
© Dirk Skiba Fotografie
La polémica bloguera y escritora Ronja von Rönne (1992) debuta en español con la rotunda, radical y descarnada novela Ya vamos, traducida por Eduardo Gil Bera para Alianza Editorial. Ha sido catalogada, quizás de manera insuficiente, como estandarte y vocera de la llamada generación millennial. Una generación, de edad no del todo determinada, a la que le cuesta particularmente encontrar su lugar en el mundo, a medio camino entre el imperio de la tecnología y la nostalgia de tiempos «más humanos».
Esta joven alemana ha sorprendido a su país y a toda Europa con un desparpajo y una contundencia fuera de lo común, denunciando sin tapujos muchos de los problemas (sociales, políticos, económicos, existenciales, casi ontológicos) a los que se enfrentan millones de personas que, aun habiéndose criado en entornos acomodados, haber recibido una cuidada educación e incluso haber viajado por medio mundo, han de plantar cara a un entorno cada vez más conflictivo, cada vez más repleto de contradicciones cordiales, nucleares, fundamentales.
Ronja muestra y desarrolla en Ya vamos, convincente narración de tintes filosóficos y ritmo certero, el modo de pensar de esta generación que se encuentra abocada a un extraño desamparo, a una llamativa desorientación:
Era nuestra hiperreflexión neurótica, el continuo preguntarse por el papel propio, la maniática dedicación a nosotros mismos, el tiempo que se abría ante nosotros desierto e infinito y el aburrimiento incierto de nuestras vidas arenosas.
El vacío se abre (no como posibilidad, sino como temibles fauces) ante todos los personajes en una vasta pluralidad de formas y con un poder omnímodo de dominio, casi tiránico. El tiempo, el otro gran y temible verdugo, nunca pasa firme y soterradamente, sino pesada y onerosamente, como si el péndulo colgara de la barbilla de cada uno de ellos, condenándolos a mirar hacia abajo, provocándoles cansancio y desazón. Una metáfora que ya utilizara el suicida Carlo Michelstaedter y que hermana a Ronja en juventud e ideas.
La propia biografía de la autora, que ha comentado en diversas entrevistas a medios alemanes y en su conocido blog (Sudelheft), habla de un sinsentido que, tras manifestarse de maneras muy diversas (ataques de pánico, ansiedad, misantropía, depresión, etc.), se debe afrontar sin tener una pauta muy clara de actuación. Es en este conflictivo y problemático contexto en el que tiene lugar la novela Ya vamos, una historia que se encuentra a medio camino entre el manifiesto novelado y la confesión autobiográfica, y que engancha narrativamente y cautiva por su cercana y firme hondura.
Los jóvenes que en ella se dan cita se sienten con frecuencia perdidos y soliviantados, pero se saben, a la vez, dueños de su acción, si bien sospechan que cuanto hacen se halla sujeto a un inexorable Destino (en ocasiones contemplado bajo la égida del azar, otras bajo el más incólume determinismo). En cualquier caso, se impone la necesidad de moverse, de actuar, de aterrizar de alguna manera en una pista (que es el mundo) donde los baches y las inclemencias atmosféricas son el pan de cada día. Dar respuesta, en fin, a una pregunta incesante y, por definición, incontestable (en toda la amplitud del término): a la pregunta que interroga por el sentido.
El día fue asqueroso y correoso, como las noches con alguien de quien ya no estás tan enamorada: sólo una espera de la muerte. El día se fue en matar el rato, comer patatas y ver películas de Woody Allen, hasta que la batería del móvil me amenazó con entregar su espíritu, pero yo me encontraba demasiado flemática como para cambiar algo y la película terminó antes del final, igual que la mayor parte de las cosas termina antes del final, y nunca antes encontré a Woody Allen tan excelente.
Después vino el miedo a que el miedo exterior pueda volver. Entonces quedé con los demás para más tarde. Salir ayuda contra el miedo a salir.

© Martin Mai/ DER SPIEGEL
La novela de Ronja von Rönne no sortea ninguna de las mentadas dificultades. Las arrostra, las sufre, las vive y se esfuerza por comunicarlas. En el libro, sin duda una de las novedades editoriales más llamativas e interesantes de este 2017, Ronja traza un sincero y acalorado relato que también es una suerte de manual de a bordo, una llamada de atención a quienes, como ella, padecen el mal de los tiempos, de estos apremiantes (estimulantes y avasalladores) tiempos, y que no es otro que el de una gravosa desesperación por encontrar el sitio apropiado, el lugar de cada uno en esta Tierra otrora humana y ahora convertida en terra incognita. Extraña, violenta, pero también cálida y repleta de oportunidades.
La muerte, las drogas, el (poli)amor, las relaciones efímeras de todo tipo, el sexo, la familia, las tradiciones (algunas por superar, otras por asentar), el capitalismo y la economía, la política… Todo ello resulta tan necesario como insuficiente, disfraces bajo los que la fuerza de la vida se parapeta para hacernos sentir miembros de un carnaval en el que, a fuerza de ocultarnos bajo una ya irreconocible capa, acaso no sepamos ni siquiera quiénes somos nosotros mismos.
Una novela realista, terrible, temible y apasionantemente actual, sin pelos en la lengua, que pone sobre la mesa el testimonio de una generación a la que no sólo le cuesta vivir, sino a la que, sobre todo, le cuesta encontrar razones para hacerlo.