Acantilado cuenta en su catálogo con un maravilloso e imprescindible ensayo histórico del profesor Ramón Andrés sobre un asunto tristemente actual (¿acaso no lo fue en algún momento?): el suicidio. El sugerente título ya nos da indicios sobre la dimensión global y omniabarcante de este titánico trabajo, que es ya, por derecho propio, un auténtico clásico: Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente. Esta obra apareció originariamente en 2003, pero, dada su gran aceptación, Ramón Andrés ha estimado que debía «rehacerla desde sus mismos cimientos», revisando «lo que uno ha sido y lo que uno es en esencia» y ampliándola generosamente: «un tiempo de pensar y un intento de aprendizaje, nada más». Este docente de origen pamplonés, galardonado en 2015 con el Premio Príncipe de Viana de la Cultura, se acerca así de nuevo a una temática en la que «todo es pregunta, antagonismo, límite», y asegura que no se trata de un libro sobre la muerte, sino, al contrario, «sobre la existencia y sus paradojas, temibles a veces».
El suicidio es una cuestión flagrantemente olvidada: sólo hay que notar, por ejemplo, que en España hay políticas de seguridad ciudadana, contra la violencia de género y de seguridad vial (necesarias todas ellas, desde luego), pero no hay nada parecido a una política que prevenga el suicidio. En 2012 las muertes por suicidio alcanzaron casi el doble de las producidas por accidentes de tráfico, una proporción que aún hoy se mantiene y que crece día a día. El suicidio es de largo la causa de muerte no natural más frecuente en España, así como en numerosos países europeos y occidentales. Algunos lo catalogan de «problema», otros de «plaga», otros de «insensatez» o de «triste circunstancia», pero lo cierto es que, ante todo, los números muestran una evidencia: el número de casos de suicidio aumenta año tras año.
El dolor hace vivir en una esfera encantada y desvariada donde las cosas cotidianas y triviales adquieren un relieve pavoroso y «thrilling», no siempre desagradable. Da conciencia de una separación entre la realidad y el alma, nos hace elevarnos y nos deja entrever lo real, y nuestro cuerpo, como algo remoto y extraño al mismo tiempo. Ésta es su eficacia educativa (Cesare Pavese, El oficio de vivir, 1 de junio de 1940).
Ramón Andrés recorre, sin tapujos y libremente, inmerso en una multiplicidad bibliográfica vastísima, los sinuosos senderos de la existencia. Senderos que todos, sin excepción, nos vemos obligados a examinar. Y es que quizás, como el autor de Semper dolens propone, sea nuestra desdoblada conciencia la que nos pone sobre la pista de un yo desmembrado: «De esta mirada surge el recelo y confirma la certeza de que alguien, que sin embargo está en nosotros, nos pone en entredicho y a menudo nos humilla. El nacimiento de la conciencia se encuentra alimentado, precisamente, por esa capacidad de autoobservación y por el malestar sentido cuando el ‘otro’ conoce hasta el último de nuestros secretos». Así, escribe y se pregunta:
Qué encierra este paso último, ¿la victoria sobre el prójimo o la derrota de uno mismo? ¿Una afirmación sobre el mundo, o la capitulación ante sus derivas? Exponerlo de este modo sería incurrir igualmente en la simplificación de las cosas y acogernos al ideario de una historia reciente de la mors voluntaria, observada tan sólo desde un punto de vista psicológico o pseudofilosófico.
Ramón Andrés escribe un ensayo indispensable, esencial, repleto de referencias desconocidas para el lector occidental, maravilloso en los detalles, modestamente parco en las opiniones personales (algo realmente complejo, dado el sensible tema del que trata), magnífico en el análisis historiográfico y magistral en las reflexiones filosóficas. Un libro que, ya desde su nacimiento, encontramos maduro. Este rico volumen, además, cumple una función sociológica tan precisa como urgente: pone sobre la mesa una cuestión que suele observarse y tratarse casi de soslayo, cuando no resulta del todo ignorada. Algo del todo peligroso y –habría que preguntarse si– moralmente cuestionable, teniendo en cuenta que el suicidio es un fenómeno universal que ha tenido lugar en todas las épocas históricas.
Numerosas culturas, como los griegos más primitivos, justificaban el suicidio cuando se daban ciertas razones que empujaran a cometerlo (preservar el honor, evitar el dolor excesivo, la más absoluta desgracia y el patriotismo), si bien se debía avisar a las autoridades competentes del acto a cometer y de los oportunos motivos. También en Roma, donde el suicidio era considerado un problema esencialmente económico y político, se instituyeron tribunales que autorizaban o denegaban el suicidio. Como nota curiosa, el Corpus Iuris Civilis de Justiniano daba por buena la elección de esta vía cuando era provocado por taedium vitae (aburrimiento, peso existencial, inapetencia generalizada). Fue en el Concilio de Arlés (452 d.C.) cuando la Iglesia condenó definitivamente el suicidio; en el Concilio de Toledo se decretó finalmente la excomunión para los suicidas, así como la aplicación de los ritos eclesiásticos habituales, una actitud que se mantuvo durante toda la Edad Media. Y acaso podríamos decir hasta hoy, en vista del arriesgado mutismo que rodea la comisión de un suicidio y la escasa prevención por parte de las instituciones sanitarias.
Mesopotamia y Egipto, pasando por el mundo grecolatino, la Edad Media y la Modernidad, hasta llegar a la actualidad: nada escapa del atento escrutinio de Andrés. Cualquier persona interesada en el suicidio debe leer esta obra, estudiarla, pero sobre todo disfrutarla. En ella se dan cita pensadores, literatos, historiadores y sociólogos, armando una rica amalgama de voces que hablan de aquello que por antonomasia produce silencio: la muerte, y en concreto, la muerte voluntaria. Pues, como comenta el autor,
En todo ser vivo u organización biológica se encierra un impulso que, paradójicamente, estimula tanto la supervivencia como la autodestrucción. En un sistema vivo se cumplen dos propiedades, esto es, la concatenación de procesos que producen y destruyen componentes, que a su vez regeneran la red que los origina, y una barrera estructural integrada por elementos elaborados por esa misma red, que viene a posibilitar su propia dinámica. Es esta fase de destrucción la que permite un equilibrio para que la individualidad biológica sea factible y tenga autonomía, lo cual puede extrapolarse a la célula.
A través de un recorrido de más de 500 páginas, en el que la prosa de Ramón Andrés brilla con luz propia y donde se pone de manifiesto su enorme capacidad para transitar del ensayo histórico al filosófico, el lector asistirá a un admirable y siempre curioso y enriquecedor recorrido: el de la vida humana (individual y colectiva) que, en su periplo histórico a través de las innúmeras generaciones, siempre ha dudado de su propia validez, de su propio sentido.
No acierto a pensar una vez en la muerte sin temblar ante esta idea: vendrá la muerte necesariamente, por causas ordinarias, preparada por toda una vida, infalible. Será un hecho natural como el de caer la lluvia. Y a esto no me resigno: ¿por qué no se busca la muerte voluntaria, que sea una afirmación de libre elección, que exprese algo, en vez de dejarse morir? ¿Por qué? (Cesare Pavese, 30 de noviembre de 1936).
Reblogueó esto en Divagaciones desde el exilio….
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en ilusionesenletras.
Me gustaMe gusta
He leído el libro y es de lo mejor que hay -dentro de lo poco- Junto con un libro de otra naturaleza que recomiendo que se titula «Un dios salvaje» sobre la vida de Silvia Path narrada por unpoeta amigo suyo del cualno recuerdo el nombre. Disculpar,la memoria me falla. Os felicito por el blog.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Stig Dagerman trató esta cuestión, de modo indirecto, antes de suicidarse en el ensayo breve «Nuestra necesidad de consuelo es infinita». El ensayo inicia con una idea desgarradora que resume lo que sentimos casi todos los humanos en algún momento o a lo largo de la vida: «La vida sea (es) un vagar desprovisto de sentido hacia la certeza de la muerte». Muy interesante el libro reseñado, gracias.
Me gustaMe gusta