James Rhodes: «Fugas. O la ansiedad de sentirse vivo»

Fugas Rhodes.jpgTras el arrollador éxito de Instrumental, texto autobiográfico tan directo como desgarrador, el escritor y pianista James Rhodes (Londres, 1975) publica su segundo libro: Fugas. O la ansiedad de sentirse vivo (Blackie Books). Desde el mismo prefacio (o «Advertencia previa»), el autor se muestra claro respecto al contenido de la obra: «con frecuencia me centro en el dolor, muchas veces intensísimo, y en el esfuerzo hercúleo, únicamente para resistir, para existir en este mundo, que ha de hacer una persona que domina tan mal las estrategias básicas para enfrentarse a la vida como yo. Creo que, en mayor o menor medida, nos pasa a todos».

La versatilidad de Rhodes frente al piano es extensiva a sus rasgos como escritor: a través de un lenguaje que no se pierde en expresiones remilgadas y que no obvia la fuerza expresiva de los tacos o de palabras malsonantes, el lector recorre con el autor las vicisitudes teóricas, existenciales, médicas, amorosas, sexuales y en definitiva vitales a las que Rhodes se enfrenta en su cruzada por hacer accesible y comprensible la música clásica para todos los públicos… y no sucumbir en el intento.

Este libro habla de fantasía, de rabia, de follar y de fuego. De un fuego omnipresente. En mi cabeza, detrás de mis ojos, en mi pecho. Fuego en todas partes. Este libro habla de música. Del amor. Del odio. De las imperfecciones. Quizá al final también acabe hablando de la sensación de estar a gusto en tu piel.

Rhodes parte de una premisa que le parece incontrovertible: la vida cotidiana se hace siempre cuesta arriba, «dolorosamente difícil», y encierra en su desarrollo un juego al que nos entregamos de manera continua: «el juego de fingir que todo va bien, que sabes perfectamente qué coño estás haciendo y que eres muy capaz de comportarte como un adulto». Más, si cabe, en un lugar y una época tan tecnificados y expuestos a las prisas, al consumismo despiadado, un mundo que promete demasiado y da tan poco. Aunque, precisamente por eso, apunta Rhodes, reconocer nuestras imperfecciones y fragilidad puede «unirnos de un modo milagroso». Esta es la vocación de su último libro, que recoge también la del anterior: saberse uno con y a través de la debilidad de los demás.

¿Cómo somos capaces de funcionar en un entorno tan ruidoso y acelerado? ¿Cómo podemos tener una buena salud mental aceptable, en un mundo en el que casi todos padecemos algún trastorno psicológico? Para muchos de nosotros, el mundo exterior es la puta selva.

Si en Instrumental Rhodes se centró en la experiencia traumática de los abusos que sufrió en su infancia, Fugas analiza cómo su cabeza «y lo que ésta me dice» interfiere en su día a día. En este sentido, la depresión y la ansiedad que ha sufrido y sufre cobran especial protagonismo. Aunque «todos, en mayor o en menor medida, vivimos revolcándonos en el mismo y diminuto charco de locura». Sin embargo, existe un brebaje efectivo para superar con éxito toda vicisitud individual, social, psicológica o existencial: la música.

No hay nada más universal que la música. […] Uno de los grandes dones de la vida es que al nacer todos hablamos con fluidez una segunda lengua. Este idioma, la música, es patrimonio de todos; un fenómeno capaz de salvar vidas, de darles mayor intensidad, algo de una hondura asombrosa. Todo lo anterior cobra una fuerza aún mayor porque se trata de algo completamente inexplicable, tan inaprensible mediante la razón y la lógica como impregnado de una sensación de consuelo, de milagroso.

James Rhodes Fugas.jpg

Fugas es un libro tan oscuro como luminoso, tan consolador como desalentador, y por eso tan cabal y recomendable (si uno está dispuesto a saborear todas las aristas de la vida humana). Aquellas «fugas» que dan título al volumen han de ser tomadas en un doble sentido: como un imprescindible lenitivo, en este caso musical, y como una necesidad de huir de un entorno conflictivo, amenazante, conminatorio. Cada capítulo está precedido de una cita que expresa el motto a desarrollar (amor, sexo, locura, relación con los semejantes, trabajo, sociedad, etc.), y se da, además, un acompañamiento musical que Rhodes introduce convenientemente –mostrando su faceta, aún poco tenida en cuenta, pedagógica e instructiva–.

El pianista inglés, actualmente afincado en España (país que le ha acogido con los brazos abiertos y donde confiesa sentirse anímica y físicamente mejor), habla en Fugas sin tapujos de sus trastornos de ansiedad antes (y después) de un concierto, de la inquietud de sentirse vivo, de las asechanzas y secretos del mundo de la música clásica, de sus numerosos viajes, del pasado (y de lo que queda de él en su cabeza), de sexo y sinsabores amorosos, pero también y sobre todo habla de música y de su carácter salvífico. Sin ella, admite, no sabe cómo él, ni siquiera cualquiera de nosotros, puede haber conseguido resistir y sobrevivir.

La vida es caótica e imperfecta, y en esa imperfección caótica hay una fragilidad y una humanidad que resultan preciosas, buenas y profundamente reparadoras. Al igual que pasa con la música, esa fragilidad nos une a todos del modo más consolador.

Una obra en la que Rhodes vuelve a desnudar su alma, esta vez in intinere, en la acción de su vida cotidiana, mostrando su «extraño mundo de fantasía» y los vericuetos de «la cárcel» que él mismo se ha forjado y cuya salida no alcanza a ver en ocasiones. Sin embargo, esta vez la desesperanza y el sufrimiento encuentran un consuelo, no sólo en la música, sino también en la comprensión y asunción del carácter pluriforme de la propia existencia.

Ha llegado la hora de dejar de pelear y empezar a aceptar e incluso celebrar todo aquello que me ha causado vergüenza durante tanto tiempo […]. Ha llegado la hora de no limitarme a sobrevivir, de empezar a vivir de veras, de forma auténtica y con algo de compasión por mí y por el niño que fui y al que destrozaron de forma tan salvaje. Porque vivir de este modo constituye la única manera efectiva de apagar el fuego que me rodea, de ser libre.

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