Sabiduría narrativa: la fábula

Velázquez EsopoA lo largo de la historia, la sabiduría ha contado con distintos cauces de expresión. Antes de que la escritura se estableciera como el medio más apropiado para difundir las ideas de los grandes genios, fueron las inmortales epopeyas recitadas por los poetas (en Grecia, por ejemplo, con Homero) y las breves historias aleccionadoras propias de la tradición china más antigua las que, a través de relatos de fácil memorización y transmisión, comunicaron un conocimiento milenario de una generación a otra.

Aunque algunos especialistas catalogaron de «filósofo» a Zhuang Zi, uno de los máximos exponentes del taoísmo (junto a Lao Tse), este sabio que vivió en los siglos IV y III a.C. no dudaba en arremeter contra el proceder de la filosofía, a la que achacaba permanecer en un punto de vista parcial, puesto que todo conocimiento es relativo y el lenguaje, en muchas ocasiones, resulta engañoso, cuando no nos conduce a una trampa mortal («la palabra no está hecha sólo de aire, la palabra tiene un decir, pero lo que dice no es nunca fijo»). Por eso, Zhuang Zi prefiere interpretar el mundo mediante una perspectiva mítico-simbólica, dejando la filosofía y la ciencia para los quehaceres más concretos o restringidos. «El gran Saber todo lo abarca, el pequeño todo lo divide», aseguraba.

De manera similar a Heráclito, Zhuang Zi consideraba que todo cuanto existe se halla en constante transformación: el cambio es la única certeza incontestable, y desde ella se ha de investigar el universo. Sin embargo, este proceso de transformación es invisible, aunque su resultado sí pueda contemplarse en un complejo mundo plagado de formas múltiples y diferentes. Como explica Pilar González España, «los antiguos chinos no concebían un universo estático; todo estaba animado y era cambiante. Estos cambios no se operaban de forma lineal, sino cíclica», de donde se deriva, por ejemplo, la conocida concepción de Ying y Yang, en la que el tiempo es visto como una alternancia de principios que, a su vez, se contienen el uno al otro.

Este sabio chino, que deseaba conocer la realidad como una unidad, y no como un conjunto de saberes disgregados (a menudo colmados de dudosos intereses intelectuales e incluso económicos), nos invita a acercarnos a la realidad por medio de breves historias de las que siempre podemos sonsacar una enseñanza, y que ya contienen el germen de lo que más tarde se convertirá en todo un género literario: la fábula. En uno de estos cortos relatos, que dejan al lector muy desconcertado, contaba Zhuang Zi:

Soñé que era una mariposa. Volaba en el jardín de rama en rama. Sólo tenía conciencia de mi existencia de mariposa y no la tenía de mi personalidad. Desperté. Y ahora no sé si soñaba que era una mariposa o si soy una mariposa que sueña que es Zhuang Zi.

Zhuang ZiPero ¿cuándo nació la fábula? Como es habitual en estos casos, su uso comenzó mucho antes de que se considerara a estas pequeñas narraciones como género literario. Es curioso el hecho de que muchos estudiosos aseguren que el origen de las fábulas se remonta a los inicios de la esclavitud, cuando el propio esclavo, avasallado por su amo, deseaba cantar a este algunas verdades sin que ello supusiera una ofensa para el amo y un castigo para el esclavo.

La fábula es sin duda una de las construcciones literarias más representativas del ingenio y simbolismo humano. A diferencia de los relatos revelados y de las historias sagradas, la fábula carece de un elemento de inspiración divina, incluso se halla exento de erudición, pues en ella tan sólo se ponen en juego las fuerzas imaginativas del ser humano a la hora de expresar una realidad en muchas ocasiones evanescente. Es cierto que, como género literario, a pesar de haber alcanzado su cima en el francés La Fontaine, la fábula proviene de Mesopotamia y la India, de donde más tarde se trasladó a China, Japón, Grecia y Roma. Fue en esta última donde Esopo perfeccionó esta vertiente literaria hasta proclamarse maestro del género.

Si en algo han coincidido todos los teóricos literarios, desde Aristóteles a la actualidad, es en el carácter didáctico o moralizante que recogen las fábulas, así como su componente alegórico. Como asegura Rosario de la Iglesia, «la historia fantástica que la fábula nos relata no tiene valor en sí misma, sino en la medida en que puede trasponerse alegóricamente al mundo real y servir para comprenderlo», lo que las diferencia del cuento o relato fantástico.

Aunque también es frecuente que las escenas se den en un escenario completamente verosímil, casi familiar. Por ejemplo, Esopo nos hace partícipes de la historia de «La mujer y la gallina»: «Cierta mujer tenía una gallina que le ponía un huevo diario. La mujer, creyendo que si la alimentaba mejor pondría dos huevos en lugar de uno, le echaba de comer abundantemente, pero la gallina, que engordó mucho, no puso ni aun el huevo diario que ponía antes». Y concluye Esopo con la moraleja: «Esta fábula enseña que la demasiada abundancia de las cosas retarda en los hombres el adelanto del ingenio».

Una de las características más llamativas de las fábulas es la presencia de animales humanizados (en ocasiones incluso plantas, aunque es menos frecuente). Cuando las fábulas se convirtieron en un género, da la impresión de que los seres humanos tenían miedo a reprocharse a sí mismos los fallos y fatalidades de los que ellos mismos eran, son y serán siempre víctimas. El reconocido fabulista Arnault aseguraba que la fábula debe emocionar, y que este recurso a la animalidad nos puede enseñar menos duramente que si lo hiciera un semejante.

Pueden empero asaltarnos las dudas sobre la dulce docencia de tales seres al leer la siguiente fábula de Esopo, bajo el título de «El buitre y las otras aves» (de ferviente actualidad):

Fingiendo un buitre que quería celebrar el día de su nacimiento, convidó a las otras aves menores a cenar, y cuando las tuvo dentro de su cueva, cerró la entrada y comenzó a matar una y después a otra, hasta acabar con todas. Cuando un poderoso te halaga y te convida, guarda que no te engañe.

La brevedad característica de las fábulas ha servido a este género para convertirlo en uno de los más valorados por todo tipo de lectores. Las evocadoras situaciones a las que nos transportan, junto a su valor edificante y moral, hacen de estos relatos un instrumento más que adecuado para transmitir de una generación a otra la sabiduría de los distintos pueblos. En ellas se observamos, en primer lugar, un conciso planteamiento (en el que por lo general se presenta a los personajes y el conflicto que les une o separa), y en segundo lugar se pasa a la acción que, finalmente, desemboca en una conclusión. Como explica Rodríguez Adrados, «hay una manera de ser de las cosas, simbolizada por el mundo animal, humano y divino presentados en la fábula: el que se obstina en obrar contra ella sufre las consecuencias y ha de lamentarse o resignarse a ser objeto de sátira; o, simplemente, es muerto y sufre desgracia».

En lengua española, además, contamos con grandes maestros que han hecho de la fábula su arte y oficio. Ramón de Campoamor, maestro en ilustrar las emociones humanas, pinta de esta manera «El amor y el interés»:

Sentía envidia y pesar una niña que veía que su abuela se ponía en la garganta un collar. «¡Necia! -la abuela exclamó-, ¿por qué me envidias así? Este collar irá a ti después que me muera yo». Mas la niña, que aún no vela con la ficción la codicia, le pregunta sin malicia: «¿Y morirás pronto, abuela?».

O Juan Eugenio Hartzenbusch en esta tan breve como elocuente:

«Mira esa fuente plácida, Florencia, que fluye sin rumor y baña el prado”, de la que el autor extrae la siguiente enseñanza: «Con su ejemplo enseñado, haz al prójimo bien, y hazlo en silencio».

O la brillante sencillez de Felix María de Samaniego:

Dijo la Zorra al Busto, después de olerlo: «tu cabeza es hermosa, pero sin seso». Como este hay muchos, que aunque parecen hombres sólo son bustos.

Sea en prosa o en verso, con animales, humanos o plantas como protagonistas, las fábulas encierran una sabiduría muy cercana, accesible a cualquier lector, en las que a través de un chispeante relato se extrae una útil lección moral. O como explica Rosario de la Iglesia, «la fábula es la expresión de una máxima de conducta ejemplificada por medio de una breve historia».

Y es que, como escribía Esopo, «Pueden más el arte y el ingenio que la fuerza»:

Una corneja sedienta fue a beber a un pozo y encontró allí un cubo que había en un pozo de agua, pero tan honda que no podía alcanzarla; mas la misma fuerza de la sed que padecía le hizo ingeniarse, y así trajo con el pico muchas piedrecitas y las fue echando en el cubo, hasta que el agua subió y pudo beber, satisfaciendo así su sed.

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