«Peter Camenzind», la primera novela de Hermann Hesse

Peter CamenzindPuede decirse que Hermann Hesse es un autor leído y abundantemente comentado (aunque no siempre sea así en lengua española). Sin embargo, son numerosas las obras del autor alemán que perviven ocultas o a la sombra de otras que, a través del boca a boca, han quedado definitivamente afincadas en la mayor parte de los anaqueles de los aficionados a la lectura.

Entre estas últimas se incluyen El lobo estepario, Siddharta o Demian; en el primer grupo de libros invisibles, por su parte, podemos referirnos a Bajo la rueda, Hermann Lauscher, Una hora después de media noche, Narciso y Goldmundo o Peter Camenzind. Ésta fue la primera novela larga de Hesse (1904), y en ella pondremos nuestra atención en esta ocasión.

Las novelas de Hesse giran regularmente alrededor de una multiplicidad de temas que son tratados a través de la biografía de los personajes que las pueblan. Los paisajes en los que éstos viven suelen ser reconocibles y plásticamente descritos (de un modo que nos recuerda, en nuestra literatura, a Pío Baroja, tan lejos de la indeterminación local propia de los escritos narrativos de Unamuno), pero ello no impide que la fuerza e idiosincrasia de las novelas de Hesse recaigan sobre los movimientos anímicos de los propios personajes.

Hesse recoge el poso literario alemán característico de las novelas de formación (Bildungsroman), y transfigura el modo en que éstas transcurrían: de un cierto fatalismo del destino, frente al que los protagonistas de turno han de agachar la cerviz y acoger de buen grado lo que los acontecimientos les depara (tradición que impregnaría incluso algunas obras del teatro español de mediados del siglo XX, como en el caso de Historia de una escalera de Buero Vallejo), se transita hacia un tipo de personaje que, a pesar de saberse inmerso en aquella rueda del destino, desea intervenir en ella mediante mecanismos recurrentes en la obra de Hesse: el arte, la abnegación, la espiritualidad, la pureza de ciertos sentimientos y la conciencia de que somos seres poseedores de una conciencia fragmentada.

Aparentemente sencilla, Peter Camenzind cuenta la historia de un joven de difícil infancia, en la que ha de enfrentarse a la temprana muerte de su bondadosa madre y a los maltratos físicos y verbales de un padre del que, ya en su vejez, tendrá que ocuparse. Frente a tan turbulentas circunstancias, Peter logra refugiarse en la contemplación y disfrute de la fuerza de la Naturaleza, que siempre le acoge y asombra, hasta el punto de querer mimetizarse y ser uno con ella:

¡Oh las nubes hermosas y eternamente cambiantes! Yo era un niño ignorante y las amaba ya, sintiendo acaso la atracción de nuestra semejanza. También yo sería una nube más, atravesando, rauda, el cielo de la vida. Yo sería también un eterno caminante, forastero en cualquier parte y suspendido siempre entre el tiempo y la eternidad. Quizá por eso han sido las nubes unas buenas amigas, unas verdaderas hermanas mías. No podía salir a la calle sin cambiar con ellas un saludo, sin que me hicieran señas con sus algodones hinchados por el viento y yo correspondiera con una sonrisa a su amabilidad. Y nunca he olvidado sus formas, sus suaves tonalidades, sus juegos, sus danzas, sus bailes y descansos. Su realidad, celeste y terrena al mismo tiempo. Y sus cuentos llenos de fantasía (Peter Camenzind, I).

Fruto de este nexo tan vívido entre Peter y el paisaje que le rodea, surge muy pronto una interesante relación entre nuestro protagonista y los escritos de Francisco de Asís, a los que acude como medicina reconfortante y como motor para perfeccionar su actitud frente a la existencia. En paralelo, descubre el poder de la literatura a través de la lectura de Goethe y Shakespeare:

… me di cuenta de lo divino y lo grotesco de todo el humano ser: el problema de nuestro corazón y nuestra mente, la honda esencia de la historia del mundo y el portentoso milagro del espíritu capaz de alumbrar nuestros cortos días y de elevar nuestra existencia por la fuerza del conocimiento hasta las alturas de la propia eternidad.

Hermann Hesse despacho

Como apuntábamos más arriba, ya hemos encontrado los dos ingredientes básicos de las novelas de Hesse en Peter Camenzind: una historia vital impregnada de la sombra inquebrantable de un destino que nunca se detiene, y los instrumentos que el joven Peter empleará a lo largo de sus aventuras para hacer frente a los problemas y contrariedades propios de la vida. Uno de los diversos amores frustrados de Peter, Elisabeth, confiesa al protagonista: «No es usted poeta y escritor porque escribe novelas cortas y ensayos en los periódicos, sino porque comprende bien a la Naturaleza y ama sus encantos», encantos que, por otra parte, encierran un hondo abismo y nos reclaman permanentemente como sus posibles intérpretes.

Todo cuanto existe ha sido creado para que nuestra alma, mediante el arte, pueda encontrar un lenguaje y una expresión que dé testimonio del mudo anhelo de lo divino que late en el corazón de cada cosa. Sin embargo, en el análisis de la realidad surgen las inevitables dudas:

¿Qué había sido mi vida entera, y para qué habían pasado sobre mí tanta alegría y tanto dolor? ¿Por qué había sentido aquella sed de verdad y belleza y seguía estando aún sediento? ¿Por qué había amado quedamente a unas mujeres, sintiendo todo el dolor de mi amor inalcanzable…, yo, que en aquellos instantes volvía a abatir la cabeza, con lágrimas y vergüenza de otro triste amor? Y ¿por qué había prendido Dios aquella inextinguible melancolía de amor en mi corazón, prescribiéndome luego la existencia de un solitario, sin nada que amar ni nada que sentir? (Peter Camenzind, V).

Hesse fumando

Los amores propios de la adolescencia y la juventud dan entonces paso al descubrimiento de algo que Peter venía sospechando desde tiempo atrás: nuestra felicidad no tiene mucho que ver con la satisfacción de los deseos externos, sino más bien con la adecuación de nuestro corazón a los avatares de una existencia, la humana, que se desarrolla bajo la segura conciencia de la muerte y la decrepitud: «Me daba cuenta de que no existían fronteras serias y fuertes y que en el círculo de los pequeños, de los oprimidos y de los pobres, la existencia no es tan sólo más varia, sino también muchas veces más cálida, verdadera y ejemplar que la de los favorecidos y rutilantes».

No desgranaremos los sucesos a los que Peter ha de enfrentarse a lo largo de la historia que Hesse relata. Sí os invitamos sinceramente, sin embargo, a leer el libro –por raro que parezca– a través de una cita que podréis encontrar en Demian. Y es que no hay mejor explicación para las novelas de Hesse que el estudio complementario de cada de una de ellas:

Por todas partes se busca la «libertad» y la «felicidad» en algún lugar tras de nosotros, de puro miedo a que se nos recuerde la propia responsabilidad, nuestro propio camino.

3 comentarios en “«Peter Camenzind», la primera novela de Hermann Hesse

  1. Según Popper, entre nubes y relojes transcurren nuestras vidas. Muchas veces imprevisibles, Vallejo añade, nadie sabe de los diciembres de este enero. Muy pocos relojes marcan la misma hora, relojes que se atrasan o adelantan. Hay también relojes descompuestos cuya virtud es dar la hora exacta cada 12 horas.

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