Vargas Llosa, que, según sus declaraciones ha leído a Isaak Dinesen, escribió un libro imitando deliberadamente el título que Rilke dio al conocidísimo suyo: Cartas a un joven novelista. En uno de sus capítulos habla de la técnica narrativa de las «cajas chinas» o, lo que es lo mismo: las «muñecas rusas», es decir, las historias que nacen de otras historias y que a su vez producen otras casi en una hilatura sin fin.
La baronesa Blixen fue una experta en esta forma de narrar. Sus historias, sobre todo las de sus primeros cuentos publicados (Siete cuentos góticos), más completos y prolijos que los últimos y quizá su mejor obra, son un atractivo laberinto de historias que refieren otras y otras, llevando al lector a mundos insospechados y entrecruzados.
Dinesen escribió un total de cuarenta y siete cuentos, si bien los doce últimos (Ehrengard y Carnaval y otros cuentos) no fueron publicados durante su vida, razón por la que muchas editoriales, ante la duda de si la escritora estaba o no de acuerdo con ellos, no los incluyen en sus “cuentos completos”. Estos cuarenta y siete relatos los agrupó en varias colecciones: Siete cuentos góticos, Cuentos de invierno, Anécdotas del destino, Últimos cuentos –Cuentos de Albondocani– (que pensaba extender y no concluir hasta que muriera), Nuevos cuentos góticos, Nuevos cuentos de invierno, Ehrengard y Carnaval y otros cuentos.
Curiosamente entre los últimos se encuentra uno de sus cuentos más interesantes: «La familia Cats», en el que quiere tratar un tema moralizante (un miembro de la familia ha de resultar perverso, generación tras generación, para que el resto de sus integrantes puedan ser ejemplo de vida sin tacha frente a toda la comunidad) que, también curiosamente, sería uno de los que Isak Dinesen publicó antes del inicio de su voluntariosa carrera literaria. Este cuento vio la luz ya en 1909 y la poca repercusión que tuvo –al igual que otras de sus publicaciones tempranas– fue la causa que la hizo desistir de dedicarse a la carrera de escritora, que sólo mucho después retomaría como asidero para su salvación económica.
No obstante, la idea moralizante de «La familia Cats» acompañaría a la baronesa durante su vida, pues en uno de sus Siete cuentos góticos –«Los soñadores»– la volvemos a encontrar explícitamente:
Como familia somos mucho mejor que otras, porque siempre hemos tenido entre nosotros un miembro que ha cargado con las flaquezas y los vicios de su generación. Los defectos que normalmente se habrían repartido entre el grupo caen sobre la cabeza de uno de nosotros solamente, y gracias a eso los demás hemos llegado a ser lo que hemos sido y somos [¿Se sentiría Karen, alguna vez, cercana a ese personaje expiador?].
Ya en plena producción literaria (retirada en la casa de su madre en Dinamarca, quizá como el personaje de «El poeta» (Siete cuentos góticos: «el joven debía ser guardado en una especie de jaula o gallinero a fin de extraer lo mejor de él como poeta»), Isak Dinesen da un giro total a su idea del cuento: éste no ha de pretender ser moralizante (aunque en ocasiones sí lo sea, y hable de la valentía, del arte de hacerse a sí mismo o de la voluntad de volver a empezar); sólo ha de pretender distraer, narrar una historia que se complete en sí misma y en cuyo desarrollo el héroe o la heroína no han de intervenir. Lo único que han de hacer, por los meandros y causalidades que ésta les lleve, es ser fieles a la historia y, sobre todo, fieles a su destino, aunque sean empujados a un final inesperado. Porque intervenir en una historia, hacerla a gusto del creador, sería el más grande de los pecados (este es el meollo de La historia inmortal, Anécdotas del destino, filmada por Orson Welles). Aunque, como en el mismo cuento dice: «La materialización de una historia es lo que proporciona al hombre descanso».
Preguntada muchas veces por la simbología de sus cuentos o de algunos de sus elementos negaba que hubiera tal: todo lo que hay en la historia se explica en la historia, no hay que buscar nada fuera de ella. Y, como dijo en uno de sus cuentos: «Tendrás que entender lo que puedas, y dejar lo demás. No es malo que de una historia comprenda uno solamente la mitad» («Los soñadores», Siete cuentos góticos).
Quizá por eso sus narraciones son tan libérrimas y están tan llenas de fantasía. Karen Blixen sólo pretende contar y asirse en esta tarea a lo que ella considera la esencia de la narración: el cuento, y no la novela, a la que rechaza como paladín de historias (por eso sólo escribió una Las vengadoras angelicales, con un seudónimo distinto y quizá por motivos comerciales).
Ella es una cuentista, y una cuentista, lo sabe, cargada de seducción. Nos dice en Memorias de África:
Había un rasgo en el carácter de Denys que para mí lo hacía especialmente precioso, y era que le gustaba que le contaran historias: porque yo siempre he pensado que hubiera destacado en Florencia durante la peste. Las costumbres han cambiado y el arte de escuchar un relato se ha perdido en Europa. Los nativos de África, que no saben leer, lo siguen teniendo; si empiezas a contar: «Una vez un hombre caminaba por las praderas y se encontró con otro hombre», estarán pendientes de ti, sus mentes seguirán a los dos hombres de la pradera por sendas desconocidas. Pero los blancos, aunque piensen que saben hacerlo, son incapaces de escuchar un relato… Están acostumbrados a recibir sus impresiones a través de los ojos.
Denys, que vivía principalmente a través del oído, prefería escuchar un cuento a leerlo…
Durante su ausencia yo preparaba muchos. Por las noches se ponía cómodo tendiendo cojines hasta formar como un sofá junto al fuego y yo me sentaba en el suelo, las piernas cruzadas como la propia Scherezade y él escuchaba, atento, un largo cuento desde el principio hasta el fin…
Y esto es lo que Isak Dinesen continuará haciendo cuando abandone África, sentirse la Scherezade de sus historias, hasta el punto de que ella misma se las contaba una y otra vez antes de escribirlas, cuando ya las podía considerar perfectas.
Uno de sus cuentos más conocidos (sobre él se hizo una gran película en Dinamarca) es «El festín de Babette», cuya moraleja podría ser –aunque de las moralejas de Dinesen es mejor no estar en absoluto seguros– que aquel que obra bien en esta tierra conseguirá una vida gloriosa en el más allá; claro que también podría ser más acertada el arte de quererse a sí mismo, y demostrar ante esa persona singular que es el yo, quién se es realmente y lo que es capaz de hacer. («A través del mundo se prolonga un grito largo que brota del corazón del artista: ¡dejad que lo haga lo mejor que me sea posible!»).
Tanto este cuento como el ya citado de «La familia Cats» nos hacen pensar en las fuentes de inspiración de los personajes rigoristas que en los dos maneja: ¿no estarían de alguna forma reflejadas las costumbres de su familia materna, a la que ella no se sentía especialmente vinculada por su carácter «burgués» –clase social a la que menospreciaba–, especialmente la hermana de su madre, la tía Bess, a quien dirigirá varias cartas desde África reprochándole con cariño muchas de sus posturas y de la que criticará su tendencia a dar prioridad siempre a las ideas de los hombres?
Dicen que los cuentos de Dinesen son intemporales debido a los personajes y temas que maneja: damas, caballeros, sacerdotes, bosques, casas señoriales, duelos, bailes de salón… («intemporal» es, curiosamente, una palabra que ella utiliza mucho en sus descripciones). Sin embargo, casi todos ellos se desarrollan poco después de la Revolución francesa, según describe varias veces.
«Porque soy libre, y puedo escoger adónde ir, puedo pensar en mañana. Creo que mañana va a ser un día maravilloso. Puedo recordar que tengo diecisiete años y que, con la ayuda de Dios, me quedan sesenta años más de vida…». Cuando Karen Blixen escribió esta frase en «Los caminos de los alrededores de Pisa» (Siete cuentos góticos) tendría cerca de cincuenta años, aunque ese día fijó exactamente la edad que le quedaba por vivir: hasta los setenta y siete años, la edad en que murió.
Después de haber tenido una vida dura, enérgica y emprendedora: como había contado en Memorias de Africa hablando de la relación de los nativos con los colonos, a quienes niegan realmente la existencia, ella misma se considera entre sus filas:
Estaba dotada de imán, de una fuerza de maelstrom que atraía cuanto caía en su círculo de conciencia hacia su interior y lo fundía con su propio ser. Era una facultad… sin duda característica de los mártires, y que debió de exasperar hasta la locura al Gran Inquisidor, y hasta el propio emperador Nerón. Hacían suyos los suplicios, la hoguera, los leones, transmitiéndoles una belleza armónica y grandiosa, pero dejaban fuera al torturador por muchos esfuerzos que hiciera para poseerlos, se mantenían sin relación alguna con él, y de hecho lo privaban de existencia («El mono», Siete cuentos góticos).
Descripción de heroínas y de su poder de resistencia que Karen Blixen reiterará una y otra vez:
Al final que usted, Timón, no podía soportar su existencia y pensó arrojarse a las aguas desde el Langebro… Pero la empresa de usted era más fácil: usted sólo quería desaparecer, mientras que ella tenía que crearse… («La inundación de Norderney», Siete cuentos góticos).
Pero no son sólo mensajes graves y de autodeterminación los que encierran los cuentos, todo ello viene entreverado con unas descripciones poéticas incomparables y que humanizan las cosas que describe:
En la esquina de una calle de Elsinor, cerca del puerto, hay un edificio grave, antiguo, gris, construido a principios del siglo XVIII, que observa reticente la evolución de los nuevos tiempos a su alrededor. A lo largo de los años ha ido ganando en unidad, y cuando se abre la puerta de la calle un día de viento noroeste, la puerta del pasillo de arriba se abre también por simpatía. Al pisar, también, determinado peldaño de la escalera, responde con un eco débil como una cancioncita una tabla del piso del salón («La cena de Elsinor», Siete cuentos góticos).
O también unas simples descripciones perspicaces y humorísticas:
… era casi un ejemplar perfecto del tipo de campesino danés que uno encontraba entre los sacristanes y los violinistas, pero que, ahora que los campesinos ocupaban escaños en el parlamento, había desaparecido («El poeta», Siete cuentos góticos).
Descripciones graciosas que también dedica a la aristocracia danesa («La temporada en Copenhague», Nuevos cuentos de invierno). Pero volvamos a encontrarnos probablemente con la misma Karen: «La explicación estaba en que para ellas sólo tenían interés las posibilidades; la realidad carecía de peso». Y, enlazando con esta idea: «soñar es la posibilidad de suicidarse de la gente educada» («Los soñadores», Siete cuentos góticos, seguramente el mejor de los cuentos de esta colección).
Esta posibilidad y ausencia de realidad es el quid de su propuesta: «… si quieres crear… primero tienes que imaginar…) («Los soñadores», Siete cuentos góticos), «La palabra es creadora, es imaginación, es pasión y atrevimiento» («El acre del dolor», Cuentos de invierno).
Y así sigue imaginando a través del personaje de la diva Pellegrina Leoni (que reaparecerá más tarde en otro de sus cuentos, «Ecos», Nuevos cuentos góticos) y que no deja de recordarnos sus sensaciones al marchar de África:
¿Cómo soportarían la perdida de Pellegrina Leoni? ¿Seguirían viviendo, día tras día, a partir de ahora, con su penoso trabajo, oprimidos y explotados por sus amos y por las autoridades, mal pagados sin que los cielos volviesen a abrirse para ellos…? «Pero no importaba. La verdad era que, como ella había dicho, no podía morir. En uno u otro sentido, tenía demasiada vida («Los soñadores», Siete cuentos góticos).
Y esa vida debía volcarse en la narración para sobrevivir:
Me gustaría que se sintiese a gusto, que volviese a sentir de nuevo su corazón alegre. En adelante debe ser más de uno, debe ser muchas personas, todas las que sea capaz de imaginar. Me doy cuenta… de que las personas, cada una, deberían ser más de una, sí, y de ese modo tendrían más alegre el corazón. Se divertirían un poco. ¿No es extraño que ningún filósofo haya pensado en eso, y que se me tenga que ocurrir a mí («Los soñadores», siete cuentos góticos).
Esa diversión, esa necesidad de desdoblarse y ser más de uno es la que hace de Karen Blixen la gran cuentista que es porque, según ella, «Historias se vienen contando desde que existe el habla, y sin historias la raza humana habría perecido, como habría perecido sin agua…» y –tras lanzar una diatriba contra el nuevo arte de la novela–: «El arte divino es la historia. En el principio era la historia. Al final tendremos el privilegio de verla y contemplar su desarrollo; y a esto lo llamamos el Día del Juicio» («El primer cuento del cardenal», Cuentos de Albondocani, Últimos cuentos).
«Sé fiel a la historia», añadirá en «La página en blanco» (Cuentos de Abocain, Últimos cuentos). «Sé eterna e inquebrantablemente fiel a la historia», pues «cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio…».
Continuando con nuestro artículo anterior sobre su literatura africana, nos hemos referido ahora al extraordinario arte de Karen Blixen para contar historias, historias en cuyo desarrollo su imaginación da unos saltos indudablemente valientes, con una valentía que ejercitaría en sus años de África. Nos queda, para concluir estas pinceladas sobre sus cuentos, hablar de su idea de Dios, realmente singular:
«Durante mucho tiempo he tratado de comprender a Dios. Ahora, con él, he hecho amigos. Para amarle fielmente debes de amar el cambio, y debes de amar el chiste, que son las verdaderas inclinaciones de su corazón. Pronto empezaré yo a amar tanto un chiste que en otro tiempo helaba la sangre del mundo entero, que no tardaré en convertirme en narrador de historias graciosas, para hacer reír a la gente» («El poeta», Siete cuentos góticos) o, aparte de considerar que Dios debía de ser mujer (Cuentos de dos viejos caballeros, Cuentos de Albandocani, Últimos cuentos), la reiterada idea de que «Uno puede tomarse libertades con Dios, pero no con los hombres. Muchas cosas que no podemos permitirnos con los hombres, con Dios nos las podemos permitir. Y, siendo Dios, con ello incluso le honramos» («Ecos», Nuevos cuentos góticos). Pues, a fin de cuentas, «el verdadero arte de los dioses es lo cómico… Con tal que tu burla sea de auténtico gusto divino, puedes burlarte de los dioses y seguir siendo, sin embargo, su sincero devoto» («El acre del dolor», Cuentos de invierno).
Y, para acabar, ¿de dónde sacó Karen Blixern todo el valor con que enfrentó su vida y todo el valor con el que hizo saltar su imaginación?
Encontramos la receta en otro de sus cuentos:
– … conozco una medicina para todo: agua salada.
–¿Agua salada? –pregunté.
-Sí –dijo–, en la forma que sea: sudor, lágrimas o agua de mar (La inundación de Norderney. Siete cuentos góticos).
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