And indeed there will be time
To wonder, “Do I dare?” and “Do I dare?”
[Y en efecto habrá tiempo de preguntarse
«¿me atrevo?» y «¿me atrevo?»]
«The love song of J. Alfred Prufrock» (traducciones propias)
«The lovesong of J. Alfred Prufrock» se publicó por vez primera en 1915 en la revista estadounidense Poetry, alentado T. S. Eliot (1888-1965) por Ezra Pound, autor con quien mantuvo una larga y sincera correspondencia durante sus primeros años, y que le había animado a dedicarse a la poesía y trasladarse a Londres.
Eliot compuso el poema cinco años antes de su publicación, con veintidós, e inicialmente optó por darle el nombre de «Prufrock among the women» [Prufrock entre las mujeres]. Dos años después de su publicación, «Prufrock», junto a otros poemas también publicados, salió a la calle en el volumen Prufrock y otras observaciones (1917). Aquel libro situó definitivamente el punto de partida que marcaría no sólo toda la obra posterior de Eliot, sino la trayectoria y disposición de la poesía, especialmente anglosajona, que estaba aún por venir y cuyo legado perviviría hasta nuestra época.
Se suele decir de la poesía que es una representación temporal; el poema se va construyendo a sí mismo según avanza, desde la primera letra, la primera palabra, el primer verso, se va haciendo, se estira, se encoge, se oculta y se alza sobre sí mismo. Los pensamientos, las palabras y los versos en «La canción…» se comportan de la misma manera: cada afirmación es la base de la siguiente, se repiten los conceptos, se dejan de lado ideas que más tarde se retoman, la extensión de los versos no responde a ningún patrón… Este concepto inicial que otorga a las palabras una fuerza –sin duda alguna creadora y destructiva a partes iguales– y una vida propias volverá a aparecer más tarde en Cuatro cuartetos (1943), considerado por muchos la cima de su obra:
Every phrase and every sentence is an end and a beginning.
Every poem an epitaph…
[Cada frase y oración es un final y un principio.
Cada poema un epitafio…]
«La canción…» adquiere forma de conversación, una conversación entre el lector y un personaje –Prufrock–, que va guiando y describiendo la escena desde una perspectiva ciertamente fría; Eliot no creía en la subjetividad y el alarde de sentimientos que inundaba la poesía de finales del siglo XIX –corriente ya por entonces lanzada a una decadencia inevitable–. Aquel rechazo será la actitud que mantendrá a lo largo de toda su vida. Y así comienza, casi a modo de prólogo, como desde las butacas de un teatro, la visita que hará Prufrock:
Let us go then, you and I, / When the evening is spread out against the sky […] / Oh, do not ask “what is it?” / Let us go and make our visit.
[Vamos pues tú y yo, / cuando la tarde se echa sobre el cielo […] / Oh, no preguntes «¿qué es?» / Vámonos de visita.]
El escenario que ha preparado Prufrock para el lector es un escenario urbano, sucio, tedioso, donde todo existe y no hay nada nuevo ni emocionante, donde se conocen las cosas que ocurren y están por ocurrir: «For I have known them all already, known them all- / Have known the evenings, mornings, afternoons» [Pues lo conozco todo ya, lo conozco todo / conozco las noches, las mañanas, las tardes]. Es un escenario vivo, de hecho repleto de vida, donde incluso «la niebla amarilla que se frota el lomo en las ventanas / la bruma amarilla que olisquea en las ventanas» se mueve con la gracia astuta de un felino por las escena para «ovillarse una vez llegada a casa y quedarse dormida». Sin embargo, toda esa vida que rezuma la escena es algo totalmente ajeno a Prufrock, que lo relata desde fuera. En su descripción parece que, a pesar de su vacío, a pesar de no encontrar nada emocionante y estar sucumbido por el tedio, la escena continúa, ajena y exuberante de vida, con una cierta gracia que incluso resulta ofensiva: «In the room the women come and go / talking of Michelangelo» es el estribillo que se repite con frecuencia, aislado de las largas estrofas que forman el poema. Mientras Prufrock se siente ajeno en un mundo que aparentemente le pertenece, parece que [en una habitación las mujeres van y vienen / hablando de Miguel Ángel].
El personaje de Prufrock es seguramente uno de los precursores de una importante –aunque discreta– tradición que consiste en presentar a un hombre vacío, cansado del mundo que le rodea, que por su parte parece totalmente ajeno a sus sentimientos. Ejemplos del hombre vacío se darán en la poesía de las siguientes décadas, como en el poema de Luis Cernuda –con cuya obra se han establecido numerosos paralelos– «Remordimiento en traje de noche», publicado en Litoral en 1929: «Un hombre gris avanza por la calle de niebla. / No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío. […] Invisible en la calma el hombre gris camina. / ¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda».
La obra de Eliot fue consistente y dejó una huella preciosa y bien definida, perfectamente rastreable: el pretendido rechazo de los sentimientos exacerbados y la subjetividad, la reflexión religiosa y, sobre todo, el paso del tiempo fueron los pilares más sólidos de toda su obra. El tiempo aquí en Prufrock, en La tierra baldía (1922) y en la ya mencionada Cuatro cuartetos juega un papel vertebral, y supone la línea de unión de toda su obra. En «La canción…» Prufrock nos ofrece el autorretrato de una persona madura, a la que se le empieza a caer el pelo: «With a bald spot in the middle of my hair» [Con una calva en la cabeza], una persona que ya ha vivido –según cree– todo lo que le ha quedado por vivir y, ante todo, una persona preocupada por el papel que puede jugar en el mundo en que se encuentra: «They will say: ‘How his hair is growing thin!'» [Dirán «¡cuánto pelo está perdiendo!»]. Y esto es una de las partes más profundas y esenciales del poema; el protagonista no hace otra cosa que preguntarse por la opinión que tendrá el mundo sobre él: un hombre delgado y mayor, prudente –»I have measured out my life with coffee spoons» [He medido mi vida con cucharillas de café]-, para el que la vida no supone más que una consecuencia de días y conversaciones infructuosas, cuyo papel no ha sido ni mucho menos el principal, obstinado en hacer avanzar la trama e incluso, a veces, demasiado prescindible:
No! I’m not prince Hamlet, nor was meant to be; / am an attendant lord [..]; / full of high sentence, but a bit obtuse; / at times, indeed, almost ridiculous- / almost, at times, the Fool.
[No, no soy el príncipe Hamlet, ni estaba destinado a serlo; / soy un consejero […]; / lleno de retórica, mas un poco torpe; / a veces, incluso, casi ridículo- / a veces, casi, el Bufón.
El mundo en el momento en que lo describe Prufrock se presenta hostil y juzga a los que lo habitan, y no es otro mundo distinto a aquél de la década de los años diez del pasado siglo en que vivía Eliot y que resulta tremendamente parecido al que ha quedado cien años después.
El arte necesita estar a la altura de las circunstancias, y la vida en sociedad, una vida que ha conseguido precisamente mantener vivo al Ser Humano, para Prufrock, es hostil; aunque la recompensa sea tan grande como seguir viviendo, las consecuencias son precisamente graves, y Prufrock es consciente.
And would it have been worth it, after all, […] / to have squeezed the universe in a ball / to roll it towards some overwhelming question?
[¿Y habría valido la pena, después de todo, […] / meter el universo en una bola / y lanzarla hacia una pregunta abrumadora?]
Aquella overwhelming question [pregunta abrumadora] que tanto preocupa a Prufrock ha aparecido pocos versos antes con carácter sentencioso, casi lapidario: «Do I dare / disturb the universe?» [¿Me atrevo / a molestar al universo?]. Prufrock se pregunta: ¿me atrevo, después de conocer el orden en que he vivido, a modificarlo? Ahora que el tiempo ha pasado y he vivido, aquella vida que he tratado con mimo y casi de forma demasiado inocente, ¿seré capaz de deshacerla y rehacerla?
Prufrock se mueve, aunque con aceptación e ironía, en un mundo que por su propia forma le resulta dañino. Soportar los juicios de otros no es una idea que le entusiasme, pero decide aceptarlo. El preciso hecho de mantenerse con vida en una sociedad tiene una de las consecuencias más graves a las que podría enfrentarse y no es otro que el papel que decide jugar en ella. El mundo en que se mueve Prufrock es un mundo urbano, en que las escasas referencias a la Naturaleza sólo indican la subordinación de ésta: la tarde cálida y natural se extiende por el cielo en los primeros versos, pero en seguida se le compara con el aséptico «patient etherised upon a table» [un paciente anestesiado en una mesa]; la bruma y la niebla amarillas mencionadas antes se mueven con la agilidad de un gato callejero… En fin, sólo en los últimos versos se vuelve a hacer referencia a aquella Naturaleza –aparentemente– desaparecida de los primeros:
I have heard the mermaids singing, each to each. // I do not think that they will sing to me. / I have seen them riding seaward on the waves / combing the white hair of the waves blown back / when the wind blows the water white and black.
[He visto a las sirenas cantando. // No creo que canten para mí / las he visto montadas sobre las olas / peinando el cabello blanco de las sopladas olas / cuando el viento sopla el agua blanca y negra.]
Aquel mar, la mitología que evoca aquella libertad mística y primigenia, que puede recordar a los orígenes de todo ese mundo ahora cansado y recorrido por una bruma amarilla, aquella fuerza creadora y antigua que ahora ha desaparecido, aquella fuerza maravillosa que ignoraba la sociedad en que Prufrock se mueve, existía. Existía con toda su belleza y originalidad, zarandeada por las «olas sopladas», y de la cual ahora sólo permanece el recuerdo, «till human voices wake us, and we drown» [Hasta que voces humanas nos despertaron, y nos ahogamos]
Las voces humanas, reales aquí, se han enfrentado a los cantos ajenos de las sirenas míticas, y en su búsqueda permanente y destructiva por la supervivencia de las primeras han provocado el ahogamiento de aquella realidad tan viva, tan añorada, de aquella Naturaleza antigua que se enfrentaba ahora contra un mundo ya moderno, marcado por los cambios, la industria y los códigos sociales, y que no era otro que la década en que Eliot escribió aquel poema, sin diferenciarse en absoluto de la década que ha sobrevivido cien años después.
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