Victoria Camps y la necesidad de (repensar) las virtudes públicas

Cuando las creencias flaquean, nos quedan las actitudes.
Victoria Camps

Victoria Camps, catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona, publica una revisada edición de su libro Virtudes públicas. Por una ética pública, optimista y feminista en Arpa Editores. La motivación fundamental de esta obra, cuando apareció por vez primera hace treinta años, fue la de presentar un conjunto de «virtudes públicas» en forma de una ética (liberal) de las virtudes que sustentara en términos morales el ideal democrático.

Y es que, en palabras de la autora, la tesis que permea este libro es que «la democracia socioliberal que constituye nuestro subsuelo es una bella teoría, pero adolece de una sensibilidad moral adecuada para mantener la cohesión social en torno a los valores que supuestamente defiende». Si nuestro tiempo es el de la globalización, y si hemos hecho comunes aspectos como la economía, las comunicaciones y las modas, no ocurre lo mismo, sin embargo, con la ética. Ello, aduce Camps, por una razón muy simple: «que el valor ético prioritario y fundamental para nosotros es la libertad atribuida al individuo para construir la vida a su manera».

Virtudes públicas Victoria Camps

Una libertad que, precisamente, choca en ocasiones con aquella otra globalización de las costumbres y de las finanzas. Nos sabemos libres pero, en ocasiones, nos resulta difícil, si no imposible, serlo. Porque, explica Victoria Camps, «la obligación de poner sólo una porción de nuestra libertad al servicio de los demás se pierde entre un barullo de deseos y obligaciones que se presentan como más atractivos y urgentes». Los nuevos imperativos de la aceleración y el consumismo de la inmediatez desplazan o relegan, peligrosamente, el mayor valor de nuestra libertad: la responsabilidad. De esta manera, «tenemos teorías éticas impecables que no funcionan en la práctica», asegura la catedrática.

No la democracia ni los valores que la sustentan, por sí solos, nos hacen buenas personas. Los fallos que tiene la democracia son muchos: la corrupción, la desconfianza en quienes la gestionan, la ineficacia de los partidos políticos, la desatención a los problemas de los más vulnerables, el desprecio al otro cuando es pobre y solicita ayuda, la violencia contra las mujeres, la indiferencia ante el deterioro de la naturaleza, la utilización de la mentira para desacreditar al adversario, las faltas de respeto mutuo en el espacio público. Todos esos fallos reconocidos y reconocibles sin demasiada dificultad se producen no porque nos falten principios ni declaraciones de derechos. […] Se producen por no tener en cuenta los valores…

En el seno de esta contradicción entre teoría y práctica, entre ideas y mundo, es donde se sitúa el meollo y valor de este libro, que incide en la necesidad de insistir en una ética de las virtudes tal como la concibió Aristóteles: «No para promover hoy las mismas virtudes que él consideró imprescindibles […], sino por la función que les atribuye para el mantenimiento de la organización social y en la tarea individual de estructurar un comportamiento coadyuvante con la vida en común«.

Existe, pues, una ausencia de sentido moral consecuente con los principios que teóricamente profesamos como miembros de una sistema democrático. Y es que ya dijo Eleanor Roosevelt que los derechos universales que a todos nos amparan…

… comienzan en lugares pequeños, cerca de casa, tan cercanos y tan pequeños que no se pueden ver en ningún atlas, pues son el mundo de la persona individual; el barrio en el que vive; la escuela o universidad a la que asiste; la fábrica, la granja o la oficina donde trabaja. Estos son los lugares donde cada hombre, mujer y niño buscan igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igual dignidad sin discriminación. Si estos derechos no tienen significado ahí, no lo tendrán en ningún otro lugar.

Este libro, que aboga por una ética ejercida en conciencia (la ética no se enseña como la matemática o la geometría: se enseña con la práctica), se refiere al «contagio ético» como una premisa fundamental para fomentar el ejercicio de la virtud pública que esté atravesada por un razonable optimismo (puesto en la buena vida en comunidad), por lo salvífico de lo público (que nos invita a no sentirnos individuos aislados y, por tanto, a actuar en vistas al bien común) y por un inevitable e imperativo feminismo (que abogue por la igualdad sin ningún reparo ni cortapisa). Aprender a utilizar nuestra libertad es, así, el reto de la ética de las democracias liberales. Pues:

Ser libre significa poder escoger cómo vivir y, en consecuencia, tener la posibilidad de escoger mal, actuar inmoralmente, delinquir, ofender, mentir; o, por el contrario, escoger bien y contribuir al progreso individual y colectivo. La integridad moral depende de saber discernir entre ambas opciones.

6 comentarios en “Victoria Camps y la necesidad de (repensar) las virtudes públicas

  1. Victoria Camps aborda la ética desde la dinámica familiar: «si aquí no se respete los derechos..» en la sociedad ya es menos probable. La reflexión nos lleva a la economía hiperconsumista que ha enajenado a hombres y mujeres de un modo diferente, con la única finalidad de comprar los productos que ofertan usando los medios de comunicación como vehículo. Esto ha generado que las lógicas masculina y femenina se han distanciado mucho más, hay más machismo, por ser cotidiano, ya no provoca rechazo. Esto dentro de las familiar se expresa en la disfuncionalidad, sus miembros no se respetan, no se toleran, el maltrato es cotidiano y con la pandemia víctimas y victimarios permanecen juntos, la violencia doméstica ha aumentado exponencialmente. Es necesario pues reflexionar sobre este problema ya que las instituciones educativas se encuentran en otra dinámica de subsistencia.

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  2. Quién lee este libro? Quién lee ensayos o libros que traten sobre la ética o la moral? Quién lee a Aritóteles? Aquellos a quienes les interesa la ética, creen en la ética individual y en que la moral no 3s relativa ni subjetiva. O sea, aquellos que no los necesitan porque ya la practican. Escéptico? Sí. Aunque tal vez lo importante es seguir a Gabriela Mistral y cada día marcar el camino con nuestros propios actos. Difícil.

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