A continuación puede verse la entrevista a Carlos Javier González Serrano en el programa de La 2 (Televisión Española) Para todos la 2, realizada en febrero de 2020 en los estudios de Sant Cugat de Barcelona. Más abajo pueden leerse algunas cuestiones que quedaron en el tintero y que el entrevistado puntualiza y precisa. Puede ampliarse información sobre el pesimismo en el artículo Instrucciones para ser un buen pesimista, de Carlos Javier González Serrano.
¿Qué relación existe entre filosofía y pesimismo?
El más antiguo texto que se conoce sobre el mal data del siglo XXI a. C., un texto egipcio en el que un individuo desorientado, al que le pesa su existencia, dialoga consigo mismo, con el título de Diálogo de un desesperado con su alma. Desde antiguo, la filosofía se ha planteado la existencia del mal como un hecho. No podemos eludir la constatación de que existen el dolor, la mentira, la traición, el sufrimiento… Como reflexión sobre la existencia humana, la filosofía no puede permitirse pasar por alto estas circunstancias, todas tan humanas y que, además, nos humanizan. Lejos de lo que suele pensarse, y sin tener que hacer apología del dolor, el sufrimiento nos hermana, nos acerca y crea empatía. No sólo porque todos estamos expuestos a él, sino porque crea lazos de unión entre seres que están condenados a luchar entre ellos para obtener un puesto de trabajo, para encontrar un sentido a su vida, etc. Por eso, el pesimismo siempre ha defendido que la manera más sensata de observar la realidad es la de permanecer precavidos frente al continuo e inevitable asedio de desgracias. El pesimismo no defiende que tengamos que vivir apesadumbrados o desesperados, sino que resulta ingenuo pasar por alto el hecho del mal.
¿Dónde o cuándo podemos situar el origen del pesimismo filosófico?
Aunque ya desde antiguo existieron corrientes y filósofos pesimistas, como el griego Hegesias de Cirene (siglo IV a. C.), que consideraba la muerte como un bien (incluso le expulsaron de la ciudad porque provocó una oleada de suicidios), no fue hasta el siglo XIX cuando el pesimismo se estudió de manera sistemática y se investigó en profundidad. En este punto hay que mencionar, como padre del pesimismo filosófico, a Arthur Schopenhauer (1788-1860), un pensador que viajó desde muy joven por toda Europa gracias a la situación económica de su familia y que encontró, precisamente, que este mundo, al contrario de lo que defendió Leibniz, es el peor de los posibles (pobreza, los condenados a galeras, guerras, enfermedades, etc.). Schopenhauer sostiene que existe una voluntad universal que da vida y pone todo en movimiento, y cuya manifestación es un constante e inextinguible querer. A la vez, y junto a ello, se da un problema de raíz, fundamental, y es que el querer nunca cesa; es decir, resulta imposible encontrar una satisfacción total de nuestros deseos y, por tanto, nunca seremos felices. Al menos no del todo. Ya lo dijo nuestro Baltasar Gracián: presagio de desdichas es el llanto del recién nacido al llegar al mundo. Vivir con esta consciencia, con la certeza de que no hemos nacido para ser felices, sostiene Schopenhauer, nos da armas para enfrentarnos a un escenario, nuestro mundo, que está en permanente lucha consigo mismo. Esa voluntad no para de devorarse a sí misma. Lo vemos en la naturaleza (los animales se matan los unos a los otros, los árboles luchan por la luz del sol, etc.) y los humanos nos traicionamos y creamos guerras para mantener un dominio siempre artificial. Hoy, con el imperio de las redes sociales, lo comprobamos mejor que nunca: tenemos que ser más que los demás, mostrar y demostrar más que los otros. Vivimos en lucha continua. Hacernos conscientes de ello, desde el pesimismo, es -paradójicamente- el principio para crear un mundo mejor.
¿Por qué el pesimismo puede ser un instrumento útil para pensar nuestro presente?
Ser conscientes del propio mal es comenzar a ser conscientes de nuestra realidad. Sin reflexionar sobre el mal, sobre el sufrimiento, sobre los males de nuestro tiempo, nos resulta imposible cambiar las cosas. O, al menos, preguntarnos si podemos cambiarlas. El optimismo tiende a dejar todo en su sitio, es un mecanismo de pensamiento que nos hace estáticos, que nos deja inermes: todo es tan bueno como puede ser. Al revés, el pesimismo y su ejercicio es revolucionario: nos hace ver qué va mal y analiza qué puede cambiarse, permite comprobar e investigar aquellas estructuras, sean biológicas, sociológicas, políticas o antropológicas, que hacen que el sufrimiento continúe su camino libremente. El pesimismo nos invita permanentemente a pensar y, sobre todo, a pensarnos. En el pesimismo está la raíz del pensamiento, de la filosofía. Esto se ve ya en uno de los grandes libros sapienciales de la Biblia, el libro de Job, en el que el mismísimo Yahvé es tentado por el diablo para probar a su más leal siervo, Job, que se ve cuestionado por sus amigos más cercanos. O en el Eclesiastés, uno de los más hermosos textos de la literatura, que nos hace ver el mundo como un valle de lágrimas. La gran pregunta que ambos libros nos dejan es: ¿qué es el mal y por qué se da?, y, más allá, ¿qué sentido encierra el mal? El pesimismo no nos abandona nunca: ser pesimista no es rendirse ante el mundo, sino hacerlo presente para pensarlo y observarlo con ojos críticos o, como decía Ortega, con «los ojos en pasmo», en constante asombro.
Al respecto de la obsesión por la felicidad y sus efectos sociológicos, ¿por qué un sano pesimismo puede curarnos del imperativo de la felicidad?
Defiendo vivamente que el pesimismo es una auténtica revolución. Hasta bien entrado el siglo XVIII, salvo algunas excepciones, y bajo el dominio del pensamiento teológico occidental, se pensaba que el mundo era como debía ser; Dios se esconde tras todo acto y, en este sentido, todo guarda un significado que desconocemos. Cabe preguntarse (y así lo hacían los pensadores de aquellos tiempos): si Dios es bueno, ¿puede querer nuestro mal? Y sin embargo, el mal existe. El pesimismo cuestiona, ya desde Voltaire en su breve y fantástica novela Cándido, ese trono divino. No por esperar que todo vaya a salir bien crearemos un mundo mejor. Todo lo contrario. El mundo, lo queramos o no, es como es, y tenemos que pensarlo como es. No sirven excusas. El pesimismo no llama a la rebelión, pero sí a la revolución intelectual: vivimos invadidos por un meloso y muy peligroso imperativo de felicidad, rodeados de libros de autoayuda que nos hacen creer que hemos nacido para ser felices. Están creando seres humanos muy poco humanos, poco preparados para sufrir: se está patologizando todo lo que tiene que ver con el dolor y el sufrimiento, cuando la insoslayable realidad es que todos sufrimos pérdidas, rompemos con nuestra pareja, tenemos crisis con los amigos o en el trabajo, y, sin embargo, nos están abocando a una sociedad medicalizada, torturada porque no sabe que en el meollo de la existencia también se encuentra el sufrimiento. El pesimista no dice que tenemos que sufrir, sino que debemos estar preparados para sufrir. En este sentido, el pesimista es un revolucionario: no quiere dejar el mundo como es, pero tampoco crea falsas expectativas. Nos sitúa en él como privilegiados y muy realistas espectadores.
Interesante.Gracias por el aporte que se hace desde El vuelo de la lechuza.
Podrían subir artículos tambien sobre filósofos latinoamericanos que piensen nuestra realidad?
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El optimismo me viene precisamente de ver/saber que la felicidad depende de mi, es/ha de ser una conquista mía. No está en manos de otros.
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El estado del alma es de felicidad. El pesimismo surge cuando la mirada se dirige al exterior, más que al mundo interior.
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Me parece bastante adentrado a la realidad que estamos viviendo , el pesimismo que ven algunos al estar confinados puede ser que al final les lleve al punto de reflexión para un cambio,para visualizar como sobrellevar problemas parecidos en el futuro. Además que apoyo el hecho que nos ayuda a mirar con realismo y simplicidad.
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Siempre he creído ser una persona un poco triste. Hoy Carlos Javier, me ha hecho ver, que no soy triste sino pesimista y por ello, estoy feliz (…pero no hay problema, mañana ya se me ha pasado :))
gracias por el vuelo de la lechuza
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Al final el exceso de pesimismo y optimismo te paraliza, en el equilibrio está el movimiento, la realidad, la vida
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Me pareció muy interesante
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