Quizá sea Sócrates una de las figuras históricas sobre las que más se haya especulado en términos biográficos. No es mucho lo que de él se sabe. Lo imaginamos como filósofo, como pensador y sabio de la Grecia clásica, pero su vida personal ha quedado siempre sujeta a un extraño misterio, acaso provocado por su peculiar manera de llevar a cabo su modo de filosofar: la constante y percutiente pregunta, que dio por resultado el llamado método socrático o mayéutica. No por casualidad fue llamado «el tábano de Atenas». Su máxima, bien conocida, puede ser resumida en la fórmula que empleó en el diálogo platónico Apología de Sócrates: «Una vida que no examine a sí misma no es una vida digna de ser vivida».
Y es este uno de los grandes enigmas que sobrevuela sobre Sócrates: que todo cuanto conocemos de él nos viene proporcionado por testimonios ajenos, sobre todo por su más predilecto discípulo, Platón. Tanto él como Jenofonte son las dos fuentes fundamentales para acercarse a la biografía del maestro de maestros filosófico.
Como apunta Armand D’Angour en su libro Sócrates enamorado. Cómo se hace un filósofo, «Platón es el que se considera más fiable desde el punto de vista histórico. De sus escritos emana una imagen nítida del Sócrates maduro, al que nos muestra como pensador original de sólida formación y mente aguda que lo cuestionaba todo de un modo insistente e irónico, a menudo irritante». Y añade D’Angour: «Platón nos ofrece también una visión de Sócrates como hombre mortal, fuertemente sexual y de excepcional valor, buen luchador en el campo de batalla. En la obra de Jenofonte, sin embargo, Sócrates aparece como caballero ateniense, ocurrente, jovial y buen conversador». Dos perspectivas que, en cualquier caso, nos aportan una imagen bastante aproximada y verosímil del Sócrates histórico.
Sócrates no parecía mostrar interés alguno por el aspecto más material de la existencia; tampoco por su vertiente más personal. Se dice que en los últimos años de su vida optó por un modo de vida muy austero, cercano a la pobreza, y no cuidaba en absoluto su apariencia, si bien su brillantez intelectual nunca se vio mermada. Pero ¿qué convirtió al Sócrates más joven y apasionado en la egregia figura que, con el paso de los años, llegó a ser el predecesor y maestro por antonomasia de la tradición filosófica occidental?
El libro de Armand D’Angour propone, de manera amena pero siempre rigurosa, un acercamiento a la personalidad histórica de Sócrates, ahondando en su sus años de juventud y haciendo hincapié en una protagonista femenina que seguramente tuvo una enorme relevancia en su devenir intelectual: Aspasia de Mileto. «La figura del joven Sócrates nunca ha sido suficientemente ponderada por los biógrafos, antiguos o modernos -apunta D’Angour-. Lo que sí está claro es que fue en sus primeros años como adulto cuando tomó la decisión de dedicarse a lo intelectual, gracias a diversas experiencias que lo transformaron y entre las que tal vez su relación con Aspasia fue la más significativa. Hasta ese momento, incluso después, se presentó siempre como guerrero impresionante, luchador atlético o bailarín, orador con cultura vastísima y amante apasionado».
Aspasia fue, con seguridad, una de las mujeres más importantes y elocuentes, pero también controvertidas, de su época. Contaba tan sólo veinte años cuando viajó en barco hasta Atenas, desde su natal Mileto (cuna del sabio Tales, eminente presocrático), en compañía de su hermana y su cuñado, Alcibíades el Viejo, alrededor del año 450 a.C. Pericles, caudillo ateniense, se vio muy pronto atraído por Aspasia, a la que doblaba en edad. El líder de Atenas tenía, además, dos hijos de un matrimonio anterior. Como nos cuenta D’Angour, «la joven Aspasia le cautivó con su físico, encanto e inteligencia, y alrededor del 445 a.C. se unió a Pericles como esposa de facto, aunque no de nombre. Hubiera sido muy complicado para Pericles saltarse su propia ley y convertirla en su legítima esposa». Casi desde su primer encuentro, se convirtieron en amantes inseparables hasta el día de la muerte de Pericles a causa de la peste, en el 429 a.C.
Una vez conocida, la noticia se convirtió en escándalo y los poetas satíricos no dudaron en referirse a esta eminente figura femenina, tan inteligente como bella -que despertaba las envidias de hombres y mujeres por igual-, como porné (prostituta) o pallaké (concubina), y al hijo que tuvo con Pericles (Pericles el Joven), nothos (bastardo). En el mejor de los casos, fue tenida por una hetaira, cortesana de las altas esferas que procedían de buenas familias. Sin embargo, la imagen de Aspasia a la que hacen alusión tanto Platón como Jenofonte es mucho más respetuosa, pues es tratada como una mujer admirable, segura de sí misma y, lo que es más importante, como maestra de elocuencia para Pericles… y el mismísimo Sócrates.
Sobre este punto resulta muy recomendable leer la muy enriquecedora novela publicada por Laura Mas, La maestra de Sócrates, en la que esta apasionante terna de personajes (Sócrates, Pericles y Aspasia), junto a un cuarto –Diotima de Mantinea-, cobra un papel preponderante. Pensada como una ficción, la novela de Laura Mas supone una más que accesible y muy agradable puerta de acceso a una época gloriosa de la Grecia clásica, en la que hombres y mujeres eminentes -que se consideraban a sí mismos libres- dieron inicio a la historia del pensamiento. Y es que una faceta muy poco reconocida en este amanecer de la filosofía es su (oculto) vértice femenino.
Laura Mas diseña una atractiva y muy sugerente novela (en lo histórico y en lo ficcional) en la que estos irrepetibles personajes, y algunos otros que dan brío narrativo al relato, se dan cita en un contexto en el que se nos permite observar de manera privilegiada a un plural Sócrates en acción (en el campo de batalla, filosofando en medio del ágora ateniense, obnubilado y apasionado por la belleza de jóvenes hombres y mujeres…), a un enamorado Pericles, que admira sin remedio a una arrebatadora Aspasia que, a su vez, entabla una interesante amistad con la mítica Diotima.
Es probable, y así lo apuntan numerosos historiadores, que Diotima de Mantinea fuera un personaje ficticio. Su nombre, que significa «honrada» o «bendecida por Zeus» parece pensado para recordarnos que en griego la palabra mantis hace alusión a lo profético: a lo que está por venir. Y no otra cosa representa Diotima: lo que, en la vida de cualquier humano, es digno de ser alcanzado, el amor por lo superior, por cuanto trasciende el mundo material.
Todo lo que Sócrates sabía sobre el amor es atribuido por él mismo a la misteriosa Diotima, que es nombrada y citada en El Banquete platónico con una aparición tan fulgurante como reveladora, pues es ella la que, nada más y nada menos, asegura por boca de Sócrates que sólo cuando la Belleza en sí hace presencia en la vida del ser humano, ésta merece la pena ser vivida. Mucho se ha especulado de si la Diotima de Sócrates no fue otra que Aspasia… El enigma está servido, y Laura Mas nos lo sirve de la mejor manera posible en forma de novela.
Conocer o conjeturar sobre la vida de Sócrates nos produce sentimientos encontrados, complace su condición humana, pues solo ha trascendido sus ideas, hay muy poco sobre su vida cotidiana, llama la atención se poco o ningún apego de algún proyecto de vida y su condena la acepta como término a su vida en medio de insensatos, su vida solo comparable a Ciorán de quien conocemos un poco más, es grato conocer o fabular sobre su vida cotidiana.
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Brillante comentario!!! Felicitaciones y Gracias!!!
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