El 4 de octubre de 2017 fallecía el profesor, pensador y filósofo de la ciencia Jesús Mosterín, dejando un gran vacío en el panorama académico y cultural hispanohablante. Prolífico autor de plurales y muy polifacéticos intereses, persona cercana (muy querida por sus alumnos y respetado por sus colegas) y brillante intelectual, siempre mostró un carácter socrático, a medio camino entre la ingeniosa ironía y la firmeza que da creer en las propias convicciones.
Tuve la suerte de charlar con Jesús en varias ocasiones, siempre en encuentros universitarios sobre filosofía y filosofía de la ciencia, campo en el que era experto y del que disfrutaba departiendo con compañeros y alumnos. Nuestro común interés por el espinoso asunto de los derechos de los animales hizo que, desde muy pronto, nos entendiéramos y pudiéramos desarrollar un nexo casi inmediato de amistad y respeto intelectual.
Como reza el título de uno de sus más completos libros, el objetivo de Mosterín fue el de vivir Lo mejor posible (Alianza Editorial) y, en este sentido, hacer la vida de los demás sencilla, alegre y, en la medida de lo posible, feliz, teniendo en cuenta que somos animales racionales, pero, a la vez, poniendo sobre la mesa (y siempre sin olvidar) que también somos presa de emociones, sentimientos y, en definitiva, numerosas trazas de irracionalidad. Por eso deambulamos por esta tierra nuestra a medio camino entre la creencia y la certeza, entre la fe y la certidumbre, sin atrevernos a dar apenas nada por cierto o sabido definitivamente. Un carácter dual que expresó en este bello texto:
Los seres humanos no somos ángeles caídos del cielo, ni gritos en la noche, ni pura indeterminación; tampoco somos máquinas ni computadoras. Lo que somos es animales. Parimos y nacemos y comemos y respiramos y morimos como animales. Y la mayoría de nuestros genes los dedicamos a codificar nuestras funciones animales. Si quieres saber cómo es un animal, mírate al espejo. Cualquier concepción del ser humano que pretenda alejarnos de nuestra realidad natural es un fatuo ejercicio de ignorancia, autoengaño y superstición..
Aunque la vida, al fin y al cabo, siempre se impone (con mil necesidades perentorias, achaques, trabajos, enfermedades, etc.), apunta Mosterín que los humanos jugamos con una ventaja fundamental: la racionalidad nos da armas intelectuales con las que luchar contra la injusticia, el despotismo y el totalitarismo, de manera que nada hay, en nuestro humano universo, escrito de una vez por todas.
Conforme los autoritarismos de toda laya han ido perdiendo el prestigio carismático que otrora poseyeron, la racionalidad ha ido ganando atractivo como guía para el enfoque y solución de nuestros problemas. […] La racionalidad se aparta tanto del conformismo como de la utopía. En último término, nos invita a buscar la mejor solución posible a cada uno de nuestros problemas, tanto individuales como colectivos, con realismo, lucidez y decisión. No es una panacea, pero es lo mejor que tenemos.
Aunque el papel de Mosterín como divulgador de la historia de la ciencia y del pensamiento ha resultado fundamental, su faceta como defensor de la vida de los animales no humanos ha sido francamente encarnecida en los últimos años, en los que no ha dudado en aparecer en distintos medios de comunicación para enfrentarse de manera contundente (pero siempre amable y razonada) a personas de toda índole para mostrar que, en la naturaleza, existe una suerte de hermanamiento entre todo lo vivo que no podemos ni debemos soslayar.
Dos son los títulos que todo lector interesado en estos asuntos ha de consultar inexcusablemente: El triunfo de la compasión y El reino de los animales (ambos publicados en Alianza Editorial). Al primero de ellos le guardo un especial cariño, pues su publicación, en 2014, coincidió con uno de los más enriquecedores encuentros que tuve con Jesús. En él muestra las razones que tenemos para tomar (muy) en serio la vida de los otros animales, sean o no mamíferos, y el cuidado del medio ambiente, haciendo énfasis en los conceptos de sufrimiento, empatía y dolor compartido.
En dicha obra se refiere a un paraíso perdido al que, esperamos, ya haya regresado. Nuestro más sentido y admirado reconocimiento a la memoria del profesor Mosterín:
Nuestra evolución se produjo sobre la hierba y bajo los árboles, rodeados siempre de animales. Ese es el medio al que estamos especialmente bien adaptados y en el que mejor nos sentimos. A lo que todavía no nos hemos adaptado del todo es a vivir entre coches y máquinas y ruidos. Es una situación en la que nos encontramos inmersos, pero para la que no estamos hechos. […] Aunque la ciudad es, en cierto modo, lo contrario de la naturaleza, los ciudadanos estamos adaptados biológicamente a vivir entre árboles y animales. Por eso sentimos nostalgia de la naturaleza que hemos dejado a las puertas de la ciudad. Y por eso nos alegra la vista y el ánimo ver criaturas vivas en el medio urbano.