Permítanme que, movido por la más benigna exaltación, declare que hoy es un día muy señalado para aquellos que sentimos un profundo vínculo personal y profesional con el Romanticismo alemán. O por lo menos así debería serlo. ¿Por qué? Pues bien, estimado lector, hoy se cumplen nada más ni nada menos que 250 años del nacimiento de August Wilhelm Schlegel, una de las principales figuras en la vertebración y consolidación del movimiento romántico en Alemania.
Dado que es muy probable que muchos de ustedes se acerquen aquí por primera vez a este autor, propongo que comencemos con una introducción biográfica que sirva como preludio a la posterior exposición de algunas de sus ideas capitales.
Nuestro trayecto comienza en la insigne ciudad de Hannover, donde el 8 de septiembre de 1767 nace August Wilhelm Schlegel. Un lustro más tarde nacería su hermano Friedrich Schlegel, cuyo nombre quizás resulte algo más célebre. Ambos hermanos se convertirían en los principales teóricos literarios a la hora de articular muchas de las ideas que sustentarían el Romanticismo alemán. De todas formas, al comienzo de su vida ignoraban esto al igual que muchas otras cosas.
August Wilhelm (ruego que me dejen referirme a él por su nombre de pila en lugar de por su apellido para evitar confusiones con su hermano) estudió filología clásica y estética en la Universidad de Gotinga. Tras terminar sus estudios, se marchó a Ámsterdam durante cinco años para trabajar como preceptor, aunque en 1796 se trasladaría a Jena, uno de los principales focos culturales de Alemania debido a la confluencia de muchos intelectuales punteros atraídos por su universidad y la influyente cercanía de otra localidad de referencia para las letras alemanas como era la cortesana ciudad de Weimar.
En Jena, August Wilhelm colabora en Die Horen, la revista dirigida por el reputadísimo Friedrich Schiller, en cuyas páginas se dieron cita autores muy destacados del momento como Johann Wolfgang von Goethe, Johann Gottfried Herder o Johann Gottlieb Fichte, sólo por citar algunos de ellos. Ya en 1798, August Wilhelm impulsará junto a su hermano Friedrich la revista Athenaeum, que se convertirá en la publicación por excelencia del Romanticismo fundada en torno al círculo romántico de Jena. Ese mismo año comienza su labor como profesor en la universidad de dicha ciudad y también se entrega a su actividad como traductor. Cabe destacar las muy notables traducciones que realizó August Wilhelm. Ayudado por su mujer, la extraordinaria Caroline Schlegel, que más tarde se divorciaría de él para casarse con el filósofo Friedrich Schelling, August Wilhelm traduce con brillantez hasta 17 obras de William Shakespeare, así como algunas de Calderón de la Barca, Miguel de Cervantes y otros autores de literaturas extranjeras. De este modo, August Wilhelm se convierte en un punto de conexión entre el Romanticismo alemán y las tradiciones literarias de diversos países europeos.
Por supuesto, sus ideas sobre el arte y la literatura van suponer un sólido fundamento para el Romanticismo alemán. Sus lecciones en universidades como la de Jena, Berlín o Viena suscitaron un enorme interés en aquel momento y contribuyeron a la difusión de las ideas románticas. Los hermanos Schlegel eran de sobra conocidos como dos de los grandes abanderados de aquel nuevo movimiento que había colisionado con gran estrépito con la tradición neoclásica e ilustrada.
Después de viajar por no pocos países, August Wilhelm permanecerá en la Universidad de Bonn como profesor de literatura, lugar donde fundará algunas publicaciones destinadas a la difusión de la literatura y la filosofía asiática, pero también a la consolidación del sánscrito en Alemania. En 1845, August Wilhelm fallecería dejando tras de sí un considerable legado que quizás no ha obtenido del todo la atención que merece.
Puesto que no hay nada mejor que acudir a las ideas de un autor para conocerlo con precisión, es el momento de exponer algunas de las líneas más destacadas del pensamiento de August Wilhelm, teniendo en cuenta que la extensión y el formato del que disponemos impide que podamos abarcarlas en su totalidad y con la profundidad que merecen.
Imaginemos que estamos en el aula de una universidad alemana durante la primera mitad del siglo XIX. Cada uno toma asiento mientras se suceden los minutos de una espera ambientada por los murmullos y las conversaciones de los diferentes alumnos. Finalmente, un hombre ni joven ni anciano entra en la clase. Cabellos oscuros ligeramente ondulados, complexión saludable y una mirada que refleja la seguridad del erudito. Es August Wilhelm Schlegel y todos lo reconocemos ya como unos de los máximos representantes del Romanticismo alemán, ese movimiento que ha cambiado drásticamente el curso de las artes, las letras y la filosofía. Hay quien dice incluso que sus rompedoras reflexiones sobre el teatro han alcanzado España de la mano de un tal Juan Nicolás Böhl de Faber.
Es un privilegio asistir a sus Lecciones sobre la literatura y el arte. Al instante queda claro que la poesía ya no se circunscribe al verso exclusivamente. Con el Romanticismo, la poesía ha pasado a ser Poesía. Es intrínseca al espíritu humano, pero también a la mismísima esencia del Universo. Trasciende los límites de la palabra. August Wilhelm declara que «lo que denominamos naturaleza es un poema que yace encerrado en una escritura secreta y maravillosa». Se exige de nosotros dominar nuevos lenguajes, buscar ecos dispersos en los abismos insondables que ahora representan las nuevas estrofas. Aunque no por ello el poema va a quedar en un segundo plano, sino que va a ser uno de los medios predilectos para alcanzar la Poesía.
El siglo XVIII se caracteriza por las reflexiones en torno a la belleza a partir de una nueva disciplina filosófica llamada estética y bautizada como tal por Alexander Gottlieb Baumgarten. Efectivamente, tales disquisiciones venían de largo, aunque es en el siglo XVIII cuando dicho debate posee una intensidad inusitada. Lo bello y lo sublime se convierten en objeto de discusión constante. August Wilhelm contribuyó en gran manera a establecer una concepción sobre estos aspectos propiamente romántica. Sobre lo sublime acordará con otros autores, como por ejemplo Schelling, que «es lo Infinito presentado finitamente». Lo bello también seguirá una línea muy parecida, sólo que será más concretamente «una representación simbólica de lo infinito».
De este modo, el lenguaje poético, es decir, orientado a la belleza, deberá restituir su carácter figurativo y esto resulta de suma importancia, pues es así como el Romanticismo apunta hacia la proyección del individuo en lugar de la mímesis basada en la tradición clásica. El arte y la literatura ya no se deben al objeto, sino al sujeto. Por eso mismo, August Wilhelm expondrá que las artes ya no imitan, sino que expresan, pues «lo interior es extraído en cierto modo como a través de un poder extraño a nosotros». Expresión a la par que proyección, ambas referidas a que «cada cosa se presenta a sí misma, es decir, revela su interior a través de su exterior, su esencia a través de su manifestación».
Quebrar la primacía de la mímesis supone toda una revolución. Llega la proyección y el Romanticismo inunda toda manifestación artística y literaria con este nuevo principio que sitúa la Poesía en el centro de esta concepción. Para poder contemplar este asunto en su correcta dimensión, hemos de acudir a las palabras de August Wilhelm sobre la Poesía, de la cual dice que «tampoco está ligada a objetos, sino que crea los propios para sí misma. La Poesía es el arte más abarcador de todas las artes«. En efecto, la Poesía juega consigo misma y la metáfora es el mejor ejemplo de ello, pues le permite crear nuevas realidades y reordenar las conexiones o relaciones de todos los elementos existentes. Lo mismo sucede en el caso del símbolo, pero también a través de los numerosos recursos que es capaz de desplegar el lenguaje poético.
La Poesía, como espíritu universal que se manifiesta naturalmente en la literatura, encontrará en la novela un género donde desarrollarse también con comodidad, algo que atestiguan algunas de las novelas más importantes del Romanticismo alemán, como Hiperión de Friedrich Hölderlin o Heinrich von Ofterdingen de Novalis.
Ahora bien, la cuestión de los géneros literarios pertenece a aquello que August Wilhelm denomina «poesía artificial». A ésta le precede la «poesía natural», aquella que resulta prístina y que incluye el lenguaje originario, el ritmo y la mitología. Y es este último componente a partir del cual afrontamos la última parte de este escrito, pues la revalorización del mito efectuada por el Romanticismo alemán adquiere una presencia y valor de grado máximo.
Si acudimos al texto titulado De la mitología, fechado en el año 1801, encontraremos que August Wilhelm caracteriza los mitos como verdaderos y los define como «poemas que reclamaban realidad por su propia naturaleza». Los mitos proceden de la fantasía y ésta representa «la facultad fundamental del espíritu humano». En la línea del Idealismo alemán, la realidad y sus objetos están determinados por el sujeto y es su espíritu el órgano primordial del que depende su conocimiento de la realidad y la existencia de ésta en tanto que dependiente del testimonio del individuo. Por lo tanto, el mito es verdadero puesto que se trata de un fruto más del espíritu.
«La mitología es una creación esencial y voluntaria de la fantasía: debe estar, pues, fundamentada en la realidad», escribe August Wilhelm indicando que el mito sitúa sus raíces en las profundidades del espíritu y, por ende, en la propia realidad que ya no es una condición del objeto, sino del sujeto. La Poesía va a ocupar así un puesto de suma relevancia a la hora de instaurar la vigencia del mito, pues ella «es fabricación artificial de aquel estado mítico, un sueño voluntario en la vigilia».
La mitología se presenta como memoria colectiva atemporal y despierta una innegable nostalgia por aquella época en la que no existía respecto a la fantasía «una separación explícita entre ella y el entendimiento». Esto apunta hacia el debate sostenido en la época sobre la religión natural y la religión revelada. Mientras que la primera observaba al individuo integrado en la naturaleza y apegado a lo material, la segunda veía al ser humano dirigido hacia el Infinito y orientado a lo espiritual. La religión natural se basaba en la inmanencia y la religión revelada, en la trascendencia. De la primera un buen ejemplo sería la mitología griega y de la segunda, el cristianismo. Con la restitución del mito, los románticos alemanes van a buscar conjugar y unificar mediante un proceso sintético ambas posturas.
Como ya había advertido, abarcar el conjunto de las ideas de August Wilhelm resultaba inviable en esta ocasión. Para ello sería necesario realizar monográficos, seminarios, ponencias, etc… Lo aquí expuesto debe ser tomado tan sólo como una introducción a este autor indispensable del Romanticismo alemán, de quien sólo hemos mencionado y comentado algunos de los puntos esenciales de su pensamiento. Una de las facetas de August Wilhelm que se quedará en el tintero por el momento es su labor como poeta. Aunque lejos de la genialidad de otros bardos románticos del momento, sus composiciones no son desmerecedoras de cierta atención y para hacerle modesta justicia en el día de su cumpleaños, nada mejor que poner punto y final con una estrofa de su poema Conversión, la cual refleja con exactitud el impulso que imperó en tan formidable autor:
Ya tejido por la naturaleza,
ya alzado sobre ésta por los hombres:
para mí era Poesía quien conectaba todo.Creía así disolver
lo bueno con lo malo
en sublime armonía.
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