Marceline Desbordes-Valmore: una poetisa al margen del Romanticismo

Marceline Desbordes-Valmore.jpgHemos aquí una fotografía que el gran Félix Tournachon, mejor conocido como Nadar, hizo de Marceline Desbordes-Valmore en 1854. La timidez de su gesto, la dulzura, mezclada con la melancolía en sus ojos, y su boca entreabierta expresando el deseo de comunicar algo… todo ello puede hallarse en su poesía, que, al igual que esta fotografía, es un espejo de su alma bella.

Marceline Desbordes nació el 20 de junio de 1786 un en una pequeña ciudad del norte de Francia, Douai. Su infancia se vio agitada por toda una serie de acontecimientos funestos, tanto en el ámbito nacional como en el familiar. Pocos años después de la Revolución francesa, Marceline partió a la isla de Guadalupe con su madre en busca de la ayuda de un familiar. Sin embargo, el viaje resultó en una tragedia –su madre falleció, afectada por una epidemia de fiebre amarilla–. La joven consiguió regresar a su patria, donde se reunió con su padre.

A los dieciséis años empezó su carrera profesional en el ámbito teatral. Dotada de talento, Marceline ejerció de actriz, cantante de ópera y comediante.

Algunos años después se casó con el actor Prosper Valmore, un matrimonio del cual nacerán tres hijos, sólo uno de los cuales sobrevivirá a su madre. Además, la poetisa tuvo un amante, Henri de Latouche, con quien mantuvo una relación pasional. De su unión nació Ondine, que, igual que su madre, fue una mujer de letras. Marceline Desbordes-Valmore publicó su primera recopilación de poemas, Élégies et Romances,​ en 1818. En 1823 abandonó el teatro para dedicarse íntegramente a la escritura, y paulatinamente fue adquiriendo reconocimiento en el ámbito literario de la época, entablando amistades con personas tan ilustres como Honoré de Balzac. Aparte de numerosos libros de poesía, Marceline Desbordes-Valmore escribió una novela autobiográfica, L’atelier d’un peintre: scènes de la vie privée,​ y varios cuentos para niños.

Marceline no contó con una buena educación. No obstante, como muy bien lo expresa Baudelaire, este hecho sólo potencia el valor expresivo de su poesía, extraordinaria y singular, que se ubica al margen de cualquier estilo o movimiento:

Es cierto que si nos tomamos el trabajo de señalar todo lo que le falta de cuanto puede adquirirse por el estudio, su grandeza quedará singularmente disminuida; pero en el mismo momento en que uno se siente más impaciente y desolado por la negligencia, por el estorbo, por lo turbio, que uno toma, uno, hombre reflexivo y siempre responsable, por un resultado de la pereza, se yergue una belleza súbita, inesperada, sin par, y henos ahí arrastrados irresistiblemente hasta el fondo del cielo poético. Jamás poeta alguno fue más natural; ninguno fue jamás menos artificial. Nadie ha podido imitar ese encanto, porque es completamente original y nativo (​Baudelaire, «Marceline Desbordes-Valmore»).

Aun así, podemos encontrar una influencia evidente en su obra, una influencia que proviene del mundo tan cercano para Valmore como es el teatro. Marceline bebe de las obras de Racine y Corneille a la hora de componer sus elogios amorosos.

En lo que se refiere a la temática de su poesía, podríamos decir que gira en torno del tópico de amor de diferentes índoles: el romántico, el maternal, el comprometido, todos ellos con su inevitable componente de tristeza y fatalidad que tanto marcaron la vida de la poetisa.

¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.
¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!
Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.
Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir «¡Estáis ya perdonadas!».
¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!
De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.
[«Los sollozos»]

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Desbordes Joseph Constant. Portrait de Marceline Desbordes Musée de la Chartreuse

El amor desbordado que sintió por su amante y su separación le llevó a escribir versos tan bellos como «Una carta de mujer»:

Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.
No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.
La dicha sea contigo; yo sólo he de esperar,
y aunque distante,
yo me siento ir a ti para ver y escuchar
tu paso errante.
¡Jamás la golondrina al cruzar el sendero
pueda apartarte!
Será mi fiel cariño que pasará ligero
para rozarte…
Tú te vas, como todo se va… Su éxodo emprenden
la luz, la flor;
el estío te sigue; las tormentas sorprenden
mi triste amor.
De esperanza y zozobra suspira mientras tanto
el que no ve…
Repartámoslo bien: a mí me queda el llanto,
a ti la fe.
Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado
mi amor por ti.
Quien desea dolores para el ser adorado
guarda odio a sí.

Otro de los ejes centrales en su creación poética es el amor maternal incondicionado, estrechamente ligado al dolor de la pérdida:

Señor, con otras madres sé tierno mientras tanto,
por la tuya y por lástima de esta pena que ves…
Bautízales los hijos con nuestro amargo llanto
y levanta a los míos caídos a tus pies.
[«Renunciamiento», vv. 16-19]

También es fuerte el componente espiritual en sus poemas, semejante al de Baudelaire o Mallarmé, aunque mucho más relacionado con la religiosidad:

Toda extrañeza mía del mundo se ha extinguido
y se despidió el alma dispuesta ya a volar
para alcanzar el fruto, al misterio cogido,
que la púdica Muerte sólo ha de cosechar.
[«Renunciamiento», vv. 12-15]

Era Rimbaud quien señaló su parecido con Charles Baudelaire y, a pesar de las numerosas diferencias entre los dos, sin duda podemos encontrar un punto en común en su obra. Uno de los más evidentes es esa preocupación trascendental, mezclada con el ​taedium vitae:​

¿Qué es, pues, lo que me turba y qué es lo que me espera?
En el pueblo, me aburro; me apena la ciudad.
Los goces de mi edad
no me alivian el tiempo que nunca se acelera.
No ha mucho, la amistad, la estudiosa virtud,
llenaban, sin esfuerzo, mis ocios apacibles.
¿Qué objeto tendrán mis deseos indecibles?
Lo ignoro y lo persigo con creciente inquietud.
Si para mí la dicha no era la alegría,
y hoy, teniendo las lágrimas igual que la locura,
si tampoco la encuentro en mi melancolía,
¿dónde hallar la ventura? […]
[«La inquietud», vv. 1-12]

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Aunque un tanto olvidada en nuestros tiempos, Marceline Desbordes-Valmore tuvo alto grado de prestigio en la época decimonónica. Los grandes escritores como Lamartine, Sainte-Beuve y Dumas expresaron su admiración por la poetisa, aunque su influencia y consideración fue mucho más notable en los poetas de generaciones posteriores, como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine o Louis Aragón:

Marceline Desbordes-Valmore era una mujer, era siempre una mujer y no era sino una mujer; pero ella fue, a un nivel extraordinario, la expresión poética de todas las bellezas naturales de la mujer. Sus cantos siempre guardan el delicioso acento de la mujer; ningún préstamo, ningún ornamento ficticio, nada aparte de «l’éternel féminin», como decía el poeta alemán (​Baudelaire, «Marceline Desbordes-Valmore»).

Paul Verlaine le dedica un capítulo en sus ​Poetas malditos​, convirtiéndola de este modo en la única mujer perteneciente a este grupo. El simbolista señala que fue Arthur Rimbaud quien enseñó los versos de Marceline a sus compañeros, y fue precisamente él quien más adoptó el estilo valmoriano, junto con el uso del endecasílabo, poco común en la época.

Curiosamente, los libros de poesía de Marceline Desbordes-Valmore tomaron un sitio predilecto en las bibliotecas de los más célebres poetas del Siglo de Oro de la poesía rusa, Mijail Lermontov y Alexander Pushkin. Este último usó uno de los elogios de la poetisa como referencia para la carta de la protagonista femenina de E​ugenio Oneguin​:

[…]
¿no fuiste tú,
visión amada, la que
en la oscuridad se dejó ver
momentáneamente?
Anidando suavemente en mi almohada.
¿No fuiste tú,
el que con amor,
me susurró palabras de esperanza?

¡Quién eres tú?
¿Mi ángel guardián,
o un tentador insidioso?
Mis dudas ¡resuélvemelas!
Quizás nada de esto
tenga sentido,
la decepción de un ser
sin experiencia,
cuyo destino es diferente…

¡Qué mas da! Mi destino
a partir de ahora te pertenece,
mis lágrimas derramaré,
tu protección suplicaré,
suplicaré.
[…]

La poesía de Desbordes-Valmore, aparte de constituir un gran ejemplo de emociones íntimas y puras que proceden de lo más hondo de un corazón humano, es un caso insólito y extraordinario de obra literaria femenina al margen de cualquier movimiento de su época:

Y pedantes, ya que es nuestro lamentable oficio, proclamamos en voz alta e inteligible que Marceline Desbordes Valmore es sencillamente –con George Sand, tan diferente, dura, no sin encantadoras indulgencias, dotada de un alto sentido común, de arrogante y hasta podríamos decir de viril continente– la única mujer de genio y de talento de este siglo, y de todos los siglos, en compañía de Safo, quizá, y de Santa Teresa​ (Verlaine, Los poetas malditos).

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