Los «Diarios de viaje» del joven Schopenhauer

Rüdiger Safranski, autor de una de las biografías más completas sobre Arthur Schopenhauer, asegura que el autor de los Diarios de viaje publicados en Trotta que os presentamos pertenece a lo que pueden denominarse “los años salvajes” de la filosofía: un tiempo en el que la religión secularizada de la razón comenzaba a dejar paso a un nuevo tipo de pensamiento, caracterizado por abrir una brecha en nuestra propia interioridad: quizás nos veamos obligados a descender un escalón más en el conocimiento sobre nosotros mismos; las vastas zonas oscuras e inexploradas de nuestro yo cubren con su sombra los parajes que creemos más conocidos.

Schopenhauer, lejos de parapetarse en el viejo y cada vez más caduco proceder especulativo, ensayó aquel camino hacia el autoconocimiento de mano de la experiencia del mundo. Todo cuanto vemos, oímos y –en general– sentimos puede darnos la clave (en alemán, Schlüssel) para descifrar el funcionamiento de la realidad y recorrer de manera paulatina el largo y fatigoso camino hacia la verdad.

Schopenhauer joven

Un joven Arthur Schopenhauer

Precisamente, Schopenhauer es en ocasiones desterrado de las facultades de Filosofía por el marcado carácter emotivo de su doctrina, que, como es sabido, desarrolló en lo fundamental en las tres ediciones que conoció su magna obra: El mundo como voluntad y representación. Así lo explicaba el propio Arthur en 1819:

Lo que más me alegra de todo es haberme acostumbrado desde joven a no darme por satisfecho con los simples nombres de las cosas, sino poder diferenciar, tras su ponderación y exploración, el conocimiento que aporta la experiencia directa de la vana palabrería; de ahí que en mis años venideros jamás corriese el peligro de confundir las palabras y las cosas.

Gracias a la condición burguesa de su familia, nuestro autor pudo disfrutar de una vida exenta de grandes aprietos económicos. Esta circunstancia fue aprovechada por Schopenhauer para dedicar todos sus esfuerzos al estudio de muy diversas disciplinas y a la al principio ardua divulgación de su pensamiento.

Antes de que el filósofo llegara a serlo, topamos con un niño inquieto y despierto al que sus padres (Johanna y Heinrich Floris) se encargaron de estimular fervientemente a través de la incitación a la lectura y a la escritura y, sobre todo, mediante la realización de grandes viajes a lo largo y ancho de toda Europa –posibilidad sólo al alcance de las grandes fortunas del viejo continente–.

Fuera de toda duda queda la potencia y calidad literaria tanto del joven como del maduro Arthur, que alternaba sus incansables lecturas diarias con anotaciones paralelas y la redacción de sus obras.

De estas últimas podemos encontrar buenas y muy recomendables traducciones al español. Sin embargo, al margen del corpus filosófico de Schopenhauer, encontramos algunos documentos que son de especial relevancia para comprender no sólo el desarrollo de su pensamiento como filósofo, sino para conocer el ambiente europeo de los comienzos del interesante siglo XIX, uno de los más fructíferos en lo que se refiere a la emergencia de nuevos movimientos literarios, artísticos y, en definitiva, culturales.

Entre aquellos ineludibles documentos se encuentran los Diarios de viaje que ahora, en traducción y edición de Luis Fernando Moreno Claros, encontramos publicados en el catálogo de Trotta. En la entretenida y enjundiosa prosa de Schopenhauer (recordemos que mientras redactaba estos Diarios el jovencito frisaba los doce años de edad) podemos rastrear los grandes temas que ocuparán sus futuras reflexiones: la conciencia del mal, el dolor, el fundamento de la moral, el arte, la maldad y el egoísmo, la belleza o la naturaleza.

Moreno Claros defiende en la “Introducción” que el joven Schopenhauer pudo disfrutar en estos viajes más de las maravillas del mundo que de su lado menos amable. Así lo expresa: «Arthur disfrutó de su prolongado viaje y, lejos de pasarlo mal, y de extraer negras enseñanzas intelectuales para el futuro, supo admirar cuanto hay de admirable en las manifestaciones artísticas de la humanidad y en las sublimes expresiones de la naturaleza».

Desde luego, la opinión del traductor me parece absolutamente válida: de mano de estas experiencias «positivas», Schopenhauer comenzará a hablar en su juventud de lo que en primera instancia llamó la “conciencia mejor” –aquella parte de nosotros que nos da acceso a un mundo donde los pesares e insatisfacciones propios de la vida quedan apartados en beneficio de experiencias que otorgan una peculiar serenidad de corazón, suscitada por la belleza natural (un atardecer, la silenciosa noche de luna, el amanecer, un paisaje alpino, etc.), en oposición a la conciencia empírica–. Más tarde, ya cuando Arthur da forma a su sistema filosófico, ampliará este concepto –al que llamará “sujeto puro del conocimiento”–, dedicando uno de los libros de su obra principal no sólo a la belleza natural, sino también al arte y a todas aquellas experiencias que elevan el alma hasta aquel mundo de pureza, donde es olvidada la realidad temporal y perecedera.

Diarios

Sin embargo, también hay que notar que en estos primeros años, cuando el joven Schopenhauer emprende dos largos viajes junto a sus padres (cuyos diarios corresponden a la cuidada y recomendable edición de Trotta), también comienza a columbrar que su futura filosofía pivotará sobre la idea de un mundo que parece haber sido construido por un espíritu chapucero, que consiente grandes contrastes en lo que se refiere a la felicidad humana. Ya en Weimar, muerto su padre, confesará al poeta Wieland que «la vida es un asunto deplorable; me he propuesto pasar la mía reflexionando sobre este tema».

Así, si bien es cierto que Schopenhauer pudo contemplar las grandes maravillas de la naturaleza y del arte gracias a estos periplos europeos, también lo es que va despertando en el adolescente un ahínco por entender por qué la existencia se manifiesta de tan terrible y cruda manera. «El dolor de la vida no se deja soslayar», redactaba escasos años más tarde un Arthur aún muy joven. Y proseguía: «El querer impone la carencia y, por consiguiente, tiene como base el sufrimiento. A todas las facetas de la vida les resulta consustancial un sufrimiento».

Estos Diarios de viaje albergan una oportunidad única para acercarnos a la genial prosa de una de las mejores plumas que han dado la literatura y la filosofía alemanas. En ellos, el jovencito Schopenhauer se forma una conciencia progresiva sobre el carácter casi ficticio de la realidad: da la impresión de que el mundo ha sido diseñado por un incomprensible azar, como si la necesidad que parece reinar por doquier, exista –a su vez– sin motivo. Y en este sentido, la filosofía, su futura filosofía, sólo puede interpretar y explicar lo dado: un material que Schopenhauer sin duda fue recopilando en estos primeros años de intenso peregrinaje europeo.

3 comentarios en “Los «Diarios de viaje» del joven Schopenhauer

  1. Me alegra ver que a pesar de intentarlo por mucho tiempo, no se logra sepultar a un gran fklosofo, y es valioso que quienes logran entrnderlo lo difundan. Shopenhauer debe conocerse, analizarse, y ser reconocido en su verdadera magnituf.

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    • Lo que inidirectamente conozco de Shopenhauer, y lo que entiendo de su postura «pesimista» intuyo que genera menos daño en general que el idealismo Hegeliano, extrapolandolo por ejemplo al impacto en el medio ambiente.

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