Lichtenberg: la conciencia del Todo

GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG

Lichtenberg (1742-1799)

Por primera vez en español, en espléndida traducción de Carlos Fortea y edición de Hermida Editores, se publica la colección completa de los enjundiosos Cuadernos del prolífico sabio –aún poco explotado en el ámbito hispanohablante– Georg Christoph Lichtenberg, a quienes leyeron y estudiaron profundamente personalidades de la talla de Goethe, Kant, Schopenhauer, Tolstoi, Canetti, Wittgenstein, Thomas Mann, Einstein, Freud o Nietzsche. Se trata de una obra marcada por su tono autobiográfico, que el autor redactó para sí mismo (sólo fue publicada póstumamente), en la que Lichtenberg afronta y desarrolla una inverosímil pluralidad de asuntos filosóficos, científicos, humanísticos y, en fin, del todo humanos. Su figura, como comenta Jaime Fernández en la introducción del volumen, es comparable en importancia a la de Montaigne en Francia. Y, sin duda, el parangón no resulta en absoluto desorbitado.

Lichtenberg fue hombre de genio –literario, filosófico, científico–, cuyo talante indagador no tuvo límites. Alma ilustre e intelecto excelente y fisgón, desbordado y aguijoneado por la curiosidad, que, sin embargo, en ningún momento elucubra ni se muestra impaciente; la escritura de Lichtenberg se manifiesta clara, contundente, carente de remilgos o pedanterías y, en todo caso, describe el testimonio de la inquietud académica y espiritual de quien llegó a ser una de las mentes más preclaras y distinguidas de su tiempo.

Lichtenberg plantea la vuelta a una inocencia muy particular: aquella que observa el mundo con la suficiente ingenuidad como para cobrar consciencia de que, mediante nuestras costumbres (aprendidas por imitación a través de la educación) y usos sociales, hemos creado un aparataje que nos impide estudiar (y disfrutar, y valorar) cuanto nos rodea de manera genuinamente científica, es decir, escudriñadora, inteligente, ardorosa. Con no poca sorna, apunta nuestro protagonista que:

La invención de las verdades más importantes depende de una fina abstracción, y nuestra vida cotidiana es un constante esfuerzo por volvernos incapaces para ella con todas esas habilidades, costumbres, rutinas, en unos más que en otros, y la ocupación del filósofo es desaprender esas pequeñas habilidades ciegas que hemos adquirido desde la infancia mediante la observación. Así que debería ser mucho más barato educar a un filósofo que a un niño.

Como apunta Jaime Fernández, cuatro son los puntos cardinales que «orientaron este espíritu despierto»: imaginación, ingenio, observación y curiosidad, «y todo ello sin alejarse del sentido común, que define como ‘el conocimiento intuitivo y siempre vigilante de la verdad de unos cuantos principios de utilidad general’, y al que se accede persiguiendo cada cosa ‘hasta el último extremo, de suerte que no quede la menor idea oscura».

Y es que, a ojos de Lichtenberg, estamos violenta y fraudulentamente asediados por vicios, manías, rutinas y prácticas que nos impiden advertir y estudiar los detalles, las finezas, partes y determinaciones mínimas que hacen posible la vida: «Las cosas más grandes del mundo –escribe el alemán– son ocasionadas por otras a las que no prestamos atención, pequeñas causas que pasamos por alto, y que terminan por amontonarse». A su juicio, la costumbre no es más que una «fricción moral, algo que no deja que el espíritu se deslice fácilmente por encima de las cosas, sino que lo une a ellas de tal modo que le cuesta trabajo liberarse».

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«Lo que yo entiendo por éter moral es en realidad lo que de espiritual hay en nuestras acciones, hasta en las más pequeñas, y lo recorre todo».

El ser humano, asegura, se ha convertido en un animal doméstico, amaestrado por generaciones innumerables que lastran y aquietan nuestra natural tendencia al conocimiento. Las modas, usanzas de cada época, tradiciones y estilos han hecho de nosotros, de quienes no desean salvarse del imperio de lo gregario, máquinas que viven sin preguntarse por qué ni cómo lo hacen. De nuevo con agria y procaz prosa, escribe Lichtenberg:

Es una buena pregunta qué es más difícil, pensar o no pensar. El ser humano piensa por instinto, y quién no sabe lo difícil que es reprimir un instinto. Así que los espíritus pequeños no merecen realmente el desprecio con el que se les empieza a tratar en todas partes.

Cuadernos LichtenbergEn este primer volumen publicado de los Cuadernos el lector encontrará curiosas y muy entretenidas reflexiones sobre la época que Lichtenberg vivió, aquel eminente siglo XVIII alemán, del que se despidió dejando una mayúscula obra escrita que hoy, en parte, podemos disfrutar en español gracias a la laudable labor de Hermida Editores.

Los aforismos, sentencias, cartas y textos de diversa índole que recorren el libro se ocupan de la filosofía, de la vida humana, del suicidio, la sociedad y la sociabilidad, la literatura y la ciencia –entre otros muchos asuntos–, en un despliegue de ingenio muy poco común. El cometido de Lichtenberg fue siempre fomentar el pensamiento y el sentido crítico de sus seguidores, alumnos y lectores, a quienes inoculaba el sano veneno de la curiosidad. Su precepto fundamental: «Permanece atento, no sientas nada en vano, mide y compara: tal es toda la ley de la filosofía». Todo un placer literario, intelectual y antropológico que nos acerca a la preocupación por tratar temas universales de la mano de un hombre universal.

La superstición en la gente común deriva de su primera y demasiado intensa instrucción en la religión, oyen hablar de secretos, milagros, efectos del demonio, y consideran muy probable que tales cosas puedan ocurrir en general en todos los ámbitos. En cambio, si primero se les mostrara la Naturaleza misma, contemplarían más fácilmente con respeto lo sobrenatural y misterioso de la religión, cuando ahora en cambio lo consideran algo muy común, y no les parece nada especial que alguien les diga que hoy han pasado por la calle seis ángeles.

Los aforismos de Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) nos descubren una imponente cima en la filosofía y literatura de la cultura alemana. Aunque de manera profesional se dedicó a la ciencia en general y a la física en particular (física experimental), este gran personaje dedicó gran parte de su vida a la docencia universitaria, siempre guiado por el concepto de hombre como un «ser indagador de causas» (ein Ursachen suchendes Wesen). Ulrich Joost escribió para la presentación de la Lichtenberg Gesellschaft que este autor «tal vez fue el representante más importante y polifacético de la Ilustración en Alemania».

Olvido la mayoría de las cosas que he leído, como olvido lo que he comido; pero sé muy bien, no obstante, que ambas cosas contribuyen al mantenimiento de mi espíritu y de mi cuerpo.

cuadernos-iiDescubrió las hoy aún denominadas «Figuras de Lichtenberg», base de la moderna xerografía; fue pionero en el desarrollo de pararrayos, emprendiendo enjundiosas investigaciones en los campos de la geodesia, la astronomía o la eudiometría. A pesar de todo ello, Lichtenberg pasó a la historia fundamentalmente como pensador y perspicaz escritor.

De él proceden numerosas expresiones coloquiales empleadas en la actualidad, transmitidas de boca en boca a lo largo de los años sin haber sufrido merma alguna. Entre sus contemporáneos, Lichtenberg fue merecedor de la respetuosa atención de Goethe: entre ambos llegó a existir una interesante relación epistolar. También se conservan diversas cartas que nuestro autor dirigió a uno de sus pupilos predilectos: Alexander von Humboldt. Este último se refería de esta manera a su maestro: «No tengo en cuenta sólo la suma de conocimientos positivos que saqué de sus lecciones, sino sobre todo la orientación general que el curso de mis ideas tomó bajo su dirección».

Una obra maestra de la creación es el hombre, y ya sólo porque, a pesar de todo determinismo, cree que actúa como un ser libre.

Con el pasar de los siglos, Nietzsche (que le llegó a considerar como uno de los más grandes estilistas alemanes), Freud o K. Tucholsky dieron testimonio veraz de su vigencia perenne. Sus pensamientos muestran una serie de ocurrencias, reflexiones o anécdotas que Lichtenberg anotaba con cierta regularidad y que constituyen un material de incalculable valor para fundamentar los pilares de la Ilustración alemana.

Los oráculos no han dejado tanto de hablar como los hombres de escucharlos.

Hermida ha publicado ya el segundo volumen de tales Cuadernos (Sudelbücher), también por vez primera en castellano, donde se encuentran los cuadernos D y E, apuntes desde 1773 hasta 1776.

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3 comentarios en “Lichtenberg: la conciencia del Todo

  1. Qué entretenido análisis ,tanto que me animan a conseguir los Cuadernos o comprarlos,para aprender más de este desconocido ,para mí ,filósofo.Gracias por compartirlo .

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  2. Pingback: Lichtenberg: la conciencia del Todo — El vuelo de la lechuza | elblogdeldrunko

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