Bailar con la muerte

Danzamacabra-35Explicaba Arthur Schopenhauer que el auténtico genio inspirador de la filosofía, quien nos conduce a reflexionar y a pensar nuestra circunstancia, es la idea de la muerte, el fin de nuestro fenómeno. En el apasionante libro que Miguel Ángel Ortiz Albero ha publicado en Fórcola, La danza de la muerte, encontramos una obra en la que, a través del arte en todas sus manifestaciones, se practica un atractivo ejercicio quirúrgico que, bajo la forma de un dantesco infierno, va descubriendo y comentando el espectáculo, a veces grotesco pero siempre inexorable, al que la Parca nos expone desde que existimos.

Un espectáculo que se presenta como una suerte de danza. El salón de baile es la propia vida; nuestro acompañante, la Muerte, quien siempre, inexpugnable pero dadivosa, nos presta su mano para comenzar una cuenta atrás presidida por el tiempo, su impenitente vástago y compañero de acechanzas.

Como comenta Ortiz Albero, la muerte nos sitúa ante nosotros como si fuéramos extranjeros de nuestro sí mismo. Ella nos iguala sin distinción, pues «la hora del baile puede llegar en cualquier momento». La muerte «no nos pierde de vista, como nosotros no podemos perderla jamás de vista a ella. Y todos igual, todos a una en el mismo baile, en la misma danza», como si de un temible pero singularmente atrayente tamborileo se tratara. Tanto nos cautiva como nos espanta. Así, leemos en fantásticas palabras de Ortiz Albero que…

Si entendemos la disolución y la muerte como caída, acaso podamos pensar en la última danza como un intento de liberación final, como ese sueño del vuelo frente a la fuerza de la gravedad, ese deseo del cuerpo libre y ensimismado de salir de sí mismo; el deseo de liberarnos de ese otro que tiene, seguro, nuestro mismo rostro, nuestro mismo cuerpo. Pero también pensaremos, y será inevitable, en el miedo del cuerpo a ser herido, a ser perdido para siempre en la caída. Plenitud, en la danza, y peligro. Tal vez sea ése el riesgo de la caída.

La danza de la muerte es un libro dirigido a espíritus osados, para derribar prejuicios y, sobre todo, afrontar nuestro fatal momento como si de una cortina, como si de un velo que hemos de descorrer se tratara con el objetivo, finalmente, de comprender que la muerte «desfila con su corte macabra» para ofrecernos una singular visión de la comedia de la vida. «A todos mueve el péndulo del tiempo y todos, siempre, seguimos y seguiremos el movimiento de esa farándula de manera mecánica, cogidos, como desde antaño, los unos de la mano de los otros», apunta Ortiz Albero en uno de los capítulos del volumen.

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Escribía Montaigne en sus Ensayos que la filosofía no es sino la disciplina que nos invita a transitar la vida bajo la atenta mirada de la muerte. Que la filosofía, al fin, es aprender a existir al malhadado amparo de la muerte. Pero sobre todo, para aprender a vivir a pesar de ella.

Ante el imperio de la Parca no sirve parapeto alguno (recordemos los inolvidables lamentos de Hamlet frente a la calavera de Yorick), y entendemos, al reflexionar sobre ella, que en la vida sólo podemos edificar «sobre la catástrofe, sobre el derrumbe y el quebrantamiento» de la visión que ella nos ofrece. Aunque quizá no sea del todo así, sugiere Ortiz Albero en su sugerente ensayo, compuesto por numerosas piezas de coleccionista de muy agradable lectura. Si la muerte manifiesta algo en su no-ser, en su ser que es (terrorífica) ausencia, es precisamente su capacidad para volver todo del revés, de manera que el pensamiento, el arte y las ciencias, en su continuo ahínco por mostrar el (aparente) progreso del género humano, sólo acierta a poner sobre la mesa nuestra incapacidad para comprender del todo el misterio de la vida. Un misterio que se cierne sobre nosotros por la clara conciencia del fin.

Cuando parece que la Muerte ha hablado ya con todos, dice a todos los que no ha nombrado, pues son numerosos, que vengan a toda prisa para entrar en su danza sin excusas; a lo que responden los que han de morir que seguro, así lo saben, que habrán de hacerlo, pues en cualquier momento la Muerte los mete en su corro. En cualquier momento, pues el corro no tiene ni tendrá, jamás, final. Todos, así lo rueda Bergman, se dan la mano para bailar esa farándula; se alejan, poco a poco, hacia la oscuridad; la lluvia cae sobre sus rostros, lavando la sal de las lágrimas de sus mejillas… Lo demás es silencio.

La danza de la muerteAcompañado de insignes maestros (Bach, Canetti, Brueghel el Viejo, Bertolt Brecht, Heráclito, Thomas Mann, Paul Valéry, Kafka, Goethe, Baudelaire o Poe), el autor de La danza de la muerte nos ofrece una preciosa y encomiable panorámica del influjo de la muerte en nuestra existencia y nos invita a bailar al son de la grotesca melodía que ella, en su sempiterno e incansable recorrido por el universo, no duda en entonar, segura de su triunfo.

Sin embargo, como explica Ortiz Albero, es esta imposible vuelta atrás en el salón de baile lo que, precisamente, nos hace ver frente a nosotros «al cuerpo que baila, al que lucha y al que ama. Aunque, tal vez, no podamos saber nada más».

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3 comentarios en “Bailar con la muerte

  1. Reblogueó esto en tibuwordsy comentado:
    Muerte, musa tan fiel que obliga, siempre, a retribuir su condicion amante. Ineludible, inescapable e incomprendida hermana muerte. Mas cercana que la misma piel.

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  2. La muerte para nosotros será nuestro destino ineludible e inevitable. Esa cita concertada en el momento justo de nacer. Lamentablemente para nosotros, los nacidos en la civilización occidental, esta va preñada de terror y miedo impuestos por una abominante religión cristiana. En resumen. ¿ Que es la muerte ?. ¿Una liberación ?. ¿ Un castigo ?. Sencillamente no es ni más ni menos que nuestro destino. El final del ciclo vital. Y el comienzo de ……

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