La necesaria pervivencia de la subversión: ejercer la libertad

Vivimos tiempos turbulentos, social y económicamente, en los que se hace difícil entregar la confianza ciudadana a las instituciones políticas y estatales. Tiempos en los que, por otra parte, un pluriforme populismo (sea de izquierdas, sea de derechas) se ha adueñado de algunas conciencias que, a fuerza de tener que vivir, se han convencido de que no hay más solución a nuestros problemas que la de seguir –ciega y religiosamente– las directrices de nuevas iniciativas políticas. Tiempos que nos recuerdan, en algunos puntos, a aquellos que viviera José Ortega y Gasset en el primer tercio del siglo XX, cuando denunciaba sin temor que existen partidos que…

… tienen su clientela en los altos puestos administrativos, gubernativos, seudotécnicos, inundando los Consejos de Administración de todas las grandes Compañías, usufructuando todo lo que en España hay de instrumentos de Estado. Todavía más; esos partidos encuentran en la mejor Prensa los más amplios y más fieles resonadores.

Palabras que sin duda se nos hacen extraña y dolorosamente actuales y aplicables, sin excepción (pese a quien pese), a todos y cada uno de los principales partidos políticos. Podríamos decir que la libertad está en venta, que la libertad ha hecho aguas en su intento por perseverar al margen de cualquier tipo de condicionamiento. Que la libertad, en fin, está en peligro de defunción. La libertad se ha perdido a cambio de tener la posibilidad de poder vivir, de sobrevivir.

No es que la libertad muera para siempre, sino que el ahínco por conservarla, practicarla, defenderla y animarla se ha convertido en un gregarismo muy difícil de entender. Un gregarismo político, institucional, que delega el ejercicio de la libertad en el partido de turno, en la asociación de vecinos, en el club de amigos de dominó y, en fin, en cualquier organismo que logre apartar de sí la responsabilidad –del todo individual (y por ello social, ciudadana)– de adueñarnos de ella, de tener no sólo el derecho sino también y ante todo la obligación de portarla y asegurarla.

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La subversión, en todas sus vertientes, ha sido siempre temida, perseguida y sofocada por el poder establecido. El pensamiento crítico, arma intelectual de inmortales humanistas y científicos en otro tiempo, se plantea en la actualidad como una amenaza a batir. El capitalismo se ha convertido en un juego del que fatalmente todos formamos parte activa –a veces sin querer y a fuerza de vivir, de sobrevivir–. Numerosas vías de disensión han sido incluso absorbidas y aprovechadas por el sistema (véanse los cada vez más abundantes libros de autoayuda o la actual filosofía de moda, repletos de un descarnado y dulzón optimismo siempre alineado del lado de las élites políticas y económicas), malversadas o ridiculizadas (bajo el manido apelativo de «antisistema») con el objetivo de hacer de ellas un elemento inofensivo para el establishment.

A pesar de ello, las voces discrepantes y las rebeliones contra la autoridad vigente siempre han existido (y existirán) bajo una u otra máscara. En ocasiones de manera monstruosamente silenciosa, como denunciaba Unamuno en En torno al casticismo; en otras, bajo la forma de declarada revolución.

Desde los tiempos del Egipto de los faraones, pasando por la Esparta del siglo II a. C., hasta llegar a las primeras revueltas que propiciaron la Revolución rusa de 1917 y a los movimientos ciudadanos de los últimos años, distintas iniciativas disidentes han intentado modificar la conciencia establecida, despertarnos de un sueño del que todos somos presa y del que sólo conseguimos zafarnos cuando un Sócrates (que no dudaba en autodenominarse «tábano») viene a agitar las tranquilas aguas en las que nadamos. Quizás aquel «orden establecido», como el propio Unamuno confesaba en una carta de 1924 desde su destierro en Fuerteventura (al que fue confinado por la dictadura de Primo de Rivera), no sea más que el «desorden de la tiranía», la «anarquía del poder».

Ya leemos, por ejemplo, en premonitorias palabras del romano Salustio, que «en cuanto la riqueza comenzó a ser dignificada, a atraer gloria, imperio y poder, la virtud empezó a embotarse. […] Así, a causa de la riqueza, nuestros jóvenes se vieron atrapados por el lujo, la avaricia y la soberbia». ¿Tendría alguien valor para leer estas palabras de Thomas Jefferson al mismísimo Donald Trump?:

Las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a ellos privarán a la gente de toda posesión, primero mediante la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que sus padres conquistaron.

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Cuando Tucídides narra el conflicto entre Atenas y Esparta (que duró más de veintisiete años), pone en boca de Melios la siguiente afirmación, que bien podría servir como telón de fondo de esta arenga en forma de artículo: «Someternos es rendirnos a la desesperanza, mientras que si actuamos queda todavía para nosotros la esperanza de ser capaces de mantenernos en pie…». Más contundente si cabe se mostraba Étienne de la Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria:

Un pueblo se esclaviza, se degüella a sí mismo cuando, ante la opción de ser vasallo u hombre libre, deserta de sus libertades y se unge al yugo, consciente de su propia miseria o, cabría decir, parece darle la bienvenida. […] No os pido que pongáis las manos sobre el tirano para derribarlo, sino simplemente que dejéis de sustentarle. Entonces le veréis, como un gran Coloso al que retiran su pedestal, caer desde sus propias alturas y hacerse pedazos.

Son innumerables los testimonios históricos que abogan clamorosamente por la necesidad de la subversión y la disidencia como motores de una crítica necesaria de lo establecido. Por ejemplo, «El cuento del campesino elocuente», en el que se relatan brevemente los sucesos acaecidos a un hombre egipcio (ca. 1800 a. C.) que, tras ser engañado para que su burro comiera del grano de un noble (con el consiguiente castigo físico), no dudó en acudir al faraón para presentarle una denuncia formal; tras aquel encuentro, en el que el afectado puso toda su elocuencia al servicio de la verdad, el monarca ordenó al pérfido noble que entregara al campesino todas sus propiedades y que también le fuera devuelto su burro. En el alegato del campesino leemos:

El Sin Voz, que recurre a vos para comunicaros sus cuitas, no tiene miedo a presentároslas […]. ¿Acaso está inclinada la balanza de la justicia?

En esta última cita quedan bien resumidas dos de la notas características de la subversión: la dificultad para hacerse notar (el «Sin Voz» es desplazado a un ámbito social donde el grito disidente ha de ser proferido desde el silencio, relegado a la posición de outsider) y la voluntad, sin embargo, de hacerse escuchar a pesar de todo. Un valor, una voluntad, un ahínco, que, en muchos casos, redunda en la violencia como respuesta en cualquiera de sus formas (policial, política, religiosa, económica, etc.). Lejos queda aquel dictum del poeta árabe Abu Ala Al-Ma’Ari:

No hay más líder que la razón, para dictar los caminos de la mañana y el anochecer.

El profesor Marcos Roitman Rosennmann ha denunciado igualmente esta descarada y triste persecución de los elementos subversivos en su magnífico libro La criminalización del pensamiento: «El proceso de deshumanización avanza a pasos agigantados. Los mecanismos de control social se han generalizado. […] El capitalismo global ha hecho del planeta una cárcel perfecta. […] Las clases dominantes han logrado crear un sistema social sobre bases totalitarias, criminalizando el pensamiento, el nuevo chivo expiatorio sobre el que transferir la culpa colectiva». Y concluye de manera contundente: «Se abre un mundo sin reflexión crítica, sin vivencia ciudadana, sin experiencia del nosotros colectivo«.

Nuestra sociedad se ha transformado, a ojos del pensador Byung-Chul Han, en el «infierno de lo igual», de lo homogéneo, y la transparencia se ha convertido en su auténtico profeta, en una coacción sistémica que «se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio», haciendo de la sociedad un constructo que se estabiliza y acelera al gusto de las clases dirigentes:

El capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe.

Por mucho que sea «más peligroso cerrarle la boca a la gente que represar un río» (Liu Xiaobo), ¿ha terminado por extinguir el sistema toda forma posible de disidencia efectiva? La sociedad y –más que nunca– los intelectuales (aquellos que aún no se han vendido) deben encontrar material suficiente, pues las razones sobran, para reformular las reglas de este juego al que todos jugamos llamado capitalismo (en su deriva más violentamente neoliberal), para reconfigurar, repensar y –llegado el caso– modificar nuestra perspectiva y dejar de ser peones para comenzar, al fin, a ejercer como torres y alfiles.

Quizá haya llegado el momento de reconsiderar, individualmente, a quién, cómo y por qué queremos obedecer. La libertad, como apunta La Boétie en el texto aludido, es un impulso natural del ser humano del que no puede prescindir, sea en sociedad, en una celda o contemplando un bello amanecer. No nos dejemos engañar por quien intenta hacer de las instituciones –muchas veces corrompidas– el único modo de practicar esa libertad, de llevarla a cabo. La libertad se practica a pesar de todo y de todos. Comienza con el pensamiento y termina con y en la acción de la escena pública compartida: una acción convencida de la que no deberíamos prescindir. No elaboremos (ni dejemos que nos elaboren) mentiras que podamos creer apaciblemente. Si nacemos siervos también es cierto que podemos crecer libres, porque –como sentencia La Boétie–:

… la naturaleza del hombre es ser libre y querer serlo.

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7 comentarios en “La necesaria pervivencia de la subversión: ejercer la libertad

  1. Espléndido artículo por su excelencia en sus fuentes y su elogio del humanismo libre, responsable y crítico… Ese miedo a la libertad que aliena a la mayoría de ese nuevo orden globalizado, son los pies de barro de este coloso o becerro de oro al que todos rendimos pleitesía, mientras esperamos que los políticos de turno bajen del monte con las nuevas tablas de la Ley…Arrostrados por el pánico a seguir a los líderes (populistas) cientos de años por amargos desiertos… Sin saber que esos mismos líderes están castigados por la zarza ardiente a no pisar nunca el sendero de la libertad… Saludos y gracias.

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    • Esto se explica también porque el esquivo conocimiento nos separa y la infinita ignorancia nos hermana como a Caín y Abel. Porque según C. M. Cipolla: cada sensato se encuentra rodeado de miriadas de estúpidos.

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  2. La Libertad es un valor universal, al menos en el ideal o incluso en la Utopía. ¿Es necesidad o sólo un anhelo? ¿Por qué lo dejamos en manos de terceros? Queremos que otros piensen y resuelvan por nosotros, por eso prevalecen los sistemas políticos y sus títeres visibles, claro, el titiritero está tras el telón.
    La visión que nos obsequia y pretende la reflexión en su artículo -tal vez por eso mismo su limitación- tiene una visión Euro-céntrica y una contradicción al decirnos que, «hay que reconfigurar..», Lo que significa volver al recurrente error de «construir» sobre los mismos cimientos de cualquier ideología imperante y que por supuesto es notorio que no ha funcionado más que para sus operadores. Y eso nos inhibe la Libertad ya de por sí con un paredón que saltar llamado decisión o lección de antemano inducida
    por quienes manejan los hilos de la comedia política.
    Por otra parte, Ortega tuvo razón, así como sus predecesores y sucesores por algo simple: Los humanos vivimos -por elección propia, ajena o de terceros y hasta inconsciente- en ciclos; de ahí que las condiciones sean en el fondo las mismas y en algunos casos más críticas como hoy sucede durante o después de la pandemia viral que ciertamente puso a prueba la libertad…
    Saludos desde México. Felicidades por ocuparse del tema.

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  3. Las dos caras se necesitan, faltó. El sáb., 16 de mayo de 2020 10:19 a. m., dafne yenbo escribió:

    > Las dos caras de la misma moneda. Ambos lados, tienen sus mecanismos > idóneos de sometimiento, que actúan ambos utilizando el mismo impulosr: el > miedo. Ambas caras se odian y se temen a la vez. Y ambas, meten miedo para > adentro, para los q estaríamos atrapados. Unos le temen al despojo de las > izquierdas, los otros a las tentaciones del capitalismo inmisericorde de > las derechas. Se igual. > > El mié., 13 de mayo de 2020 3:54 a. m., El vuelo de la lechuza <

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  4. Al respecto Skinner afirma, que nuestros actos obedecen a nuestras necesidades y temores, en este contexto, ¿dónde se encuentra la libertad? Lo admitamos o no actuamos estemos conscientes o no, lo hacemos compulsivamente. Skinner: Más allá de la libertad y de la dignidad.

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  5. Un pueblo se esclaviza, se degüella a sí mismo cuando, ante la opción de ser vasallo u hombre libre, deserta de sus libertades y se unge al yugo, consciente de su propia miseria o, cabría decir, parece darle la bienvenida. […] No os pido que pongáis las manos sobre el tirano para derribarlo, sino simplemente que dejéis de sustentarle. Entonces le veréis, como un gran Coloso al que retiran su pedestal, caer desde sus propias alturas y hacerse pedazos. Étienne de la Bóetie, casi cinco siglos antes, nos describe la actual situación en la que vive nuestra sociedad. La facilidad en la que hemos asumido la falta de libertad por el supuesto bien común, sin un ápice de discrepancia -y si lo ha habido, ha sido debidamente ridiculizado- solo me hace pensar que de la Bóetie nunca pensó que sus congéneres del siglo XXI serían unos devotos esclavos cuya necesidad de libertad solo fuera sobrevivir entre cuatro paredes y aplaudir cualquier estúpida ley sin tener la precaución de dudar de ella. La necesidad de querer ser libre se ha sustituido por otra necesidad: obedecer para seguir sobreviviendo con la boca tapada y la mente al servicio de la sumisión. La Llamada de Cthulhu, H.P. Lovecraft: A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos. Hasta el momento las ciencias, cada una orientada en su propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas.

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