En defensa de la (Facultad de) Filosofía

La falta en que se incurre en nuestros días y que tanto daño ha causado a la filosofía procede de la poca consideración en que se tiene la dignidad de esta ciencia, porque no está hecha para espíritus bastardos, sino para verdaderos y legítimos talentos.

Platón, República VII.

Tras algunos intentos fallidos, el pasado 17 de mayo de 2013 se aprobaba en Consejo de Ministros la controvertida Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), calificada por parte del Gobierno como “la Ley más importante de la Legislatura” y que modifica parcialmente la anterior Ley Orgánica de Educación (2/2006, 3 de mayo, LOE). Esta misma semana, por otro lado, hemos sabido que la UCM pretende llevar a cabo una reestructuración en su organización, haciendo desaparecer, entre otras, la Facultad de Filosofía.

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Si por un momento pudiéramos obviar la crispación social que la LOMCE, promovida por el ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert, ha provocado y leyésemos algunos de los puntos recogidos en la “Exposición de motivos” de este documento, quizás nos sorprenderíamos muy gratamente. Observamos que los objetivos principales de la Ley son los de formar personas “autónomas, críticas, con pensamiento propio” (I), ofrecer para ello una “educación de calidad como soporte de la igualdad y la justicia social” (I) que pueda solventar la llamada “fractura del conocimiento” (II) (lucha contra la exclusión en la adquisición de conocimientos, competencias y habilidades) para, finalmente, afrontar con éxito los “acelerados cambios sociales y económicos que estamos viviendo” (IX). ¿Por qué una Ley que, aparentemente, persigue tan loables metas ha recibido tan contundentes críticas y levantado recelos en diversos sectores?

Uno de los más importantes propósitos de la LOMCE, indicaba Soraya Sáez de Santamaría (vicepresidenta del Gobierno) el día de su aprobación, es el de atajar, a través de un sistema educativo enfocado a la potencial empleabilidad del alumno, el “fracaso, abandono y paro juvenil”. Desde numerosas asociaciones y plataformas estudiantiles e instituciones educativas avisan, sin embargo, del peligro que supone desdibujar e incluso confundir las sensibles fronteras entre el futuro profesional de los alumnos y la calidad educativa. La LOMCE introduce, como señala la organización Estudiantes en movimiento, “cuantiosos guiños a intereses privados y empresariales”.

Además, el contenido de la Ley se halla repleto de conceptos como “competitividad”, “adecuación”, “recompensa” o “demandas”, nociones que parecen propiciar un marcado vuelco hacia las inquietudes y necesidades profesionales… ¿de los alumnos o de las empresas? Como leemos en los primeros compases de la LOMCE, “La educación es el motor que promueve el bienestar de un país; el nivel educativo de los ciudadanos determina su capacidad de competir con éxito en el ámbito del panorama internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro”, una formulación que, para Estudiantes en movimiento, propugna “la ambición, el individualismo y el egoísmo” como características “inherentes al sistema”.

Leviatán

Sin duda, una de las disciplinas más castigadas por la LOMCE ha sido la Filosofía. Como nos explica Jacinto Rivera de Rosales, ex decano de la Facultad de Filosofía de la UNED, “en su redacción actual, la LOMCE supone una pérdida entre la mitad y dos tercios de la presencia de la Filosofía en la Enseñanza Secundaria, pues de tres asignaturas obligatorias que tiene en la actualidad se reduciría solo a una, habiéndose perdido la Ética y la Historia de la Filosofía”.

A la luz de semejante recorte curricular, llama poderosamente la atención que la LOMCE no dude en hacer especial hincapié en el desarrollo del “pensamiento propio” de los alumnos y su intención de favorecer una “visión interdisciplinar”, así como en la autonomía de los estudiantes para reconocer a tiempo sus capacidades y vocación propias, recogiendo la determinación de llevar a cabo una educación de calidad. Eso sí, leemos en la Ley, adecuándola en todo caso “a las emergentes demandas de aprendizaje”. Un laberíntico proceso demagógico que tan sólo ensalza virtudes meramente técnicas y empresariales y que dejan a un lado las características propias de los estudios humanísticos, y en particular de la filosofía.

Wert - filosofíaA este respecto, apunta contundentemente Nuria Sánchez Madrid, ex vicedecana en la Facultad de Filosofía de la UCM y profesora en este mismo centro, que la LOMCE “constituye una agresión sin precedentes a la presencia curricular de la Filosofía en la enseñanza secundaria de nuestro país, presencia ya muy menguada por la tendencia de las sucesivas reformas legislativas desde 1990”. Y es que “la nueva ley no solamente condena al ostracismo a esta disciplina, que en otros países se asocia sin reparos a la formación básica irrenunciable de todo ciudadano dotado de autonomía y espíritu crítico, al expulsarla de las asignaturas troncales (Castellano, Matemáticas, Ciencias, Historia y Lengua extranjera) y encorsetar el 66% de su peso docente actual bajo el neologismo ‘asignatura de especialización de carácter opcional’, sino que se contradicen los propósitos básicos de la reforma, como la eliminación de ‘insostenibles’ diferencias en la formación ofrecida en las CC.AA, al entregar la mayor parte de las asignaturas de carácter filosófico al albur de las veleidades de cada gobierno autonómico”.

Ambos profesores coinciden, por otro lado, en los desastrosos efectos que traerá consigo esta merma de la Filosofía en la Enseñanza Media. Rivera de Rosales asegura que tal reducción en los planes de estudio rebajará “considerablemente la formación de alumnos y de profesores y la presencia educadora de la Filosofía en la sociedad. Los alumnos apenas llegarían a comprender y a asimilar el papel esencial que ha tenido durante dos milenos y medio”. Los jóvenes que nunca hayan estudiando esta materia, prosigue, carecerán de “la formación reflexiva, científica, ética y política de nuestra cultura occidental, apenas se beneficiarán de su fuerza formativa en la capacidad de argumentación, en la comprensión de nuestra existencia y en la comunicación dialogada de ideas y valores”. Finalmente, la disminución de horas docentes de Filosofía repercutirá, también, en el mercado laboral, pues con esta medida “se vería seriamente mermada la demanda de profesionales de la Filosofía, lo cual conduciría en poco tiempo a un deterioro de su estudio e investigación también en las instituciones de Enseñanza Superior, y a la postre de su presencia crítica y orientadora en nuestra vida individual y comunitaria”.

En definitiva, asegura Sánchez Madrid, “la nueva Ley declara la eutanasia de la presencia académica de la Filosofía en España; desprecia su capacidad para articular al conjunto de la población del país, no mediante los tópicos de un nacionalismo centralista o periférico, sino recurriendo a los principios de la razón ilustrada; genera un agravio comparativo con la enseñanza de religión, perteneciente a las etapas más oscurantistas de nuestra historia, y consuma un experimento letal: una educación orientada desde la empleabilidad a cualquier precio, no desde el respeto hacia la formación y conservación del patrimonio conceptual de Occidente”.

La LOMCE ha supuesto como desembocadura natural la desaparición de la Facultad de Filosofía de la UCM como entidad propia. Una consecuencia cobijada igualmente bajo la capa de criterios técnicos, administrativos y económicos, de lo que llaman «transferencia del conocimiento a la sociedad», como ha apuntado el equipo del actual Rector, Carlos Andradas. Como señala el profesor de Filosofía de la UCM Carlos Fernández Liria en El Diario, «La Facultad de Filosofía tiene un cometido imprescindible en la ciudad universitaria: recordar en todo momento a los ‘estudios superiores’ lo que significa que un estudio sea un estudio superior. Es decir, explicar, en suma, lo que significa la palabra teoría, la palabra ‘verdad’, la palabra ‘justicia’ o la palabra ‘belleza’. Recordar en todo momento que, como decía Humboldt, en los estudios secundarios, los profesores se deben a los alumnos (y así debe ser). Pero que, en los estudios superiores, profesores y alumnos se deben, ambos dos, a la ciencia, y en definitiva, a la verdad. Y eso por encima de cualquier consideración mercantil. Si perdemos esa referencia a la verdad, la justicia o la belleza, destruimos, sencillamente, la brújula de lo que debe ser una Universidad. Y es una locura emprender un proceso de reformas sin brújula. Porque todos sabemos demasiado bien (desde el año 2000) hacia donde nos lleva la corriente». Podéis leer aquí la entrevista que realicé hace algunos meses a Fernández Liria, en la que ya se apuntaban muchos de los riesgos de las posibles consecuencias de la LOMCE.

A este respecto resulta útil recordar a uno de los ilustrados radicales, paradójicamente olvidado en los temarios al uso de historia de la Filosofía: el barón de Holbach. En su obra Etocracia, Holbach pretende instaurar un gobierno bajo el imperio de la moral. Lo que el autor pretende resaltar, en un ensayo en el que la filosofía funciona como principal argumento, es que bajo el despotismo y la especulación económica, la nación se llena de pequeños tiranos que se sienten protegidos por leyes injustas. La sociedad, así, pasa a convertirse en víctima de una minoría privilegiada. Como explicaba Fernando Rampérez en Voz pópuli, «resulta hoy subversivo hacer y enseñar filosofía». Y es que, denunciaba Holbach en el tercer capítulo de Etocracia, «Ocurre demasiado a menudo que el poder embriague al hombre y le haga olvidar sus deberes«.

Ya Kant en ¿Qué es la Ilustración? explicaba que cuando hablamos de filosofía no descubrimos una disciplina pasiva, sino que más bien lo fundamental en ella es destapar en uno mismo la inquietud por saber y, más allá y en esfuerzo socrático, reconocer la propia ignorancia -uno de los motores de la auténtica sabiduría-. Así, explica:

Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la opresión generada por la codicia o la ambición, pero nunca logrará establecer una auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno.

Ni siquiera un masivo movimiento social -una revolución- podría tener los efectos que la filosofía, individualmente, conseguiría si cada uno de nosotros lográsemos pensar por nosotros mismos. Por eso nos invita Kant a eludir la comodidad que supone que otros piensen por nosotros. La pereza, y en concreto la perez intelectual, es el peor enemigo de una sociedad sana. El «espíritu crítico» que fomenta la filosofía no consiste más que en afrontar la realidad con la ayuda de nuestras propias armas intelectuales. Como apunta Jacinto Rivera de Rosales en Huérfanos de Sofía, en un artículo maravilloso intitulado «La filosofía en nuestra situación histórica»:

La actividad filosófica nos enseña a pensar y a dialogar, y por tanto construye la base subjetiva e intersubjetiva necesaria para una convivencia moral y democrática. Ciertamente el saber no lleva directamente a la acción justa, pues hay un acto de voluntad y libertad que no se disuelve en el mero saber sino que exhibe su autonomía propia, pero el no saber la desorienta por completo.

La posible desaparición de la Facultad de Filosofía encierra un grave atentado contra la independencia académica de la Universidad, que ahora se expone al veredicto de la competitividad empresarial. La Universidad, como institución pública, ha de ser independiente por razón de su tarea, pues ésta, en su desarrollo, si cuenta con profesionales responsables e implicados, siempre devolverá a la sociedad los resultados de una investigación seria, comprometida y veraz. La Universidad ni puede ni debe venderse al ruido del dinero, a lo «crematístico» (como ya explicó Aristóteles). La Universidad es patrimonio de quienes estudian y de quienes no; de las mentes del pasado, del presente y del porvenir; de la Humanidad en su esfuerzo por preservar el conocimiento, fomentarlo y desarrollarlo. La Universidad sin Filosofía será el comienzo de una universidad desmembrada y prostituida al amparo de los poderosos, y el conocimiento, precisamente, se define como aquello que puede estar en posesión de cualquiera al margen de su posición económica. La Universidad, si queremos que lo siga siendo, debe luchar por el mantenimiento de sí misma: y la Filosofía (si las ciencias aplicadas son sus brazos y sus piernas) constituye su cabeza, y ahora debemos perseverar por que sea también su corazón.  

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3 comentarios en “En defensa de la (Facultad de) Filosofía

  1. Lo que habría que analizar es esa cantinela que escribís muchos afirmando que la filosofía y la empresa están separadas como si fuera algo evidente. Aristóteles contaba cómo Tales compró todas las prensas de Mileto cuando previó una época de buena meteorología para después alquilarlas y así demostrar la utilidad de la filosofía. Habría que ver qué aportan al «amor al conocimiento» los «filósofos» de estas facultades que consiguieron una plaza por oposición y no investigan nada relevante, comparado con lo que sí aportan los filósofos (científicos) a la sociedad.

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    • Filósofo de empresa:

      Los filósofos que no son científicos, por emplear su distinción, pueden aportar algo que pocos filósofos científicos aportan: cambios de valores, cambios en la cosmovisión. Los científicos nos dan lavadoras y ferrocarriles, inventos muy útiles, desde luego; pero los filósofos no científicos nos dan la libertad, la igualdad y la fraternidad, por poner un ejemplo. Servir a la sociedad no solo consiste en aumentar la comodidad de los individuos; consiste también en la consecución de la justicia, algo que, me temo, ningún físico ni ningún ingeniero se proponen, al menos cuando ejercen sus respectivas profesiones.

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