A comienzos de 1879, Friedrich Nietzsche interrumpe sus clases en la Universidad de Basilea. En junio llega la renuncia definitiva. La enfermedad impide que pueda dedicar su vida a la docencia. Negocia con la universidad una pensión de jubilación, que se le concede: tres mil francos anuales. A partir de entonces, hasta su internamiento en una institución psiquiátrica suiza en 1889, llevará una vida errante por Europa. Durante una década se paseará nuestro filósofo por Suiza, Francia, Italia y Alemania, buscando climas favorables para que sus dolencias no sean un freno para su genio. Un genio, un pathos, que irá desparramando en una brillante y desgarradora obra filosófica y literaria.
Todo lo dicho, muy resumidamente, es de sobra conocido. Me ha parecido siempre que los tumbos que va dando Nietzsche por la Europa del XIX tienen los mimbres suficientes para que alguien se plantee seriamente hacer una road movie. Quién sabe si un día de estos un showrunner de la HBO o de Netflix nos sorprenden con una serie sobre nuestro hombre-dinamita.
La road movie («película de carretera») es un estilo cinematográfico cuyo argumento se desarrolla a lo largo de un viaje. Este género es un legítimo descendiente de la tradición literaria del viaje iniciático, que se remonta a la Odisea de Homero. También está emparentada con el relato de viajes, desde la Eneida de Virgilio a El corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, pasando por el Quijote de Cervantes, El Señor de los Anillos de Tolkien o el On the road de Jack Kerouac, por poner unos ejemplos explicativos de la amplitud de estos relatos. La más resplandeciente de la obras de Nietzsche, Así hablo Zaratustra, es la historia de un camino, de una aventura, de un sabio que bajó de una montaña a llevar su buena nueva a la Humanidad.
En este tipo de obras, la meta del viaje es menos relevante que el recorrido del protagonista o protagonistas. Aquí se hace cierto el dictum atribuido a Marco Polo: «Es el viaje y no el destino lo que termina siendo una fuente de prodigios».
No es un tipo de género monolítico, desde luego. Las road movies son un género fílmico especialmente representativo de la cultura norteamericana. Pero, hay que decirlo, es un tipo de narración que ha terminado cuajando en todas las cinematografías del mundo. Los expertos coinciden en que las películas que inauguraron el género fueron Bonny & Clyde (Arthur Penn, 1967) y Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). Y que otro género eminentemente americano es su directo precursor: el western. Por ejemplo, La Diligencia (John Ford, 1939), Caravana de mujeres (W. A. Wellman, 1951) o Centauros del Desierto (John Ford, 1956).
Podemos citar las características más importantes que comparten la inmensa mayoría de road movies. En primer lugar, destacamos los cuatro elementos básicos y nucleares: el protagonista, el camino, el vehículo y las paradas. Claro está, es fundamental la presencia de héroes, viajeros o nómadas: un solo individuo, o una pareja, o un grupo de héroes. Imprescindible es, también, la presencia de una ruta, de un trayecto, de un itinerario, con lo básico y primario que esto supone: el paisaje, el relieve, la naturaleza, el espacio salvaje y el clima, etc. La orografía es el teatro de operaciones de los viajeros. Otro elemento que no puede faltar es el transporte. Como tienen que desplazarse por inmensos espacios geográficos, la tecnología adquiere importancia vital. Los vehículos que usan (coches, motos, autobuses) terminan por humanizarse en no pocas ocasiones. Finalmente, la presencia de estructuras donde se producen las relaciones interpersonales: talleres y gasolineras, moteles baratos, bares y prostíbulos, comisarías y oficinas del sheriff, dinners con enormes luces de neón, etc.

Escena de la película «Lou Andreas-Salomé», en la que aparecen Nietzsche y Lou Andreas-Salomé
Nuestro héroe, Friedrich, es una persona atormentada: machacado por una enfermedad recurrente que no lo deja tranquilo, que lleva a cuestas un buen puñado de relaciones fallidas (con su familia, con Wagner y Cosima, por poner los ejemplos más destacados) y que, además, se reafirma en detestar la civilización, la cultura y la religión en la que le ha tocado existir. En nuestra road movie particular, Nietzsche es el héroe que se lanza a la carretera para desmontar a martillazos la Europa por la que camina y viaja en tren. El filósofo fue un caminante incansable, que no solo recorrió las montañas alpinas; también se pateó las calles y plazas de todas las ciudades a las que llegó. Es trascendental la importancia que tiene el caminar en la filosofía nietzscheana. La mayor parte de sus días se dividían entre las horas que pasaba caminando –y pensando, dándole vueltas a sus ideas– y las horas que pasaba leyendo y escribiendo, trasportando todas esas ideas al papel. El camino y las paradas –las habitaciones que alquilaba y en las que malvivía en muchas ocasiones– se superponen no pocas veces: son complementarias e inseparables.
Las películas de carretera siempre tienen estructura episódica. En cada segmento de la narrativa, los protagonistas se encuentran ante un desafío que deben superar. La trama se centra en la serie de vivencias y aprendizajes, cambios y modificaciones que se producen en la mente y el cuerpo de los viajantes durante la expedición. Efectivamente, todas estas obras muestra el desarrollo físico, moral, psicológico o social de un personaje. El viaje que cuenta el filme nos revela más cosas del protagonista que de los lugares a los que va llegando.
Diez años deambulando por el centro y sur de Europa dan para mucho. Así que recojo los que considero episodios más importante de nuestra road movie nietzscheana. La jubilación en Basilea (1879). La llegada a Sils-Maria y la caminata por el Lago Silvaplana, cerca de Surlej (Alta Engadina, Suiza), en el que se encuentra con la idea del eterno retorno; y la estancia en Génova en la que asiste a la representación de Carmen (1881). La visita al casino de Mónaco con Paul Rée; la máquina de escribir de la que pronto reniega; el primer encuentro, en Roma, con Lou Salomé, en casa de Malwida von Meysenbug; las propuestas de matrimonio que realiza a la joven rusa y que ésta rechaza; el encuentro de Lou y Elisabeth Nietzsche, y los agrios enfrentamientos que esto supone (1883). La dolorosa ruptura con Lou, que empuja al filósofo a escribir febrilmente la primera parte del Zaratustra; la muerte en Venecia de Richard Wagner (1883). La reconciliación familiar (1884). Los avatares para publicar la cuarta parte del Zaratustra (1885); la boda de su hermana con el despreciable Bernhard Förster (1885). La marcha de los Förster-Nietzsche a Paraguay (1886). El terremoto de Niza y la posterior demolición de la casa en la que estaba pasando los inviernos (1887). La llegada a Turín y la grata impresión que esta ciudad le procura; el último verano en Sils-Maria; el enfado y ruptura con Malwida von Meysenbug (1888). El incidente del caballo que parecer ser el punto de inflexión de la cordura del filósofo, que acaba con el internamiento en una institución psiquiátrica de Basilea, primero, y luego en Jena (1889).

Lou Andreas-Salomé, Paul Rée y Nietzsche
La road movie, desde sus inicios, fue una expresión contracultural. En la mayoría de las ocasiones, los personajes principales no se encuentran adaptados al contexto sociocultural reinante. La vida civilizada, la cultura impuesta genera sufrimiento en numerosos individuos, muchos de los cuales responden con furia y con comportamientos violentos y rupturistas. En otros casos, el malestar empuja al individuo a abandonar la opresión que encuentran en el origen. La huída de lo establecido tiene muchas motivaciones, la casuística es muy abundante. La salvación personal para no caer en las redes de las estructuras legales establecidas, la búsqueda de soluciones a los problemas acuciantes, la búsqueda de experiencias acordes a los propios pensamientos y sentimientos, el ansia de horizontes distintos, etc.
Pensamiento a la contra, ruptura e hipercrítica son adjetivaciones que se ajustan a la filosofía de Nietzsche. El filósofo es de trato cortés y diplomático, siempre educado encaja aparentemente bien las ofensas y chascarrillos hirientes que hacían de su persona. En su interior, sin embargo, rabia contra todo y contra todos. Ese despreciar con fuerza queda plasmado en sus libros, así como en su abundante correspondencia con amigos como Peter Gast, Erwin Rohde, Franz Overbeck o Jacob Burckhardt, entre otros. Está empeñado en quebrarle el espinazo a la cultura occidental –el nihilismo, la muerte de Dios, la inversión de los valores, la crítica a la moral de los esclavos, el superhombre y la voluntad de poder– haciendo una brutal enmienda a la totalidad de una civilización.
El final concede varias posibilidades. En el final feliz, el corolario del viaje es el triunfo del héroe en su lugar de destino y el retorno a casa. Una segunda posibilidad, contraria a la anterior, es la derrota o la muerte del héroe. Una tercera posibilidad sería el viaje infinito: el héroe descubre que el conocimiento adquirido durante la travesía le ha cambiado tan profundamente que es imposible regresar a su origen, quedando para siempre como un exiliado o como un ser errante.
¿Podemos establecer una relación causal, clara y precisa, entre la vida y la obra de Nietzsche, entre los avatares de su vida errante y solitaria por Europa, plagada de sufrimientos y enfermedad, y su pensamiento filosófico? La respuesta a esta pregunta ha procurado que incontables teóricos se lancen a determinar cómo y de qué manera la supuesta sífilis que aquejaba al filósofo era la que realmente escribía. En ausencias de pruebas forenses determinantes hay que hacer caso a las palabras de Montinari, que sí tiene «un interés meramente biográfico, pero no resulta necesario para comprender su pensamiento y menos aún para juzgarlo» (Lo que dijo Nietzsche).
Nietzsche pasó la siguiente década de su vida postrado en una cama, su cuerpo se fue anquilosando hasta el final de sus días, en 1900. Inversamente proporcional al deterioro de su físico, su obra se fue haciendo cada vez más grande. La obra filosófica de Nietzsche, en vida, pasó con más pena que gloria en el panorama editorial europeo. Pero poco tiempo después de su muerte los martillazos del filósofo se iban propagando con fuerza creciente. El escarnio físico terminó en un rotundo éxito metafísico. Lo de Nietzsche fue como los de los pintores de éxito, que ven desde el más allá cómo sus cuadros se venden por cifras astronómicas.
Nuestro héroe se vuelve loco de atar. Pierde la lucidez y con ella se desconecta su pluma, dejando tras de sí un puñado enorme de escritos sin terminar que caen en manos de su hermana, Therese Elisabeth Alexandra. La funesta sombra del antisemitismo, del racismo, del nazismo se cierne sobre el legado póstumo de Friedrich. Nuestra serie bien que puede terminar en tragedia.
Las road movies parecen darle la razón a Heráclito: todo cambia, nada permanece. La existencia es algo dinámico y transitorio, siempre en constante movimiento. Nietzsche le tocó habitar un mundo que le hacía daño. Y se resistió, con uñas y dientes. Y trató de no resignarse, de mostrarse siempre combativo contra la cultura europea, que tildó de nihilista. Resistiendo contra viento y marea en su propia moral aristocrática, cultivó ese espíritu indómito que luego plasmaba en sus libros. Pero el tránsito por la carretera cambió a nuestro viajante. Nadie quedó indemne, ni la sociedad ni nuestro héroe.
Los héroes quieren huir del mundo, de la sociedad opresora, emanciparse. Y prefieren hacerlo, así lo eligen, durante el viaje. Lo que ocurre es que la sociedad, la civilización, siempre aparece y reaparece, está omnipresente en todas las paradas del camino. En todos los episodios del viaje, el héroe que busca crear nuevos espacios termina por chocar con los viejos espacios. Y los hijos de Nietzsche, todavía en el siglo XXI, somos los que seguimos chocando y chocando contra el mundo que comenzó a cambiar con nuestro héroe.
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