Martin Heidegger es en ocasiones considerado un autor de lenguaje enmarañado y de difícil comprensión, inaccesible para los legos en filosofía. Tanto dentro como fuera de la academia, el autor alemán siempre ha topado con no pocos detractores que, al leer e interpretar sus textos, han criticado la manera rebuscada con la que expresó sus principales doctrinas.
Sin embargo, hemos de notar que el conjunto de su pensamiento debe entenderse no sólo como un ejercicio genuino de filosofía, sino también como un esfuerzo genealógico de carácter filológico que encerró la intención de investigar y recuperar el carácter y significado genuino de algunas expresiones y conceptos que, de tan tratados, corrían el peligro de perderse en la peligrosa oscuridad de la indeterminación.
La editorial barcelonesa Herder acaba de publicar en español, en excelente traducción del profesor Ángel Xolocotzi Yáñez, los seminarios que Heidegger impartió en la ciudad suiza de Zollikon. Un documento que, como apunta el propio Xolocotzi, «rebasa el ámbito estrictamente filosófico» y que, en este sentido, interesará a personas de variada formación. En estos textos reunidos por el editor alemán, amigo y corresponsal del filósofo, Medard Boss, toparemos con reflexiones de Heidegger que traspasan los límites más puramente filosóficos: a través de un diálogo sincero, abierto y siempre riguroso, nuestro protagonista interpela sin tapujos a disciplinas con las que, a lo largo de su vida, mantuvo una relación cuanto menos conflictiva, como es el caso de la psicología, la psiquiatría o, en general, las ciencias positivas.
Estos maravillosos Seminarios de Zollikon, de imprescindible y amena lectura para los conocedores del pensamiento de Heidegger, y esclarecedor para quienes se acerquen a él por vez primera, comenzaron a impartirse en la más plena y lúcida madurez del filósofo de Meßkirch, exactamente el 8 de septiembre del año 1959. Mientras Heidegger impartía sus charlas (abiertas al diálogo, como decimos, y a un cercano coloquio con los asistentes), los textos fueron anotados y taquigrafiados convenientemente; su redacción final fue siempre complementada y aprobada en su versión final por el mismo Heidegger. Como en él era costumbre, veló con sumo cuidado por la calidad de sus escritos públicos, y éste no fue un caso distinto.
¿Cómo va, pues, el tiempo? El tiempo trans-curre. Curioso: transcurre y simultáneamente está parado. Se habla también del fluir del tiempo. […] Cada ahora que decimos es a la vez también un hace un instante y un dentro de un instante; esto quiere decir que el tiempo, que nosotros hemos mencionado bajo el término «ahora», tiene en sí un lapso. Cada ahora es en sí también hace un instante y dentro de un instante.
A través del contraste con otras disciplinas de diverso calado y recorrido (recordemos que el cada vez más desarrollado psicoanálisis ya había hecho mucha mella en toda Europa y comenzaba a dar incluso sus primeros pasos en Norteamérica), Heidegger pule numerosas aristas de su pensamiento a través de las preguntas que psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas y científicos de toda índole le dirigían en este singular enclave de Zollikon. Los seminarios se convirtieron, y de ello da testimonio la magnífica edición de Herder, en un auténtico taller donde Heidegger, siempre fiel a su doctrina, no deja de encontrar ciertos recovecos que han de ser tapados si desea dar con un todo filosófico bien cerrado y armado.
El existir humano en su fundamento esencial nunca es sólo un objeto que esté ahí en algún lugar, ni mucho menos un objeto cerrado en sí [explicaba Heidegger frente a aquellos que le preguntaban por nuestro lugar físico en el mundo]. Más bien este existir consiste en «meras» posibilidades-de-percibir óptica y táctilmente no aprehensibes, que están orientadas hacia aquello que, interpelado, se le enfrenta.
Aunque los Seminarios de Zollikon se prestan a una exégesis casi ilimitada, por la riqueza de matices que los temas recopilados en ellos esconde, sí es palpable la preocupación de Heidegger, así como la de los asistentes y contertulios, por algunos asuntos centrales: el problema del cuerpo (del ser-ahí o Dasein como algo tangible, material, en contraste con su ser-existente, su ser-posibilidad arrojada al mundo); el siempre inagotable concepto de tiempo, que tanto obsesionó al joven Heidegger y que en Zollikon prosigue desarrollando; la relación entre ciencia y filosofía (observamos a un dialogante Heidegger con la teoría de la relatividad, la física e incluso la química); y quizá, sobrevolando estos seminarios como inquietud constante, el dilema de la identidad: ¿cómo es que el ser-ahí que somos, que vive en un mundo cambiante, esquizofrénico, puede sin embargo siempre reconocerse en un «yo»? Leamos un fragmento a este último respecto, tan problemático y polémico como capital para entender el complejo y profundo debate que Heidegger mantuvo con la psicología empírica y el psicoanálisis:
Cuando un ser humano dice «yo», esto siempre es un dar nombre al sí-mismo que él tiene en cuenta en ese momento. […] El «sí-mismo» es eso que en el curso histórico completo de mi Dasein se mantiene permanentemente en tanto que lo mismo, que precisamente es en el modo del ser-en-el-mundo, del poder-ser-en-el-mundo. El sí mismo nunca es dado como sustancia. La constancia del sí-mismo es una constancia propia, en el sentido de que el sí-mismo siempre puede regresar a sí mismo y siempre se encuentra en su estancia como lo mismo.
En suma, Seminarios de Zollikon es un documento de una importancia mayúscula, de cuya publicación la editorial Herder debe estar muy orgullosa, y que mostrará al lector tanto como le ocultará (una característica que pondrá a prueba, en particular, al investigador avanzado, pues le hará transitar de una a otra obra de Heidegger, intentando dar con aquellos puntos en los que el filósofo calló, así como en los que -también los hay, los hubo- habló de más). Estos seminarios, que, hay que añadir, se editan acompañados de la enjundiosa y extensa correspondencia que Heidegger mantuvo con Medard Boss, nos abocan al Heidegger más personal, pero también más irreverente, por cuanto no duda en defender sus doctrinas frente a posibles ataques de las ciencias positivas. El veredicto final habrá de ofrecerlo el propio lector. Una elección de lectura y estudio que, en definitiva, no decepcionará a nadie.
Algo está ocurriendo en el panorama psiquiátrico, psicoterapéutico y filosófico para que amenacen con «ponerse de moda» los Seminarios Zollikon. Gracias a Herder por su apuesta.
Me gustaMe gusta
Pingback: Cuando la muerte araña el alma: Alejandra Pizarnik
Pingback: Kierkegaard: de la pasión erótica a la angustia y la desesperación