Mickiewicz y los albores del Romanticismo polaco

 

Adam Mickiewicz

Adam Mickiewicz

Federico II el Grande, rey por excelencia de la Prusia dieciochesca, comentaba que María Teresa, la emperatriz austriaca, «lloraba mientras aceptaba, y cuanto más lloraba tanto más aceptaba», en referencia a la acordada partición y reparto de la Mancomunidad de las Dos Naciones constituida por el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. De este modo, Prusia, Austria y Rusia afianzaban su control sobre una vasta región donde se asentaba un Estado en franca e imparable decadencia desde la segunda mitad del siglo XVII. Si bien la emperatriz lloraba hipócritamente, los polacos y lituanos afrentados derramaban verdaderamente sus lágrimas dibujando charcos de gris incertidumbre.

Adentrarse en el Romanticismo polaco, al igual que en cualquier otra manifestación romántica, implica conocer la historia de su pueblo y los sucesos nacionales que acaecieron, tanto los coetáneos como los previos al movimiento en cuestión. Por eso mismo, conviene echar un vistazo a la convulsa trayectoria de Polonia durante el siglo XVIII hasta llegar a la insurrección de 1830, evento que suele considerarse como el momento en el que se consolida el Romanticismo polaco. Es cierto que el germen romántico venía de largo.

La Polonia del siglo XVIII no sólo aglutinaba territorios propiamente polacos, sino también ucranianos, al igual que el Gran Ducado de Lituania se extendía también por las hoy independientes Bielorrusia, Letonia e incluso Estonia. Ahora bien, la unión efectuada entre Polonia y Lituania había ocasionado que desde finales del siglo XVII se hubiera producido una intensa «polonización» de Lituania promovida por la aristocracia y burguesía del momento, aspecto de gran importancia de cara a la figura que aquí nos concierne, el romántico Adam Mickiewicz.

Con la llegada en 1764 de Estanislao Augusto Poniatowski al trono de Polonia, la vulnerable confederación polaca y lituana se convirtió en un mero títere de Rusia. El Reino, convertido en un impropio protectorado ruso, buscó ayuda en pos de su independencia, primero en Prusia y después en Napoleón. Los polacos fueron traicionados por partida doble. Ante esta situación, Polonia terminó comprendiendo que se encontraba sola y su destino dependía única y exclusivamente de sus pendones calcinados y de las manos temblorosas de su pueblo, ya tantas veces ultrajado.

Quizás la acción de mayor repercusión de este periodo, en el que ya destellaba la aurora del siglo XIX, fue la insurrección popular de 1794 liderada por el afamado general Tadeusz Kościuszko, quien terminó convirtiéndose en todo un héroe nacional omnipresente en el imaginario romántico. El levantamiento fue aplastado siendo a la vez el pretexto perfecto para que Prusia, Austria y Rusia asestaran el golpe definitivo a Polonia para hacerse con el control total de su territorio.

El primer tercio del siglo XIX trascurrió con más pena que gloria para Polonia y Lituania. Bajo el control del Imperio Ruso, no sería hasta 1830 cuando se produciría la insurrección de Varsovia en contra del dominio del zar Nicolás I. A pesar de todo, el levantamiento fue sofocado en menos de un año y las represalias se extendieron ocasionando la llamada Gran Emigración, hecho que marca el comienzo del pleno Romanticismo polaco, pues hay que tener muy presente que el movimiento romántico polaco se constituyó sobre todo en el exilio, lo cual va a influir en gran medida en su fuerte carácter político y religioso. Fueron precisamente aquellos que emigraron los que contribuyeron en mayor medida al despertar del Romanticismo polaco con figuras como Fryderyk Chopin, Juliusz Słowacki, Zygmunt Krasiński o el gran poeta Adam Mickiewicz, de quien nos ocuparemos en lo sucesivo.

En el año 1798 nace Adam Mickiewicz en la modesta localidad de Navahrudak, hoy Bielorrusia, aunque por aquel entonces pertenecía al Gran Ducado de Lituania. Mickiewicz es considerado como uno de los mayores prodigios literarios de las letras polacas, por lo que tanto Polonia, Lituania y Bielorrusia se rifan su adscripción nacional. De todas formas, para zanjar dicha polémica y evitar confusiones en el lector, se puede afirmar con seguridad que Mickiewicz se identificó ante todo con Polonia, mientras que su natal Lituania representaba para él una región más dentro de la esfera nacional polaca.

Poesía polaca romaticismoEn la antología bilingüe que Fernando Presa ha editado en Cátedra con el título de Poesía polaca del Romanticismo, se propone como periodo en el que se desarrolla el Romanticismo en Polonia los años que transcurren desde 1795 hasta 1863, situándose el comienzo de la plenitud de dicho movimiento en el año 1830, tal y como ya habíamos señalado. El Romanticismo polaco se vio influido en gran medida por la literatura romántica alemana e inglesa, aunque también adoptó ciertas peculiaridades que le otorgan genuinidad, algo que se puede comprobar en la obra de Mickiewicz.

Pese a no destacar demasiado en los estudios reglados, Mickiewicz sí demostró durante su juventud una gran inquietud hacia todo conocimiento. Ignorando por entonces que estaba llamado a ser uno de los mayores poetas polacos de todos los tiempos, el joven Mickiewicz integró dos sociedades secretas: la de los Filómatas y la de los Filaretas. En un poema de 1819, Mickiewicz escribe sobre los principios que rigieron aquella primera sociedad que él cofundó y en una de sus estrofas se puede leer lo siguiente: «Que todos depositen a la entrada / la adulación, la astucia y la abundancia; / aquí tienen un templo sempiterno / patria, ciencia y virtud«. Un último verso que recoge precisamente el lema de los Filómatas y que alude a su carácter patriótico, algo muy presente en las asociaciones clandestinas que los estudiantes conformaron en un territorio bajo el yugo del Imperio Ruso.

Los primeros poemas de Mickiewicz surgen bajo el aura del Clasicismo, algo que no es de extrañar, pues el más precoz de los plenos románticos polacos participa directamente en la transición que se produce de la Ilustración al Romanticismo. Ya en 1822, Mickiewicz publicará Baladas y romances, su primera obra puramente romántica. De todas formas, en 1820 había escrito un poema titulado «Romanticismo», en el que ya se podía observar claramente el florecimiento de esta nueva corriente de pensamiento en Polonia. El poema es llamativo a nivel formal, pues se mezclan elementos dramáticos con aspectos líricos y narrativos, pero las ideas que en él se incluyen son sin duda lo más importante. Los versos muestran el encuentro nocturno entre una joven y su amado muerto, quien desaparece al rayar el alba. Un anciano, que representa el pensamiento ilustrado, se burla de la muchacha y tacha de mentira todo lo que le ocurre, ante lo que Mickiewicz replica: «La muchacha siente –le respondo– / y el pueblo cree profundamente; / el sentimiento y la fe me hablan con más fuerza/que el ojo y la lupa de un sabio». Es así como el poeta polaco toma partido por lo irracional y popular antes que por una supuestamente erudita racionalidad estéril, árida y limitada que no alcanza a comprender la vasta dimensión de lo humano.

A la mezcla de géneros y estilos se une que Mickiewicz comienza por entonces a introducir personajes fantásticos o pertenecientes a rangos sociales que normalmente habían quedado excluidos de la gran literatura. Ahora bien, el Romanticismo polaco también se distingue por su intenso cariz político. El nacionalismo va a ser una nota predominante, pues los románticos polacos van a exaltar con profunda nostalgia e intensidad su nación desprovista dolorosamente de Estado y afirmarán constantemente la perdurabilidad del espíritu del pueblo polaco pese a las agresiones externas. La pertenencia a las sociedades secretas ya mencionadas supondrá la condena al destierro para Mickiewicz debido a su subversivo patriotismo.

Así comienza el largo periodo lejos de su tierra en el que toma contacto con algunos románticos rusos, como Aleksandr Pushkin, pero que también le lleva a las desoladas y remotas estepas y costas ucranianas. Será durante esta experiencia cuando escriba una de sus obras más relevantes: los Sonetos de Crimea.

En esta serie de sonetos, dos son los aspectos fundamentales que amplían la deriva romántica de Mickiewicz. El paisaje se contempla como una extensión del individuo, de su ser y sentir. De este modo, la silenciosa e inhóspita Ucrania proporciona escenas que se corresponden con la añoranza y tristeza del desterrado al mirar el horizonte y no atisbar su patria. En «Estepas de Akerman» se nos presenta el siguiente paisaje en el primer cuarteto: «Me adentré en el espacio de un océano seco, / mi carro en el verdor navega como un barco. / Voy esquivando islotes de coral y maleza / entre olas de praderas y aluviones de flores». Un emotivo soneto que concluye significativamente: «¡Qué profundo silencio!… Tanto aguzo el oído / que oiría a Lituania… Sigamos… Nadie llama».

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Otro aspecto muy llamativo de esta obra ya madura de Mickiewicz es el novedoso orientalismo que la protagoniza. Para ello, el poeta no sólo se refiere a las exóticas regiones y culturas del Oriente, sino que introduce nuevos vocablos en la lengua polaca para hacer referencia a elementos del ámbito árabe. Son muchos los ejemplos que se podrían señalar, pero a modo de muestra nos quedaremos con el primer cuarteto de «Bakhchisarái de noche»: «Los piadosos ocupantes de la mezquita se dispersan, / el eco del isha se pierde en la tarde silenciosa, / el crepúsculo ruborizó su mejilla escarlata, / el plateado rey de la noche se dispone a tumbarse al lado de su amada».

A partir de 1829, Mickiewicz transitará por países como Alemania, Italia y Suiza hasta exiliarse en Francia tras la insurrección de 1830 que vivió por cautela en la lejanía. Algunos meses antes del levantamiento, Mickiewicz escribe un revelador poema titulado «A la madre polaca», en el cual se dirige a una maternal Polonia hablándole con desazón sobre el aciago porvenir que aguarda a su pueblo: «Aunque la paz florezca en todo el mundo / y se avengan los gobiernos, los pueblos, las ideas, / tu hijo está llamado a una lucha sin gloria / y al martirio… sin resurrección». El último verso da pie a comentar un aspecto de enorme importancia que caracteriza al Romanticismo polaco: el mesianismo. Los románticos instauran una correspondencia entre Cristo y Polonia, indicando que su nación ha sufrido a lo largo de su historia un proceso similar de martirio, muerte, redención y, aunque en este poema Mickiewicz lo niega, le espera también la resurrección. Por esto mismo, el Romanticismo polaco es profundamente religioso y su impronta nacionalista se amalgama a la perfección con el mesianismo. Al establecer esta analogía entre Jesucristo y Polonia, se erige al país como el baluarte y líder de Europa en la restauración de la hegemonía de la religión cristiana. Dentro de esta línea de pensamiento, una de las obras más destacadas procede también de la mano de Mickiewicz bajo el título de El libro de la nación polaca y de los peregrinos polacos. Un escrito que pretende reforzar el sentido nacional y la unión de los exiliados polacos, a los que se identifica precisamente como peregrinos.

Por supuesto, el poeta es considerado por el Romanticismo polaco como un profeta incomprendido y Mickiewicz lo compara con el mismísimo Dios en «Archimaestro»: «Pero el mundo, después de tantos siglos y de tantas obras, / no alcanza a comprender ni una sola idea del creador».

En 1834, Mickiewicz compondrá su célebre epopeya nacional Pan Tadeusz y también durante este periodo escribirá sus obras de mayor contenido religioso. Ya en 1841 y bien establecido en Francia, obtendrá una cátedra de literaturas eslavas para después ser bibliotecario. Finalmente, en 1855 tiene lugar su polémica muerte en Constantinopla. En uno de sus poemas había escrito recordando su tierra: «A mi patria me escapo para dejar las penas, / el trabajo y la fiesta. Y me tumbo en la hierba / que hay bajo los abetos, copiosa y perfumada, / y persigo volando gorriones, mariposas». Al final, y sólo tras su muerte, Mickiewicz pudo reposar en su anhelada Polonia dejando tras de sí un inmenso legado: su palabra.   

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