lee la verdad en la mirada huidiza o aterrada de los demás»).

El Capitán América nace, precisamente –a manos de Joe Simon y Jack Kirby–, para curar a los ciudadanos no sólo de los males que acechan desde fuera, sino también para hacer frente a las amenazas que aguardan en el seno mismo de la sociedad. En la portada de aquel inolvidable primer número contemplamos a un vigoroso Steve Rogers que golpea con vehemencia a un desvalido Adolf Hitler. «Te llamaremos Capitán América, hijo –leemos en una de las viñetas del cómic–. Porque, como tú, ¡América obtendrá la fuerza y la voluntad para salvaguardar nuestro país!».

Capitán América

¿Qué hizo que el enclenque Steve Rogers se convirtiera en el bravo Capitán América, defensor de los más nobles valores y del «American way of life»? Si nos ceñimos a la genealogía del superhéroe, Rogers fue declarado inapto para la función militar en sus primeros intentos por acceder al ejército estadounidense. Sin embargo, de manera voluntaria (tras la declaración de un oficial en la que enaltecía las virtudes patrióticas de nuestro protagonista), accede a participar en un particular y absolutamente «secreto» experimento promovido por el Gobierno del país americano. Con el fin de defender a Estados Unidos de la amenaza nazi, un conjunto de científicos elabora –bajo el auspicio institucional y económico estatal– una fórmula química que permite modificar la constitución física de los soldados. Nacía así el llamado «suero supersolado», que convertiría, como decimos, a Steve Rogers en el Centinela de la Libertad: el Capitán América, un ser dotado de una extraordinaria fuerza, agilidad, velocidad y resistencia.

En este caso, como vemos, el concepto «dopaje» funciona muy bien en el periplo vital de Steve Rogers, quien se entrega libremente a la experimentación de su cuerpo con el fin de crear un ejército de supersoldados al servicio del Estado. La fórmula dopante, así, es convertida en un estandarte de la defensa de la libertad y la autodeterminación de los pueblos, y lo más importante, cuyo uso es absolutamente legitimado por las autoridades estatales. Sin embargo, ya ahuyentado el peligro, la celebridad del Capitán América caería en picado tras el final de la Segunda Guerra Mundial, hasta que en 1963 fue «resucitado» (casi literalmente) por voluntad de Stan Lee para que formara parte, junto con el Hombre Hormiga, Thor, la Avispa, Iron Man o Hulk, del grupo conocido como Los Vengadores (The Avengers).

Las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del pasado siglo estuvieron plagadas de funestos casos de corrupción en el Gobierno (baste mencionar el escándalo Watergate), lo que de nuevo desató el furor del público por hacer del Capitán América un defensor de la patria y de los ciudadanos estadounidenses, hasta el punto de que Steve Rogers llegó a ser candidato a la presidencia de Estados Unidos en «Cap for president!» (Captain America #250 USA, octubre de 1980).

El Capitán América es un manifiesto ejemplo de hasta qué punto la toma de sustancias químicas que alteran nuestra condición física puede convertirse en un hecho consumado y, más allá, legalmente justificado, por un Estado y la sociedad que lo compone. A este respecto resulta útil leer las contundentes conclusiones de los profesores Ida Galván Rodríguez y José Juan González Troya en su artículo, disponible en internet, «El dopaje. Su contenido sociológico», en una línea similar a la defendida por el ya mencionado Verner Moller:

El deporte está insertado en un mundo social que lo absorbe y lo marca con las propias características globalizadoras y neoliberales que tiene el mundo de hoy, siendo fiel reflejo de la comercialización, el profesionalismo, las presiones financieras, políticas, ideológicas, la exaltación del chovinismo local, el culto a la victoria, el fanatismo, etc. por citar algunos, que se erigen como verdaderas causas del dopaje. Por tanto sus causas están en la sociedad, pues ésta, de disímiles formas, unas veces implícitas y otros expresas, le exige al atleta que se dope. Por tanto debemos apuntar que la génesis de este fenómeno no está en el organismo humano, sino en la sociedad. En su quehacer se estimula la implantación de nuevos récords y altas marcas a cambio de recursos financieros. Estas exigencias los obstinan, los llevan a doparse, a abandonar el Fair Play.

Aunque, como ya señalé más arriba, cuando el personaje en cuestión no cuenta con tal legitimidad social, la calumnia y el descrédito caen sobre él. Prosiguen Galván Rodríguez y González Troya:

Al atleta dopado la sociedad también le ajusta cuentas, pues la defrauda debido a que el esfuerzo de gigante es ficticio y por tanto lo estigmatiza y le impone atributos para los que no hubo formación, borrando su imagen anterior, perdiendo su propia identidad. El acto de doparse es síntoma de regresión. La sociedad lo señala como deshonesto, desleal y falso y en muchas ocasiones lo aísla, pues pierde el contacto hasta con su antiguo círculo de amigos, apareciendo un rechazo social evidente (cfr. idem).

daredevil

El abogado Matt Murdock es Daredevil

Existen otro tipo de superhéroes que, si bien no voluntariamente, obtienen sus formidables poderes gracias al contacto con raras sustancias químicas. Es el caso de Daredevil (Matt Murdock), quien sufre un accidente de niño en el que pierde fatalmente la vista. A cambio, y tras entrar en contacto con material radiactivo, adquiere unas fantásticas habilidades sensoriales que suplen con creces la información que recibimos visualmente. De forma similar actuó la Fortuna con Peter Parker, alter ego de Spiderman, quien, como es conocido, obtiene sus nuevas facultades sobrehumanas tras ser picado por una araña radiactiva. Aunque, a diferencia del Capitán América, ni Matt Murdock ni Peter Parker se propongan de hecho dejar de ser quienes son para convertirse en quienes llegan a ser, sí es cierto que es la administración de una sustancia extraña a sus cuerpos las que les dota de sus increíbles cualidades, lo que nos conduce al concepto de «dopaje genético».

Recientemente, la BBC publicaba una noticia (13 de enero de 2014) en la que se hacían eco, precisamente, de la amenaza del dopaje genético como una auténtica lacra no muy lejana para el deporte de élite. Leemos:

La idea es simple: alterar nuestra composición genética, los ladrillos de lo que estamos hechos, para hacernos más fuertes o más rápidos. Los aspectos prácticos son muy complejos. […] [Philippe] Moullier había demostrado que era posible producir de forma artificial un gen en particular –el gen eritropoyetina– e introducirlo en el cuerpo. […] Como a él, [Lee Swenney, investigador en Pensilvania] también recibió llamadas de personas involucradas en el deporte tras publicar un estudio. En los años 90, Sweeney determinó cómo insertar el gen IGF-1 en los músculos de los ratones para promover el crecimiento muscular y ralentizar el proceso de envejecimiento. (El gen IGF-1 produce la hormona conocida como factor de crecimiento insulínico tipo 1.)

Por otra parte, es por todos conocida la historia de los galos Astérix y Obélix, líderes de la resistencia gala frente a la siempre viva amenaza de los conquistadores romanos. En los cómics de Goscinny y Uderzo observamos cómo el dopaje, consentido también a nivel social y legitimado por los miembros de la Galia, puede llegar a convertirse en un vínculo de hermanamiento entre los componentes de una comunidad civil –particularmente, si ésta se ve en peligro–. Quizá resida aquí un componente distintivo fundamental que separa el dopaje como tal de la fórmula gala, e incluso del suero supersoldado: y es que tanto los galos como los estadounidenses que propician el nacimiento del Capitán América producen sus «pócimas mágicas» únicamente cuando una amenaza externa parece inquietar su normal desarrollo vital, mientras que el deportista que decide doparse lo hace, precisamente –y como ya he apuntado más arriba– por alcanzar un descarnado éxito, por mucho que existan concepciones en las que se indique que es el propio deporte de élite, e incluso las presiones sociales, la que empujan al deportista a doparse. Una posición, por cierto, del todo discutible. Panoramix, el célebre druida del pueblo galo, es el único informado sobre la confección de una enigmática «pócima mágica» que provoca en quien la consume sobresalientes cualidades físicas y mentales (fortaleza física, valor en el combate, etc.). ¿Recuerdan las tremendas palabras del tenista francés Yannick Noah?:

Hay que terminar con la hipocresía, aceptar el dopaje como algo habitual y que todos puedan tener su poción mágica.

¿O las del ciclista norteamericano Floyd Landis?

Hay que legalizar el dopaje. […] No puedes pararlo y tampoco puedes arreglarlo. Hay que cuidar la salud de los ciclistas, pero se debe aceptar.

Obelix

Y es que, a pesar de albergar la fuerza de mil hombres, Obélix nunca dejó de sentir una arrebatadora atracción por la deseada fórmula del druida. A su vez, Astérix siempre lleva consigo una pequeña botella de esta poción que le hará salir de más de una situación peliaguda. Es de reseñar, en este caso, la fuerza «política», en términos de comunión (aristotélica y arendtiana), que alberga tal poción: los galos pueden hacer frente a los romanos porque son partícipes de un secreto muy bien guardado y que, a la vez, les identifica como pueblo.

De alguna manera, también el caso de Obélix representa un caso de dopaje genético. Una práctica por la que el COI ya ha mostrado hondas preocupaciones de cara a la celebración de las Olimpiadas de 2016. Y es que, como muy bien explican en la revista científica de divulgación Quo (“Llega el doping genético”):

Hasta la fecha había dos formas de aumentar dichos niveles. Una, legal, que consistía básicamente en entrenar en alturas superiores al nivel del mar; y otra, ilegal, inyectándose la hormona o con transfusiones sanguíneas para aumentar el nivel de glóbulos rojos. Pero si los laboratorios detectaban en los análisis un nivel superior al 50% de hematocrito (es decir, que la cantidad de glóbulos rojos era más de la mitad de toda la sangre), ese era un indicio para sospechar que se trataba de un caso de dopaje, ya que no es posible producir semejante volumen de forma natural. Pero esas sospechas ya no serían tan evidentes si se utilizan terapias génicas. El arma secreta para los tramposos sería la técnica conocida como Repoxygen [consistente] en inyectar el gen productor de dicha hormona en un virus inocuo que los expertos denominan vector. Y al igual que los virus de la gripe infectan las células, estos vectores virales se inyectan en las células musculares. Pero en vez de hacer que enfermen, las mejoran: aumentan su capacidad de fabricar EPO. De esta manera, se producen mayores cantidades de dicha hormona de forma “natural” sin que los niveles de hematocrito superen el 50%, lo que lo hace casi imposible de detectar.

Popeye SupermanPodemos también reparar, en este sentido, en ejemplos tan llamativos como el de Popeye (surgido en el primer tercio del siglo XX). Y es que no fueron pocas las familias que consiguieron que sus hijos comieran espinacas para imitar a este carismático marinero (cuya vida, hay que decir, distaba mucho de ser idílica). Sin embargo, es interesante apuntar que cuando los niños consumen espinacas y observan que no adquieren la fuerza que Popeye les prometía, enseguida pedían explicaciones a sus progenitores. Éstos, apurados por ofrecer una respuesta convincente, argumentaban que la fuerza prometida por la ingestión de espinacas, en efecto, «va por dentro», que los brazos de Popeye no son la única forma de mostrar esa tan ansiada fuerza. Lo enjundioso del asunto es que el niño (asunto que explica la propia psicología evolutiva) creía que, en efecto, dentro de él comenzaba a bullir algo que, antes de comer esas espinacas, no existía. El ejemplo de Popeye puede mostrar de algún modo el efecto placebo que algunas sustancias pueden ejercer –y de hecho ejercen– sobre el ser humano sin que aquéllas contengan un componente propiamente dopante. En efecto, un simple excipiente vacío puede llegar a hacernos creer que somos más de lo que somos. Hay incluso quien lo ha llevado más lejos y ha hablado del «efecto Popeye». El propio médico de Armstrong, antes de que la sentencia fuera firme y con e objetivo de defender a su cliente, no dudó en asegurar que «la eficacia del dopaje no está probada», así como que ciertas drogas empleadas en el deporte para incrementar el rendimiento «tienen más efecto placebo que otra cosa».

Para concluir este breve recorrido, es importante señalar que tanto en el caso de los cómics de superhéroes como en el caso de Astérix, las fórmulas con las que se componen la «fórmula mágica» de Panoramix y el «suero supersoldado» son estrictamente secretas. Un dato a tener en cuenta, si notamos que no son pocas las ocasiones en las que tendrán lugar auténticas batallas por dar con la inescrutable composición. Un aspecto que alude al doble carácter de tales sustancias (carácter tan próximo al del dopaje tal y como lo entendemos actualmente): por un lado, ejercen en nosotros una poderosa atracción (¿qué ocurriría si…?), pero por otro, desconocemos los auténticos efectos que pueden derivarse de su uso (en un sentido amplio: individual, social, sanitario o político).

(Este texto de Carlos Javier González Serrano fue publicado en el libro-catálogo ¿Poción mágica? Sobre sustancias y métodos que modifican capacidades)

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