Elias Canetti: pensamiento contra la muerte

Canetti El libro contra la muerteElias Canetti (1905-1994) se declaró siempre firme enemigo de la muerte. En un ensayo de 1962 insistía en la vinculación entre poder y supervivencia, y ponía de manifiesto hasta qué punto el interés por la muerte (pero sobre todo por los muertos) subyace e incluso precede a aquellas dos nociones. Desde muy joven, los escritos de este autor –aún escasamente leído en el contexto hispanohablante a pesar de haber obtenido el Nobel de Literatura en 1981– llevan impreso el sello de la no aceptación de nuestro postrero final. Es por eso que Canetti quiso escribir la obra definitiva contra la muerte, a pesar de que nunca llegó a publicarla. Sin embargo, contamos con numerosos apuntes y fragmentos que nos dan una idea del proyecto que el autor búlgaro deseó llevar a cabo, y que Galaxia Gutenberg ha publicado en excelente edición bajo el título de El libro contra la muerte.

Al comienzo de La lengua salvada leemos que «hay pocas cosas malas que no tuviera que decir del ser humano y de la humanidad. Y sin embargo, mi orgullo con respecto a ella sigue siendo tan grande que sólo odio verdaderamente una cosa: su enemigo, la muerte«. La reflexión sobre nuestro fin se torna en obsesión en el conjunto de la obra de Canetti, siempre en constante diálogo y discusión con los pensadores defensores de la Parca, situándose en total oposición frente a aquellos que la justifican o que invitan a ella, desde los estoicos hasta Freud.

La promesa de la inmortalidad basta para poner en pie una religión. La pura y simple orden de matar basta para eliminar a tres cuartas partes de la humanidad. ¿Qué quieren los hombres? ¿Vivir o morir? Quieren vivir y matar, y mientras quieran esto tendrán que contentarse con las distintas promesas de inmortalidad.

De este desaforado interés por la muerte surge en paralelo la persistente idea sobre el poder, lo que hace de Canetti un autor terriblemente actual. Así, explicaba en La provincia del hombre que de los esfuerzos de un puñado de individuos por apartar de sí a la muerte fue como surgió la «monstruosa estructura del poder». En clara alusión a Adolf Hitler, Canetti denunciaba que para que un solo individuo pudiera seguir con vida, se hacía necesario como contrapartida un número indefinido de muertes: «Aquí –asegura– es donde debería empezar la verdadera Ilustración que establece las bases del derecho de todo individuo a seguir viviendo».

Desde hace muchos años nada ha agitado y ocupado tanto mi espíritu como la idea de la muerte. El objetivo concreto y confeso de mi vida, la meta que, de un modo declarado y explícito, me he propuesto seriamente es conseguir la inmortalidad para los hombres (Canetti, La provincia del hombre).

Canetti

Por su parte, el concepto de masa inquietó por igual a Canetti desde una doble perspectiva: como fenómeno que atrae y fascina, y como espacio donde el yo queda diluido y sujeto a las manipulaciones del poder (sobre este aspecto dual resulta muy recomendable la lectura de su obra de teatro La comedia de la vanidad). El germen para comenzar la redacción de una de sus obras maestras, Masa y poder, fue –como él mismo confiesa– una manifestación obrera a la que asistió en Frankfurt cuando apenas contaba diecisiete años: la imagen de la multitud quedó definitivamente impresa en su memoria. Merece la pena reproducir la descripción que dejó plasmada en La antorcha al oído:

Era la atracción física lo que no podía olvidar, ese deseo intenso de integrarme, al margen de toda reflexión o consideración, ya que tampoco eran dudas las que impedían dar el salto definitivo. Más tarde, cuando cedí y me encontré realmente en medio de la masa, tuve la impresión de que allí estaba en juego algo que en física se denomina gravitación. […] Pues uno no era antes, estando aislado, ni después, ya disuelto en la masa, un objeto sin vida, y el cambio que la masa operaba en sus integrantes, esa alteración total de la conciencia, era un hecho tan decisivo como enigmático.

Esta obsesión por la masa acompañó a Canetti durante el resto de su vida, interés que se vio incrementado tras la lectura de la Psicología de las masas que Freud había publicado en 1921. En esta obra se defendía la existencia de una suerte de «alma colectiva» en la que se dan, como el propio Freud indica, «relaciones amorosas (o para emplear una expresión neutra, lazos afectivos). […] La masa tiene que hallarse mantenida en cohesión por algún poder. ¿Y a qué poder resulta factible atribuir tal función si no es al Eros, que mantiene la cohesión de todo lo existente?». El padre del psicoanálisis defendía que el integrante de la masa siente la necesidad de hallarse de acuerdo con el resto de integrantes del conjunto al que pertenece, y no habitar en oposición a ellos, lo que Freud catalogó como «amor a los demás», afirmando incluso que este tipo de unión establecía nuevos «lazos libidinosos» entre los miembros de la masa.

Elias Canetti

Lejos de este impulso erótico al que alude Freud, Canetti explica al inicio de Masa y poder que nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido: «Deseamos ver qué intenta apresarnos; queremos identificarlo o, al menos, poder clasificarlo. En todas partes, el hombre elude el contacto con lo extraño. […] Esta aversión al contacto no nos abandona cuando nos mezclamos con la gente». A juicio de Canetti sólo existe un camino posible para sortear este terror por el contacto físico con alguien desconocido, para evitar la tensión con que esperamos las disculpas y, en general, para eludir todo un universo psíquico oscuro que se abre ante nosotros al ser tocados por lo extraño: inmersos en la masa. Así, «de pronto, todo acontece como dentro de un solo cuerpo. […] Cuanto más intensamente se estrechan entre sí, más seguros estarán los hombres de no temerse unos a otros. Esta inversión del temor a ser tocado es característica de la masa».

A partir de este descubrimiento de los bajos fondos humanos, Canetti elabora una monumental obra que se hace cargo de las características de la masa y las condiciones que han de darse para que ésta pueda formarse, mantenerse y finalmente desaparecer, teniendo en cuenta que los atributos genéricos de la masa no varían: siempre quiere crecer (su naturaleza expansiva no conoce límites, y si existen, son creados artificialmente); en el interior de la masa reina una igualdad jamás puesta en duda; en tercer lugar, la masa ama la densidad (nada ha de dividirla ni interponerse entre sus miembros); por último, la masa precisa de una dirección, está en movimiento y se mueve hacia algo (existirá siempre que tenga prescrita una meta no alcanzada).

En las guerras se trata de matar. «Las filas del enemigo fueron diezmadas». Se trata de matar a montones. Hay que acabar con la mayor cantidad posible de enemigos; la peligrosa masa de adversarios vivos ha de convertirse en un montón de muertos. Vence el que ha matado a más enemigos… se quiere ser la masa más grande de vivos (Canetti, Masa y poder).

En cualquier caso, el atractivo de Masa y poder frente a posiciones más o menos psicologizadas (como en el caso de Ortega y Gasset) o de índole pretendidamente científica (como en el caso de Freud), reside en que Canetti nos ofrece una explicación casi demoníaca de los fenómenos propios de la masa. Ésta nos atrae y repele por igual. Inmersos en la masa, quienquiera que sea el que se estreche contra nosotros, es idéntico a nosotros mismos, lo sentimos como a nosotros mismos, nos hacemos un solo cuerpo en virtud del terror a ser tocados por lo desconocido. La vida está hecha de distancias.. que a cada paso quedan difuminadas, rotas. Por eso, en opinión de Canetti, el fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es el denominado «descarga»: «antes de ella, la masa no existe propiamente: sólo la descarga la constituye de verdad. Es el instante en el que todos los que forman parte de ella se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales».

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Frente a la masa, es la muerte, sin embargo, lo que nos singulariza de modo totalmente violento: «Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil». Pero, a la vez, en nuestra sociedad contemporánea y occidental, es lo que nos hace innecesarios, banales, inútiles: la muerte nos convierte en un número, en una cifra (los muertos por cáncer, los muertos en guerra, los muertos por suicidio, los muertos en accidentes de tráfico, etc.). Y es que «Cada uno debería, por el hecho de haber muerto, ser único como Dios».

Como apunta Peter von Matt en el fantástico postfacio que cierra El libro contra la muerte, Canetti lleva a cabo una original y descarnada antropología del acto de matar: fue «quizá el primero en reconocer la inhumanidad inherente al acto mismo de contabilizar. Ese acto destruye la dignidad de la muerte individual, mata por segunda vez a cada caído en combate. El soldado muerto se convierte en simple elemento de una estadística. Deja de existir como individuo con nombre y destino». Y leemos a Canetti:

Los cálculos de la cantidad de muertos que costaría la guerra del Golfo, cálculos que se están haciendo en Estados Unidos actualmente, tienen algo repelente e indignante. […] La suma de los individuos se presenta como forma de intimidación. Los números son capaces de todo. El gran número de caídos suponía antaño un elemento de dicha y gloria para los supervivientes. Hoy se ha convertido en la cantidad aterradora de los muertos a los que no se les dio la libertad de decidirse a favor o en contra de la guerra.

En un giro similar al que ya practicara el también premio Nobel Rudolf Ch. Eucken, Canetti sostiene que el avance técnico y los progresos científicos nos han conducido a olvidar lo esencial: «lo más peligroso de la técnica es que aparta de aquello que realmente constituye al hombre, de aquello que éste necesita de verdad». También la muerte se ha «tecnificado», se ha convertido en algo muy poco humano y casi maquinal, en un acto puramente inercial. En 1943 anotaba Canetti en sus apuntes un inquietante aforismo: «A cuántos va a merecerles la pena seguir viviendo, cuando la gente ya no muera».

La maldición de tener que morir debe ser transformada en una bendición: la de poder morir cuando vivir resulta insoportable.

El libro contra la muerte encierra el más auténtico y original legado filosófico y literario de Elias Canetti. La muerte rodea, encarna y presenta cada una de las obsesiones de este magnífico y prolífico autor. Toda su obra se vertebra al hilo de su pugna, que él sabe perdida, con la muerte. El final de la vida humana debería recuperar un sentido y un significado que, en nuestros días, ha perdido: el de sabernos, precisamente, mortales; el de sabernos seres singulares que, cada día, roban a la Parca un pedazo de pastel que ésta sostiene en sus manos. Sin duda, una de las publicaciones más importantes de 2017.

Se puede matar todo, a un ser humano, una obra, un nombre e incluso a un dios, pero no a un amor verdadero.

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