El hombre ha evolucionado hasta ser el que es mediante actos de desobediencia. Esta es la tesis que Erich Fromm defiende en esta publicación de Paidós. Nuestro desarrollo espiritual sólo se ha hecho posible a fuerza de existir personas que, a lo largo de la historia, se han atrevido a decir no a al poder establecido en nombre de su conciencia o de su fe.
La evolución intelectual del ser humano depende, así, de su capacidad de desobediencia a las autoridades –que siempre han tratado de amordazar a los nuevos pensamientos y movimientos–. «Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien provocar el fin de la historia humana», afirmación que queda comprobada de la mano del ejemplo del nazismo y el caso de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS que fundó su defensa tras la Segunda Guerra Mundial bajo el amparo de que «sólo obedecía órdenes». Eichmann es símbolo del hombre-organización, del «burócrata alienado» para el que hombres, mujeres y niños sólo suponen números.
Las personas adquirimos la libertad fundamentalmente a través de actos de desobediencia; temer a la libertad es sinónimo de no atreverse a decir «no». «En verdad –afirma Fromm–, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero».
El «hombre-organización» al que se refiere Fromm ha perdido la capacidad para desobedecer, y lo que es peor, ha sido expropiado de la potencia de darse cuenta de que lo único que hace es obedecer.
En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de la civilización.
Erich Fromm se pregunta en esta obra, donde se recogen una decena de artículos del autor, por qué se inclina tanto el hombre a obedecer y por qué le es tan difícil desobedecer. De hecho, mientras seguimos las directrices del Estado, la Iglesia o la opinión pública, tendemos a sentirnos más seguros y protegidos:
En verdad, poco importa cuál es el poder que obedezco. Es siempre una institución, u hombres, que utilizan de una u otra manera la fuerza y que pretenden fraudulentamente poseer la omnisciencia y la omnipotencia.
En un mundo tan turbulento como el nuestro, donde los poderes económicos predominan sobre los públicos y políticos, Fromm invita a evidenciar el hecho de que nuestra obediencia nos hace participar del poder al que incluso reverenciamos, razón por la que nos sentimos fuertes y arropados –pero, también y a la vez, razón por la que nos vemos impedidos a la hora de reflexionar sobre nuestras acciones–.
¿Cómo salir de este juego al que todos jugamos de forma inconsciente? Fromm intenta descifrar esa cuestión a través de una obra en la que afronta numerosos temas, siempre encaminados a fomentar la acción fundada en nuestras convicciones y juicios propios, más allá del sometimiento a los poderes establecidos.
Con permiso, esa «tesis fuerte» que defiende Erich Fromm la había enunciado ya un escritor – tenido por frívolo y decadente – que casualmente murió el mismo año que nació Fromm: «La desobediencia, a los ojos de todo el que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre. Al fin y al cabo, el progreso humano se ha hecho posible a través de la desobediencia; gracias a la desobediencia y a la rebelión».
Me gustaMe gusta
excelente escrito…
son unas muy buenas pautas para tener encuenta ala hora de escojer ser libres
Me gustaMe gusta
Y quien es ese otro autor, mefisto, no pusiste el nombre… Gracias
Me gustaMe gusta
@Ana: Mefisto escribió hace un año, dudo que conteste. Acabo de llegar a esta página por casualidad y al leer ese comentario supongo que fue Nietzsche (1844-1900).
Me gustaMe gusta