Las vidas de Nietzsche

Enfrentarse, como objeto de estudio, a la vida del titánico Friedrich Nietzsche (1844-1900) supone un reto caleidoscópico para cualquier investigador. Si su obra se trazó mediante plurales y a veces enfrentados puntos de vista fue porque, precisamente, también su existencia estuvo plagada de sucesos que, a veces en franca contradicción, parecían poner todo en contra para llegar a formar un pensamiento coherente, único, definitivo. En no pocas ocasiones al propio Nietzsche le llevó un ímprobo trabajo reconocerse en sus escritos, frente a los que se situó como si fueran un raro espejo que puede deformar, adulterar o incluso inventar la realidad.

Vidas de Nietzsche

Y es que la vida de Nietzsche fue la vida de un escritor, como asegura el profesor Miguel Morey en su imprescindible Vidas de Nietzsche (Alianza Editorial, 2018): el hilo conductor de la existencia del pensador de Röcken viene dado, en palabras de Morey, por el modo en que el filósofo «entra, se sostiene y sale de cada uno de los puntos más relevantes de su vida de escritor, con sus picos y sus valles», con el agravante «de que, siendo el escritor Nietzsche un filósofo, la danza de sus gestos también se da en el pensamiento».

Un pensamiento que, desde sus comienzos, se da en y para la soledad. Se puede decir, incluso, que el filosofar de Nietzsche es un ejercicio que requiere la soledad y que se erige para sobrevivir en y a pesar de ella. Como escribió en Aurora, «poco a poco, he ido viendo claro cuál es el defecto más general de nuestro tipo de formación y de educación: nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña –a soportar la soledad [die Einsamkeit ertragen]».

Para quien se acerca por vez primera a la intensa biografía de Nietzsche, parecería llamativo que quien, con los años, fuera reconocido como el destructor de las bases de la moral judeocristiana, el renovador del pensamiento occidental y el perpetrador de la muerte de Dios fuera considerado, en su infancia, como un niño lleno de piedad y henchido de una escrupulosa religiosidad. Como informa Morey, «desde muy niño, Nietzsche había asumido su destino de predicador, y se ejercitaba concienzudamente para cumplir ese papel». Es también en aquellos píos años, marcados por la ejemplar figura paterna y las en exceso cariñosas figuras femeninas que lo rodearon, cuando, a la vez, descubre a una de sus más fieles compañeras: la música: «el impacto de aquel encuentro fue tan importante que, en 1851, su madre le regala un piano, y comienza a recibir educación musical», recuerda Morey.

Pero no hay feliz encuentro sin una triste contrapartida, pues, prosigue Miguel Morey, «compañía tan fiel como la música serán, a lo largo de toda su vida, la enfermedad y el dolor«. La temprana muerte de su adorado padre (1849), que lo marcó de por vida, así como la de uno de sus hermanos (un año después, en 1850, con quien se encontraba en sueños y a quien incluso creía ver en espíritu), supusieron golpes tan prematuros como definitivos. Estos excesos, que alteraron para siempre los delicados nervios de Nietzsche, se tradujeron en desagradables síntomas que ya no le abandonarán nunca, como sus insoportables dolores de cabeza y oculares y sus ataques de angustia (física y psicológica) y pánico. Años más tarde (1882) confesaba a su amigo Erwin Rohde en una elocuente carta que recoge Morey:

¡Qué años! ¡Qué sufrimientos interminables! ¡Qué turbación, qué zozobra y abandono interiores! ¡Quién ha soportado tanto como yo? ¡Desde luego no Leopardi! Si, por tanto, hoy he superado todo esto, y experimento la alegría de quien ha vencido y estoy lleno de nuevos proyectos difíciles –y, si me conozco bien, ¡con la perspectiva de otros sufrimientos y tragedias que me golpearán de manera aún más dura e íntima, y con el coraje de afrontarlos!–, quién puede entonces tomarse a mal que considere buena mi medicina. Mihi ipsi scripsi –hay que atenerse a ello; y hacer así cada uno a su manera lo que sea mejor para él –ésta es mi moral: –la única que todavía me queda.

Frases-de-Nietzsche

Llegan así los años de formación en Pforta, que moldearán para siempre el carácter del filósofo y harán de él un ser excesivamente sensible e incluso y en ocasiones maniático y estrictamente calculador. Los horarios de la escuela resultaban asfixiantes, y le costó no poco esfuerzo habituarse a ellos. La atmósfera de Pforta, donde trenzó algunas sinceras amistades y creó la ya casi mítica sociedad Germania, le facilitó, sin embargo, comenzar a pensar lejos del cómodo nido familiar, en el que se sentía protegido por su madre y su hermana. «Fatum e Historia» es uno de los más bellos textos que vio luz en aquel periodo, en el que Nietzsche empieza a poner la atención sobre asuntos que, para siempre, se entremezclarán de una forma u otra en sus escritos: el destino, la predestinación, el demon personal, el carácter y su formación, el dolor, la muerte, las pluriformes pasiones del corazón humano, etc. «¿Qué es lo que determina la suerte de nuestra vida?», se preguntaba Nietzsche, «¿Se la debemos a los acontecimientos de cuyo vórtice nos vemos excluidos? ¿O no será nuestro temperamento el que marca el color dominante de los acontecimientos? ¿Acaso no se nos aparece y enfrenta todo en el espejo de nuestra propia personalidad?». En un muy acertado comentario, Morey apunta: «Nietzsche aún no sabe de la existencia de Schopenhauer, y sin embargo la voluntad ya queda situada en el centro de su atención. Y su mirada apunta a disolver el antagonismo entre el fatum y la libre voluntad». Pareciera que Nietzsche, en estos incipientes escritos, lucha por encontrar la primacía del sí mismo frente a lo exterior (los hechos en sí, como los llamará más adelante, lo inamovible) y lo interior (la biología, el componente fisiológico que más tarde tanta importancia cobrará en su pensamiento). Así, escribía:

En la voluntad libre se cifra para el individuo el principio de la singularización, de la separación respecto del todo, de lo ilimitado; el fatum, sin embargo, pone otra vez al hombre en estrecha relación orgánica con la evolución general y le obliga, en cuanto que ésta busca dominarle, a poner en marcha fuerzas reactivas; una voluntad absoluta y libre, carente de fatum, haría del hombre un dios; el principio fatalista, en cambio, un autómata.

Líneas escritas por un adolescente cuya fuerza e inquietud intelectuales comenzaban a despuntar y ya daban sus primeros frutos. En 1864, con veinte años, se inscribe como estudiante de Teología (disciplina que abandonará) y Filología clásica en la Universidad de Bonn. Su carrera académica, desde entonces, será meteórica –aunque también tienen lugar los primeros escarceos y salidas de tono que lo conducirán, como se sabe, a algún lugar de dudosa reputación donde, se dice y especula, pudo contraer la supuesta sífilis que acabaría al fin con su cordura, hechos que Miguel Morey recoge de manera elegante y fidedigna–. Nietzsche abandona entonces Bonn y se establece en Leipzig bajo el magisterio (y protección) de su maestro Ritschl. Es aquella ciudad donde Nietzsche topa, como si de un misterio iniciático se tratara, con la filosofía de Arthur Schopenhauer, que le abre caminos hasta aquel momento insospechados: caminos académicos e intelectuales, pero sobre todo vitales. Devoró en una sola noche, según su propio testimonio, las dos mil páginas de El mundo como voluntad y representación.

nietzsche-e-schopenhauer--696x278.png

Resulta curiosa y poco conocida la anécdota que Morey trae a colación en este punto, aunque, explica el profesor de la Universidad de Barcelona, en realidad se trató de un malentendido (si bien, como decimos, del todo curioso, y provocado por una carta del propio Nietzsche, pues no deja de mostrar la –ya a aquellas alturas– irreprimible tendencia filosófica del joven Friedrich): «En buen número de apuntes biográficos sobre Nietzsche, se señala que su entusiasmo schopenhaueriano es tal que, poseído enteramente por su metafísica, abandona sus trabajos filológicos y redacta una tesis, hoy perdida, con el título de Los esquemas fundamentales de la Representación, llegando su osadía hasta el extremo de depositarla en la Facultad de Filosofía, cuando sólo lleva dos años de estudios, y pedir que sea examinada como tesis doctoral. Y se añade que el fracaso de esta iniciativa dará como resultado inmediato su regreso a las tareas filológicas, aunque sea éste tan sólo un rodeo provisional en su ya inevitable viaje hacia la filosofía».

En cualquier caso, resulta indiscutible el influjo de Schopenhauer en su talante y en su pensamiento (que sólo tendrá parangón a su encuentro con Richard Wagner, otro schopenhaueriano de pro, en noviembre de 1868). No hubo compañero o amigo con quien Nietzsche no sólo intentara compartir las ideas descubiertas en el sabio de Danzig, sino también «convertir» a la religión schopenhaueriana. Sobre todo al mencionado Erwin Rohde, con quien, explica Morey, «Nietzsche compartirá sus afanes y proyectos filológicos, sus dudas pedagógicas, su devoción por Schopenhauer y por Wagner, y también sus interrogantes más íntimos». Será el recuerdo de Schopenhauer, y también de su querido Emerson, el que acompañará a Nietzsche en su aventura en el ejército, cumpliendo el obligado servicio militar a partir de 1867. No está de más recordar una curiosa carta, dirigida al propio Rohde el 3 de noviembre de aquel año, que trae a colación Morey, en la que Nietzsche se encomienda nada menos que a Schopenhauer –y apela a Byron–:

Te aseguro, por el ya mencionado diablo, que mi filosofía tiene ahora una oportunidad de serme útil en la práctica. Hasta ahora no me he sentido humillado en ningún momento, más bien he sonreído con frecuencia como ante algo fabuloso. Alguna vez también susurro escondido bajo la barriga del caballo: «Schopenhauer, ayúdame»; y cuando llego a casa agotado y cubierto de sudor, me tranquiliza una mirada al retrato suyo que tengo sobre mi mesa, o abriendo el Parerga, que ahora, junto a Byron, son para mí más simpáticos que nunca…

karl-bauer-friedrich-nietzsche-1899-lithography

A partir de este momento comienza, o comienzan, las vidas más conocidas de Nietzsche: su (muy temprano) encumbramiento académico en Basilea, la problemática aparición pública de El nacimiento de la tragedia (1872), sus rencillas con otros académicos que veían en él un advenedizo, un joven creído y lleno de ínfulas al que intentar desterrar, su pasión (incombustible, sin medida) por los clásicos grecorromanos, el progresivo empeoramiento de su salud y su receso –al principio eventual, más tarde definitivo– como profesor, las becas concedidas gracias a la intervención de algunos amigos (sobre todo Franz Overbeck), su importantísimo periplo italiano (donde coincide con la nunca justa y suficientemente valorada Lou Andreas-Salomé, con Malwida von Meysenbug y su inseparable Paul Rée), los dolores sin medida y los consiguientes cambios de humor, la ruptura definitiva y dolorosa con Wagner (y con el legado de Schopenhauer), hasta llegar al fatal desenlace que, a partir de 1889 y hasta 1900, dará con Nietzsche en una demencia que lo deja incomunicado: vivo pero paralizado, en el mundo pero sin habla. Algo que, por otro lado, siempre temió: no morir a tiempo, no elegir su final como un auténtico héroe trágico.

El entre (el espacio intersticial, pero muy vivo y que permite la vida –Zwischenraum lo llaman los alemanes–) que media en los recovecos de todos aquellos sucesos y de muchos otros es relatado en Vidas de Nietzsche con experto conocimiento y cadenciosa y muy agradable prosa de Miguel Morey, al que le debemos, sin duda, en este libro, la mejor y más completa aproximación a la genealogía del pensamiento de este filósofo que a todos apasiona por una u otra razón. Un documento único, repleto de testimonios nietzscheanos (y de quienes rodearon al pensador), que permitirá al lector menos avanzado introducirse en el periplo existencial de Nietzsche (con momentos estelares dedicados a la explicación del Zaratustra), y que hace recordar, a los más experimentados, el desenvolvimiento de quien cambió para siempre la manera de pensar en Occidente. Sin duda, el libro de Morey se convertirá en un clásico de los estudios nietzscheanos, y es, desde ya, un volumen imprescindible para adentrarse en los siempre emocionantes y conmovedores senderos del pensamiento de Nietzsche. Debemos agradecer al profesor Morey este valioso esfuerzo por aunar, en un solo documento, la compleja pluralidad de un pensador que, aún hoy, se nos aparece como un hermoso y atractivo enigma.

Y este misterio me ha confiado la vida misma. «Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo».

Anuncio publicitario

7 comentarios en “Las vidas de Nietzsche

  1. Recuerdo una cita abrumadora de Nietzche: «Haber nacido mujer en una sociedad machista es una desgracia. Pero hay otra desgracia mucho peor, creer que esta desgracia no es una desgracia»

    Le gusta a 1 persona

  2. Enriquecedor a más no poder. Un trabajo excelente y que sin duda, recomendaré.
    Nietzsche es un autor que todo lector, literario o no, tarde o temprano debemos enfrentar. Puede que sólo haya tenido una oportunidad para hacerlo, pero el escritor y filósofo alemán no me ha dejado indiferente. El viajero y su sombra, fue ese primer texto que tuve la oportunidad de leer de Nietzsche, si gustas, puedes leer aquí, los que más me atrajeron de dicho título: https://cubilliterario.wordpress.com/2018/09/18/10-fragmentos-para-conocer-a-friedrich-nietzsche/

    Me gusta

  3. Pingback: Las vidas de Nietzsche — El vuelo de la lechuza – Escuela de Pensamiento Nietzscheano

  4. Pingback: Las “Cartas a un joven poeta” de Rilke: un manual para la vida

  5. Pingback: María Zambrano: una pensadora poética | Anna Forés Miravalles

¿Algo que decir?

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s