El cine está más que nunca en boca de la sociedad. La crisis económica ha hecho que el sector de la cultura sea uno de los peores parados a la hora de reducir gastos públicos. Numerosas salas de cine independiente, cuyo número supuso en otro tiempo un elocuente indicador de la altura cultural de un país, se ven obligadas a echar el cierre por unas subvenciones que nunca llegan o que, de llegar, lo hacen tarde.
Sin embargo, antes de acometer el asunto de qué papel juega el cine en la cultura tomada como un todo, podemos preguntarnos si ésta es políticamente inocua o si, al contrario, se encuentra politizada desde el principio. Y es que, como aseguraba Michael J. Shapiro, «Pensar significa resistir los modos dominantes de representar el mundo». Si la cultura se deja en manos de grandes multinacionales (sea en el terreno del cine, de la educación, de los libros o del teatro), se corre el riesgo de que el pensamiento crítico e individual promovido por pequeñas empresas (que a su vez, dan voz y publicidad a ideas y proyectos alternativos) quede arrinconado y condenado a sufrir un paulatino y definitivo deterioro. Hasta llegar a su final.
El cine crea imaginarios políticos en tanto que fuente de producción de discursos hegemónicos. Sin embargo, el cine puede tener también un carácter epistémico que incluso nos permita un acercamiento superior a la veracidad empírica respecto a otras formas de percepción (Pablo Iglesias Turrión, Maquiavelo frente a la gran pantalla).
Podemos así lanzar la nada despreciable pregunta de si la cultura, ciudadana en apariencia de un universo etéreo en el que no existen intereses políticos o económicos, puede llegar a convertirse en un sofisticado instrumento de adoctrinamiento social. O, como se cuestiona el pensador Slavoj Žižek, «¿son necesarias más pruebas de que la ideología está vivita y coleando en nuestro mundo postideológico».
Pablo Iglesias Turrión, doctor en Ciencia Política, ha publicado en Akal Maquiavelo frente a la gran pantalla, un ameno y plural estudio en el que se pone de manifiesto la relación entre cine y política. A través de un curioso recorrido intelectual por películas tan dispares como Apocalypse Now, Balada triste de trompeta, Amores perros o La batalla de Argel, Iglesias disecciona las «relaciones antagónicas de poder en las que el antagonista aparece como parte consustancial de los discursos hegemónicos», en busca de aquellos sujetos que, en la resistencia, han ejercido un papel contrahegemónico.
Tales relaciones antagónicas son, a juicio del autor, «la verdad de lo político y la clave para construir una metodología de análisis político del cine». Iglesias Turrión nos propone de esta manera asistir al cine con ciertos personajes -considerados por tradición políticamente incorrectos o, más allá, peligrosos- con el objetivo de entender y practicar la política «desde el antagonismo». Estas amistades que Pablo Iglesias nos recomienda para compartir cine y reflexiones no son otras que las del mismísimo Maquiavelo, Sade, Hobbes, Agamben, Judith Butler, Lenin o Carl Schmitt. Una aventura apasionante en la que se lleva a cabo todo un encomio de estas «amistades políticas peligrosas».
[Estos malvados maestros] enseñan que la ética del político responde siempre a la defensa general de su proyecto político (males menores evitan males mayores). El problema es que puede haber tantas éticas como proyectos y lo importante al final, como saben los estadistas (y como estudiamos los politólogos), no son los fines ideológicos que justifican los medios (esa estúpida banalización que del genial Maquiavelo suele hacerse), sino quién tiene el poder para imponer y convencer sobre la eticidad política de sus guerras justas, sean éstas en nombre de la patria, de la democracia, de los derechos humanos, de la revolución o del dios de turno (Pablo Iglesias Turrión, Maquiavelo frente a la gran pantalla).
Nuestro vocabulario se halla repleto de expresiones en apariencia inocentes que, si las analizamos, esconden todo un componente político. Como nos recuerda Žižek, «La lucha por la hegemonía ideológico-política es siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos ‘espontáneamente’ como ‘apolíticos'».
También el cine, como parte integrante de cualquier cultura contemporánea, contiene expresiones, escenas e ideas cargadas de connotaciones políticas, dirigidas a despertar y mantener una cierta conciencia en el espectador. Por eso, Iglesias considera tan urgente e importante un «análisis político del cine, entendido como productor de imaginarios y consensos hegemónicos, como revelador privilegiado de verdades políticas y como fuente de conocimiento teórico». El cine no es un simple entretenimiento, aunque sí pueda ser empleado como tal. La política no se encuentra tan sólo en el Estado y en el funcionamiento de sus distintos organismos de gobierno, sino también «en la cultura mediática como espacio generador de los imaginarios y de los sentidos comunes, determinantes para entender los consensos que nunca han dejado de configurar eso que llamamos poder«.
Este libro pretende ser, desde su modestia, una prueba más de que la política no sólo se encuentra en el Estado y en sus instituciones (como pretende el liberalismo) o en el Estado como dispositivo institucional derivado y al servicio del orden económico (como oponía cierto marxismo), sino también en la cultura mediática como espacio generador de imaginarios y de los sentidos comunes, determinantes para entender los consensos que nunca han dejado de configurar eso que llamamos poder (Pablo Iglesias Turrión, Maquiavelo frente a la gran pantalla).
A través de un variado y prolijo análisis de diversas películas, Maquiavelo frente a la gran pantalla fomenta sin duda -y pone a prueba- la capacidad crítica del lector-espectador, al margen de la intención que albergue la película en cuestión. Pues, como ya apuntara Manuel Trenzado Romero, «el cine tiene un papel político crucial como mediador del imaginario colectivo a la hora de construir identidades».
Reblogueó esto en Antropología para Todos.
Me gustaMe gusta