Una mística en tiempos convulsos: recordando a María Zambrano

«Aurora, Luz, Tiempo, Tránsito, Delirio, Sueño, Experiencia, Errancia, Razón, Verdad, Sacrificio, Fraternidad, Piedad, Salvación»… Este campo léxico es el que define la filosofía de la malagueña María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991). Numerosas personas interesadas en su obra han asegurado que Zambrano, alumna de Ortega y Gasset, se sirvió de la «razón vital» de su maestro para crear su propia filosofía. Aunque esta postura no es errónea, sin embargo sí nos resulta un tanto reduccionista. Mientras que la filosofía de Zambrano, que es mística y poética, se expresa en y a través del fragmento, la de Ortega, esencialmente anti-mística, encuentra su lugar más adecuado en el ensayo. Además, mientras que Ortega observa una razón histórica, Zambrano se decanta por una razón poética. A través de ésta, la autora revive la unidad originaria entre filosofía, religión y poesía. Por ello va a remitirse a Miguel de Unamuno (religión), Ortega y Gasset (razón vital) y Antonio Machado (fe poética). Pero no sólo reúne en una única y plural idea a estos tres autores, sino que además bebe de fuentes que no son únicamente filosóficas: desde Séneca, San Agustín, Spinoza y Henri Bergson, pasando por san Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, hasta llegar a Max Scheeler, Zubiri o Kierkegaard, entre otros.

Zambrano compone su razón poética –idea última de la construcción de su filosofía– a partir de todos estos autores, ya sea en discusión con ellos, como es el caso de Ortega, ya sea otorgando a la razón poética ideas de otras vertientes, como es el caso de la mística de san Juan de la Cruz. Además, Zambrano comparte con Nietzsche la búsqueda de un método a partir del lenguaje, no del método (de la lógica). Según Jorge Acevedo Guerra (La razón poética. Una aproximación [María Zambrano y Heidegger]), la razón poética tendría que ser analizada en relación con el pensamiento meditativo –como pensamiento lleno de sentido– y con la serenidad (Gelassenheit), términos que Heidegger desarrolla. De este modo, podemos ver que la malagueña no estuvo a merced de su «maestro» Ortega, como tan frecuentemente se ha afirmado.

Ortega María Zambrano

Ortega y Gasset con un grupo de estudiantes, entre ellos, María Zambrano. Finales de los años veinte

Antes de que la razón poética surgiera como una de los más grandes aportaciones a la filosofía europea de su tiempo, Zambrano experimentó diversas «razones», todas ellas provenientes de la experiencia del ser humano y de la suya propia. Rogelio Blanco habla en estos términos de la autora:

A pesar de la errancia y del peregrinaje, María no renunció a la búsqueda de la reflexión nacida entre el drama y la esperanza, entre el dolor y el albor cotidiano […] Desde estas premisas, y cruzando biográficamente el siglo XX, siglo bélico por excelencia, del que soportó los graves conflictos: guerra civil Española y Segunda Guerra Mundial, la filósofa extrae la reflexión proveniente de una trágica experiencia que no la inhibe para seguir creyendo en el hombre […] está condenado a la esperanza (R. Blanco, María Zambrano: la dama peregrina, Editorial Berenice, 2009, pp. 19-17).

La filosofía de María Zambrano es eminentemente antropológica, puesto que su principal preocupación es el ser humano y su realización plena, a través de una experiencia del dolor o del drama que le lleva a renacer en el albor de la existencia y a encontrarse consigo mismo gracias a la esperanza. El individuo estará en relación con una alteridad –que la autora considera la auténtica realidad– a través de los sentimientos, no de la razón, aunando así la palabra (el discurso) con la filosofía en esta búsqueda de la verdad, lo que se ha llamado la razón poética. Damos aquí con otra  de sus influencias, la de Platón y el mundo de las formas o ideas. En terminología de Zambrano, el renacer de la desgracia es un viaje a los ínferos para volver a resurgir, como sucede con la yedra, símbolo de la esperanza humana. Un fracaso en sí mismo lleva a un triunfo (la yedra nace de la muerte). Damos pues con una filosofía de hondas inquietudes antropológicas cuyos dictados reposan en la experiencia, ya que es a través de ella como el ser humano va renaciendo. Sin la esperanza esta concepción auroral no sería posible; si ella la existencia en toda su plenitud desaparece, se frena la historia.

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María en Florencia. En su exilio

Esta filosofía antropológica se construye a lo largo de la vida de Zambrano y al calor de las desgracias que tuvo que experimentar, siendo testigo del declive no sólo de Europa, sino del ser humano en general. Remitimos de nuevo a Rogelio Blanco para que nos explique las diferentes razones que existieron a lo largo de la vida de la filósofa:

Así, si en los primeros años procura encontrar una razón integradora y receptiva de lo mejor de la tradición occidental, pronto atisba la necesidad de dirigir la mirada a lo primigenio, a los orígenes. Afirma la existencia de la razón auroral, la germinal. Las condiciones bélicas de España la obligan al compromiso, aparece la razón armada o combativa. A la vez, y como continuación de tanto drama y dolor, dará cuenta de la existencia de la razón misericordiosa, la cordial, la piadosa y la razón mediadora. Esta dinámica conduce a la razón más relevante como riqueza y aportación zambraniana, la razón poética (Blanco, op. cit., 44).

La razón integradora la encontramos en su obra Hacia un saber sobre el alma. En un artículo publicado en Revista de Occidente en diciembre de 1934, Zambrano se refiere a la necesidad de acercar el intelecto al sentir, base y fundamento de todo conocimiento humano. La razón armada aparece, principalmente, en Los intelectuales en el drama de España (1937). En pleno conflicto español, la autora se pregunta por los orígenes del fascismo en España y por la razón del auge de la violencia, intentando dar respuesta al conflicto español. Del mismo modo, se pregunta por el papel del intelectual durante la contienda (razón militante). La razón mediadora aparece en su obra El hombre y lo divino (1955), libro fundamental para comprender el concepto de piedad en la obra de Zambrano. Al presentar la situación de la entonces cultura europea, se refiere a Hegel explicando que la «tragedia humana» consiste en «no poder vivir sin dioses», tras haber «divinizado» la historia. El hombre encuentra lo divino en la vida.

La razón poética germina pues durante toda la producción literaria de Zambrano, pero creemos que el inicio de la afirmación de esta razón se encuentra en su obra Filosofía y Poesía, escrita en 1939. La primera edición de Filosofía y poesía recoge el curso impartido por María Zambrano ese mismo año en la Universidad de Morelia. En opinión de la pensadora, la filosofía nació de la admiración y la violencia, oponiéndose a la poesía. El individuo moderno se siente solo y angustiado a causa de este pensamiento. Como indica Mercedes Gómez Blesa, Zambrano distingue, en la evolución del pensamiento moderno, las siguientes fases:

[…] primero, la conquista del propio ser del hombre o descubrimiento de la autoconciencia y su progresivo alejamiento del resto de las criaturas; en segundo lugar, la conquista de su propia libertad y su auto-imposición como ser fundante de sí mismo; y, en tercer lugar, su pretensión de ser el único fundamento del resto de los demás seres, el único ser de lo real, desterrando definitivamente al Dios de la Creación. En estas tres etapas cifra Zambrano la evolución del pensamiento moderno (M. Gómez Blesa, La razón mediadora: Filosofía y Piedad en María Zambrano, Burgos, Editorial Gran Vía, 2008, p. 137).

Esta fe en el ser humano es el origen de la tragedia moderna, pues se ha creído Dios, desterrando todo lo demás de la realidad. Para llegar a ser persona, con la angustia y soledad que la búsqueda del ser a través de la metafísica provoca, se produce, en palabras de la autora, «un desprendimiento de la naturaleza y de todo lo inmediato, en su vuelta sobre sí y es lo que sucede efectivamente, es el acontecimiento decisivo de la filosofía moderna». El poeta se salva por la palabra, gracias a ella alcanza también la unidad, pero sin ejercer violencia alguna sobre las apariencias. El pensamiento de María Zambrano se caracterizará por alcanzar el equilibrio en un ser más verdadero, al combinar los dos extremos, la filosofía y la poesía. La esperanza de Zambrano reside en que filosofía y poesía se fundan en un mismo logos, para aprehender la realidad más allá del ser y de la creación, para «desentrañar» la realidad.

Y ¿quién mejor para representar esta filosofía antropológico-poética que Antígona? ¿Qué mejor género que el teatral para dar un tono poético a este caminar? Recordemos el episodio mitológico de esta heroína. Antígona es hija de Edipo y Yocasta y es hermana de Ismene, Eteocles y Polinices. Acompañó a su padre Edipo al exilio y, a su muerte, regresó a la ciudad. Entonces, los dos hermanos varones de Antígona se disputaron el trono de Tebas, debido a una maldición que su padre había lanzado contra ellos. Se suponía que Eteocles y Polinices se iban a turnar el trono periódicamente, pero, en algún momento, Eteocles decide quedarse en el poder después de cumplido su período, con lo que se desencadenó una guerra; ofendido, Polinices busca ayuda en una ciudad vecina, forma un ejército y regresa para reclamar lo que es suyo. La guerra concluye con la muerte de los dos hermanos en batalla, muertos a manos del otro, como anticipó la profecía. Creonte, hermano de Yocasta y tío de ambos, se convierte en rey de Tebas y dictamina que, por haber traicionado a su patria, Polinices no será enterrado dignamente y se dejará su cadáver a las afueras de la ciudad al arbitrio de los cuervos y los perros. Las honras fúnebres eran muy importantes para los griegos, pues el alma de un cuerpo que no era enterrado estaba condenada a vagar por la tierra eternamente. Por tal razón, Antígona no respetó la prohibición del tirano y decidio enterrar a su hermano y realizar sobre su cuerpo los correspondientes ritos, rebelándose así contra Creonte, su tío y suegro (pues estaba comprometida con Hemón, hijo de aquél). La desobediencia acarreó para Antígona su propia muerte: condenada a ser enterrada viva, evita el suplicio ahorcándose.

Cometiendo una falta grave contra la polis, Antígona ha de sufrir un castigo lejos de la ciudad, mostrando así su no pertenencia a la sociedad. Según Daniel Riaño Rufilanchas («Cárcel y encarcelamiento en la Grecia Clásica», en Castigo y reclusión en el mundo antiguo), este tipo de sanción era común durante el siglo IV a.C. en Grecia. Las fuentes literarias como Sófocles se limitan a expresar en sus obras una sanción habitual de la jurisprudencia de la época. Enterrar los detenidos vivos en unas cuevas naturales o en lugares tales como un pozo o un molino era una práctica corriente por entonces. Los primeros escritos de Zambrano sobre Antígona se remontan a sus primeros meses del exilio parisino tras la Segunda Guerra Mundial (concretamente en 1948, con Delirio de Antígona). La actitud que la pensadora malagueña toma respecto a Antígona resulta, según Armando Savignano (María Zambrano: la razón poética), muy parecida a la que defiende Unamuno con respecto al Quijote, es decir, elimina los límites entre ficción y realidad, hasta el punto de afirmar que Sófocles se equivocó cuando hizo que Antígona se suicidara en la cueva.

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El interés de Zambrano por Antígona puede venir dado por dos interpretaciones: una interpretación autobiográfica y una interpretación teórica. Según Ana Bundgaard, Zambrano se identificó con Antígona, así como con su inseparable hermana Araceli, pues la autora consideraba a ésta como ejemplo de inocencia, piedad y sacrificio, virtudes que también poseía Antígona (ver a este respecto Más allá de la filosofía, Sobre el pensamiento filosófico-místico de María Zambrano). Hay que pensar que ambas hermanas, como Antígona en su patria, vivieron la lucha fratricida de las dos Españas enfrentadas en la guerra civil, y ambas pagaron con el exilio su oposición al poder tiránico de Franco. Ana Bundgaard ha considerado a Antígona como figura arquetípica del exiliado. Zambrano consideraba el exilio como una «estancia» o «morada» análoga a la tumba donde había sido enterrada viva Antígona.

La otra interpretación sería más universalista, más objetiva y menos autobiográfica. Según Bundgaard, Antígona puede ser también el arquetipo de la propia condición humana (Bundgaard), ya que Zambrano ve en el exilio una «categoría definitoria del ser humano» (Gómez Blesa). La heroína de Sófocles es una «figura de la aurora de la conciencia». Es una conciencia arraigada al alma (no como en la filosofía, más apegada al yo puro). Esta conciencia es posible también por su estado inocente que no busca. Antígona es inocente y mediadora entre diferentes órdenes.

Zambrano, poeta filósofa, o filósofa poeta, da igual el orden de los factores, pues el resultado es el mismo: el despertar de una conciencia humana más allá de la razón.

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3 comentarios en “Una mística en tiempos convulsos: recordando a María Zambrano

    • No se citan las obras porque es vastísima, lo que quise mostrar es que es una filosofía propia, a pesar de todo lo que se ha dicho. Ya habrán otros artículos sobre su obra. Gracias por tu comentario!

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